lunes, 21 de enero de 2013

EL ÁNGEL EN GUARDIA

 Intentó sujetarlo por las alas para impedirle alzar vuelo.
 Estuvo próximo a lograrlo, pero con un movimiento brusco, se evadió de su abrazo elevándose incipientemente, luego de una escueta carrera entre un remolino de plumas desprendidas y el polvo levantado por los pies descalzos.
 No le dio tiempo para adquirir altura.
 Se aferró a sus piernas derribándolo sobre el sendero, de inmediato, le aplicó un golpe de puño sobre la sien derecha, aturdiéndolo, dificultándole su defensa ante la agresión.
 Creyéndolo sometido, Jacob le exigió la bendición a ese ser innominado, mediante la coacción en la que puede incurrir quién genera más daño.
 Pero su victoria no era tal.
 El alado, se recuperó en instantes y le descoyuntó la cadera con solo tocarlo.
 En ese momento, Jacob, hermano de Esaú, al borde del desmayo por el dolor que sentía, le aplicó un rodillazo en los testículos a su oponente, quién se dobló sobre si mismo y comenzó a realizar flexiones para mitigar los espasmos punzantes.
 A pesar de lo comprometido de su situación, el ángel, prestó oídos a Jacob.
 Lo escuchó declamar que si no era reconocido por el Altísimo mediante bendición -a través de ese, su mensajero aéreo- seguiría luchando, provocando el estrago de su adversario, pero también asumiendo su final debido a la  desigualdad de ese combate.
 Quizás esta violenta perseverancia en su propósito celestial, desarrollando una lucha donde su carne era realidad y la de su contrincante apariencia, generó la divina respuesta, que transmutó su nombre de Jacob en Israel, o sea, el que lucha con Dios.
 ¿Con Dios como aliado o como contendiente?...
 Lo que se pierde en los misterios de la voluntad superior, es porqué peleó el ángel.
 ¿Que quiso probar exponiendo la parte tangible de su naturaleza?... El motivo, por el que su componente corpóreo se dispuso a la paliza, sabiendo que desde una óptica marcial ese combate carecía de toda equivalencia: era una farsa tipo catch as catch can.
 Solo cabe suponer, considerando aquello de que Dios no juega a los dados, que probablemente sean otros sus modos de diversión.

                                                                FIN




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