jueves, 31 de enero de 2013

HAY QUE MATAR A "POLANCO"

 El jefe lo dijo con voz firme, de inequívoca interpretación.
 -Hoy.
 Agregó en tono perentorio, informando donde hallar al mencionado y como proceder a su eliminación.
 "Fierita" y "Monje"-sus alias-sicarios subordinados, coincidieron en esbozar una muda señal de aceptación de lo indicado.
 Cuando salieron de lo que conocían como "casa operativa", ambos se miraron, de algún modo compartiendo la dificultad moral, que les generaba eliminar a alguien sin que mediara promesa remuneratoria o asuntos de carácter territorial. Es que matar a "Polanco" significaba hacerlo con uno de ellos, quién hasta el día anterior, integraba el team profesional al que pertenecían.
 Asumidos como asesinos por encargo con un líder-el jefe-acataban la voluntad omnípoda del mismo como clausula contractual inviolable, establecida desde el inicio de esa desigual asociación ilícita.
 El jefe indicaba los objetivos y no había espacio para las objeciones.
 La estructura del team era verticalista, no deliberativa; ambos sabían que la desobediencia se consideraba falta grave y era punible.
 La deserción, a su vez, conllevaba la aplicación de la pena capital con manifiesta crueldad.
 Implicaba la aplicación al condenado, del mayor dolor físico posible, para lograr que su muerte resultara lenta, penosa.
 Pero el asesinato de "Polanco" no tenía estas características.
 Simplemente, debían matarlo a tiros.

 "Monje" y "Fierita" cumplieron con eficacia la tarea encomendada.
 Desconfiando el uno del otro, no se les ocurría a ninguno de los dos la posibilidad de traicionar el mandato.
 Se presentaron ante el jefe como siempre, luego de una faena, pero en el caso de "Polanco", sabiendo que no recibirían suma alguna por el homicidio realizado en común.
 Solo las palabras:
 -Fue por la seguridad del team.
 Las emitió el jefe con voz estentórea; la voz de quién tiene a otros a cargo, en la relación de dependencia establecida en un contexto organizativo criminal, donde el riesgo es permanente. Sabiendo, sin la mínima duda, que es lo mejor para la seguridad de todos.

 Cuando el jefe le indicó a "Fierita"-en forma privada-que debía matar a "Monje", le insinuó algo parecido a un ascenso, a un nivel de participación mayor en las recaudaciones; quizás, a un nombramiento implícito como lugarteniente, lo que significaba la primacía en la línea sucesoria.
 Lo mismo hizo con "Monje", señalando a "Fierita" como el objetivo.

 Quién se presentó ante el jefe fue "Fierita", el sobreviviente del feroz tiroteo entre los dos esbirros.
 El jefe, por primera vez, lo palmeó en la espalda en señal de aprobación y ambos estrecharon sus diestras con vigor.
 -Te nombro mi lugarteniente...
 Le dijo en tono marcial, antes de vaciar el cargador de su Glock 40 con silenciador adaptado, sobre su desprevenida humanidad.
 "Fierita", con el estupor marcado en su rostro, se conmovió como un muñeco convulso, antes de caer sobre el piso cerámico, dejando varios regueros de sangre sobre las baldosas blancas.
 -Postumamente...
 Agregó el jefe, ya sin interlocutor.
 Antes de retirarse de la "casa operativa"-cuya desafectación como tal la había previsto con anterioridad-pensó que resultaba oscuramente simbólico, dejarla con el cadáver de quién sirvió con total fidelidad, los fines que la misma implicaba.
 Mientras consideraba-conduciendo su Mercedes Kompressor del año-que ya estaba listo el nuevo baluarte así como su flamante team profesional, estimó que inevitablemente, sus leales servidores tenían un tiempo útil limitado; de prolongarse, se convertían en peligrosos testigos de su comandancia.
 Como señor feudal, como barón de la droga, él no era como los del medioevo, que si abandonaban un bastión dejaban a los siervos de la gleba para que sigan dependiendo del castillo; su caso, se asemejaba más al de una empresa que practicaba una política de despidos, para no generar costosas indemnizaciones por antigüedad.
 Sonrió..., antes de encender el poderoso equipo de audio y comenzar a escuchar el narcocorrido, que le dedicó a su persona el popular conjunto Los de Sinaloa.
 Lo que más le gustaba del mismo, era la parte en la que se lucía el del guitarrón, acompañado por el cantor
que mentaba sus hazañas.
 Lamentablemente-pensó-algunas deben ser secretas, debido a que por sus características, no son recomendables para incluirlas en el repertorio épico musicalizado.

                                                                   FIN

                                                                         









jueves, 24 de enero de 2013

LA NOCHE DE SILO

 Ese octubre del '69 resultaba templado, pródigo en noches apaciblemente estrelladas, carentes de inclemencias climáticas.
 Así fue aquella, en la que algunas decenas de jóvenes esperaron la revelación de un nuevo profeta, en Plaza Once.
 Quizás hoy resultaría difícil interpretar, como podía transmitirse una información críptica en aquella época, persona a persona, sin telefonía celular, internet, redes sociales.
 Más aún, tratándose de una convocatoria no registrada por la prensa escrita, radiofónica y televisiva.
 Pero así fue.
 El grupo de personas, constaba de algunas muy predispuestas que esperaban una teofanía, otras eran escépticas pero curiosas y había un par que abominaban de quién debía presentarse para hacer público un mensaje, tal como lo había hecho unos meses antes en la zona cordillerana. Respecto a estos últimos, aparentemente, disponían de cierta información de la que carecía el resto de los presentes.
 La Plaza Miserere, se hallaba sumida en las penumbras nocturnas propias de la época, facilitando el deambular de los treinta o cuarenta advertidos, que intercambiaban cierto nombre como el santo y seña de lo que se esperaba como un alumbramiento clandestino. Ese nombre era Silo; se entendía que bajo el gobierno militar de la autoproclamada Revolución Argentina, lo más valioso para el espíritu debía ser clandestino.
 En general, nadie lo había visto a Silo en Buenos Aires, nadie lo había leído y muchos lo habían imaginado, proyectando en él sus juveniles ansias de absoluto.
 Yo, Héctor Lasafia, era uno de ellos.
 Hacía pocos meses que había finalizado mi servicio militar. Aún rapado y con el acondicionamiento marcial del período ya superado, esperaba aquello que prometía ser revelatorio, medular, de proyección infinita para los pocos que nos habíamos reunido en torno a una consigna casi fantasmal.
 La que fue susurrada confidencialmente, entre las estrofas de Diana Divaga y las locuciones de Nucha Amengual, con su voz de profunda sensualidad.
 Llegada la hora señalada..., como le dije a mi circunstancial acompañante, Alejandro Albasio, feroz detractor del profeta inubicuo en base a un oscuro dossier de datos dispersos, aquí no ha pasado nada...
 Nada..., me respondió el susodicho, que reconoció su predisposición a que un relampagueo en la conciencia, le genere el abandono de su postura opositora.
 No ocurrió.
 Solo se veían muchachos de larga melena y algunas chicas poco atractivas, deambulando entre las tinieblas de esa plaza inmensa, presidida por un imponente mausoleo.
 Alejandro Albasio, conocido entre los habitués a los bares de la Av. Corrientes como el "Oscuro de Flores", me dijo:
 -No vendrá. Los falsos profetas se anuncian y defraudan.
 Le respondí que debíamos darle algo más de tiempo, mirando hacia Rivadavia, pensando en que si no aparecía podía terminar la noche con un café en La Perla; quizás, por ahí, pasaban Tanguito o Lito con algo de grass.
 Pero luego de media hora de deambular por la plaza como nómades insomnes, decidimos que la espera concluía.
 El profeta fue solo ausencia: sus anuncios no fueron proferidos.
 Lo que ocurrió, en otro nivel, también resultó activo y movilizador.
 La plaza fue rodeada por carros de asalto, de los que descendieron raudos numerosos efectivos de la Guardia de Infantería de la P.F.A., que golpearon con sus bastones a la concurrencia sin miramientos, con sistemática contundencia.
 La reacción que hice efectiva fue correr.
 A los pocos metros, un integrante del contingente policial-pertrechado para acciones represivas de esta índole-me alcanzó y pensé que me iba a propinar un duro castigo, pero me dijo:
 -Andate, guacho con el culo lleno de mierda, antes que te parta la cabeza...
 Le hice caso..., intimidado por la estructura física del sujeto y el equipamiento que portaba.
 En mi veloz retirada, busqué a Alejandro entre los dispersos y apaleados, pero no pude hallarlo.
 Estimé, como dirían las revistas mexicanas que leía en mi infancia, que puso pies en polvorosa...
 No fue así.
 Lo divisé conversando tranquilamente con el jefe del operativo, señalando que cabezas partir.
 Me miró fugazmente, como para que reconozca su benevolencia.
 Mientras caminaba rumbo a Corrientes-ya descartado el fin de la noche en La Perla del Once-recordé que había otra figura egregia que era esperada-en este caso, sin una fecha precisa-que decían sus seguidores descendería de un avión negro.
 Pensé que todo profeta genera fuerzas agazapadas complotando, pero también que la ausencia del anunciado y la violencia sobre quienes lo esperan expectantes, solo augura vacío y pérdida.
 Pasaron tres años...y el 20 de junio de 1973 estuve en Ezeiza, no precisamente entre quienes se hallaban en el palco.
 Sin duda, aquello, tuvo características de una magnitud desmesuradamente superior, tanto en lo cuantitativo como en lo siniestramente cualitativo; esa vez, estuve próximo a ser engarfiado con un gancho de carnicería.
 Alejandro Albasio, a quién no veía desde la noche de Silo, detuvo la mano que sostenía el implemento que me estaba por perforar la espalda.
 En esa oportunidad, en plena batalla entre las facciones peronistas, me dio la chance de huir de ese infierno. No me habló..., solo percibí otra vez su mirada benevolente, que parecía decirme: No habrá un tercer mesías nacional para que vos asistas a su aparición...
 Entre la confusión y el espanto, alcancé a ver como se reunía con el estado mayor de Osinde.
 No volví a saber nada de él.
 Como si no hubiera existido.
 De todos modos, decidí dar testimonio de su existencia.
 También del agotamiento-desde aquel día- de mis expectativas de irrupciones salvadoras, que regeneren los deterioros de mi alma con el aporte de una inusitada felicidad; obviamente,  mediante el entusiasmo de la adhesión y su pico más alto, la entrega...

                                                           FIN

                                                               







   

lunes, 21 de enero de 2013

EL ÁNGEL EN GUARDIA

 Intentó sujetarlo por las alas para impedirle alzar vuelo.
 Estuvo próximo a lograrlo, pero con un movimiento brusco, se evadió de su abrazo elevándose incipientemente, luego de una escueta carrera entre un remolino de plumas desprendidas y el polvo levantado por los pies descalzos.
 No le dio tiempo para adquirir altura.
 Se aferró a sus piernas derribándolo sobre el sendero, de inmediato, le aplicó un golpe de puño sobre la sien derecha, aturdiéndolo, dificultándole su defensa ante la agresión.
 Creyéndolo sometido, Jacob le exigió la bendición a ese ser innominado, mediante la coacción en la que puede incurrir quién genera más daño.
 Pero su victoria no era tal.
 El alado, se recuperó en instantes y le descoyuntó la cadera con solo tocarlo.
 En ese momento, Jacob, hermano de Esaú, al borde del desmayo por el dolor que sentía, le aplicó un rodillazo en los testículos a su oponente, quién se dobló sobre si mismo y comenzó a realizar flexiones para mitigar los espasmos punzantes.
 A pesar de lo comprometido de su situación, el ángel, prestó oídos a Jacob.
 Lo escuchó declamar que si no era reconocido por el Altísimo mediante bendición -a través de ese, su mensajero aéreo- seguiría luchando, provocando el estrago de su adversario, pero también asumiendo su final debido a la  desigualdad de ese combate.
 Quizás esta violenta perseverancia en su propósito celestial, desarrollando una lucha donde su carne era realidad y la de su contrincante apariencia, generó la divina respuesta, que transmutó su nombre de Jacob en Israel, o sea, el que lucha con Dios.
 ¿Con Dios como aliado o como contendiente?...
 Lo que se pierde en los misterios de la voluntad superior, es porqué peleó el ángel.
 ¿Que quiso probar exponiendo la parte tangible de su naturaleza?... El motivo, por el que su componente corpóreo se dispuso a la paliza, sabiendo que desde una óptica marcial ese combate carecía de toda equivalencia: era una farsa tipo catch as catch can.
 Solo cabe suponer, considerando aquello de que Dios no juega a los dados, que probablemente sean otros sus modos de diversión.

                                                                FIN




lunes, 14 de enero de 2013

LA CASETA DE TIRO

 Le cuesta recordar cuantas cañas se tomó...
 ¿Se gastó la quincena en bebida?..., se interroga, tanteando un bolsillo de su pantalón. Halla un bulto de billetes que le indican que aún no fue así; se siente aliviado.
 Se hizo tarde, piensa, observando evidencias de que el Parque Retiro está próximo a cerrar, ese sábado inclemente de invierno, que ya se convirtió en un domingo de frío feroz y llovizna.
 Alza las solapas de su sobretodo. Trata de ubicarse para acceder a la salida, con la idea de retornar a la pensión que habita.
 Al ver el cine de películas para hombres, recuerda que camino tomar, pero quizás por los vahos alcohólicos que le provocan cierto aturdimiento-no desagradable-elige un rumbo equivocado.
 Enciende un Saratoga poniéndose de espaldas al viento; detecta que el encendedor "carusita" tiene poca bencina.
 Con el cigarrillo rubio colgando de sus labios reinicia la marcha.
 Luego de unos metros de caminata, en una zona del parque oscurecida porque ya cerraron los stands o porque siempre fue así, se percata de que no se está dirigiendo hacia la salida y decide dar la vuelta.
 Fue en ese momento, que ella le sonrió.
 La encargada de la caseta de tiro, la que se hallaba engalanada por banderitas celestes y blancas y un cartel que le daba categoría de polígono:
 AQUÍ SE APRENDE A DEFENDER A LA PATRIA
 En la oscuridad ambiental, el stand se destacaba a pesar de su tenue iluminación.
 Responde a la sonrisa.
 Se acerca entusiasmado ante la posibilidad de terminar la noche con una mujer, aunque sea pagando.
 Hace rápidos cálculos sobre lo que deberá gastar, incluyendo un amueblado que conoce, el taxi para llegar al mismo y lo que le podría cobrar la mujer, pero su mente no está para las matemáticas.
 -¿Ya cerrás, preciosa?...
 Le dice, gratamente sorprendido por el aspecto de ella, diferente al de las morochitas pajueranas que atienden los otros puestos.
 Es un hembrón..., piensa.
 -No. Todavía tenés tiempo de tirar una serie con pistola.
 Le responde la rubia platinada, de tez muy blanca y curvas sugerentes bajo el tapado ajustado.
 Lleva tacos bien altos y medias con costura, que realzan el torneado de unas buenas piernas.
 -La pistola la tengo para otra cosa...
 Retruca el hombre, llevando el tema al terreno que le interesa, adoptando una pose de galán cumplidor, recio pero divertido.
 -Puede ser..., le dice ella acercando su boca a la de él-dando un respingo ante el vaho alcohólico que emana de la misma-pero mostrame antes, que sabés dar en el blanco...
 Encantado con el jueguito de los dobles sentidos, avanza con ímpetu masculino intentando aferrar sus manos de uñas manicuradas, esmaltadas de rojo furioso. Pero ella se escabulle ingresando a la trastienda de la caseta de tiro.
 Regresa inmediatamente con una pistola, que porta con el cañón hacia arriba, como corresponde.
 -Pagame la serie y tratá de hacer centros, así te ganas el adorno de la ciudad donde está nevando...y quizás algo más.
 Ahora, la sonrisa de ella parece acrecentar la sensualidad que emana de su perfume dulzón con olor a pecado, su figura, la melena platinada y su modo de hablar un español de acento algo alemán.
 El hombre le entrega un billete que supera el arancel.
 -Guardate el vuelto...
 Le dice con modales de bacán, vistos en alguna película.
 Ella lo introduce en su escote, mostrándole el nacimiento de unas gloriosas tetas, grandes y tentadoras como las de Laura Hidalgo en La orquídea.
 El hombre no tiene el mínimo interés en el tiro al blanco, pero sigue con esa liturgia de macho y hembra que espera termine en la cama.
 La mujer enciende un cigarrillo: Chesterfield.
 -No me diste tiempo para que te lo prenda...¿Los conseguís de contrabando?...
 Le dice a quién ya le parece una maravilla femenina, aunque también se reconoce ante si mismo, que le genera cierta oscura prevención.
 -¡Tirá!...
 Lo incita ella.
 -No tenemos toda la noche. Cierro el stand y me voy con vos.
 El varón sonríe con suficiencia. Quiere tomar puntería, pero las cañas previas lo llevan a tirar al bulto, a errar el centro.
 -Seguí tirando.
 Le indica la deliciosa mujercita, con tono apremiante.
 -¿Como te llamás?..., le pregunta él, ya harto de los prolegómenos y deseando irse con ella de una vez por todas.
 -Greta.
 Le dice la mujer, entre mohines y gestos prometedores.
 -Yo soy Roberto..., le dice él con voz aguardentosa.
 -Seguí tirando..., es la respuesta femenina.
 -Pero como...¿Es a repetición?...
 Le pregunta Roberto, mientras sopesa el arma manifestando sorpresa, recién percatándose de que no parece una pistola de aire comprimido. De todos modos, vacía el cargador tal como le pide ella.
 Quizás cierta confusión mental producto del alcohol ingerido, su falta de trato habitual con armas de fuego, el estar más pendiente del culo de ella imaginado bajo la ropa de abrigo, que de la pistola, generaron que recién cuando se quedó sin proyectiles, reparara en que tiró con una veintidos largo.
 Su performance fue deficiente y le llamó la atención que el blanco estaba pintado sobre un lienzo blanco, en vez de ser de los intercambiables.
 -Esta arma no es de feria..., le dijo a Greta, sin disimular su enojo por haber tirado con una pistola con balas, no con balines.
 Piensa que ella ya lo trampeó de entrada.
 En ese momento, escucha claramente los ayes agónicos ahogados, que le pareció oír mientras tiraba.
 Ella, ahora con guantes de cabritilla, le retira el arma; recuerda que los llevó puestos desde que apareció con la pistola.
 Algo le llama la atención: observa que el lienzo blanco se mancha de rojo, con mayor intensidad a medida que transcurren los segundos.
 Este es el momento en el que Greta le dice que están fuera de horario y que se retire, con un tono de inquietante autoridad.
 El hombre se siente intimidado por esa mujer, que cierra rápidamente la caseta de tiro y se aleja corriendo, entre un repiquetear de taquitos.
 La ve ir rumbo a una salida que él desconoce. Corre tras ella, con la torpeza que le proporciona su carga etílica e imbuido de un creciente sentimiento de aprensión.
 Antes de poder alcanzarla, ya en la calle, la mujer asciende rápidamente a un aparatoso auto inglés de unos tres años de antigüedad, quizás un Wolseley 47 o 48, conducido por un individuo de sombrero muy calado, cuya ala tiende a sombrear sus ojos.
 Greta alcanza a gritarle que se aleje, sino quiere ir preso por homicidio.
 El auto parecido al Bentley, parte raudo, ante la mirada absorta del tirador inadvertido.
 Como impelido por una atracción magnética, retorna al sitio de la caseta de tiro, viendo como el líquido rojizo que chorreó de la misma, forma un charco que refulge bajo la luz de la luna.
 Los lamentos sofocados parecían haber cesado. Quizás como si lo ominoso de la situación, disminuyera su ebriedad, rememora que mientras tiraba, además de lo ayes de dolor escuchados, le había parecido ver ciertos movimientos convulsos tras el lienzo con el blanco de círculos pintados.
 Echa a correr despavorido, ahogando un grito de angustia.
 Se da cuenta que llamó la atención de dos vigilantes de la Policía Federal, que lo intentan detener llevando sendas porras en sus manos.
 Trastabilla, lo que aprovechan los agentes para aprehenderlo.
 -¿Que carajo te pasa que corrés?...
 Le dice uno de ellos, aferrándolo por el brazo.
 -No lo se..., le contesta, sintiendo que está por suceder algo maldito, ajeno a su control y que lo engullirá horrorosamente entero, no como él fantaseó que gratamente, iba a hacerlo la regia hembra con su pija.

                                                                     FIN




domingo, 13 de enero de 2013

VODKA Y JUGO DE TOMATE...

 No recordaba cuanto tiempo, llevaba acodado en la barra del bar, ajeno a otros parroquianos, a un par de mujeres interesantes y a la hora.
 Proseguía bebiendo los mejores Bloody Mary de su vida, casi con unción, alabando mentalmente la calidad de ese barman excepcional.
 Periódicamente, palpaba el arma que llevaba a la cintura, oculta por el saco abrochado.
 En esos momentos, recordaba porqué se hallaba en el lugar y cual era su tarea: Matar a alguién.
 Asesinato por encargo..., estas tres palabras parecían estallarle en la mente.
 Sabía que se resistía a lo que implicaban.
 Nunca había matado. Jamás supuso que podría llegar a hacerlo por un pago.
 La necesidad puede perforar todo límite moral..., fue una reflexión que cruzó fugaz su entendimiento, abotagado por el alcohol.
 Por otra parte, le habían entregado el 50% de lo pactado en forma anticipada. Sabía que debía proceder y hacer efectivo el compromiso asumido.
 Además, le urgía cobrar el 50% restante, que le sería oblado luego de consumar el hecho.
 Cada cóctel que reiteraba, era registrado por su conciencia como que debía ser el último..., pero no lo era.
 Cuando ya peligraba su estabilidad sobre el mullido taburete, solicitó la adición, que resultó gravosa, tal como era dable esperar.
 La saldó con dólares de los recibidos a cuenta de ejecutar el trabajo que abandonaba.
 Miró a los ojos al barman, un tipo de unos cuarenta años, sonriente, de semblante afable, revelador de buena disposición para la actividad a la que se dedicaba.
 Lo obsequió con una propina de veinte dólares, que el profesional de la coctelería agradeció con natural cordialidad.
 Le resultó curioso que el bebedor que se alejaba esquivando mesas y sombras, no hubiera cambiado una sola palabra con él, durante la larga sesión de ingesta alcohólica.
 Cierto que más de quince años mezclando bebidas, le habían enseñado que no convenía forzar una conversación con el cliente; que cada bebedor excesivo tenía motivos que a veces no resultaban nítidos, ni siquiera para el propio sujeto.
 Él no era psicólogo para descifrar esos motivos, ni le importaba hacerlo.
 El hombre que trasegó ocho Bloody Mary, ya en la calle, pensó que ese barman de excelencia que le aplicaba al cóctel, la exacta proporción de salsa Tabasco y salsa Worcestershire que la mixtura requería, jamás supondría el motivo que lo llevó a beber en exceso.
 El mismo, consistía en que debía matarlo a balazos, no por razones personales, sino por el cumplimiento de una misión remunerada, de la que desconocía todo lo concerniente al móvil.
 Se alejó del bar caminando en forma algo sinuosa, cavilando sobre como resolver la situación problemática en la que se hallaba comprometido.
 Era difícil.
 No podía devolver el 50% recibido porque ya no disponía de la suma. Incluso, parte de la misma, se la había anticipado a la clínica privada de desintoxicación donde debía haberse internado, luego del resultado negativo que obtuvo con Alcohólicos Anónimos.
 

 El individuo maduro, trajeado, de aspecto distinguido, que se hallaba a bordo del auto de alta gama estacionado frente al bar, habló mediante su Blackberry.
 -No lo hizo. Salió completamente borracho del bar.
 La respuesta de su interlocutor telefónico fue categórica.
 -Yo le dije a Alpha que no se podía contratar a un tipo con tendencias alcohólicas para este trabajo. Es como poner al zorro a cuidar el gallinero...
 Ahora, aunque intente devolver lo percibido, no puede quedar con vida.
 Vd. contacte a Épsilon, para comunicarle que hay dos objetivos.
 Esto pasa por querer ahorrar y no recurrir a verdaderos profesionales.
 Siempre le sugerí a Alpha que lo barato sale caro...
 -O.K.
 Fue la respuesta del hombre que puso en marcha el BMW.
 Mientras encendía el aire acondicionado, consideró que Alpha era sumamente reacio a recibir sugerencias, así como era proclive a atribuir la responsabilidad por sus errores en los demás.
 Comenzó a conducir el auto sumido en un estado de preocupación y ansiedad, dado que conocía la inclinación de Alpha, a establecer que no quede ningún testigo de sus equivocaciones.

                                                                         FIN










miércoles, 9 de enero de 2013

MICRORRELATO CONCURSANTE

 El certamen fue organizado por una editorial de primer nivel.
 Tres personalidades de reconocido prestigio en el ámbito literario, lo engalanaron con su participación como jurados.
 La pieza(en el sentido cortazariano del término)ganadora, es la que Vds. se encuentran leyendo, en la cual el autor no podrá recibir el premio acordado, por hallarse muerto por propia voluntad y elección.
 El suceso ocurrió al mes de presentar el original.
 ¿Que lo llevó a adoptar tan trágica determinación?...
 Una posible aproximación al hecho, indicaría que podría deberse a la natural extrañeza que siempre acompañó su experiencia de vida.
 Finalmente, se le hizo carne cierta extrema fatiga, vinculada a no poder definir con amplitud su habitual consideración, de que lo natural hubiera sido que todo el cosmos hubiera seguido concentrado en un punto, como el estado de cosas anterior al big-bang; sin manifestarse, dado que la eternidad no requiere de evidencias.
 De este concepto, al que le dedicó años de especulaciones reflexivas, quizás surgió un probable deseo de consustanciarse él también, con esa partícula primigenia-anterior a todos los dioses-ya agobiado de participar de la espectacularidad de la vida con su tácito final. Decidió alterar el derrotero consabido con una escala prematura, así como los finales de sus microficciones, transmutan el lugar común en otro espacio de significación.
 Como el presente..., que sugiere un autor que abandona la escritura de narrativa breve, para implicarse definitivamente, en los misterios de una botella de whisky abierta y una pistola cargada, con bala en la recámara.

                                                          FIN  

lunes, 7 de enero de 2013

CROTOS EN COMBATE

 Ambos se miraban desafiantes, sosteniendo por el pico, sendas botellas de cerveza rotas.
 Se desplazaban con parsimonia, atentos al proceder del otro, acompasando el propio a una cuasi danza intimidante para el adversario.
  Los dos individuos, parecían próximos a despedazarse.
 A desfigurarse los rostros con el vidrio cortante, a producir el estallido de la femoral del oponente, a matarse..., exhibiendo muecas de desprecio en los fieros semblantes.
 Los movimientos circulares proseguían, pareciendo que ninguno quería lanzar la primera estocada, el primer ataque a fondo.
 Testigos de la siniestra circunvalación, había pocos:
 Otros dos linyeras miembros de la ranchada, uno de los cuales se hallaba dormido, completamente beodo.
 Los giros y contragiros prosiguieron durante más de media hora, sin que ninguno de los contendientes realizara acciones ofensivas.
 Hasta que uno de ellos cayó al suelo del baldío, emitiendo el ronco estertor del sueño dipsómano.
 El otro, el croto Cildañez -apelativo tomado del arroyo cuyos aledaños frecuentaba- cesó la pelea no consumada, la que solo resultó un amago de combate.
 Se sobó los derruidos tiradores, que sostenían una bombacha bataraza usada sin miramientos, sin lavados ni consideración. También constató que sus alpargatas tamberas, la suela robustecida por una capa de bosta reseca, no habían sufrido más deterioros que los que ya tenían.
 Posteriormente a este control de averías, arrojó lejos el trozo de botella de la cervecería de los Bemberg.
 Se acercó al fuego crepitante, alimentado con madera de cajones de manzanas.
 -Nos vamos de Río Negro..., compañero Gandolfo, la cosecha ya terminó y rumbeamos con el primer carguero que vaya para arriba. No quiero seguir debiendo muertes.
 -No lo mató..., le contestó Gandolfo sin tutearlo, se cayó de borracho, nomás...
 Ni lo tocó con la botella partida.
 El croto Cildañez, engulló una sardina de olor más que sospechoso que halló en una lata.
 Habló, luego de un largo trago de una caña desastrosa.
 -Yo no necesito para vencer desgarrar la carne del enemigo, Gandolfo.
 Yo los mato metafóricamente..., de aburrimiento.
 De esperar un primer paso de mi parte para poder contraatacar..., pero esa circunstancia nunca llega.
 Después de un tiempo de vueltas y contravueltas, caen agotados por el hastío de esperar al pedo, quizás como si entendieran que lo mejor que les puede proporcionar sus vidas sea el sueño.
 -¿Porqué no atacan primero?..., preguntó Gandolfo, reflexionando en que alguna vez escucho la palabra metafóricamente.
 La respuesta no se hizo esperar:
 -Porque son cobardes.
 -¿Y Vd.?..., replicó Gandolfo.
 Cildañez lo miró de un modo curioso, que a su interlocutor le resultó inquietante.
 Le contestó:
 -Yo soy cauto.
 Gandolfo se encogió de hombros.
 Siempre pensó que ese tipo, con ese léxico, se hallaba mezclado entre los crotos por propósitos que no  llegaba a descifrar.

                                                         FIN





viernes, 4 de enero de 2013

AUTOBIOGRAFÍA DE UN FALSARIO

 El libro se titulaba:
 AUTOBIOGRAFÍA DE UN FALSARIO
 Fue la única vez que ese escritor no mintió.
 De todos modos, el público lector que lo adquirió lo consideró un embuste; un engaño disfrazado con una presunta máscara de sinceridad autoral, que por el contrario, contribuía a aquilatar la mentira y expandirla como una onda perversa.
 Debido al tenor de lo que el texto refería, las repercusiones mediáticas del asunto no se hicieron esperar:
 Confrontaron al autor con evidencias sobre sus falsedades, le iniciaron juicios por calumnias, lo juzgaron a nivel opinión pública como un mitomano irredimible, emporcador de dignidades ajenas y portador de la suya completamente agusanada.
 Tal explosión en los medios le generó abundantes regalías: la cantidad de ejemplares vendidos superaba las más optimistas expectativas editoriales.
 Las ediciones se sucedían con inusual continuidad, así como las acciones legales contra el autor.
 Cuando comenzó a recibir paquetes sospechosos, amenazas de toda índole e incluso, un par de ataques a su integridad física en los que el azar evitó daños mayores, decidió reconocer la enorme patraña en que consistía el libro; o mejor dicho, reiterarla, debido al titulo del mismo.
 Justamente, hizo hincapié en este detalle, para comunicar que todo lo expuesto en la obra era una autobiografía imaginaria sin correlato con lo real.
 De última-anunció públicamente-era la autobiografía de otro..., de un sujeto inasible conformado por la materia de los sueños; así como aquellos que se sentían afectados por su mención en el libro, no eran las personas reales, sino otras, carentes de toda vinculación con sus identidades concretas.
 Expuso como ejemplo una situación masturbatoria, donde la identidad evocada en el ejercicio de la autosatisfacción, se halla absolutamente escindida de la persona en sí, para convertirse en algo similar a un programa mental que la excluye de toda posible negación o aquiescencia, de la apelación a derechos de cualquier índole.
 Seres carentes de sustancia carnal, cuyas identidades mutan hasta fluir en el torbellino de la famosa, imaginación al poder.
 Dijo que él, solo llevó a la palabra escrita el flujo de sus pensamientos.
 Todo era como en una novela. Una ficción.
 No le creyeron.
 Ya se había convertido en un paradigma del mentiroso, la noche que cayó desde un balcón de su departamento, en un piso alto, aferrando con su diestra un vaso de whisky hasta el instante del brutal choque contra el pavimento.
 Si bien su cadáver fue debidamente identificado, pocos creyeron que fuera cierto.
 Es que luego del acto exhumatorio, muchos aseguraron haber visto a un individuo sumamente parecido al occiso, merodear por los alrededores del velatorio y del cementerio donde serían cremados sus restos; como si quisiera corroborar la coronación suprema de su mentira: su propia muerte. De todos modos, el suceso generó un sentimiento de satisfacción entre sus enemigos, en muchas casos, dificultosamente disimulado; o sea, verdaderamente genuino, real.

                                                                     FIN

ALMA 4

 Logré mi primer viaje astral.
 El componente etéreo de mi organismo se desprendió, abandonando su cobijo entre la conciencia programática y el acopio emotivo, para trascender hacia sus alcances infinitos; para percibir la eternidad.
 Resulta sorprendente divisar mi propio cuerpo en la unidad de terapia intensiva, yacente con su carne herida tras el siniestro vial, conectado a tubos y cables, monitoreado por aparatos y personal especializado.
 Lo observo como si fuera de otro..., pero soy yo.
 No es lo único que puedo avizorar, también la proyección cósmica de las otras almas como si fueran un universo en expansión, confluyendo hacia una luz que intentaría definir como...¿magnética?...
 Todo es de una luminosidad inefable.
 Siento que me desplazo hacia esa corriente, hacia ese fluido que integra energías dispersas y las concentra.
 Es maravilloso. Me genera una dicha radiante.
 Por eso no comprendo por qué quiero volver a reunirme con mi cuerpo, aun maltrecho.
 Y no puedo...
 No puedo regresar.


 En el pasillo sanatorial, el médico adopta una postura cautelosa-midiendo sus palabras-para comunicarle a los familiares del paciente el parte esperado con angustia.
 -Lo siento, hicimos lo que estuvo a nuestro alcance: el paciente ingresó en un coma 4.


                                                                FIN