lunes, 29 de octubre de 2012

MATRACA POR LOS DIFUNTOS

 -No queda nadie vivo acompañando a los difuntos...
 Ni falta que hace que toqués la matraca.
 Le dijo el que llevaba las riendas a su acompañante, mientras el carro avanzaba con un traqueteo lúgubre sobre el empedrado de la ciudad de los muertos: la Buenos Aires de 1871.
 La peste diezmaba a la población. Todos los que podían se iban, no pocas veces, abandonando a sus moribundos queridos.
 El morbo fatal, no distinguía categorías sociales ni morales, mientras se difundía con una vehemencia superior a la de epidemias anteriores.
 El manco Manuel, veterano de Yataytí Corá, donde le amputaron el brazo izquierdo en una sumarísima cirugía militar efectuada en el frente, hacía sonar una gran matraca en el carro de los muertos; era para que los cadáveres de los apestados sean sacados de sus casas por sus deudos, en el caso de que los hubiera, a los fines de ser transportados rumbo al sitio de enterramiento, establecido para las víctimas de la epidemia.
Ya nada le importaba mayormente en este mundo, al manco, por eso asumía una tarea con alto riesgo de contagio.
 Su compañero de pescante, Ambrosio, perdidas mujer e hija por la peste, cumplía con su función por un sentimiento de orfandad y si se quiere, de desafío al destino o a al padre celestial, que truncó su humilde felicidad cuando recién despuntaba.
 Había amado a su esposa y a su hijita de meses; junto a ellas, se había redimido de años de perdulario, de orillero del Maldonado.
 Ambos trabajadores, iniciaban la labor encomendada por la Comisión Popular antes de la hora del crepúsculo, prosiguiéndola durante la noche y debiendo percibir por la misma un estipendio, que se hallaba atrasado, dada la parálisis existente en la administración pública.
 En múltiples ocasiones, ingresaban a domicilios donde no se hallaban persona vivas: solo cadáveres, que les avisaban de su presencia mediante la fetidez que emanaban.
 Cabe agregar que en estos casos, así como en otros, no solo trasladaban los restos humanos al carro, sino también todo lo que pudiera tener algún valor. En este sentido, llegaron incluso a destruir candados, colocados por la autoridad policial en casas abandonadas por sus dueños, para prevenir saqueos y ocupaciones indebidas.
 Este latrocinio compartido, así como el secreto que implicaba, era la única concordancia entre ambos hombres, que se profesaban mutuamente una sorda aversión.
 En lo concerniente al reparto del botín, las sospechas y suspicacias de ambos, acrecentaban la carencia de empatía compartida.

 Cuando retiraron el cuerpo exánime, de quién en vida fue un rico comerciante muerto en la soledad del apestado, Ambrosio vio como Manuel, se guardaba furtivamente un anillo del difunto.
 Con su cargamento fúnebre rumbo al nuevo cementerio, en la Chacarita de los Colegiales, el carro circulaba por una zona baldía. A lo lejos, los dos hombres observaron el paso de la Porteña, que cumplía el mismo servicio que ellos con su chata.
 Luego que el espectáculo del tren con su velocidad, al margen del propósito de esos viajes, se perdió en las penumbras de la noche, Ambrosio le recriminó al manco su proceder, reclamándole la guarda de la alhaja que le había parecido de alto valor.
 El aludido, negó el hecho haciendo gala de desparpajo, dando por finalizada la cuestión.
 Ambrosio, el ex-vago y mal entretenido, asintió, como si acatara la respuesta.
 El viaje prosiguió sin incidencias, hasta que Ambrosio detuvo el vehículo con el pretexto de revisar la disposición de la carga. Manuel, adormecido por el monótono desplazamiento de la chata, continuó en su actitud soñolienta.
 Ambrosio aprovechó esta postura del manco, para estrangularlo desde atrás del pescante mediante la soga que dispuso para tal fin; para ello, usufructuó su mayor fuerza física y la carencia de un brazo en la anatomía de su víctima, lo que disminuía su posibilidad de defensa ante el sorpresivo ataque.
 Muerto Manuel, quién fue su compañero de trabajo revisó sus ropas hasta dar con el anillo de oro, que llevaba engarzada una piedra negra.
 La valoró como la presa más importante de sus jornadas de pillaje: venderla podría significar abandonar la ciudad maldita y establecerse en otra, quizás en el Rosario, donde podría atenuar su pena por la pérdida de sus seres queridos.
  Una segunda oportunidad que le brindaba la vida.

 Dos operarios, sus rostros cubiertos por sucios pañuelos-al igual que Ambrosio-con el objeto de no respirar las miasmas pestíferas, ayudaron al carrero a descargar los cuerpos yertos.
 -Che...¿También le tocó al manco de la matraca?...
 Le dijo el negro Paz, al reconocer al ex-soldado de la Triple Alianza, mezclado con los muertos por la epidemia.
 -También.
 Le contestó Ambrosio.
 -Te quedaste sin ladero..., le dijo, resoplando por el esfuerzo, el pardo Panchito, contrahecho congénito criado como expósito
 -Le pediré otro a la Comisión..., si es que queda alguno..., respondió el de las orillas del Maldonado, en otro tiempo, frecuentador de reñideros de gallos y partícipe en pendencias prostibularias.
  -Dicen que el presidente Sarmiento se las tomó al pueblo de Belgrano..., dijo el negro Paz, apilando el cadáver del manco junto a los otros, por supuesto, sin reparar en el color cianótico que azulaba el rostro del que hacía sonar la matraca.
 Yo también me voy a ir de esta ciudad condenada..., pensó Ambrosio.
 Concluida la faena, al retornar con el carro en el que había decidido sería su último viaje-renunciaría al puesto-reflexionó en cuanto a que el manco, terminó sus días donde era muy probable que los terminara, aunque fue él quién apresuró ese tránsito.
 Acarició el anillo con la diestra, mientras consideraba como venderlo y acceder a una nueva vida; quizás, también, a un nuevo amor que lo haga feliz y le de muchos hijos.
 Cuando el carro descargado, rodando por la calle Cuyo se acercaba a Artes, comenzó a sufrir fuertes espasmos y vómitos.
 Sintió que ardía de fiebre.
 Quedó tendido sobre el pescante cagandose encima, percibiendo que sus intestinos expulsaban la mierda de un modo brutal, como en chorros agónicos.
 Sabía de sobra lo que le estaba ocurriendo...
 Rezó a Tata Dios, entrecortadamente, pidiéndole reunirse con las que tanto amó. Pidió perdón a la divinidad por haber matado, pero siempre teniendo en cuenta que el manco lo quiso pasar...
 También llegó a pensar que alguno que ocupara su lugar, vería facilitadas las cosas: él ya estaba adentro del carro..., respecto al anillo, lo encontraría servido.
 Si bien su deseo era arrojarlo al zanjón lleno de agua que bordeaba la calzada, ya no tenía fuerzas para extraerlo del bolsillo.

                                                                     FIN



 













 

 

sábado, 20 de octubre de 2012

SU REFLEJO EN EL ESPEJO

Cuando vio que su amigo entraba al bar, alzó la mano para indicarle donde se hallaba sentado.
 Pero no se trataba de él.
 Aunque extremadamente parecido, incluso vistiendo un saco que le conocía, no era la persona a la que se encontraba esperando; más bien, parecía una versión envejecida de la misma, con la boca tensada en un rictus de amargura y desdén, amplificado por la fea cicatriz que parecía ensañarse con su pómulo izquierdo y buena parte de la frente.
 Decididamente, no era su amigo, aunque parecía serlo.
 El individuo del rostro afectado, observó brevemente a la concurrencia con una mirada estrábica-quizás su ojo izquierdo carecía de visión-y se retiró de inmediato.
 Si bien la aparición de quién creyó era su amigo, le generó cierta sensación de extrañeza, prosiguió con la lectura del matutino con el que matizaba la espera, hasta que al observar la hora, detectó que Raúl se hallaba veinticinco minutos demorado, algo inusual en un fundamentalista de la puntualidad.
 Lo llamó a su celular.
 Una voz femenina con tono alterado, como histérico, lo atendió. La mujer le dijo casi a los gritos, que el poseedor de ese teléfono había sido víctima de un serio accidente-a unas cuadras de distancia del bar donde era esperado-habiendo sufrido importantes lesiones en la cara; agregó que ya lo estaban introduciendo en una ambulancia, para trasladarlo al hospital.
 Dejó el importe del café sobre la mesa, mientras se disponía a ir primero al lugar del hecho y luego al establecimiento al que lo llevaron, cuando el gran espejo del salón, reflejó ante su fugaz mirada una imagen que lo conmovió.
 Su rostro, se veía con arrugas que desconocía, quizás por venir, así como su cabello estaba significativamente más raleado; por otra parte, no aparecía con barba sino con un bigote encanecido. Con desesperación, tocó sus mejillas: la barba que usaba, estaba presente.
 ¿El reflejo del espejo era él, dentro de cinco, seis o más años?...
 Se sintió conmocionado..., pero al volver a mirar, su imagen era la actual.
 Salió del bar con la convicción de que su amigo sobreviviría al accidente, pero con graves secuelas físicas y mentales, seguramente irreversibles.
 Su preocupación por Raúl se vio súbitamente interferida, por un pensamiento inoportuno, que si bien le pareció poco adecuado al momento, no por ello rebajó su significación...
 ¿No habría algún modo de evitar, quedarse pelado en los próximos años?...

                                                                   FIN
  

martes, 16 de octubre de 2012

BANDO REAL

 No se veía persona alguna, en la plaza del pueblo.
 El del tambor, seguía haciendo redoblar su instrumento, solicitando atención en la soledad del lugar.
 El guardia, que acompañaba al tamborilero y al lector del bando, implicaba con su presencia armada la fuerza, que debía resguardar las disposiciones reales.
 Los tres, parecían hallarse absortos ante la inexistencia de público, en el sitio central de la pequeña aldea.
 -Mi misión es anunciar..., dijo el pregonero, desenrollando el bando real, cuyo texto le era desconocido hasta ese momento.
 Sus acompañantes, asintieron con una leve inclinación de cabeza.
 Con voz severa debido al tenor del escrito, pero a la vez diáfana, como para ser entendido hasta por los más desapercibidos, el lector hizo público el bando, que solo iban a escuchar ellos mismos.
 Se trataba de un llamado real a la leva, obligatoria para todos los varones de entre diez y seis y cincuenta años, de esa aldea y las vecinas
 Serían reclutados para la guerra que llevaba a cabo el reino, en manifiesta inferioridad de condiciones.
 El lector del pregón enunció con tono solemne, las penalidades que le cabrían a los evasores de la real orden.
 Finalizada la lectura, en el ámbito donde eran los únicos humanos, miró al del tambor para que cerrara la misma con el redoble de práctica.
 Pero el hombre ya se había descolgado la herramienta de su menester, para hallarse rápidamente sobre el caballo en el que había arribado
 -Yo soy de la aldea vecina..., le dijo a sus compañeros y se fugó al galope rumbo al monte, donde aparentemente se habrían ocultado los lugareños; por alguna filtración, conocedores con anterioridad del contenido del bando.
 El militar que completaba el trío, disparó con su pistola de pedernal contra el flamante fugitivo, que dadas las dificultades para obtener un tiro de precisión con ese tipo de armas, ya no constituía un blanco viable.
 Manifestando frustración por su yerro, el uniformado le dijo al lector:
 -Los civiles alpargatudos no sirven para esta tarea; no tienen el hábito del coraje y siempre piensan en huir...
 El lector del bando, que también era civil y de un pueblo vecino, hizo un gesto afirmativo, observando con creciente inquietud como el soldado recargaba su arma y no se despegaba de su lado, como para acortar distancia. Lo peor, era su peligrosa mirada de desprecio.

                                                                   FIN




lunes, 15 de octubre de 2012

PRECOLOMBINOS

 La naturaleza de ese pueblo de belicosos canoeros, al igual que la de algunas bestias, era decididamente depredatoria.
 Lo sabían muy bien sus ancestrales víctimas, los tainos, que luego de capturados y sacrificados, determinaban el festín antropofágico de los vencedores, quienes tambien se habían quedado con sus mujeres.
 De estos varones derrotados, la parte preferencial de su cuerpo la constituían los testículos, donde radicaba la fuerza viril que mediante una transmigración de índole chamánica, potenciaría el ímpetu destructor del guerrero triunfante, así como su capacidad procreativa.
 En el criterio que regía los ciclos vitales de quienes fueron denominados caribes, el mandato atávico del macho era matar y engendrar, en ese orden.
 Justamente, debido a lo mencionado, el joven guerrero Saao no comprendía, porqué luego de acceder a la parte que le correspondió de esa ingesta sacramentada, su deseo sexual decayó tanto como su ferocidad. La tribu, ya lo observaba con manifiesta extrañeza.
 Una idea atroz comenzó a instalarse en su mente:
 Parecía que el resultado de la acción caníbal-propia de su etnia-era inverso al buscado.
 Si bien nunca había visto a ninguno, conocía sobre la existencia de ciertos hombres...
 ¿No se habría comido los genitales de un enemigo invertido?...
 Ese sentimiento pavoroso, se agudizó al detectar que comenzaba a exhibir ademanes femeninos, además de mirar con inquietante agrado a los otros guerreros, quienes le sonreían de modo aún más inquietante.

                                                                 FIN

viernes, 12 de octubre de 2012

LA GLORIA DEL POLACO

 Toda una noche, en esa Barcelona del flamante setentismo, fingiendo una nacionalidad que no tenía.
 Quizás una regionalidad: la eslava.
 Lo que comenzó de un modo lúdico, impulsado por una abundante ingesta de cerveza, se convirtió en un reemplazo de la realidad concerniente:
 El teatro instalado en situaciones ajenas al mismo, desarrollado por alguien que no era actor, entre quienes no participaban de la condición de espectadores.
 El muchacho argentino, seguía ingiriendo lo que en voz alta denominaba-cuando los efluvios alcohólicos comenzaban a determinar comportamientos-la rubia cerveza del pescador Schiltigheim, apelando a un poema de Raúl González Tuñón.
 ¿Quienes escuchaban, su verba impostada en un español desfigurado, hacia lo que él creía serbo-croata o polaco?...
 Patrones de bares, oscuros dependientes de los mismos, parroquianos indiferentes, mujeres que bajo el control tutelar del franquismo, asumían tareas consideradas indecentes.
 Una de ellas, tras el mostrador, le advirtió en tono bajo:
 -Quitate de encima a ese gandul que se te ha pegado.Terminarás mal la noche
 El joven argentino pasó por alto el aviso, siguiendo la ronda cervecera desde la Rambla des Estudents hasta la de Santa Mónica, junto al compañero de ocasión que lo creía oriundo de Dubrovnik o de Gdansk.
 El mentado gandul lo acompañaba en las libaciones y los brindis, a veces invitado, mientras que en otras postas de bebedores, haciéndose cargo él de las consumiciones.
 ¿De que hablaban el argentino y su acompañante, que paulatinamente, parecía demostrar cierta soterrada peligrosidad?...
 De vaguedades, de las ganas de follar y esas chavalas poco propensas y poco majas, del barco imaginario que había abandonado el falso polaco para impregnarse del sol de España, así como de la calidad de la cerveza Tuborg danesa.
 El de Sudamérica, seguía utilizando ese presunto español mal aprendido, mixturado con pseudo vocablos de Europa Central, prolongando de esa forma la continuidad de una farsa que ya deseaba cesar, pero cuya magnitud, lo había sumido en la adopción de un personaje del que le resultaba dificultoso evadirse.
 Cuando la incipiente alba y el agotamiento de las pesetas, pusieron fin a la noctámbula jornada en pleno Barrio Gótico, cerca de donde se alojaba el joven porteño, la endeble camaradería de los dos beodos se disolvió en una discusión estentórea.
 Uno, alegaba incumplidas promesas de acceso a mujeres que no le fueron presentadas, el otro, manifestaba la más cruda rapiña.
 El del bajo fondo de la Ciudad Condal, extrajo un estilete de su bolsillo y amenazó al que creía eslavo, exigiendole la entrega de su reloj.
 El falso centroeuropeo percibió el miedo como en una ráfaga. Se sintió gallina..., desarmado y físicamente entorpecido por los excesos alcohólicos de la noche. Sintió deseos de vomitar.
 El acero desnudo y punzante, parecía querer abrirse camino en su carne, pero de todos modos siguió con su jerga hispano-eslava teatralizada, como un Bela Lugosi  no abandonando el psyque du rol de Drácula, aún fuera del escenario.
 Intentó no comprender la exigencia del catalán, a los fines de resguardar su posesión a pesar del arma blanca con que era amenazado.
 No le sirvió:
 El puntazo fue fulminante, realizado con cierta adquirida destreza, mientras su ejecutor declamaba improperios contra Polonia y sus ciudadanos.
 No llegó a quitarle el reloj: había transeúntes que observaban la escena azorados.
 El agresor escapó corriendo del lugar del hecho, ante los gritos de los testigos llamando a la policía.
 El joven argentino, antes de expirar desangrado por la perforación de órganos internos vitales, pensó, entre los vahos alcohólicos que atenuaban el dolor de la herida, que moría como un bravo polaco que no entregó el reloj..., que a la vez,  era de muy escaso valor...

                                                                         FIN








jueves, 11 de octubre de 2012

GIOVANNI DI MONTELUCO Y LAS TINIEBLAS

 Quizás la palabra, nigromante, era la más aproximada para definirlo, por parte de sus comtenporáneos.
 En una época de escasas precisiones y oscuras intuiciones, Giovanni di Monteluco, quiso escudriñar la composición de las tinieblas; no las producidas por una condensación atmosférica, sino las otras, las adjudicadas al averno, las contrapuestas a la Jerusalén Celestial.
 Dificilmente, el año 999 D.C, le fuera propicio para desarrollar tales afanes.
 La anunciada venida del anticristo para el fin del milenio, predisponía los ánimos en contra de quién buscaba con denuedo, desbrozar, en términos alquímicos, la naturaleza ígnea del infierno y sus vapores sulfurosos.
 Fundamentalmente, que respiraría la inmensa mayoría de la humanidad-condenada por sus actos y pensamientos terrenales-en ese estrato dominado por el ángel caído y sus secuaces.
 Tales indagaciones experimentales realizadas en sigilo, no pudieron evitar trascender públicamente, develadas mediante delaciones e intrigas vecinales.
 El hombre, aprehendido por la autoridad militar y puesto a disposición del poder, en sus vertientes territoriales y sacras, intentó convencer al flamante papa Silvestre II y al rey Otón III, de que sus investigaciones perseguían una finalidad útil a la cristiandad, en esos tiempos terribles.
 No lo consiguió, a pesar de que el papa Gerberto de Aurillac, era afecto a crear artefáctos astronómicos y a la ampliación del conocimiento.
 Su búsqueda químico-espiritual, despertó más sospechas que adhesiones.
 Su final fue brusco y violento. Un año antes, Otón III hizo cortar la nariz, la lengua y las orejas del antipapa Juan XVI; por cierto, las magnas discrepancias se manifestaban con la mayor atrocidad.
 Se le recomendó a Giovanni di Monteluco, que prosiguiera con sus desvelos pero in situ, por lo tanto, si podía establecer contacto desde el inframundo-se consideró que era proclive a estas prácticas-podría llegar a exponer conclusiones y no meras interpretaciones especulativas.
 Definitivamente, no era una época favorable para espíritus inquietos como el suyo.

                                                                    FIN


     

miércoles, 10 de octubre de 2012

BAJO ASEDIO

 Todos los de la fortificación sabían lo que les esperaba, si los sitiadores vulneraban las defensas e irrumpían en el baluarte.
 El cerco en derredor ya estaba completado.
 El abastecimiento de agua, llegaba a través de una canalización proveniente del lago; era obvio que el enemigo la iba a cegar o contaminar. Solo quedaría la contenida en la cisterna.
 Respecto a los alimentos, dispondrían nada más que lo que se cultivaba en las huertas familiares tras los muros. No alcanzaba para subvenir a sus necesidades: faltaría el grano proveniente de los sembradíos externos.
 Capitular, implicaría la muerte de los guerreros, la esclavitud de las mujeres y los niños; el estupro, la sevicia, el amancebamiento atroz de los vencedores, aún con impúberes.
 ¿Romper el sitio?...
 Impensable; la inferioridad de fuerzas era manifiesta.
 ¿Ayuda externa?...
 ¿Como lograrla?..., dado que las salidas se hallaban bloqueadas por los guardias enemigos y el túnel de escape, obstruido por un desmoronamiento.
 Hasta se divisaba que los sitiadores, comenzaban tareas de zapa, con la finalidad de hundir los cimientos del bastión.
 Despues de extensas evaluaciones, el Conde reunió a toda su gente-salvo los centinelas-y les dijo:
 -Renunció a mis atributos, para previamente nombrar a Dios, comandante de la plaza.
 Yo paso a ser uno más, como vosotros.
 Delego mi responsabilidad, en quién me excede en poder y determinación; a la vez, si acepta reemplazarme, puede hacer que superemos esta circunstancia que parece irresoluble.
 Luego, procedió a despojarse de sus emblemas y abolió sus títulos y propiedades, repartió ropa y hacienda y se convirtió en un mendicante dentro de la plaza sitiada, ante la mirada absorta de su esposa e hijos.
 -Ahora..., la responsabilidad es divina; solo divina..., añadió a su alocución.
 Dicho lo cual, comenzó a roer un mendrugo que halló sobre el piso empedrado.
 Transcurrido no más de un día, el lugarteniente del ex-conde, reunió a su estado mayor para analizar el cuadro de situación, el cual, obviamente, no les podía resultar más desfavorable.
 Habiendo unanimidad de criterio en dicha consideración, les comentó su idea salvadora, inspirada por la divinidad,su superior en la comandancia bajo el estado de sitio, de acuerdo a la designación condal.
 La misma, consistía en el sacrificio del mendigo ex-conde, para posteriormente, habiendo ataviado el cadáver con el atuendo que correspondía a su dignidad anterior, incluyendo el aureo collar que lo identificaba, catapultar al muerto al campo del ejercito sitiador.
 Dicha acción, suponía el lugarteniente, generaría gran satisfacción en el enemigo y la posibilidad de negociar una capitulación piadosa, sin represalias por parte de los asediantes para con aquellos que ocupaban el reducto.
 Los que como gesto de buena voluntad y sumisión, les entregaban a la autoridad condal convertida en un despojo de magnífico atavío.
 Los sitiadores podrían contentarse con cortarle la cabeza y ensartarla en una pica, ingresando al dominio que incorporaban, en forma pacifica, poniéndose todos los de la fortaleza  al servicio de este nuevo señor, jurándole lealtad.
 Por supuesto, toda la familia del anterior pasaría a disposición del conde aún enemigo, para que hiciera con ellos lo que a su entender corresponde. Dicha familia sería puesta en cautiverio, de inmediato.
 El lugarteniente finalizó su propuesta, aduciendo que la misma obedecía a la voluntad de Dios, expresada a través de sus palabras, dado que el Creador nunca lo hacía con voz propia.
 Robusteció su afirmación, agregando que al ejercer Dios la comandancia, sus decisiones estaban fuera de toda controversia, llevando implícito el principio de infalibilidad.


 Resultó simple, degollar al manso mendigo de noble estirpe.
 Su ejecutor, le mencionó que era en cumplimiento de la voluntad divina. Según refirió luego de proceder, las últimas palabras del ex-conde estuvieron dirigidas a inquirir, de que modo se había expresado tal voluntad, pero no llegó a escuchar la respuesta, dada la magnitud de la hemorragia que hacía desbordar el tajo de su cuello.
 Apresar a la ex-familia condal, mujer, hijos pequeños, un par de jóvenes hermanos doblegados mediante la fuerza, tampoco resultó difícil.
 Cumplimentado lo previamente establecido, se catapultó el cadáver ricamente ataviado del ex-conde, al campo enemigo.
 Era evidente que los sitiadores lo recibieron azorados, pero se detectaba en ellos cierta discordante inquietud.
 No pasó mucho tiempo, cuando comenzaron a levantar el sitio.
 Desde las alturas de la fortificación, comenzó a divisarse en la lejanía el avance de un ejercito numeroso, más aún que el de los que aplicaron el asedio.
 El lugarteniente, pensó que había ocurrido un milagro debido a la comandancia divina, que hacía que la fuerza amenazante se marchara.
 Más aún, conjeturó que se aproximaba una hueste celestial..., una referencia para las generaciones futuras sobre el poder del Altísimo, como lo fue el Crismón de Constantino...
 Se puso de rodillas sobre las lajas de la torreta, imitado por los demás.
 Pensó en el  ex-conde y su sacro sacrificio en aras de todos..., cuando un centinela avisó que la poderosa milicia que se divisaba en la lejanía, hacía flamear los estandartes del Duque, fidelísismo feudatario del Rey, terror de los nobles díscolos para con el poder central, como lo era el conde sitiador en retirada.
 El lugarteniente, empalideció bajo su yelmo:
 El ex-conde al que ordenó degollar, era un dilecto vasallo del Rey.
 Pensó como podría explicarle al Duque, que Dios, comandante de la plaza por decisión del fenecido conde, decidió la ejecución del mismo mediante un mandato que le cupo a él, lugarteniente, dar a conocer a los demás.
 Estimó que el Duque, probablemente, le daría otro significado a sus palabras; conociendo los métodos que aplicaba como ejemplo correctivo, supuso que el ser quemado vivo podria ser afín a su futuro inmediato.
 Antes de arrojarse desde la alta muralla al foso circundante, donde moriría ahogado rapidamente debido al peso de su armadura, el lugarteniente consideró que los designios divinos, escapaban al entendimiento de los mortales; que solo la vanidad de los hombres, los hacía creerse interpretes de las pulsiones inconmensurables.

                                                                     FIN



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viernes, 5 de octubre de 2012

PIÑAS VAN...

 Piñas vienen, los muchachos se entretienen...
 El cerco de menores de catorce años, todos varones, inflamaba con su estribillo el ánimo de los contendientes, en la esquina del colegio.
 Motivo de la pelea:
 Peregrinas razones del momento, carentes de sustento, de entidad, pero lastradas de orgullo adolescente en  exhibición viril.
 Alfredo era un treceañero duro, que practicaba judo en el Ateneo de la Juventud y olvidaba las recomendaciones de su maestro, referidas a que los samurais solo peleaban cuando el honor había sido valederamente lesionado. Al jovencito le atraía la pendencia..., incluso, se animaba con muchachos mayores que él.
 Ricardo, catorce ya cumplidos, preocupado por no ensuciar su blazer azul de largo Mike Hammer y sus pantalones Oxford blancos, hubiera deseado rehuir el pleito; pero las circunstancias lo obligaban, so pena de quedar ante los espectadores de su curso, como un manifiesto cagón
 Iniciado el entrevero, se movía torpe:
 Tratando de controlar el terror que lo embargaba, solo atinaba a bailotear y a cubrirse con una guardia alta pero endeble.
 Alfredo sonrió, sabiendo que podía derribarlo con una toma de las aprendidas sobre el tatami, pero debía abstenerse de emplear artes marciales orientales:
 La pelea era a trompadas y debía ser de breve trámite, antes de que intervinieran los consabidos mayores o los preceptores del colegio para separarlos.
 El primer golpe de puño recibido por Ricardo, franqueó su guardia y le hizo sangrar la nariz.
 Esto podía considerarse suficiente-primera sangre-como para establecer el triunfo del favorito, pero no fue así.
 Alfredo se desplazaba canchero en derredor a su oponente, preparando la zurda para emplearla como lo hacía Lausse, al que vio en el Luna Park, cuando asistió con su padre a uno de sus enfrentamientos con Selpa.
 Ricardo, interpretó que lo que estaba por venir podría resultar feroz:
 Detectaba en el otro, algo así como un furor homicida, como si quisiera transgredir los limites de una pelea a la salida del colegio.
 Cuando sintió el gusto de la sangre en su boca, debido a un puñetazo que le hizo tragar el chicle-globo Bazooka, que como era usual se hallaba mascando, pensó que Alfredo lo quería matar.
 Deseó huir, pero los gritos enfervorizados del público le oponían en su ánimo, una barrera moral al abandono.
 Tampoco había segundos para tirar la toalla, como para que el que peleaba pudiera deslindar responsabilidades.
 Ricardo, a pesar de su corta edad, poseía un fuerte sentimiento de pundonor, que lo hacía disimular su deseo de llorar por la vergüenza de hallarse expuesto al castigo, así como el de salir corriendo como si fuera un maricón.
 Otro envío al rostro hizo efecto y lo dejó desencajado, al borde del llanto, pero se sobrepuso como pudo y a pesar de que el fragor del combate, dificultaba adoptar decisiones serenas, optó por apelar a la astucia. Recordó haberle escuchado a su tío Tito, decir que la astucia siempre es amiga de quién se halla en inferioridad de condiciones.
 Se hizo el rendido..., mientras escuchaba los gritos denigratorios de sus compañeros de curso, azuzados por   esa crueldad intrínseca, tan propia del inicio de la adolescencia.
 Alfredo descuidó su guardia, nimbado por las mieles del triunfo y las aclamaciones de sus condiscípulos.
 Ese fue el momento aprovechado por Ricardo.
 Un piquete, dedos índice y corazón en punta, aplicado sobre los ojos del desprevenido vencedor, dio vuelta  en forma terminante, el resultado de ese pugilato que se convirtió en otra cosa.
 El jovencísimo judoka Alfredo, profirió un alarido desgarrador, que iniciaría la intervención de la autoridad escolar, policial y judicial, dado que la resolución de la riña se derivó a un juzgado de menores, debido a lesiones gravísimas.
 Alfredo no volvió a cursar el bachillerato en ese establecimiento, ni en ese ni en ningún otro.
 Como secuela del hecho, padeció una pronunciada disminución visual en su ojo izquierdo, progresiva e irreversible hasta la ceguera. Su ojo derecho, fue reemplazado por una prótesis.
 Ricardo, cambió escuela, por lo que en esos alborales '60, se denominaba reformatorio.
 Ambos compañeros de estudio, padecieron las consecuencias de ese maldito día, que trastrocó en tragedia lo que tantas veces, parecía ser una diversión algo bruta de la adolescencia temprana.
 Ricardo, luego de un tiempo de internamiento, recuperó su libertad; como atenuante a su favor, se consideró que las lesiones se produjeron en ocasión de riña, incluso, considerándose el entrenamiento en judo que desarrollaba la víctima del luctuoso suceso.
 Alfredo, le sumó al adolecer natural de su edad, el de las intervenciones quirúrgicas y los tratamientos oftalmológicos, que lo alejaron de todo lo que normalmente le hubiera correspondido hacer.
 Se replegó en una introspección arisca, desoladora, enemistado con la vida y con ese destino que le parecía injustamente cruel.
 Sus padres, permanentemente temieron su suicidio..., hasta que este se produjo por ahorcamiento.
 Tenía diez y siete años y envió una carta antes de matarse.
 Dirigida a Ricardo, la misiva solo decía:
 Te perdono.
 Me voy en paz.
 Ricardo, ya convertido en un robusto mozo, la leyó, trastornándose su ánimo.
 Recordando su paso por el instituto de menores, donde le ocurrieron sucesos terribles, dijo en voz alta:
 -Yo no.
 Rompió la carta y arrojó sus fragmentos al inodoro.
 Aferró el bolso deportivo y se dirigió a entrenarse con la troupe de luchadores, que provocaba furor en esa época, dispuesto a perfeccionar una condición que desarrolló con éxito durante su período de encierro.Siempre del lado de los malos, de los que hacen trampas y emplean técnicas como el piquete de ojos; aunque en el catch, en múltiples ocasiones, estos recursos resultaron consagratorios, incluso del lado de los buenos.

                                                                    FIN





  
   

jueves, 4 de octubre de 2012

TRAS LA MIRILLA

 No tardó más de unos segundos en detectar el ardid.
 El tipo, se hacía pasar por un distribuidor de supuestas tarjetas de Caritas, con el propósito de que abriera la puerta y le deje expedito el ingreso, de modo disimuladamente violento, contando con el apoyo del cómplice que deambulaba por la vereda de enfrente.
 No lo hizo.
 Rechazó la propuesta tras la mirilla.
 Lo que no pudo prever, fue que un tercer partícipe aprovechó que el otro reiteraba la petición desde el lado de la calle, para ingresar por los techos vecinos a su azotea.
 Desde allí al patio, invadiendo su domicilio por la retaguardia.
 En ese momento, comprendió que había sido entregado, quizás por la señora que semanalmente hacía la limpieza o por el albañil que reparó el toldo corredizo, que sabían que a esa hora de la oscura tarde invernal suburbana, se hallaba solo en la vivienda.
 Desde ese momento, todo resultó demaciado rápido.
 El intruso que irrumpió por la parte trasera de la casa, le propinó un culatazo en la cabeza que lo dejó aturdido y sangrante, para de inmediato abrir la puerta de calle y franquearle el paso a los otros dos.
 El resultado fue que había tres tipos en su domicilio, que lo amenazaban y le pegaban para que revelara donde escondía el dinero.
 Luego de recibir varios reveses que le destrozaron la prótesis dentaria, les dijo que no poseía efectivo, pero sí, algo valioso que estaba dispuesto a entregarles para que cesaran de castigarlo.
 Le amarraron las muñecas con precintos plásticos y lo acompañaron a la cocina.
 Los sujetos se hallaban expectantes, cuando les indicó la despensa que debían abrir para hallar el botín.
 Al ver la manzana roja reluciente, lustrosa, quizás embebida en aceite para lograr más brillo, lo miraron entre estupefactos y amenazantes.
 En ese momento, con la sabiduría que emanaba de sus ochenta y tantos años, les dijo:
 -¿Que miran embobados, hato de idiotas, no saben que con la manzana comenzó todo?...
 Es el fruto prohibido que mordió Eva y desencadenó la pérdida del paraíso terrenal...
 Por eso existen Vds., malditos cretinos heredosifilíticos...
  La paráfrasis bíblica referida con tal convicción, no le evitó al anciano ser asesinado a golpes, que le generaron estallido de órganos internos y hundimiento de la base del cráneo.
 Los homicidas se retiraron llevándose unos escasos pesos, producto de la jubilación mínima que cobraba la víctima, mientras puteaban al entregador, quien obvió informarles sobre la demencia senil del individuo provecto.

                                                                     FIN
      

lunes, 1 de octubre de 2012

LA ESCRITURA DEL MAÑANA

 Parecía que su mano se deslizaba sobre el papel, como guiada por una inteligencia ajena al cerebro que integraba ese cuerpo; el suyo.
 O sea:
 No la dirigía él, con su voluntad creativa, tampoco los impulsos que generaban lo que en ciertos ámbitos se consideraba escritura automática, de intermediación mediúmnica o aproximada.
 No.
 Él sabía que era él mismo, quién dictaminaba que escribir y que escribía, pero el foco de la escritura, se hallaba fuera de él.
 Con cierta sensación de extrañeza, como avizorándo su identidad -la suma de su vida-desde una distancia inefable, inconcebible, dio por finalizado el escrito y firmó, de modo más ceremonial, más aplicado, que como lo hacía habitualmente en cheques y cargos de tarjetas de crédito y débito..., su testamento hológrafo.

                                                                 FIN