domingo, 30 de diciembre de 2012

VIEJO CAFÉ

 -Vd. tiene malos hábitos, Bermudez...
 Le dijo el recién llegado a Ramón Bermudez a)"Kalisay", sorprendiendo al aludido, que abandonó la lectura de Crítica en la página dedicada al arribo del Plus Ultra.
 En el café no había otros parroquianos y el viejo mozo, Anselmo, miraba intencionadamente para otra parte.
 El gordo Kalisay-llamado así por la propaganda de un aperitivo cuyo protagonista era un simpático gordito-trató rápidamente de controlar la situación..., hasta donde fuera posible.
 Apeló al humor.
 -Yo conocí a un cura que tenía malos hábitos; al poco tiempo, fue a reclamar a la sastrería eclesiástica.
 El que se hallaba parado al lado de su mesa, el "Zurdo" Capoano, reconocido guapo de comité y almacén, no insinuó ni un esbozo de sonrisa.
 -Sus malos hábitos tienen que ver con la delación, Bermudez...
 Estas palabras, registraron una sonoridad trágica para Bermudez.
 Él suponía que Capoano estaba en gayola, como su "socio", el "Pampa".
 -Se lo que piensa, Bermudez, en su arreglo con la yuta se entendía que nos capturaban a ambos.
 No fue así; apresaron al "Pampa" que se dejó ver demasiado y lo trataron mal en la dependencia. Quedó sordo por los golpes.
 En cuanto a mí...
 Estoy de paso.
 Salí del aguantadero para matarlo a Vd., por batidor...y vuelvo a guardarme por el tiempo que sea necesario.
 "Kalisay" se puso pálido...y ese color marmóreo que tomó su faz, ya nunca desapareció.
 Capoano le abrió la garganta de extremo a extremo, sosteniendo el cuchillo con mano experta, la izquierda, tomando la debida distancia para no resultar salpicado.
 El cuello duro de la camisa del gordo, se tiñó de rojo.
 La sangre del confidente, encharcaba las muy pisadas baldosas del local, manando del cadáver que quedó de bruces sobre el piso.
 El "Zurdo", limpió su daga en un mantel moteado de manchas y se retiró sin apuro, con la tranquilidad que dispensan los propósitos cumplidos cabalmente.
 Apenas si miró a Anselmo, ocupado en restregar un vaso con una servilleta deshilachada.
 Afuera, encendió un cigarrillo Pour la Noblesse con un fósforo que frotó con displicencia, antes de orientar sus pasos hacia las profundidades del suburbio.
 El patrón del café, se desentumeció tras el mostrador y se dirigió al mozo.
 -Todavía no limpies. Andá a llamar al chanfle que está en la avenida.
 Cuando Anselmo se retiraba para cumplir el encargo, con el andar cansino que le generaban sus cayos plantales, agregó:
 -Antes..., decile al pasador que me juegue dos canarios al 18 a la cabeza con redoblona al 81.

                                                                FIN
  

domingo, 23 de diciembre de 2012

EL CODAZO DE LA BRUTA

 Lo recibió pleno en el estomago.
 Se dobló por el dolor cruzando sus manos sobre la zona afectada, habida cuenta, de la dificultad de movimientos que generaban los pasajeros que atestaban ese vagón.
 Le faltaba el aire; supuso que la mujer gorda sabía como golpear, cuando escuchó sus gritos:
 -¡Hijo de puta, andá a manosear a tu madre!...¡La reputa que te parió...¿Así que me querés tocar el culo, hijo de una gran puta?...
 La voz resultaba estentórea, de un tono que revelaba un nivel socio-cultural deprimido...o deprimente.
 Mientras la tipa proseguía con sus acusaciones públicas, él sentía como su cómplice le sustraía billetera y celular con hábiles manipulaciones, ocultas tras una bolsa de supermercado cargada con vaya a saber qué.
 Quería proferir que era víctima de un despojo actuado, pero las palabras se trababan en su boca debido al dolor espasmódico que sentía.
 Percibió que el tren ingresaba a la estación. La mujer se abrió paso rumbo a las puertas, como sumida en una crisis nerviosa, gritando que iba a denunciar al abusador ante los efectivos de seguridad ferroviaria.
 Tras ella, fingiendo no conocerla, bajó su secuaz.
 Cuando pudo decir en voz alta que lo robaron mediante artimañas e infundios, ya era tarde, de todos modos, a nadie pareció importarle demasiado.
 Salvo al pasajero que tenía a la derecha, maltrazado, de profusos tatuajes y olor a transpiración.
 Le dijo:
 -Estaba buena la gorda...¿Eh?...¿También te la apoyaste?...
 Yo se la refregué toda..., se ve que la gozaba la guacha.

                                                                    FIN

viernes, 21 de diciembre de 2012

LA EXPECTATIVA APOCALíPTICA

 No lo podía negar:
 Ni a su mujer, ni a sus hijos que ya no vivían con ellos, ni a sus compañeros de trabajo.
 La prédica del canal History-permanente, convirtiendo lo especulativo en certidumbre-sumada a las nociones recibidas de niño, desde una óptica de escolaridad católica, respecto al advenimiento del juicio universal, lograron efectos en su persona. Si a esto se agregaba el aporte-para él, atendible-de un amigo de toda la vida convertido a un culto pentecostal, la consecuencia era una predisposición a la expectativa apocalíptica, emanada de diferentes fuentes que parecían confluir en un resultado aproximado.
 Llegó el 21/12/2012...y no pudo dormir en toda la noche.
 Ese viernes, fue a la oficina como siempre, pero presente en sus pensamientos la inquietud, por algo terrible que se avecinaba.
 Durante el transcurso del día, esta percepción de desasosiego fue disminuyendo.
 Él esperaba el furor de los elementos, la combustión de la Tierra, la colisión del meteorito de la devastación total, la alineación planetaria que determinara la extinción humana, el planeta Nibiru...
 Nada de eso ocurrió.
 Los saqueos de supermercados y las turbas suburbanas desatadas, no eran suficiente para coronar el último día del calendario maya.
 Quizás sus expectativas apocalípticas eran erróneas..., pensó, considerando que en el Lejano Oriente ya había comenzado el día 22 y la catástrofe final no se produjo.
 Sin el sentimiento de aprensión, que había gravado su ánimo durante la ida al trabajo, volvió con una clara sensación de alivio.Admitió para si mismo que era una persona sugestionable, propensa a supercherías pseudocientíficas y a variadas influencias religiosas, algunas de índole ridícula.
 Lucubrando en torno a estos temas, bajó del colectivo ya de noche-el brindis navideño en la oficina extendió la jornada-comenzando a recorrer las tres cuadras que lo separaban de su domicilio.
 Cuando se volvió bruscamente, al escuchar el ruido de la moto que se detenía a su lado, ya no podía escapar ni pedir auxilio.
 -La billetera y el celular o te quemo...
 Le dijo el que descendió del rodado-arma en mano-mientras el otro lo mantenía en marcha.
 La sorpresa inicial le duró menos de un segundo, de inmediato, se dispuso a entregarle lo que pedía. Consideró al tipo como peligroso, probablemente, saturado de droga debido al modo en que hablaba, disimulado su rostro por el casco con la visera baja.
 Ya sea por hallarse el delincuente bajo los efectos de sustancias estimulantes, por deseos de matar presentes en su idiosincrasia, que subalternizan el latrocinio o por pura imbecilidad operativa, el hecho es que disparó dos veces-impactándolo en la zona ventral-cuando efectuó un movimiento para extraer el dinero que fue caracterizado como equívoco.
 Después de tomar lo que buscaba, el motochorro ascendió al enduro en marcha, mientras el conductor del mismo arrancaba raudo y le reprochaba el haber accionado la pistola.
 El hombre sugestionado por el fin del treceavo baktún del calendario maya, que tuvo la lóbrega certeza de que el suceso implicaba la desaparición del mundo como tal, comprendió que su impresión era cierta-antes de que concluyera el día-pero solo para él, de modo personalizado.
 A medida que su entendimiento, parecía desplazarse hacia una dimensión inefable, mientras se acercaban algunos vecinos que escucharon los estampidos, fue consciente de que era testigo del final de los tiempos y de la desaparición del mundo que conoció.
 Cuando su mujer, a la que le avisaron con rapidez lo sucedido, se arrodilló a su lado llorando desconsoladamente, él ya estaba muerto, al iniciarse el decimocuarto período de la cuenta larga, 144.000 días.
 No habrían pasado más de quince minutos, cuando se hicieron presentes los vehículos policiales y la unidad llamada "morguera". Luego de un escaso lapso, llegaron funcionarios judiciales y los móviles de televisión con su dotación de noteros.


                                                                            FIN








lunes, 10 de diciembre de 2012

FRANCOTIRADOR NOCTURNO

 Lo seguía con la mira telescópica de su fusil, perfectamente centrado, a pesar de ser un blanco móvil  que se desplazaba adoptando precauciones, como ser, buscar circunstanciales coberturas que oculten su tránsito, avanzar en forma sinuosa, agazaparse. Si bien desaparecía de su visor de rayos infrarrojos-que le permitía ver en la noche-durante breves momentos, inmediatamente reaparecía, para ser otra vez enfocado por la óptica de su arma.
 El francotirador experto, fantasmal terror del ejército contrario, solo debía accionar la cola del disparador y contabilizar una nueva baja en su haber.
 No disparó. Bajó el arma.
 Sabía que ese anónimo soldado enemigo, desafiaba los riesgos que generaba su presencia conocida y no ubicada, para ir a buscar agua al arroyo que se hallaba a doscientos metros; seguramente, enloquecido por la sed.
 El francotirador, distendió sus labios en una leve sonrisa.
 Que se sacie de agua..., pensó, que sienta la módica pero vital satisfacción de calmar su sed. Lo merece, dadas las privaciones que soporta con sus camaradas, bajo la presión del ejercito sitiador.
 Se propuso matarlo cuando volviera..., quizás, se hallara imbuido de un inicio de esperanza, sintiendo el pregusto fantasioso de un futuro pródigo en ventura; es mucho lo que puede motivar el agua en el sediento extremo.
 El francotirador, bebió un largo trago de la cerveza fría que nunca le faltaba-era considerado un militar de elite-y se dispuso a esperar el regreso de la víctima a la que le dispensó el beneficio, la gracia de morir súbitamente-sus disparos siempre eran de letal precisión-quizás, en un estado próximo a la felicidad.
 Consideró que esta presunción siempre le hacía más fácil la tarea, mientras se colocaba en posición de tiro, presto a abrir fuego.

                                                                  FIN

sábado, 8 de diciembre de 2012

BOCAS CERRADAS

 El silencio entre ambos, resultaba como envolvente.
 Si bien los sonidos ambientales: ladridos, músicas atenuadas, escapes, un tren pasando sobre el puente..., hacían que el pequeño departamento no se asemejase a una celda monástica, faltaban las palabras pronunciadas; aunque no sean amables..., aún las proferidas con desdén, con menoscabo, con intensión hiriente u ofensiva.
 Pero ninguno de los dos, ensamblado firmemente el mutuo odio, hablaba.
 Carentes de interés en toda comunicación verbalizada, desconfiaban de cualquier término en boca del otro soslayando la propia habla por prevención. Ante un encono incrementado por varios años de absurda convivencia, callaban en común de un modo exasperante.
 Pero dada la hora, era necesario que el mutismo se franqueara.
 O hablo o la mato..., pensó él.
  Si no puedo expresar mi sentimiento en voz alta, lo quemo vivo..., consideró ella, observando la olla con agua que se hallaba sobre la hornalla, burbujeando su hervor.
 Fue él, quién trasladó la paráfrasis bíblica de primero fue el verbo, al ámbito doméstico.
 De improviso, le preguntó a su esposa...
 -Querida...¿Que vas a cocinar para la cena?...
 Ella le respondió rápidamente...
 -Un guisito..., mi amor.
 -Que no sea guarango..., no ahorres en ingredientes como haces siempre.
 Agregó él, abandonando la cocina para irse a lavar las manos al baño.
 Maldito seas..., le contestó mentalmente ella, la vista fija en el agua en ebullición.

                                                       FIN






jueves, 6 de diciembre de 2012

EL ARMISTICIO EN LA TRINCHERA

 Durante la última ofensiva alemana, la Kaiserschlacht, Francois pensó que su destino iba a ser el mismo que el de los millones de cosidos a bayonetazos, destruidos con gas mostaza, muertos por gangrena o disentería entre el lodo hediondo de las trincheras. Era la multitud de cadáveres de soldados, que iban jalonando el derrotero de esa guerra atroz, en la que la matanza era industrial y sistemática.
 Pero también sobrevivió a la Kaiserschlacht, sin más lesiones físicas que las escoriaciones producidas por esquirlas, que no se le llegaron a infectar.
 Cuando el armisticio fue comunicado a los combatientes de la primera línea de fuego, el júbilo resultó ensordecedor, aún en las trincheras de enfrente, las de los derrotados-los de las potencias centrales-que consideraban que al menos, su integridad física resultaría conservada.
 En las posiciones de los franceses, los abrazos y los vítores se confundían con las estrofas de La Marseillaise, entonada a capella.
 Las voces ya gastadas de muchachos de diez y ocho años, le hacían coro a las de veteranos tres décadas mayores, en la algarabía desatada ante la tensión que ahora parecía aflojarse.
 -¡Nos desmovilizaran!...
 Le dijo André, su dilecto camarada de armas.
 -¡Nuevamente civiles!...
 Profirió entre exclamaciones de alegría.
 -¡Nos salvamos!...¡Somos privilegiados!...¡Tocados por la suerte!..., prosiguió, ante la mirada como abúlica de Francois.
 -Francois, debes sufrir de fatiga de combate; fueron largos años expuestos a las miserias de la guerra, pero ya acabó. Ahora, borrar el horror de nuestras mentes y disfrutar de la paz.
 Le dijo su amigo, preocupado por la actitud del compañero con quién compartió padecimientos y privaciones, logrando el nivel de fraternidad viril, que engarza a los hombres sometidos a una permanente situación límite.
 Consideró que su afección podría ser fatiga de combate, ya que concluida la guerra, no daba lugar a que sea confundida con cobardía, como tantas veces ocurrió en otros casos durante la contienda.
 Francois lo dejó solo. Fue a mear a la inmunda letrina, mientras trataba de interpretar lo que podría significar la paz para él.
 ¿Como reemplazar la práctica letal del frente, con su simple y atroz postulado de matar y evitar ser matado, ya incorporado a mi psiquismo como el comportamiento natural?...
 Consideró que podría buscar otras guerras y ser un soldado profesional, pero no era ese su deseo ni la cuestión que lo atormentaba.
 Él vivía todos sus días, con la noción de que esta guerra lo iba a fagocitar como a los demás, más tarde o más temprano. Como ocurrió con Jacques, quien murió en sus brazos sosteniendose el paquete de intestinos que pugnaban por abandonar su vientre; o Raoul, el de Lyon, al que una bala de francotirador enemigo le voló la cabeza justo cuando se estaba afeitando; él estaba a su lado y la masa encefálica dio contra su rostro.
 Ellos y tantos otros, que eran sus amigos.
 Ahora la guerra llegó a su fin...¿Se suponía que debía estar feliz porque no se cumplió el final aciago que presumía?...
 No podía.
 Le parecía que su destino quedó trunco; como si lo llamaran los dueños de tantos miembros esparcidos, de tantas vísceras abandonadas en la tierra de nadie entre las trincheras, de tantos cuerpos mutilados, para decirle: no te felicitamos. Nos abandonaste.
 Todos tenían afectos, recuerdos, deseos..., que se confundían en los enterramientos comunes como si fueran una masa amorfa de jóvenes varones.
 Ciertamente, pensó, quedaba la gloria de los vencedores...., pero quizás fuera dificultoso engalanar una guerra como esa, de armas nunca vistas, de monumental nivel de exterminio.
 Dicen que por este horror extremo, luego de esta no habrá mas guerras, adosó a sus reflexiones, pero le resultaba difícil creerlo; por el contrario, suponía que vendrían otras de mayor intensidad.
 Ya conocía demasiado la naturaleza humana, como para creer en redenciones bélicas.
 Terminó de orinar y con displicencia, ingresó el cañón de una pistola Mauser de cargador externo-trofeo de guerra-en su boca, dispuesto a unirse a los millones que lo habían precedido en la monumental confrontación.
 Pero lo vio venir a André trayendo una botella de champagne en sus manos, conseguida vaya a saber como.
 Su amigo le extendió la bebida burbujeante. Guardó el arma en la pistolera y se echó un largo trago a la garganta.
 Sintió una sensación placentera..., como de implicancias sensuales, de referencia a una Francia que ya no significaba refregarse por el lodo e intentar sobrevivir dedicándose a matar.
 Se abrazó con André y ambos gritaron como con deseperación: ¡Vive la vie!...
 -¡Oh la lá!..., agregó Francois, antes de beber lo que quedaba del magno liquido en celebración del futuro, más allá de todo el dolor que pudiera definir su incierto contorno.

                                                                FIN





   



ASUNTOS DE MOIRAS(EN ROMA CONOCIDAS COMO PARCAS)

 Átropos, apretó su tijera con mayor fuerza que la habitual, pero solo consiguió deshilachar levemente el vellón.
 No podemos siquiera suponer su sentimiento, de existir el mismo, cuando Cloto esbozó una sonrisa, al percibir que su labor de trenzado resistía el designio. A veces ocurría.
 Láquesis, la que tira la suerte, también sonrió.
 Permeable a ese inusual júbilo, Átropos abandonó su tarea. No insistió.
 Ella también sonrió...
 En ese momento, Pedro César Rolfo, 67 años, argentino nativo, comerciante, casado en segundas nupcias con hijos de ambos matrimonios, era trasladado de la UTI a terapia intermedia, en la clínica de su obra social. Había sufrido un  infarto de miocardio.
 -Su padre se recuperará. Es un hombre de corazón fuerte, de buena fibra..., le dijo el médico al hijo mayor del paciente, en los pasillos del establecimiento sanatorial.
 El facultativo se refería a aspectos cardiológicos del enfermo, aunque el primogénito del mismo, no pudo evitar equiparar la frase a una metáfora equívoca:
 Siempre pensó a su padre como un pusilánime, que abandonó a su madre para irse con otra, cuando el era un niño que necesitaba su cercanía afectiva.Su prolongado alejamiento, le deparó lesiones emotivas que no creía que se hayan curado.

                                                                 FIN


viernes, 30 de noviembre de 2012

152

 Soñó con ese número: rutilaba en un letrero luminoso, confeccionado con tubos de neón.
 Por la mañana, su trabajo en la oficina le impidió jugarlo a la quiniela.
 Como motivado por una idea fija, se dirigió durante el horario del almuerzo a la agencia más cercana, habida cuenta de que había viajado en un colectivo linea 152, interno 152; además, de reparar de improviso en  una patente 152 y de que le tocó procesar un expediente que terminaba en 152.
 Si bien no era un apostador habitual, consideró al sueño y las circunstancias posteriores al mismo, como  premonitorias.
 Jugó fuerte, para sus parámetros, en la vespertina, la nocturna y Montevideo, convencido de que el número era un mandato del destino.
 Pero recorrió muy pocos metros al salir de la agencia de Lotería Nacional, cuando dos motochorros-uno de ellos al comando de una Yamaha de alta cilindrada-lo interceptaron, bajándose el que iba de acompañante, con el propósito de quitarle billetera y celular mientras lo encañonaba con un arma de respetable calibre.
 Un policía de civil-que cumplía tareas de seguridad  en la inmobiliaria de enfrente-impidió el despojo: se identificó e intentó detener a los delincuentes.
 Se generó un tiroteo cuyo resultado fue un asaltante muerto-el acompañante-y otro capturado por la dotación de un patrullero, algunas cuadras más adelante. El efectivo policial resultó ileso, no así, el apostador del 152, que aunque no se resistió al atraco, recibió un impacto-del arma del ladrón muerto-que lo dejó con secuelas que comprometieron seriamente su motricidad.


 Durante el juicio oral sustanciado años después de producido el hecho, contra el conductor de la moto que se hallaba detenido, el apostador del 152-en silla de ruedas-recordó que aquel día acertó con ese número dos cabezas de tres cifras, ganando una interesante suma en relación al monto invertido.
 Con una amarga sonrisa en sus labios, escuchó el número de DNI del ladrón abatido, 17.152.315, así como el del que se fugó y fue capturado, 18.324.152.
 Abrumado por sus circunstancias, estimó que las alertas del destino distan de ser literales, aunque la tendencia humana a la expectativa esperanzada generalmente las interpreta en tono venturoso.
 De todos modos...¿Que se podría hacer?...¿No salir a la calle?...
 El apostador del 152 se encogió de hombros, uno de los pocos movimientos que podía realizar con su cuerpo; pensó que si uno no se movía de su casa, quizás perecía calcinado en un  accidente doméstico.
 Le dijo a su mujer que no se sentía bien, que quería abandonar la sala del tribunal. Ella le hizo caso y empujo la silla de ruedas, mientras el apostador del 152, recordaba que aquel día fue la única vez que ganó a la quiniela. Sintió un fuerte deseo de matarse, pero le pareció improbable que lo llegara a hacer, dado que no podía mover ni sus brazos ni sus piernas.

                                                                    FIN

martes, 27 de noviembre de 2012

EL PASAJERO PERPLEJO

 Era usual que se durmiera en un colectivo, dado que en general, trataba de viajar sentado.
 A los pocos minutos, comenzaba a sentir cierta somnolencia, que se iba acrecentando hasta provocarle un sueño profundo y reparador, incluso, soñaba imagenes inocuas, no perturbadoras..., pero esta vez no fue así.
 Como sus recorridos eran extensos-su tarea de vendedor en el Gran Buenos Aires lo determinaba-el tiempo de sueño se prolongaba gratamente hasta el momento de descender, que por una curiosa especie de programación mental, siempre resultaba el adecuado: nunca se pasaba de la parada debida.
 Esta ocasión resultaba diferente.
 Al despertar, no solo no reconocía el paisaje circundante, sino que era el único pasajero de un vehículo que se desplazaba raudo por calles vacías.
 El chofer, escuchaba una radio que transmitía en un idioma inentendible, que le parecía muy extraño.
 Se incorporó terciandose el portafolios, mientras detectaba que había oscurecido abruptamente.
 La mañana parecía haberse convertido en la hora crepuscular.
 Se adelantó hasta el sitio del conductor y le preguntó donde se hallaban, aturdido por el vocinglerío ininteligible proveniente de la radio.
 El interpelado, no le respondió y aceleró bruscamente, haciéndole perder la estabilidad.
 La velocidad que llevaba el colectivo, era desproporcionada para un medio público de transporte; si no colisionaba, era por la ausencia de personas y rodados en las calles por las que transitaba.
 Conmigo no se jode..., pensó, aferrando al hombre que iba al volante por el cuello.
 -¡Frená, hijo de puta, sino te parto el cogote!..., le gritó con desesperación.
 El individuo le hizo caso, estacionando en una esquina vacía.
 El rostro del chofer le pareció tan indeterminado, que era como si todas las fisonomías humanas se hubieran fundido en una sola. Todas las edades y latitudes parecían haber aportado, para configurar la faz de quién lo miraba con una expresión enigmática, más allá del odio, la discordia o la simpatía.
 Le dijo:
 -Debemos seguir viaje..., en un español desfigurado por inflexiones y  modismos imprecisos.
 -¿Hacia donde?...
 Le preguntó el pasajero, en tono ansioso.
 -Hacia ninguna parte y hacia todas.
 No esperó respuesta. De inmediato, puso en movimiento al vehículo, que nuevamente tomó inusitada velocidad.
 El pasajero, perplejo, recreó una imagen mental como esfumada en su definición, en la cual el colectivo en el que viajaba profundamente dormido, pareció estallar en un choque terrible, aunque no recordaba si llegó a despertar.
 Desconcertado, se sentó cerca del conductor, mientras el rodado atravesaba velozmente esa ciudad desierta.
 Pasados unos minutos, decidió tratar de relajarse y esperar los próximos acontecimientos, mientras pudo leer fugazmente un cartel que parecía identificar una localidad:
                                                            VILLA ZAMUDIO
 Ese nombre, pareció activar algo en su psiquis que le generó un incipiente estado de comprensión, aunque le era por entero desconocido.
 Ahora, el exterior parecía inmerso en una noche cerrada, que iba cubriendo esa metrópolis iluminada pero desierta, con una capa de oscuridad envolvente que parecía querer disolver la luz artificial.
 Pensó que hacer:
 ¿Recordar a sus seres queridos?...
 ¿Sentir nostalgia por su vida anterior?...
  Se encogió de hombros: sabía que su sueño se había fundido en la eternidad.
  Sereno, sintió una incipiente curiosidad por saber como proseguiría todo, teniendo en cuenta que el tiempo ya carecía de sentido y el porvenir era ilimitado

                                                                  FIN









LA DANZA DE LA FORTUNA CON LA MÁS FEA

Ya no le quedaba nada.
 Perdió todo.
 Una mala suerte pertinaz, como persecutoria, pareció emponzoñar toda chance de revertir la situación, cualquier mínimo atisbo de azar favorable.
 Desde ya, no era la primera vez que este era el resultado de una jornada de juego.
 Era consciente de que no ganaba desde hacía meses, como si un control oculto del movimiento de los dados, hubiera dictaminado perjudicarlo permanentemente.
 Demostrarle el despropósito de seguir asistiendo a las malditas sesiones; pero él persistía en el error, como escribía San Agustín en sus Confesiones.
 Justamente, era este despliegue de impiedad lúdica para con su persona, lo que lo impelía a empeñarse en el intento de fracturar, de abrir una brecha, en ese infortunio sin tregua que no cesaba de azotarlo.
 Todo en vano. Un círculo vicioso de perder y volver para nuevamente perder, que ya lo había destruido moral, física y pecuniariamente, arrastrando a su familia en las consecuencias de su desventura.
 Gómez, quizás debido a un lejano pasado de seminarista que abandonó la vocación-así como otras sacras certidumbres- no se consideraba un ludópata sino un vicioso; un infame vicioso que se odiaba a si mismo, por sucumbir a la tentación maldita.
 Debido al ánimo que lo imbuía en esa noche infausta, Gómez decidió matarse.
 Estimó que debido a que había perdido todo y solo le quedaba su vida, debía perderla también para que el círculo vicioso resultara, si se quiere, perfecto. La única perfección a la que podía aspirar.
 Que el azar que lo condenaba a ese destino aciago, si emanaba de una entidad superior, cumpliera la sentencia y se llevara el botín deplorable que era su vida.
 En voz alta, sintetizó el estado de la misma, emitiendo lo que debían ser sus últimas palabras:
 -Mi carne agobiada y mi alma repodrida.
 Las escuchó como un estruendo de alcances íntimos, antes de arrojarse desde el puente a las vías del ferrocarril.

 Lamentablemente para Gómez, su final no fue tal.
 Como si una fuerza misteriosa hubiera querido impedir el acto fatal, quedó enganchado de un tirante de hierro de donde lo rescataron los bomberos, con serias lesiones en la médula.


 Cuadripléjico por las secuelas del hecho, mantenido con vida en una institución estatal donde no recibe visitas, Gomez transcurre sus días y sus noches-cuando no está sedado-repitiendo lo que creyó eran sus últimas palabras, cual letanía dirigida a un creador aborrecible.
 A veces, piensa que lo ocurrido, fue porque apostó su vida contra el azar en contra, como siempre, sin estimar que podría perder nuevamente.

                                                                   FIN



  

AFTER SHAVE

 Adrián, detectó la desaparición en el acto:
 Terminó de afeitarse y su máquina descartable, no estaba a la vista, aunque hacía un segundo que la había tenido en su mano.
 No la posó sobre el lavabo; tampoco sobre el estante que se hallaba bajo el espejo.
 Le constaba que la aferraba con su diestra, cuando cesó la sensación táctil de sostener un objeto.
 Desconcertado, la buscó por todo el baño, aún en sitios donde le parecía imposible encontrarla.
 Le resultaba difícil creer lo ocurrido; no le hallaba una explicación lógica y eso parecía otorgarle al suceso, cierta índole, como malsana.
 Cuando la vio.
 La máquina descartable, estaba en el estuche donde solía guardarla luego de ser utilizada.
 Decidió subestimar el hecho, suponiendo-sin ninguna convicción-que la guardó luego de usarla.
 Consideró lo pasado como intrascendente, a pesar de que le generaba una viva inquietud, asumiendo que todo era producto de un olvido circunstancial.
 Empapó sus manos con loción after shave y se las pasó por las mejillas.
 Casi aterrorizado, percibió la aspereza de su barba dura de dos días, no rasurada.
 Absorto, se sentó sobre la tapa del inodoro, reconociendo con horror que le faltaban unos minutos a su vida, como si se hubieran fundido con la nada o fueran motivo de sustracción.
 Podría ocurrir nuevamente..., pensó.
 Le pareció desesperante, suponer que la próxima vez podrían ser horas, días, años o lo que le quedaba de vida...

                                                             FIN
   

martes, 20 de noviembre de 2012

EL FILO DE LOS CREYENTES

 Tiempos de esplendor para el Islam...
 Bagdad refulge como una joya luminosa:
 Esparce la luz del califato sobre el orbe, abre brechas en la oscuridad de la ignorancia, difunde la verdadera fe del dios único, señalando un camino que comienza con la shahada.
 Ahmed, su atuendo de guerra pegoteado por la sangre propia y enemiga, aplica mayor presión con la hoja de su cimitarra sobre el cuello del idólatra hecho prisionero, finalizada la batalla triunfal para Harún al Rashid, el califa al que sirve en su campaña contra Bizancio.
 El soldado capturado-sus manos atadas a la espalda-sabe que puede preservar su vida emitiendo la sacra frase salvadora, que remite a Allah el Misericordioso.
 Su muerte sumaria por degüello, mutaría en esclavitud e inevitable conversión a eunuco, mediante la ablación de su miembro viril.
 Balbucea..., no puede pronunciarla, aterradoramente absorto, ante estas opciones tan extremas de la misericordia divina.
 Ahmed, procede a cercenar la garganta del vencido, con un sabio desplazamiento del filo del arma, sin duda, aprendido en la práctica repetitiva del tratamiento dispensado a algunos cautivos.
 El caído, inmerso en el charco generado por su propia sangre, le recuerda a Ahmed la ceguera de los adoradores de imágenes, sus vacilaciones, en cuanto a elegir la gloria de unirse a la comunidad de  creyentes.

                                                                           FIN    

lunes, 19 de noviembre de 2012

EL PAVOR DEL GUERRERO

 Combatir en estado de embriaguez, es el modo más indicado para desarrollar tal menester.
 Regla de oro.
 Por otra parte:
 Inmemorial.
 Desde que el mundo es mundo...
 O sea:
 Desde que la guerra es guerra..., dado que en buena medida, la historia del mundo es la historia de la guerra, por más repulsivo que nos pueda parecer.
 Lo anteriormente mencionado, es la fórmula idónea para el desempeño del beligerante.
 ¿Como lograr la embriaguez?...
 Si no se dispone de dosis moderadas de alcohol o/y drogas-digo moderadas, porque sino se incurriría en una disminución grosera de las facultades cognitivas, lo que produciría la derrota de la propia fuerza-se debe acceder mediante el fragor del combate.
 Pero...¿Como lograr el ánimo entusiasta antes del inicio de las acciones?...
 Bien..., supongamos que no hay banda que haga retumbar toques marciales, que no hay arengas(casi siempre vacuas)del generalato, que no hay de que mierda agarrarse para dominar la sensación de vómito provocada por el pánico previo a la batalla..., en ese caso, la embriaguez bélica se consigue por el puro comportamiento.
 O sea:
 Acondicionar mentalmente el deseo de matar.
 Así es:
 El deseo de matar al enemigo y a su vez, el de no morir o quedar baldado en la lucha.
 No les digo que sea fácil..., pero, creánme que es lo más conveniente y se justifica el esfuerzo.
 Posteriormente a esta alocución, el Jefe de Tropa de boy scouts, Francisco Linares, dio la orden de iniciar la marcha para limpiar la plaza principal del pequeño pueblo, iniciando la acción solidaria del día.
 Los niños de diez y once años-sus oyentes-pensaron que más que ir a limpiar la plaza, iban rumbo a una secreta carnicería, sin poder avisarles a sus padres lo que estaba por acontecer.
 Agustín Ordiales, activo integrante del contingente infantil, decidió que de algún modo debía escapar de ese escenario, aunque el Jefe de Tropa no haya mencionado el recurso de la fuga, posibilidad que percibía como embriagante.

                                                                       FIN


jueves, 15 de noviembre de 2012

ANTES DE LA CENA

 Los indicios alarmantes se multiplicaban..., a medida que esto ocurría, se incrementaba la preocupación de Beatríz por la salud mental de su marido.
 Alfredo seguía con su trabajo en la tornería-a pesar de haber superado la edad jubilatoria-con su pasión por Vélez Sarsfield, con su trato cordial con los vecinos; con su dedicación los fines de semana a mejorar la casa, realizando labores de albañilería, plomería, pintura y arreglos varios, así como el cuidado de la pequeña huerta que tenían en el fondo. Estas actividades siempre le resultaron gratas y utilitarias.
 Como el único hijo del matrimonio-desde hacía un par de años graduado en sistemas-residía en el exterior, la mujer no quería preocuparlo confiándole su padecimiento, así como no lo hablaba con otras personas, ya sean amigas o familiares.
 Se guardaba para si misma la inquietud, motivada por razones de oscuro pudor vinculadas a preservar lo que consideraba, la integridad psíquica de Alfredo, la personalidad que conocía, comprendía y amaba desde que se pusieron de novios, en un lejano pasado rememorado con cariño.
 Pero la angustia la desbordaba al verificar-sin considerarse particularmente culta e informada-que el hombre sufría un delirio de persecución manifiesto, traducido en los comentarios que le refería y en las noches que transcurría sin dormir, por temor a una agresión.
 Dado el cariz que iban adquiriendo los acontecimientos, tenía pensado efectuar una consulta psiquiátrica sin que él se entere, a los fines de que le indiquen como lograr que Alfredo se someta a un tratamiento.
 Pero antes de la fecha fijada para concurrir al consultorio del facultativo-incluido en la cartilla de su obra social-Beatríz fue testigo esa noche, ya dispuestos a cenar, de la pelea de su marido contra el aire, contra alguien o algo invisible.
 Cuando Alfredo aferró un cuchillo Tramontina que se hallaba sobre la mesa, acuchillando a un contendiente que solo él veía, Beatríz comenzó a llorar.
 Agotado por el combate pero aparentemente victorioso, su esposo se sentó en una silla y se dirigió a ella.
 -Llamá al 911. No lo quise hacer, él me llevó a esto.
 Maté a un hombre joven, armado, que violó mi domicilio. Sabrán comprender.
 Beatríz buscó el teléfono inalámbrico y habló desde el dormitorio, en voz baja, para que su esposo no escuchara.
 Le dijo a la operadora que su marido tenía un ataque de locura violenta; que ella, al verlo con un cuchillo en la mano, temía por su vida.
 Le solicito, entre sollozos, que el auxilio llegue lo más rápidamente posible, que el hombre no estaba en sus cabales y no le era posible calmarlo.
 Con lágrimas en los ojos, se acercó a él para decirle que ya llamó, que todo iba a salir bien, como siempre, que la justicia estaría de su parte.
 Alfredo se agarraba la cabeza, parecía gimotear, superado por lo ocurrido.
 -De todos modos, me convertí en un homicida..., afirmaba con insistencia.
 Beatríz trató de serenarlo con caricias, con manifestaciones de ternura..., hasta quedar como petrificada, ante la visión del cuchillo tirado sobre el piso cerámico.
 Se hallaba en medio de un charco de sangre.
 Observó que su marido, no presentaba ninguna herida autoinfligida.

                                                                       FIN




viernes, 9 de noviembre de 2012

EN LA NOCHE AFGANA

 Hamid despertó horrorizado.
 Se trataba de un sueño perturbador:
 Soñó con el Profeta..., lo cual no era reprochable sino benemérito, dado que indicaba que ni aún durante el reposo nocturno se desvinculaba de la fe.
 Pero...
 En su sueño, el Profeta tenía rostro...
 Una cara humana..., lo que establecía una abominación.
 En su sueño, el Profeta se hallaba representado.
 Con angustia, antes de efectuar el rezo matinal prescrito-que ya anunciaba el almuecín por los altoparlantes de la mezquita-pensó que si bien él no era responsable de producir un sueño...¿Lo era por recordarlo como con avidez, como si necesitara de esa imagen, como si la tuviera adherida a su mente?...
 No se puede ofender a la divinidad con un pensamiento, consideró, porque la inasible sustancia del mismo puede escaparse al control del creyente, por mayor que sea el esfuerzo que realiza para no permitirlo.
 Si bien esta reflexión pareció aquietar su espíritu, en un corto lapso lo invadió la duda sobre si era similar, aplicarla a un pensamiento furtivo o al recuerdo persistente de un sueño transgresor, blasfemo.
 Confiarle su preocupación al mullah, fue lo primero que se le ocurrió al respecto; pero en una segunda evaluación tuvo temor de que el tema tuviera una interpretación equívoca, de que adquiriera alcances insospechados por una deformación del relato.
 Ese sueño blasfemo..., dijo en voz alta en pashtun en la soledad de su cuarto-lindante con el de las mujeres-cuyos ventanales se abrían al albor de un nuevo día en Kandahar.
 Tan blasfemo que le impidió rezar..., aunque se lo propuso denodadamente, con la misma desesperación que proyectaba en disolver la imagen mental que era su tormento, en ambos casos, sin éxito, padeciendo la atroz sensación de que el sueño podría convertirse en recurrente.

                                                                       FIN
   


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sábado, 3 de noviembre de 2012

UN TROPEZÓN ES CAÍDA

 Todo salió mal y lo perseguían.
 Eran tipos jóvenes y fornidos, que podían seguir su ritmo de carrera.
 Por supuesto, ya se había desprendido en pleno escape, de la cartera de la dama, quedándose solo con celular y billetera; esta última, también fue descartada en la huida luego de extraer su contenido.
 Pensó que su error consistió en no tener una mirada más abarcativa.
 No consideró que la gente que rodeaba a su víctima, podía ser solidaria con la misma e iniciar su persecución.
 Como lo suyo no era andar armado, carecía de capacidad intimidante.
 Su único recurso para evitar que lo atraparan, dependía de la velocidad que le imprimía a sus piernas, que parecían pistones humanos generadores de largas zancadas.
 Pero a pesar de su calidad de velocista, reconocida en la casa tomada de Constitución, donde convivía con muchos connacionales dedicados a su menester, tuvo la percepción de que quienes lo corrían se le acercaban peligrosamente.
 Lo comprobó al darse vuelta y observar que más personas se sumaban al grupo de captura, a los gritos de ¡Chorro! y ¡Agarren al rocho!...
 El terraplén..., esa era la única posibilidad que le quedaba para evitar el éxito de sus acosadores.
 Si se deslizaba por el terraplén no creía que lo fueran a seguir.
 Nuevamente miró hacia atrás, sintiendo como una ráfaga de angustia.
 Eran muchos..., por otra parte, le pareció que sus miradas-demaciado cercanas-proyectaban un inquietante sentimiento de odio.
 Si bien era consciente de que todo salió mal, al enganchar su zapatilla Nike trucha en el reborde de una baldosa e irse de bruces contra el suelo, supo que lo que comenzó mal siempre podría llegar a ser peor.
 No tuvo oportunidad de ensayar un perdón, una súplica u otra clase de bardo.
 Las patadas eran violentas y a repetición, quizás excesivas, para punir el delito de hurto agravado que cometió.
 Venían de todos lados y no las podía parar.
 Sus dientes volaron como piedritas blancas, mientras le parecía sentir que sus costillas que se iban quebrando, emitían como un crujido siniestro.
 Lo peor era la cabeza: tenía sus manos inutilizadas para cubrirla.
 Interpretó con pavor, que el castigo que se hallaba recibiendo, era también en representación de los delincuentes mayores no hallados, protagonistas mas conspicuos que él de la inseguridad vigente, que a su vez, él integraba en su escalafón menor.
 Sabía que solo la fuerza pública, incapaz de detener el delito en todas sus variantes, podría al menos impedir su linchamiento.
 Pero así como no apareció para frustrar su latrocinio, tampoco se hizo presente cuando lo estaban matando.
 Al final, el dolor desaparecía y una música andina, puede que un huayno ancashino de su Chimbote natal, impregnaba su percepción mientras lamentaba morir atrozmente, lejos de su tierra, por un tropezón que fue caída y que parecía querer fundirlo entre una mezcla de sangre, moco, caca y orina, en ese suelo extraño.

                                                                            FIN



  
    
  

jueves, 1 de noviembre de 2012

EL MINUTO PREVIO A SU MUERTE

 Arturo Machmer supo lo que le estaba por ocurrir.
 No se consideró por ello un privilegiado con el don de la precognición, interpretó que viendo a ese tipo que lo apuntaba con un arma sostenida con mano temblorosa-podría ser un adicto que necesitaba urgente su dosis de paco-no era muy difícil anticipar el final que le esperaba.
 Ya le había entregado la billetera y el celular, pero el sujeto joven y desaliñado, seguía encañonándolo mientras balbuceaba un fraseo inconexo.
 Pensó en distraerlo con un movimiento ambiguo, para aprovechándose de su confusión arrojarse encima suyo y desarmarlo, pero supo que eso-justamente-significaría su muerte ya percibida.
 No entendía las palabras del energúmeno, que hablaba de modo gutural un léxico que le resultaba incomprensible; incluso, suponía que también lo era para el propio delincuente.
 Escuchó como el cómplice, quién lo esperaba al comando de una motocicleta con el motor en marcha, le indicaba  apremiantemente que ascendiera al rodado.
 El que lo amenazaba, parecía no darse por aludido y proseguía vociferando incoherencias.
 Quizás considerando el error de salir a delinquir acompañado por semejante idiota, el conductor de la moto partió raudo, mediante una fuerte acelerada.
 El otro quedó solo como un imbécil en un erial.
 Arturo Machmer detectó el momento exacto, en el que el delincuente ya solitario, dejó de farfullar y observó el sitio vacío donde estuvo su secuaz.
 En una fracción infinitesimal de tiempo, evaluó que podía desviar lo que había considerado como su destino inevitable.
 Él nunca en su vida había acertado con lo que iba a suceder, supuso que esta vez sería más de lo mismo..., pero a su favor.
 Se lanzó sobre el asaltante para intentar quitarle el arma.
 Durante el forcejeo que se produjo, recibió varios disparos que concurrieron a provocar su deceso, tal como lo había previsto un minuto antes.
 Al sentir el primer impacto, remembró que esta vez pudo anticipar el curso de los acontecimientos..., lamentablemente, con un minuto de antelación y con la plena seguridad de que no volvería a repetirse.
 Cuando el dolor físico y la final pérdida del conocimiento, comenzaron a fusionarse, reparó en que su asesino se descerrajó un tiro en la boca.
 Arturo Machmer murió pensando en los misterios del destino y su connubio con el absurdo...¿O destino y vida eran asimilables?...

                                                             FIN
     

  
  

lunes, 29 de octubre de 2012

MATRACA POR LOS DIFUNTOS

 -No queda nadie vivo acompañando a los difuntos...
 Ni falta que hace que toqués la matraca.
 Le dijo el que llevaba las riendas a su acompañante, mientras el carro avanzaba con un traqueteo lúgubre sobre el empedrado de la ciudad de los muertos: la Buenos Aires de 1871.
 La peste diezmaba a la población. Todos los que podían se iban, no pocas veces, abandonando a sus moribundos queridos.
 El morbo fatal, no distinguía categorías sociales ni morales, mientras se difundía con una vehemencia superior a la de epidemias anteriores.
 El manco Manuel, veterano de Yataytí Corá, donde le amputaron el brazo izquierdo en una sumarísima cirugía militar efectuada en el frente, hacía sonar una gran matraca en el carro de los muertos; era para que los cadáveres de los apestados sean sacados de sus casas por sus deudos, en el caso de que los hubiera, a los fines de ser transportados rumbo al sitio de enterramiento, establecido para las víctimas de la epidemia.
Ya nada le importaba mayormente en este mundo, al manco, por eso asumía una tarea con alto riesgo de contagio.
 Su compañero de pescante, Ambrosio, perdidas mujer e hija por la peste, cumplía con su función por un sentimiento de orfandad y si se quiere, de desafío al destino o a al padre celestial, que truncó su humilde felicidad cuando recién despuntaba.
 Había amado a su esposa y a su hijita de meses; junto a ellas, se había redimido de años de perdulario, de orillero del Maldonado.
 Ambos trabajadores, iniciaban la labor encomendada por la Comisión Popular antes de la hora del crepúsculo, prosiguiéndola durante la noche y debiendo percibir por la misma un estipendio, que se hallaba atrasado, dada la parálisis existente en la administración pública.
 En múltiples ocasiones, ingresaban a domicilios donde no se hallaban persona vivas: solo cadáveres, que les avisaban de su presencia mediante la fetidez que emanaban.
 Cabe agregar que en estos casos, así como en otros, no solo trasladaban los restos humanos al carro, sino también todo lo que pudiera tener algún valor. En este sentido, llegaron incluso a destruir candados, colocados por la autoridad policial en casas abandonadas por sus dueños, para prevenir saqueos y ocupaciones indebidas.
 Este latrocinio compartido, así como el secreto que implicaba, era la única concordancia entre ambos hombres, que se profesaban mutuamente una sorda aversión.
 En lo concerniente al reparto del botín, las sospechas y suspicacias de ambos, acrecentaban la carencia de empatía compartida.

 Cuando retiraron el cuerpo exánime, de quién en vida fue un rico comerciante muerto en la soledad del apestado, Ambrosio vio como Manuel, se guardaba furtivamente un anillo del difunto.
 Con su cargamento fúnebre rumbo al nuevo cementerio, en la Chacarita de los Colegiales, el carro circulaba por una zona baldía. A lo lejos, los dos hombres observaron el paso de la Porteña, que cumplía el mismo servicio que ellos con su chata.
 Luego que el espectáculo del tren con su velocidad, al margen del propósito de esos viajes, se perdió en las penumbras de la noche, Ambrosio le recriminó al manco su proceder, reclamándole la guarda de la alhaja que le había parecido de alto valor.
 El aludido, negó el hecho haciendo gala de desparpajo, dando por finalizada la cuestión.
 Ambrosio, el ex-vago y mal entretenido, asintió, como si acatara la respuesta.
 El viaje prosiguió sin incidencias, hasta que Ambrosio detuvo el vehículo con el pretexto de revisar la disposición de la carga. Manuel, adormecido por el monótono desplazamiento de la chata, continuó en su actitud soñolienta.
 Ambrosio aprovechó esta postura del manco, para estrangularlo desde atrás del pescante mediante la soga que dispuso para tal fin; para ello, usufructuó su mayor fuerza física y la carencia de un brazo en la anatomía de su víctima, lo que disminuía su posibilidad de defensa ante el sorpresivo ataque.
 Muerto Manuel, quién fue su compañero de trabajo revisó sus ropas hasta dar con el anillo de oro, que llevaba engarzada una piedra negra.
 La valoró como la presa más importante de sus jornadas de pillaje: venderla podría significar abandonar la ciudad maldita y establecerse en otra, quizás en el Rosario, donde podría atenuar su pena por la pérdida de sus seres queridos.
  Una segunda oportunidad que le brindaba la vida.

 Dos operarios, sus rostros cubiertos por sucios pañuelos-al igual que Ambrosio-con el objeto de no respirar las miasmas pestíferas, ayudaron al carrero a descargar los cuerpos yertos.
 -Che...¿También le tocó al manco de la matraca?...
 Le dijo el negro Paz, al reconocer al ex-soldado de la Triple Alianza, mezclado con los muertos por la epidemia.
 -También.
 Le contestó Ambrosio.
 -Te quedaste sin ladero..., le dijo, resoplando por el esfuerzo, el pardo Panchito, contrahecho congénito criado como expósito
 -Le pediré otro a la Comisión..., si es que queda alguno..., respondió el de las orillas del Maldonado, en otro tiempo, frecuentador de reñideros de gallos y partícipe en pendencias prostibularias.
  -Dicen que el presidente Sarmiento se las tomó al pueblo de Belgrano..., dijo el negro Paz, apilando el cadáver del manco junto a los otros, por supuesto, sin reparar en el color cianótico que azulaba el rostro del que hacía sonar la matraca.
 Yo también me voy a ir de esta ciudad condenada..., pensó Ambrosio.
 Concluida la faena, al retornar con el carro en el que había decidido sería su último viaje-renunciaría al puesto-reflexionó en cuanto a que el manco, terminó sus días donde era muy probable que los terminara, aunque fue él quién apresuró ese tránsito.
 Acarició el anillo con la diestra, mientras consideraba como venderlo y acceder a una nueva vida; quizás, también, a un nuevo amor que lo haga feliz y le de muchos hijos.
 Cuando el carro descargado, rodando por la calle Cuyo se acercaba a Artes, comenzó a sufrir fuertes espasmos y vómitos.
 Sintió que ardía de fiebre.
 Quedó tendido sobre el pescante cagandose encima, percibiendo que sus intestinos expulsaban la mierda de un modo brutal, como en chorros agónicos.
 Sabía de sobra lo que le estaba ocurriendo...
 Rezó a Tata Dios, entrecortadamente, pidiéndole reunirse con las que tanto amó. Pidió perdón a la divinidad por haber matado, pero siempre teniendo en cuenta que el manco lo quiso pasar...
 También llegó a pensar que alguno que ocupara su lugar, vería facilitadas las cosas: él ya estaba adentro del carro..., respecto al anillo, lo encontraría servido.
 Si bien su deseo era arrojarlo al zanjón lleno de agua que bordeaba la calzada, ya no tenía fuerzas para extraerlo del bolsillo.

                                                                     FIN



 













 

 

sábado, 20 de octubre de 2012

SU REFLEJO EN EL ESPEJO

Cuando vio que su amigo entraba al bar, alzó la mano para indicarle donde se hallaba sentado.
 Pero no se trataba de él.
 Aunque extremadamente parecido, incluso vistiendo un saco que le conocía, no era la persona a la que se encontraba esperando; más bien, parecía una versión envejecida de la misma, con la boca tensada en un rictus de amargura y desdén, amplificado por la fea cicatriz que parecía ensañarse con su pómulo izquierdo y buena parte de la frente.
 Decididamente, no era su amigo, aunque parecía serlo.
 El individuo del rostro afectado, observó brevemente a la concurrencia con una mirada estrábica-quizás su ojo izquierdo carecía de visión-y se retiró de inmediato.
 Si bien la aparición de quién creyó era su amigo, le generó cierta sensación de extrañeza, prosiguió con la lectura del matutino con el que matizaba la espera, hasta que al observar la hora, detectó que Raúl se hallaba veinticinco minutos demorado, algo inusual en un fundamentalista de la puntualidad.
 Lo llamó a su celular.
 Una voz femenina con tono alterado, como histérico, lo atendió. La mujer le dijo casi a los gritos, que el poseedor de ese teléfono había sido víctima de un serio accidente-a unas cuadras de distancia del bar donde era esperado-habiendo sufrido importantes lesiones en la cara; agregó que ya lo estaban introduciendo en una ambulancia, para trasladarlo al hospital.
 Dejó el importe del café sobre la mesa, mientras se disponía a ir primero al lugar del hecho y luego al establecimiento al que lo llevaron, cuando el gran espejo del salón, reflejó ante su fugaz mirada una imagen que lo conmovió.
 Su rostro, se veía con arrugas que desconocía, quizás por venir, así como su cabello estaba significativamente más raleado; por otra parte, no aparecía con barba sino con un bigote encanecido. Con desesperación, tocó sus mejillas: la barba que usaba, estaba presente.
 ¿El reflejo del espejo era él, dentro de cinco, seis o más años?...
 Se sintió conmocionado..., pero al volver a mirar, su imagen era la actual.
 Salió del bar con la convicción de que su amigo sobreviviría al accidente, pero con graves secuelas físicas y mentales, seguramente irreversibles.
 Su preocupación por Raúl se vio súbitamente interferida, por un pensamiento inoportuno, que si bien le pareció poco adecuado al momento, no por ello rebajó su significación...
 ¿No habría algún modo de evitar, quedarse pelado en los próximos años?...

                                                                   FIN
  

martes, 16 de octubre de 2012

BANDO REAL

 No se veía persona alguna, en la plaza del pueblo.
 El del tambor, seguía haciendo redoblar su instrumento, solicitando atención en la soledad del lugar.
 El guardia, que acompañaba al tamborilero y al lector del bando, implicaba con su presencia armada la fuerza, que debía resguardar las disposiciones reales.
 Los tres, parecían hallarse absortos ante la inexistencia de público, en el sitio central de la pequeña aldea.
 -Mi misión es anunciar..., dijo el pregonero, desenrollando el bando real, cuyo texto le era desconocido hasta ese momento.
 Sus acompañantes, asintieron con una leve inclinación de cabeza.
 Con voz severa debido al tenor del escrito, pero a la vez diáfana, como para ser entendido hasta por los más desapercibidos, el lector hizo público el bando, que solo iban a escuchar ellos mismos.
 Se trataba de un llamado real a la leva, obligatoria para todos los varones de entre diez y seis y cincuenta años, de esa aldea y las vecinas
 Serían reclutados para la guerra que llevaba a cabo el reino, en manifiesta inferioridad de condiciones.
 El lector del pregón enunció con tono solemne, las penalidades que le cabrían a los evasores de la real orden.
 Finalizada la lectura, en el ámbito donde eran los únicos humanos, miró al del tambor para que cerrara la misma con el redoble de práctica.
 Pero el hombre ya se había descolgado la herramienta de su menester, para hallarse rápidamente sobre el caballo en el que había arribado
 -Yo soy de la aldea vecina..., le dijo a sus compañeros y se fugó al galope rumbo al monte, donde aparentemente se habrían ocultado los lugareños; por alguna filtración, conocedores con anterioridad del contenido del bando.
 El militar que completaba el trío, disparó con su pistola de pedernal contra el flamante fugitivo, que dadas las dificultades para obtener un tiro de precisión con ese tipo de armas, ya no constituía un blanco viable.
 Manifestando frustración por su yerro, el uniformado le dijo al lector:
 -Los civiles alpargatudos no sirven para esta tarea; no tienen el hábito del coraje y siempre piensan en huir...
 El lector del bando, que también era civil y de un pueblo vecino, hizo un gesto afirmativo, observando con creciente inquietud como el soldado recargaba su arma y no se despegaba de su lado, como para acortar distancia. Lo peor, era su peligrosa mirada de desprecio.

                                                                   FIN




lunes, 15 de octubre de 2012

PRECOLOMBINOS

 La naturaleza de ese pueblo de belicosos canoeros, al igual que la de algunas bestias, era decididamente depredatoria.
 Lo sabían muy bien sus ancestrales víctimas, los tainos, que luego de capturados y sacrificados, determinaban el festín antropofágico de los vencedores, quienes tambien se habían quedado con sus mujeres.
 De estos varones derrotados, la parte preferencial de su cuerpo la constituían los testículos, donde radicaba la fuerza viril que mediante una transmigración de índole chamánica, potenciaría el ímpetu destructor del guerrero triunfante, así como su capacidad procreativa.
 En el criterio que regía los ciclos vitales de quienes fueron denominados caribes, el mandato atávico del macho era matar y engendrar, en ese orden.
 Justamente, debido a lo mencionado, el joven guerrero Saao no comprendía, porqué luego de acceder a la parte que le correspondió de esa ingesta sacramentada, su deseo sexual decayó tanto como su ferocidad. La tribu, ya lo observaba con manifiesta extrañeza.
 Una idea atroz comenzó a instalarse en su mente:
 Parecía que el resultado de la acción caníbal-propia de su etnia-era inverso al buscado.
 Si bien nunca había visto a ninguno, conocía sobre la existencia de ciertos hombres...
 ¿No se habría comido los genitales de un enemigo invertido?...
 Ese sentimiento pavoroso, se agudizó al detectar que comenzaba a exhibir ademanes femeninos, además de mirar con inquietante agrado a los otros guerreros, quienes le sonreían de modo aún más inquietante.

                                                                 FIN

viernes, 12 de octubre de 2012

LA GLORIA DEL POLACO

 Toda una noche, en esa Barcelona del flamante setentismo, fingiendo una nacionalidad que no tenía.
 Quizás una regionalidad: la eslava.
 Lo que comenzó de un modo lúdico, impulsado por una abundante ingesta de cerveza, se convirtió en un reemplazo de la realidad concerniente:
 El teatro instalado en situaciones ajenas al mismo, desarrollado por alguien que no era actor, entre quienes no participaban de la condición de espectadores.
 El muchacho argentino, seguía ingiriendo lo que en voz alta denominaba-cuando los efluvios alcohólicos comenzaban a determinar comportamientos-la rubia cerveza del pescador Schiltigheim, apelando a un poema de Raúl González Tuñón.
 ¿Quienes escuchaban, su verba impostada en un español desfigurado, hacia lo que él creía serbo-croata o polaco?...
 Patrones de bares, oscuros dependientes de los mismos, parroquianos indiferentes, mujeres que bajo el control tutelar del franquismo, asumían tareas consideradas indecentes.
 Una de ellas, tras el mostrador, le advirtió en tono bajo:
 -Quitate de encima a ese gandul que se te ha pegado.Terminarás mal la noche
 El joven argentino pasó por alto el aviso, siguiendo la ronda cervecera desde la Rambla des Estudents hasta la de Santa Mónica, junto al compañero de ocasión que lo creía oriundo de Dubrovnik o de Gdansk.
 El mentado gandul lo acompañaba en las libaciones y los brindis, a veces invitado, mientras que en otras postas de bebedores, haciéndose cargo él de las consumiciones.
 ¿De que hablaban el argentino y su acompañante, que paulatinamente, parecía demostrar cierta soterrada peligrosidad?...
 De vaguedades, de las ganas de follar y esas chavalas poco propensas y poco majas, del barco imaginario que había abandonado el falso polaco para impregnarse del sol de España, así como de la calidad de la cerveza Tuborg danesa.
 El de Sudamérica, seguía utilizando ese presunto español mal aprendido, mixturado con pseudo vocablos de Europa Central, prolongando de esa forma la continuidad de una farsa que ya deseaba cesar, pero cuya magnitud, lo había sumido en la adopción de un personaje del que le resultaba dificultoso evadirse.
 Cuando la incipiente alba y el agotamiento de las pesetas, pusieron fin a la noctámbula jornada en pleno Barrio Gótico, cerca de donde se alojaba el joven porteño, la endeble camaradería de los dos beodos se disolvió en una discusión estentórea.
 Uno, alegaba incumplidas promesas de acceso a mujeres que no le fueron presentadas, el otro, manifestaba la más cruda rapiña.
 El del bajo fondo de la Ciudad Condal, extrajo un estilete de su bolsillo y amenazó al que creía eslavo, exigiendole la entrega de su reloj.
 El falso centroeuropeo percibió el miedo como en una ráfaga. Se sintió gallina..., desarmado y físicamente entorpecido por los excesos alcohólicos de la noche. Sintió deseos de vomitar.
 El acero desnudo y punzante, parecía querer abrirse camino en su carne, pero de todos modos siguió con su jerga hispano-eslava teatralizada, como un Bela Lugosi  no abandonando el psyque du rol de Drácula, aún fuera del escenario.
 Intentó no comprender la exigencia del catalán, a los fines de resguardar su posesión a pesar del arma blanca con que era amenazado.
 No le sirvió:
 El puntazo fue fulminante, realizado con cierta adquirida destreza, mientras su ejecutor declamaba improperios contra Polonia y sus ciudadanos.
 No llegó a quitarle el reloj: había transeúntes que observaban la escena azorados.
 El agresor escapó corriendo del lugar del hecho, ante los gritos de los testigos llamando a la policía.
 El joven argentino, antes de expirar desangrado por la perforación de órganos internos vitales, pensó, entre los vahos alcohólicos que atenuaban el dolor de la herida, que moría como un bravo polaco que no entregó el reloj..., que a la vez,  era de muy escaso valor...

                                                                         FIN








jueves, 11 de octubre de 2012

GIOVANNI DI MONTELUCO Y LAS TINIEBLAS

 Quizás la palabra, nigromante, era la más aproximada para definirlo, por parte de sus comtenporáneos.
 En una época de escasas precisiones y oscuras intuiciones, Giovanni di Monteluco, quiso escudriñar la composición de las tinieblas; no las producidas por una condensación atmosférica, sino las otras, las adjudicadas al averno, las contrapuestas a la Jerusalén Celestial.
 Dificilmente, el año 999 D.C, le fuera propicio para desarrollar tales afanes.
 La anunciada venida del anticristo para el fin del milenio, predisponía los ánimos en contra de quién buscaba con denuedo, desbrozar, en términos alquímicos, la naturaleza ígnea del infierno y sus vapores sulfurosos.
 Fundamentalmente, que respiraría la inmensa mayoría de la humanidad-condenada por sus actos y pensamientos terrenales-en ese estrato dominado por el ángel caído y sus secuaces.
 Tales indagaciones experimentales realizadas en sigilo, no pudieron evitar trascender públicamente, develadas mediante delaciones e intrigas vecinales.
 El hombre, aprehendido por la autoridad militar y puesto a disposición del poder, en sus vertientes territoriales y sacras, intentó convencer al flamante papa Silvestre II y al rey Otón III, de que sus investigaciones perseguían una finalidad útil a la cristiandad, en esos tiempos terribles.
 No lo consiguió, a pesar de que el papa Gerberto de Aurillac, era afecto a crear artefáctos astronómicos y a la ampliación del conocimiento.
 Su búsqueda químico-espiritual, despertó más sospechas que adhesiones.
 Su final fue brusco y violento. Un año antes, Otón III hizo cortar la nariz, la lengua y las orejas del antipapa Juan XVI; por cierto, las magnas discrepancias se manifestaban con la mayor atrocidad.
 Se le recomendó a Giovanni di Monteluco, que prosiguiera con sus desvelos pero in situ, por lo tanto, si podía establecer contacto desde el inframundo-se consideró que era proclive a estas prácticas-podría llegar a exponer conclusiones y no meras interpretaciones especulativas.
 Definitivamente, no era una época favorable para espíritus inquietos como el suyo.

                                                                    FIN


     

miércoles, 10 de octubre de 2012

BAJO ASEDIO

 Todos los de la fortificación sabían lo que les esperaba, si los sitiadores vulneraban las defensas e irrumpían en el baluarte.
 El cerco en derredor ya estaba completado.
 El abastecimiento de agua, llegaba a través de una canalización proveniente del lago; era obvio que el enemigo la iba a cegar o contaminar. Solo quedaría la contenida en la cisterna.
 Respecto a los alimentos, dispondrían nada más que lo que se cultivaba en las huertas familiares tras los muros. No alcanzaba para subvenir a sus necesidades: faltaría el grano proveniente de los sembradíos externos.
 Capitular, implicaría la muerte de los guerreros, la esclavitud de las mujeres y los niños; el estupro, la sevicia, el amancebamiento atroz de los vencedores, aún con impúberes.
 ¿Romper el sitio?...
 Impensable; la inferioridad de fuerzas era manifiesta.
 ¿Ayuda externa?...
 ¿Como lograrla?..., dado que las salidas se hallaban bloqueadas por los guardias enemigos y el túnel de escape, obstruido por un desmoronamiento.
 Hasta se divisaba que los sitiadores, comenzaban tareas de zapa, con la finalidad de hundir los cimientos del bastión.
 Despues de extensas evaluaciones, el Conde reunió a toda su gente-salvo los centinelas-y les dijo:
 -Renunció a mis atributos, para previamente nombrar a Dios, comandante de la plaza.
 Yo paso a ser uno más, como vosotros.
 Delego mi responsabilidad, en quién me excede en poder y determinación; a la vez, si acepta reemplazarme, puede hacer que superemos esta circunstancia que parece irresoluble.
 Luego, procedió a despojarse de sus emblemas y abolió sus títulos y propiedades, repartió ropa y hacienda y se convirtió en un mendicante dentro de la plaza sitiada, ante la mirada absorta de su esposa e hijos.
 -Ahora..., la responsabilidad es divina; solo divina..., añadió a su alocución.
 Dicho lo cual, comenzó a roer un mendrugo que halló sobre el piso empedrado.
 Transcurrido no más de un día, el lugarteniente del ex-conde, reunió a su estado mayor para analizar el cuadro de situación, el cual, obviamente, no les podía resultar más desfavorable.
 Habiendo unanimidad de criterio en dicha consideración, les comentó su idea salvadora, inspirada por la divinidad,su superior en la comandancia bajo el estado de sitio, de acuerdo a la designación condal.
 La misma, consistía en el sacrificio del mendigo ex-conde, para posteriormente, habiendo ataviado el cadáver con el atuendo que correspondía a su dignidad anterior, incluyendo el aureo collar que lo identificaba, catapultar al muerto al campo del ejercito sitiador.
 Dicha acción, suponía el lugarteniente, generaría gran satisfacción en el enemigo y la posibilidad de negociar una capitulación piadosa, sin represalias por parte de los asediantes para con aquellos que ocupaban el reducto.
 Los que como gesto de buena voluntad y sumisión, les entregaban a la autoridad condal convertida en un despojo de magnífico atavío.
 Los sitiadores podrían contentarse con cortarle la cabeza y ensartarla en una pica, ingresando al dominio que incorporaban, en forma pacifica, poniéndose todos los de la fortaleza  al servicio de este nuevo señor, jurándole lealtad.
 Por supuesto, toda la familia del anterior pasaría a disposición del conde aún enemigo, para que hiciera con ellos lo que a su entender corresponde. Dicha familia sería puesta en cautiverio, de inmediato.
 El lugarteniente finalizó su propuesta, aduciendo que la misma obedecía a la voluntad de Dios, expresada a través de sus palabras, dado que el Creador nunca lo hacía con voz propia.
 Robusteció su afirmación, agregando que al ejercer Dios la comandancia, sus decisiones estaban fuera de toda controversia, llevando implícito el principio de infalibilidad.


 Resultó simple, degollar al manso mendigo de noble estirpe.
 Su ejecutor, le mencionó que era en cumplimiento de la voluntad divina. Según refirió luego de proceder, las últimas palabras del ex-conde estuvieron dirigidas a inquirir, de que modo se había expresado tal voluntad, pero no llegó a escuchar la respuesta, dada la magnitud de la hemorragia que hacía desbordar el tajo de su cuello.
 Apresar a la ex-familia condal, mujer, hijos pequeños, un par de jóvenes hermanos doblegados mediante la fuerza, tampoco resultó difícil.
 Cumplimentado lo previamente establecido, se catapultó el cadáver ricamente ataviado del ex-conde, al campo enemigo.
 Era evidente que los sitiadores lo recibieron azorados, pero se detectaba en ellos cierta discordante inquietud.
 No pasó mucho tiempo, cuando comenzaron a levantar el sitio.
 Desde las alturas de la fortificación, comenzó a divisarse en la lejanía el avance de un ejercito numeroso, más aún que el de los que aplicaron el asedio.
 El lugarteniente, pensó que había ocurrido un milagro debido a la comandancia divina, que hacía que la fuerza amenazante se marchara.
 Más aún, conjeturó que se aproximaba una hueste celestial..., una referencia para las generaciones futuras sobre el poder del Altísimo, como lo fue el Crismón de Constantino...
 Se puso de rodillas sobre las lajas de la torreta, imitado por los demás.
 Pensó en el  ex-conde y su sacro sacrificio en aras de todos..., cuando un centinela avisó que la poderosa milicia que se divisaba en la lejanía, hacía flamear los estandartes del Duque, fidelísismo feudatario del Rey, terror de los nobles díscolos para con el poder central, como lo era el conde sitiador en retirada.
 El lugarteniente, empalideció bajo su yelmo:
 El ex-conde al que ordenó degollar, era un dilecto vasallo del Rey.
 Pensó como podría explicarle al Duque, que Dios, comandante de la plaza por decisión del fenecido conde, decidió la ejecución del mismo mediante un mandato que le cupo a él, lugarteniente, dar a conocer a los demás.
 Estimó que el Duque, probablemente, le daría otro significado a sus palabras; conociendo los métodos que aplicaba como ejemplo correctivo, supuso que el ser quemado vivo podria ser afín a su futuro inmediato.
 Antes de arrojarse desde la alta muralla al foso circundante, donde moriría ahogado rapidamente debido al peso de su armadura, el lugarteniente consideró que los designios divinos, escapaban al entendimiento de los mortales; que solo la vanidad de los hombres, los hacía creerse interpretes de las pulsiones inconmensurables.

                                                                     FIN



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viernes, 5 de octubre de 2012

PIÑAS VAN...

 Piñas vienen, los muchachos se entretienen...
 El cerco de menores de catorce años, todos varones, inflamaba con su estribillo el ánimo de los contendientes, en la esquina del colegio.
 Motivo de la pelea:
 Peregrinas razones del momento, carentes de sustento, de entidad, pero lastradas de orgullo adolescente en  exhibición viril.
 Alfredo era un treceañero duro, que practicaba judo en el Ateneo de la Juventud y olvidaba las recomendaciones de su maestro, referidas a que los samurais solo peleaban cuando el honor había sido valederamente lesionado. Al jovencito le atraía la pendencia..., incluso, se animaba con muchachos mayores que él.
 Ricardo, catorce ya cumplidos, preocupado por no ensuciar su blazer azul de largo Mike Hammer y sus pantalones Oxford blancos, hubiera deseado rehuir el pleito; pero las circunstancias lo obligaban, so pena de quedar ante los espectadores de su curso, como un manifiesto cagón
 Iniciado el entrevero, se movía torpe:
 Tratando de controlar el terror que lo embargaba, solo atinaba a bailotear y a cubrirse con una guardia alta pero endeble.
 Alfredo sonrió, sabiendo que podía derribarlo con una toma de las aprendidas sobre el tatami, pero debía abstenerse de emplear artes marciales orientales:
 La pelea era a trompadas y debía ser de breve trámite, antes de que intervinieran los consabidos mayores o los preceptores del colegio para separarlos.
 El primer golpe de puño recibido por Ricardo, franqueó su guardia y le hizo sangrar la nariz.
 Esto podía considerarse suficiente-primera sangre-como para establecer el triunfo del favorito, pero no fue así.
 Alfredo se desplazaba canchero en derredor a su oponente, preparando la zurda para emplearla como lo hacía Lausse, al que vio en el Luna Park, cuando asistió con su padre a uno de sus enfrentamientos con Selpa.
 Ricardo, interpretó que lo que estaba por venir podría resultar feroz:
 Detectaba en el otro, algo así como un furor homicida, como si quisiera transgredir los limites de una pelea a la salida del colegio.
 Cuando sintió el gusto de la sangre en su boca, debido a un puñetazo que le hizo tragar el chicle-globo Bazooka, que como era usual se hallaba mascando, pensó que Alfredo lo quería matar.
 Deseó huir, pero los gritos enfervorizados del público le oponían en su ánimo, una barrera moral al abandono.
 Tampoco había segundos para tirar la toalla, como para que el que peleaba pudiera deslindar responsabilidades.
 Ricardo, a pesar de su corta edad, poseía un fuerte sentimiento de pundonor, que lo hacía disimular su deseo de llorar por la vergüenza de hallarse expuesto al castigo, así como el de salir corriendo como si fuera un maricón.
 Otro envío al rostro hizo efecto y lo dejó desencajado, al borde del llanto, pero se sobrepuso como pudo y a pesar de que el fragor del combate, dificultaba adoptar decisiones serenas, optó por apelar a la astucia. Recordó haberle escuchado a su tío Tito, decir que la astucia siempre es amiga de quién se halla en inferioridad de condiciones.
 Se hizo el rendido..., mientras escuchaba los gritos denigratorios de sus compañeros de curso, azuzados por   esa crueldad intrínseca, tan propia del inicio de la adolescencia.
 Alfredo descuidó su guardia, nimbado por las mieles del triunfo y las aclamaciones de sus condiscípulos.
 Ese fue el momento aprovechado por Ricardo.
 Un piquete, dedos índice y corazón en punta, aplicado sobre los ojos del desprevenido vencedor, dio vuelta  en forma terminante, el resultado de ese pugilato que se convirtió en otra cosa.
 El jovencísimo judoka Alfredo, profirió un alarido desgarrador, que iniciaría la intervención de la autoridad escolar, policial y judicial, dado que la resolución de la riña se derivó a un juzgado de menores, debido a lesiones gravísimas.
 Alfredo no volvió a cursar el bachillerato en ese establecimiento, ni en ese ni en ningún otro.
 Como secuela del hecho, padeció una pronunciada disminución visual en su ojo izquierdo, progresiva e irreversible hasta la ceguera. Su ojo derecho, fue reemplazado por una prótesis.
 Ricardo, cambió escuela, por lo que en esos alborales '60, se denominaba reformatorio.
 Ambos compañeros de estudio, padecieron las consecuencias de ese maldito día, que trastrocó en tragedia lo que tantas veces, parecía ser una diversión algo bruta de la adolescencia temprana.
 Ricardo, luego de un tiempo de internamiento, recuperó su libertad; como atenuante a su favor, se consideró que las lesiones se produjeron en ocasión de riña, incluso, considerándose el entrenamiento en judo que desarrollaba la víctima del luctuoso suceso.
 Alfredo, le sumó al adolecer natural de su edad, el de las intervenciones quirúrgicas y los tratamientos oftalmológicos, que lo alejaron de todo lo que normalmente le hubiera correspondido hacer.
 Se replegó en una introspección arisca, desoladora, enemistado con la vida y con ese destino que le parecía injustamente cruel.
 Sus padres, permanentemente temieron su suicidio..., hasta que este se produjo por ahorcamiento.
 Tenía diez y siete años y envió una carta antes de matarse.
 Dirigida a Ricardo, la misiva solo decía:
 Te perdono.
 Me voy en paz.
 Ricardo, ya convertido en un robusto mozo, la leyó, trastornándose su ánimo.
 Recordando su paso por el instituto de menores, donde le ocurrieron sucesos terribles, dijo en voz alta:
 -Yo no.
 Rompió la carta y arrojó sus fragmentos al inodoro.
 Aferró el bolso deportivo y se dirigió a entrenarse con la troupe de luchadores, que provocaba furor en esa época, dispuesto a perfeccionar una condición que desarrolló con éxito durante su período de encierro.Siempre del lado de los malos, de los que hacen trampas y emplean técnicas como el piquete de ojos; aunque en el catch, en múltiples ocasiones, estos recursos resultaron consagratorios, incluso del lado de los buenos.

                                                                    FIN





  
   

jueves, 4 de octubre de 2012

TRAS LA MIRILLA

 No tardó más de unos segundos en detectar el ardid.
 El tipo, se hacía pasar por un distribuidor de supuestas tarjetas de Caritas, con el propósito de que abriera la puerta y le deje expedito el ingreso, de modo disimuladamente violento, contando con el apoyo del cómplice que deambulaba por la vereda de enfrente.
 No lo hizo.
 Rechazó la propuesta tras la mirilla.
 Lo que no pudo prever, fue que un tercer partícipe aprovechó que el otro reiteraba la petición desde el lado de la calle, para ingresar por los techos vecinos a su azotea.
 Desde allí al patio, invadiendo su domicilio por la retaguardia.
 En ese momento, comprendió que había sido entregado, quizás por la señora que semanalmente hacía la limpieza o por el albañil que reparó el toldo corredizo, que sabían que a esa hora de la oscura tarde invernal suburbana, se hallaba solo en la vivienda.
 Desde ese momento, todo resultó demaciado rápido.
 El intruso que irrumpió por la parte trasera de la casa, le propinó un culatazo en la cabeza que lo dejó aturdido y sangrante, para de inmediato abrir la puerta de calle y franquearle el paso a los otros dos.
 El resultado fue que había tres tipos en su domicilio, que lo amenazaban y le pegaban para que revelara donde escondía el dinero.
 Luego de recibir varios reveses que le destrozaron la prótesis dentaria, les dijo que no poseía efectivo, pero sí, algo valioso que estaba dispuesto a entregarles para que cesaran de castigarlo.
 Le amarraron las muñecas con precintos plásticos y lo acompañaron a la cocina.
 Los sujetos se hallaban expectantes, cuando les indicó la despensa que debían abrir para hallar el botín.
 Al ver la manzana roja reluciente, lustrosa, quizás embebida en aceite para lograr más brillo, lo miraron entre estupefactos y amenazantes.
 En ese momento, con la sabiduría que emanaba de sus ochenta y tantos años, les dijo:
 -¿Que miran embobados, hato de idiotas, no saben que con la manzana comenzó todo?...
 Es el fruto prohibido que mordió Eva y desencadenó la pérdida del paraíso terrenal...
 Por eso existen Vds., malditos cretinos heredosifilíticos...
  La paráfrasis bíblica referida con tal convicción, no le evitó al anciano ser asesinado a golpes, que le generaron estallido de órganos internos y hundimiento de la base del cráneo.
 Los homicidas se retiraron llevándose unos escasos pesos, producto de la jubilación mínima que cobraba la víctima, mientras puteaban al entregador, quien obvió informarles sobre la demencia senil del individuo provecto.

                                                                     FIN
      

lunes, 1 de octubre de 2012

LA ESCRITURA DEL MAÑANA

 Parecía que su mano se deslizaba sobre el papel, como guiada por una inteligencia ajena al cerebro que integraba ese cuerpo; el suyo.
 O sea:
 No la dirigía él, con su voluntad creativa, tampoco los impulsos que generaban lo que en ciertos ámbitos se consideraba escritura automática, de intermediación mediúmnica o aproximada.
 No.
 Él sabía que era él mismo, quién dictaminaba que escribir y que escribía, pero el foco de la escritura, se hallaba fuera de él.
 Con cierta sensación de extrañeza, como avizorándo su identidad -la suma de su vida-desde una distancia inefable, inconcebible, dio por finalizado el escrito y firmó, de modo más ceremonial, más aplicado, que como lo hacía habitualmente en cheques y cargos de tarjetas de crédito y débito..., su testamento hológrafo.

                                                                 FIN  

sábado, 29 de septiembre de 2012

RONCESVALLES

 El hombre, cubierto por una ligera saya blanca, miró a los demás con cierta serena ferocidad.
 Los otros lo conocían, sabían todo sobre su laya.
 Líder de toscos pastores pirenaicos, el cabrero vascón dejó su áspero cayado a un lado, para amplificar con gestos las apreciaciones que verbalizaba en esa lengua extraña, incomprensible para los ajenos.
 Le aseguró la victoria a su gente, a pesar de la descomunal inferioridad numérica que los afectaba.
 Les dijo que debían golpear la retaguardia de los destructores de Pamplona, produciendo montículos de cadáveres que quedarían en el sitio de la matanza, para horror y ejemplo de los sobrevivientes, de haberlos.
 De inmediato, ellos se convertirían en sombras fugitivas.
 En desconocidos beligerantes fundidos en la bruma de la alta montaña. Al carecer de rostro la devastación que propinarían, no podría llegar la venganza carolingia.
 Lo extraordinario que agregó el hombre en quién confiaban, era que no combatirían.
 El triunfo en la batalla se obtendría de modo remoto, sin que una mano sujete una espada en acción de ataque, sin un golpe de maza, sin protegerse con el escudo..., sin una sola baja en la propia fuerza.
 Todos los hombres miraron a ese jefe natural, quizás suponiendo que podía apelar a la magia, que algunos siglos de cristianismo no habían tornado en desdeñable.
 Pero no sería ese el método.
 Siguiendo las instrucciones de quién detentaba el conocimiento, establecerían una estructura geológica capaz de desplazarse, que mediante circuitos entre premeditados y aleatorios, haría sucumbir a la más poderosa tropa de la cristiandad, en ese año 778.
 Una cristiandad aún ambigua, donde las deidades ancestrales abolidas, todavía dejaban su rastro en los bosques y en las mentes.
 El hombre que asumía la autoridad de esos pocos vascones, les anunció que luego de la batalla...
 ¿Cual batalla?..., se preguntaban íntimamente los vascones.
 Luego de la batalla conocerán que fue en calidad de escarmiento..., prosiguió el jefe, para que nunca más el imperio de Carlomagno se atreva a hollar Hispania

 Iñigo, ese era el nombre del rustico caudillo, generó ese 17 de agosto un poderoso alud de rocas que sepultó a los mejores guerreros del regnum francorum, los más valientes, quienes murieron o quedaron malheridos sin poder hacer gala de ese atributo.
 La guerra del futuro, donde los enemigos no poseen faz visible y su destrucción es masiva, ese día tuvo su acción inicial proyectada al devenir bélico.
 Ni la calidad de Roldán, sobrino del magno monarca, ni el senescal Eguardo, el de la estocada furiosa, ni el arrojo de los doce paladines de Francia, pudieron con la frontalidad de su coraje vencer a la astucia, en connubio con la flagrante cobardía de no exponer el cuerpo en la contienda.
 De a miles, quedaron en el desfiladero estrecho los campeones de Carlomagno, para posterior festín de las aves rapiñeras.
 Iñigo demostró que la inteligencia aplicada, suple la desventaja numérica y de equipamiento, siempre que se transgredan las convenciones morales vigentes en lo concerniente a lo militar.
 Dimos inicio a la versión más devastadora de la guerra asimétrica..., le dijo a sus escasos hombres, que no comprendían los conceptos de su comandante, aunque respetaban las decisiones que adoptaba.
 Desde lo alto, los vascones observaban el resultado de la matanza, siendo protagonistas del hito que marcaría la guerra del porvenir, en la que tantas veces la muerte vendría desde lo alto sin que se pudiera ver al atacante. De todos modos, faltaría un milenio y varios siglos, para que sea de práctica en la actividad bélica no ver los ojos del enemigo, salvo en raras excepciones.

                                                                               FIN



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martes, 25 de septiembre de 2012

DEL FUEGO PRIMIGENIO

 El fuego, se hallaba circunscrito por un círculo de piedras, colocadas ordenadamente.
 Dos hombres de alrededor de catorce años-en esos tiempos, toda edad humana era aproximada-eran los designados como guardianes del elemento.
 Una función socialmente elevada:
 Ellos, conocedores de la tecnología de conservarlo permanentemente encendido, estaban dispensados de participar de la caza y de la guerra, las ocupaciones medulares de los demás varones del pequeño núcleo gregario.
 O sea que los guardianes del fuego, se quedaban junto a las mujeres y los niños, durante las extendidas expediciones venatorias o de índole bélica, que realizaban los otros machos.
 Incluso, el mismo chamán-jefe debía abandonar la caverna, para ponerse al frente de sus hombres.
 Ancianos no había-el último, de 37 años, murió al desbarrancarse perseguido por una fiera-mientras que los que quedaban inválidos, usualmente eran devorados en aras de la supervivencia de la tribu y de cierta intervención ritual, que era oficiada por el chamán-jefe.
 En lo que se refiere al fuego, los guardianes solo conocían los procedimientos para conservarlo, no para generarlo.
 Obtenido mediante un hachón de un incendio provocado por un  rayo, debía evitarse que se apague, dado que se desconocía como producirlo.
 Pero los dos hombres de catorce años consagrados a la guarda del fuego, a veces se distraían:
 Las mujeres que se quedaban solas los rodeaban continuamente, antes de partir a marisquear o a recolectar bayas silvestres.
 Todas, ya sean las que cargaban a sus hijos, las que amamantaban, las grávidas e incluso las consanguíneas.
 Rozaban sus falos como con displicencia, se agachaban provocativamente, los exitaban con sus olores y sus movimientos que remedaban la cópula.
 Los hombres de catorce años no eran de madera..., como la que se quemaba en la hoguera primigenia que debían preservar.
 Sus sentidos, eran atizados como el fuego que custodiaban y como el mismo, erguían sus llamas...
 El hecho, es que los guardianes del fuego desatendieron su rol, a pesar de generar progenie que redundaría en una expansión demográfica de la tribu.
 Pero agotados por el esfuerzo sexual que realizaban en forma continua, vivían exhaustos...y el fuego se apagó.
 Cuando la horda regresó de una cacería con carne fresca, los halló dormidos, reponiendose de la sucesión de éxtasis en la que se hallaban continuamente sumidos.

 Luego de matarlos a garrotazos y decidir, que servirían de alimento crudo para la tribu, el chamán-jefe, quién se reservó el tuétano de las víctimas, adoptó una medida trascendental para la especie:
 Designaría y adiestraría mujeres como guardianas del fuego, cuando se consiguiera la nueva rama encendida, base de la hoguera.
 Hizo el comentario a los mejores cazadores y guerreros,los que no pudieron disimular su asombro, ante esa inconcebible transferencia del conocimiento que con el discurrir del tiempo, podría generar males mayores, como ser, la perdición de los hombres; por otra parte, sabían que esto ya había ocurrido.

                                                                         FIN

jueves, 20 de septiembre de 2012

LA BRISA DE LA LIBERTAD

 No le asombró salir de la prisión y no hallarla esperándolo, era obvio que sería así, aunque ella le hubiera aportado alguna esperanza telefónica.
 Aspiró hondo la brisa de la libertad..., pero no obtuvo regocijo.
 Se dio vuelta para ver desde afuera, la mole granítica que lo albergó hasta ese momento, antes de iniciar la caminata rumbo a la parada del autobús, sabiendo que seguía prisionero. Aunque podía ir adonde quisiera y hacer lo que le viniera en ganas, su condena seguía vigente, desconociendo el término de la misma; hasta podría ser perpetua.

                                                                     FIN

lunes, 17 de septiembre de 2012

ANTES DEL ALBA, EN LA LEGIÓN

 ¿Cuantas veces, antes del alba, pensaba en como su menester podía ser considerado un modo de vida legitimo?...
 Su actividad era guerrear.
 Dispensar muerte y evitar ser alcanzado por ella.
 Así, durante la batalla.
 Antes o después...
 Guardias tediosas, magra pitanza, marchas extenuantes. Ejercicios físicos que tensaban sus músculos hasta el límite del esfuerzo, con los posteriores dolores consabidos.
 Torridez de los veranos, generando una marea de sudor bajo el equipo completo; frío y tedio en los cuarteles de invierno, hedor de las ciénagas y las letrinas, pestes, secuelas de las heridas, muchas de ellas invalidantes.
 Malestar por el miedo a la transgresión reglamentaria y a manifestar cobardía, aunque ese miedo atenazara los intestinos, aunque la cobardía estuviera siempre al acecho, como una bestia dispuesta a escaparse de la jaula contenedora.
 Paga insuficiente y tardía; permanente desprecio por los contables y funcionarios que medraban con el sacrificio del soldado.
 Naturalidad ante las vísceras esparcidas, las cabezas cercenadas, los cadáveres amontonados de animales y de humanos; las violaciones colectivas, el sufrimiento de la población civil, las operaciones de castigo.
 La sed que puede llevar a la locura..., el hambre que puede insinuar la antropofagia...
 Las chinches, los tábanos, las avispas...
 Las fiebres, las aguas malsanas.
 La posibilidad de quedar baldado, inútil, castrado; la amputación de los miembros, la pérdida de la razón.
 Carencia de mujeres por períodos prolongados y luego en demasía, en el lupanar, donde auxiliadas por el vino, las meretrices se encargaban de vaciar la bolsa del soldado de licencia.
 Siempre añorando amar a una esposa fiel y diligente; tener hijos sanos y cariñosos, vivir en la campiña no dañada por la guerra que él mismo esparcía, en una villa amplia y cómoda, con unos pocos esclavos serviciales que lo ayudarían en las tareas rurales.
 ¿Pero cuanto tiempo debería sobrevivir al espanto de las contiendas, para acceder a la recompensa de esa Roma que se nutre de sus hijos combatientes, antes de entregarles el premio por su sacrificio?...
 ¿Y la gloria?...
 La gloria estaba sembrada de cuerpos pudriéndose a la intemperie, uno mismo, podría ser parte del conjunto de despojos, sin nunca arribar al solar campestre, al amor y al respeto de una familia.
 ¿Como podía existir un dios como Marte, que auspiciaba la matanza sistemática en aras de la grandeza de Roma, la degollina y el suplicio?...
 Desertar...
 El pensamiento maldito estallaba en su mente, mientras escuchaba las dianas que instaban a despertarse y abandonar con premura las tiendas de campaña.
 Desechó de inmediato la idea casi sacrílega, mientras aferraba el gladius y el pilum y se alistaba para una nueva jornada militar.
 No era solo el terror, generado por las penas aplicables a los casos de deserción si el efectivo era capturado, lo que ocurría con frecuencia. Era algo más..., quizás el sol..., que comenzaba a hacer brillar las corazas y el filo de las armas.
 Ese resplandor potente, de fuerza concentrada donde cada camarada peleaba por si mismo y por los demás, diluyó en su entendimiento toda posible tentación a abandonar el servicio.
 Más aún, cuando se irguió el estandarte SPQR rodeado de laureles.
 En ese momento, Tulio Aelius Severus, legionario de Roma, al percibir el benéfico calor de Deus Sol Invictus sobre su cuerpo, templado por combates y penurias, pensó que iba a seguir sobreviviendo. Siempre protegido por el astro ígneo que también era el dios Mitra, que descomponía los restos del contrario, preservando la integridad de la legión y la suya en el contexto vencedor.
 Distendió levemente sus labios sobre el barbijo apretado del yelmo, insinuando  reconocimiento, convicción de que las divinidades le aplicaban como un barniz de supervivencia a su organismo, sin que registrara el infortunio.
 Junto a él, quizás miles de legionarios expresaban íntimamente pensamientos similares:  haber sido elegidos por los dioses para persistir en el tránsito terreno. Para no partir de este mundo por el impacto letal del enemigo, para afrontar su furia y sobrevivirla, incluso..., lo pensaban aquellos que morirían en la próxima batalla o que quedarían con sus cuerpos tan arruinados, que solo podrían servir como carne de mendicidad.

                                                                                         FIN