miércoles, 26 de diciembre de 2018

A LOS GOLPES

 Hasta último momento piensa en esquivarlo, pero algo parecido al estallido de su rostro, le indica donde finaliza la trayectoria del golpe.
 Quizás haberle dicho, puntualmente, tarado de mierda..., lo motivó a hacer tronar el escarmiento.
 Aunque supone con mayor certidumbre, que se trata de una respuesta acumulativa a años de humillación, en los que lo menoscabó sostenidamente entre insultos y expresiones de desprecio.
 ¿Porqué tal proceder?..., piensa, mientras intenta con un pañuelo contener la efusión de sangre que proviene de su naríz lastimada.
 Concluye que por el agobio que le provoca soportarlo, en estos tiempos difíciles.
 Prevé un nuevo golpe: asiste a la génesis de su preparación y no evita el impacto. Se da cuenta que carece de actitud defensiva acorde.
 Como el anterior, es un mazazo dado con las dos manos entrelazadas, sobre su cara.
 Nota que las usuales formas que emplea para dirigirse a él, cesaron por completo.
 Dolorido por el ataque, obvia el tratamiento de pelotudo, imbécil crónico, reverendo idiota...y otros términos insultantes, que le dispensa habitualmente por sus permanentes errores y fallas de apreciación, tanto en lo conceptual como en lo operativo.
 Debe reconocer que esta actitud, se manifiesta aún ante situaciones nimias que no implican ninguna torpeza, como puede ser la caída de un papel al piso o un olvido circunstancial sin consecuencias.
 Por supuesto, nunca ante testigos y siempre con voz pausada.
 Esta vez, le quedó una hematoma sobre su pómulo derecho.
 De todos modos, comprender el carácter de la situación no implica que esté dispuesto a tolerarla, más aún, cuando esta conlleva como consecuencia, lesiones visibles.
 Casi debe ejercer un retorcimiento de la mano, para dar señales claras, determinantes, de su conducta disuasoria. De todos modos, no se siente seguro de lograr su propósito: sospecha que en cualquier momento, puede comenzar nuevamente a denigrarlo y provocar una reacción que ya demostró ser imprevisible en sus consecuencias.


 Ante el espejo del baño, al notar el acrecentamiento del tono morado en la lesión del pómulo, percibe que una sensación de odio creciente tiende a desquiciarlo aún más.
 -¡Maldito infeliz!..., le espeta al espejo,...¿Ya no te vasta con injuriarte que necesitás desfigurarte la geta de cretino que portás?...
 No soporta mirarse y abandona prestamente el baño.
 -¿Que te pasó?..., le pregunta su mujer en el living, con voz destemplada, producto de la impresión que le causan los estragos que presenta su rostro.
 -Un tipo me atacó y me dejó así...
 -¿Pero vos lo conocías?...
 -Si..., pero no creí que llegara a esto...


                                                                        FIN




viernes, 7 de septiembre de 2018

EL VENDEDOR DE INTANGIBLES

 -Buenos días, estimados pasajeros de este medio de transporte. Hoy tengo para presentarles algo único: un producto que no se consigue en el comercio porque es una verdadera primicia y aún no existe el rubro comercial establecido para su venta.
 Reitero: único.
 Solo pueden conseguirlo mediante mi intervención en esta línea de subterráneo, no en otra.
 Me atrevo a decirles, respetables pasajeros, que se trata de algo autentico, inimitable porque no sabrían que imitar y..., el mejor, sin ninguna duda, dado que no es posible someterlo a comparaciones.
 El vendedor ambulante, maduro, de cutis cetrino y abundante cabellera negra peinada hacia atrás, para resultar sujetada por una bandita elástica, se esfuerza por superar con su pregón el estrépito ambiental.
 Viste con decoro demodé un traje de apariencia algo ajada, de moda décadas atrás, pero cuyo pantalón expone una raya tan perfecta como el filo de una navaja bien templada, sin duda, resultado de un singular esmero en el planchado. Los zapatos acordonados, parecen indicar muchos años de trajinadas caminatas, así como ingentes capas de betún para atenuar el deterioro generado por las mismas.
 No usa corbata y la camisa a cuadros parece almidonada, como una pieza de altri tempi.
 Los sonidos del entorno son de elevados decibeles: el vendedor amplifica su voz hasta los límites de la vocalización, exponiéndose a los peligros que conlleva esta práctica.
 -Reitero: lo que ofrezco no posee réplicas, imitaciones, truchadas...
 De última, símiles lamentables...
 ¡ No !..., señoras y señores, decididamente...¡ No !...
 ¿ Saben por qué ?...
 Porque no sabrían que confeccionar de modo bastardo, dado que esto es...¡ Único !...
 El vendedor, se pasa una mano sobre el cabello lacio, como si la esencialidad del producto que presenta le generara un agobio mental; una especie de cansancio superior al de sus cuerdas vocales sobreexigidas, en el pregón laudatorio de un producto hasta el momento desconocido.
 La camisa de cuadros multicolores, resalta bajo el saco de tono oscuro y ofrece una imagen que remite a los gitanos, así como a otra gente afín al bullicio y el extrovertimiento. Curiosamente, el sujeto se caracteriza por un semblante adusto, que parecería más proclive a la actitud huraña que a la de exteriorizada alegría.
 Es llamativo que sus manos estén libres: no solo no porta lo que vende, sino tampoco folletos o muestras promocionales..., piensa Claudio Cifuentes, veterano empleado administrativo, nada propenso a reparar en el entorno humano, que acompaña sus trayectos cotidianos a y desde la oficina en la que trabaja.
 ¿ Que carajo vende este tipo ?..., se pregunta con una curiosidad que de acuciante le resulta como malsana, dada su natural indiferencia hacia los contextos sociales que contornearon su vida pasada y presente, los que siempre consideró hostiles o potencialmente peligrosos.
 Poco proclive al trato con los demás, pero sí, a escudriñarlos subrepticiamente y elaborar interpretaciones y conceptos en la soledad de su domicilio, Cifuentes se asume como un solterón meditabundo y retraído. Tangueramente, se considera desconfiado en la baraja y el amor.
 También es consciente que la ingesta de alcohol, de modo solitario en la intimidad de su casa, le resulta un paliativo válido para afrontar sus carencias emocionales. Del mismo modo, sin autoengaños, comprende que esta práctica se está incrementando en cantidad y frecuencia, hecho que le genera una latente preocupación. Si bien la misma no le resulta tan apremiante como para requerir ayuda específica, el aumento en el consumo de los whiskys post-cena, mientras mira series vía Netflix, redunda en una reacción menos rápida para hacer cesar el timbre del despertador a las 07:00 hs. am de los días hábiles, tal como sucede desde el inicio de su vida adulta.
 -Y como si esto fuera poco..., les comento, estimadas y estimados, que los beneficios del producto superan toda especulación sobre fecha de vencimiento, caducidad u otras variables referidas a la conservación y/o manipulación del mismo.
 ¿ Porqué ?..., le pregunta al anónimo pasaje. Como si la respuesta fuera harto improbable y sin dar tiempo a ninguna acción participativa del respetable, se contesta a si mismo: por la obsolescencia.
 O mejor dicho, prosigue, por la ausencia de dicha condición, dado que este producto es eterno.
 Sí, Sras. y Sres. : caducarán las leyes, se extinguirá la especie humana, se apagará el sol y el universo retornará al estadio previo al Bing Bang..., pero el producto seguirá existiendo.
 Así es, distinguidos usuarios de este medio de transporte, este producto trasciende los límites de la materia.
 Cifuentes estima que el vendedor padece alguna clase de delirio; no puede considerar que la verba rebuscada que emplea sirva para vender algo concreto, pero, por cierto, hasta ahora lo que ofrece es absolutamente insustancial..., agrega a sus pensamientos.
 La somera observación que realiza de los otros pasajeros, le muestra sonrisas disimuladas y otras gestualidades, que suelen manifestarse ante la exteriorización de la locura, cuando la misma posee cierta extravagancia lindante con el humor bizarro.Otros integrantes del pasaje, parecen completamente ajenos a lo que dice quien se halla frente a ellos.     

 El vendedor -ya considerado por Cifuentes como el más cabal del ítem "intangibles"- parece no considerar la discreta socarronería de ese público obligado a escucharlo debido a las circunstancias, para proseguir con su apología del indescifrable producto que ofrece a la venta.
 ¿ Lo intenta vender ?..., se cuestiona Cifuentes, dado que hasta ahora solo ensalza las virtudes del mismo sin hablar de su precio y su utilidad.
 Satisfecho con su razonamiento, Cifuentes, que es afecto a la lectura de temáticas poco prosaicas en la parte domiciliaria de su vida "de la casa al trabajo y del trabajo a la casa", interpreta que halló un dato clave sobre la verdadera intencionalidad del individuo que tiene ante sí.
 Repara en que le restan dos estaciones antes de descender, mientras el sujeto prosigue con su parla.
  -Señoras y señores pasajeros...
 Aquí está lo que Vds. esperan ver desde el inicio de mi exposición oral.
 O sea, no mentalicen más la expresión:
 ¿ Que mierda vende este tipo ?...
 -Les presento lo que vendo..., dice, como para develar finalmente el misterio de ese producto de carácter casi críptico.
 Pero sin proceder a mostrarlo, Cifuentes nota que el vendedor hace un extraño movimiento corporal que semeja un paso de baile, con un componente como agónico, tendiente al desequilibrio y la caída.
 Observa con estupor, como pierde la vertical y se aferra a una pasajera sentada que profiere un alarido. De inmediato, se suelta de la mujer para quedar con su humanidad completamente extendida sobre el piso del vagón, acompañado por los gritos de los integrantes del pasaje, que fluctúan entre el horror y el desconcierto.
 La llegada a la estación, evita que un joven accione el freno de emergencia. Cifuentes, al igual que otras personas, se incorpora de su asiento a los fines de auxiliar al caído.
 Poco tendiente a menesteres solidarios, se queda rodeando al hombre yerto como otros curiosos que ya estaban en el vagón y se agolpan con quienes ingresan al mismo. Dado que el personal de la empresa de subterráneos fue avisado del suceso, la formación queda detenida mientras se activa el protocolo establecido para estos casos.
 Un cincuentón que viste de elegante sport y luce modelada barba candado, lo encara como al pasar...
 - No llegó a decir que era lo que vendía...
 Ante el silencio de Cifuentes, reacio a entablar conversación con un extraño, se contesta a si mismo...
 - O no pudo decirlo...
 - O quizás..., el mismo no sabía exactamente que es lo que vendía...
  Contrario a su actitud habitual poco o nada comunicativa, a la naturaleza hosca de su personalidad superficialmente cordial, Cifuentes le responde a su casual interlocutor en términos de interrogación:
 -¿ Porqué Vd. piensa eso ?...
  El sujeto parece sopesar la respuesta. Inicia un conato de contestación, que interrumpe bruscamente para dirigirse hacia la puerta y retirarse con premura.
 Cifuentes, estupefacto, es testigo de como el desconocido cae sobre el andén apenas pisarlo, como si un rayo hubiera impactado su cuerpo con letal precisión.
 Con largas zancadas recorre el breve trecho que lo separa del hombre caído. Detecta que parece hallarse muerto. Desde su boca, fluye un trazado de sangre que se termina espesando sobre un baldozón del andén.
 Cifuentes, siente que su perplejidad se convierte en un sentimiento de alarma, ante algo con indefinido carácter de amenaza.
 Algunas personas, en apariencia azoradas, se disponen a brindar ayuda a la nueva víctima de lo que se desconoce que es.
 Cifuentes, prefiere no involucrarse en el contacto directo con quién se halla yacente. Estima que ya habrá habido profusos llamados a los números telefónicos de emergencias, lo que habrá activado los protocolos pertinentes para estos casos.
 Con alivio, considera que está eximido de brindar primeros auxilios al caído, aunque de todos modos, desconoce como proceder al respecto.
 Comienza a preocuparse cuando la anciana de aspecto inofensivo, que acompañó con una permanente sonrisa la perorata del vendedor, cae casi teatralmente sobre el piso del andén apenas pisarlo.
 ¿ Porqué pasa esto ?..., se pregunta mentalmente, atravesado por una manifiesta inquietud. Esta se incrementa al ver a un pasajero, que recuerda haber mantenido una actitud burlona, desdeñosa, durante el excéntrico discurso del vendedor, caer al dar un par de pasos sobre el andén.
 Se trata de un hombre treinteañero, vestido de modo informal con ropa de calidad, cuyo aspecto saludable parece haberse convertido en cadavérico.
 Como en paralelo al mismo, un adolescente de unos diez y siete años, parece desplazarse con dificultad sobre el andén,como si una deficiencia neurológica lo hubiera afectado súbitamente.
 Cifuentes recuerda que el joven, parecía extremar su atención ante el discurso de venta, incluso, solicitándole a su vecino de asiento aclaraciones sobre palabras del vendedor que no llegó a escuchar con nitidez.
 Con la celeridad de ciertas deducciones, establece mentalmente que quienes no fueron indiferentes a lo que expresaba el vendedor con su locuacidad, lo siguen en su resultado letal.
 El hombre no llegó a explicitar lo que vendía, cuando cesó su speech de venta de modo abrupto, para  caer derribado como si hubiera sufrido un infarto masivo de miocardio. Mismo final para quienes resultaron, de algún modo, magnetizados por su prédica entusiasta y pródiga en intangibilidad.
 Por cierto..., reflexiona con acuciante inquietud, él es otro pasajero  que reparó en las palabras del extravagante personaje. Le prestó plena atención.
Cifuentes, percibe un desasosiego de índole indeterminada: como si algo ominoso, ajeno al control de la razón, fuera impregnando su psiquis.
 Se aleja embargado por un sentimiento de huida y asciende con prontitud al exterior, mediante la escalera fija.
 Si bien los afectados no son muchos, el entorno de superficie de la estación parece apocalíptico. Aullar de sirenas de ambulancias y vehículos policiales, médicos, paramédicos..., contribuyen a establecer un contexto en apariencia caótico, que genera entre los curiosos el rumor de que se trató de un acto terrorista con sustancias tóxicas.
 La infundada hipótesis, pasa a ser difundida por las redes sociales hasta convertirse rápidamente en viral. Ya llegan los primeros móviles periodísticos al lugar del hecho, cuando Cifuentes detecta un nuevo abatido por esa inconcebible onda de acción letal: un joven de aspecto desarrapado y marginal que posiblemente -piensa- se hallaba dispuesto a reparar en cualquier acontecimiento por mínimo que fuera, mientras tuviera carácter de gratuito.
 Puede observar su faz, porque la sábana mortuoria que la cubre se corrió durante el ascenso por la escalera mecánica. Cuando se percatan, los camilleros nuevamente tapan esa cara de rasgos toscos, como  burilados por una realidad afín a las privaciones y el desamor.
 Entiende que ya es suficiente para él y decide alejarse con premura: poner la mayor distancia posible con el centro de los sucesos. Interpreta que puede hallarse en peligro.
 Es consciente de que la situación se halla en un grado de exacerbación cuyos resultados están a la vista: aquellos que no se involucraron en el estrafalario discurso del vendedor, se salvan; quienes si lo hicieron, se convirtieron en víctimas del mismo. Esto ocurre, a su entender, por alguna proyección energética de índole inefable, activada por el carisma del vendedor.
 Mientras apresura el paso, comprende que esto último no revela nada sobre la índole del acontecimiento, que -reconoce para si mismo- lo fascinó. También, lo ubicó en una situación de aparente peligro.
 A unos ciento veinte metros del ingreso al subte, comienza a correr esforzadamente, dada su tendencia de larga data a la vida sedentaria.
 Con desesperación, incrementa esa carrera a sabiendas de su inutilidad, de que es imposible huir de algo no identificado y de sustancia inasible; como si sintiera que ese algo ya está sobre él para derribarlo e incluirlo en su impronta mortífera.
  Como los otros.., que de acuerdo a lo que percibe, centraron particularmente su atención en la corriente verbal del vendedor, que cubría de palabras los exactos contornos del vacío.
 Comienza a vislumbrar que el vendedor ofrecía acceder al no-ente, al abismo de vacuidad irreductible: a la nada que anonada. Recuerda juveniles cursillos sobre Heidegger, cuando se consideraba un solitario cultor del pensamiento reflexivo y se agobiaba intelectualmente, pensando en el connubio del humano con el infinito.
 Se detiene, cuando una ambulancia hace lo mismo a su lado.
 La dotación baja del vehículo y quién se identifica como médico, comienza a interrogarlo.
 - Lo noto agitado...
 ¿ Que siente ?...
 Se trata de un hombre joven de estetoscopio al cuello, baja estatura y semblante moreno. Sobre el impecable guardapolvo blanco, una placa plástica lo identifica como el Dr. Freddy Mamani.
 Claudio Cifuentes, lo observa durante unos segundos. Como si sintiera que lo que podría resultar ominoso, se descomprimiera, así como la manifestación en si, lo reconocible y lo referencial, se desvanecieran en el entendimiento o se licuaran como fragmentos indefinidos sin descifrar, incluido su propio yo, le responde:
 -Nada...


                                                                FIN




































jueves, 17 de mayo de 2018

COLEGAS IN EXTREMIS

 - ¡Estoy harto de envejecer!...
 Juan Carlos Aguirre, cómico septuagenario de los años sesenta cuya trayectoria fue escueta en reconocimiento y pródiga en olvido, se sienta con dificultad ante la mesa del bar, soportando con estoicismo sus dolores articulares.
 Su seudónimo artístico era "Garrafita" y remitía a su baja estatura.
 Hoy es "El Viejo", como chofer de auto ajeno en la remisería Unión, ubicada en un barrio periférico de Merlo.
 Algunos parroquianos lo miran con curiosidad, dado lo altisonante de la expresión proferida.
 La misma se acentúa con alarma, al extraer el susodicho un revólver del 38 largo de su ajado portafolios de cuero.
 "El Viejo"..., amartilla el arma y la coloca sobre su sien derecha. Frente a él se halla Alfredo Bustamante, de su misma edad y colega profesional de los 60 y 70, cuyo apodo escénico era "Titopica". Es cierto que ni "Titopica" ni "Garrafita" frecuentaron escenarios: lo suyo era entretener al respetable en restaurantes y hoteles sindicales a la hora de la cena.
 Nunca fueron ni innovadores ni creativos; lo de ambos era el remedo de los capocómicos de la época.
 El humor que practicaban siempre se hallaba vinculado a la ingesta alimentaria.
 -¡Cheeee!..., le responde "Titopica" haciendo una mueca " josémarroneana ", mientras aferra con aprensión su bastón de tres patas, consecuencia de un superado ACV.
 El estruendo del disparo, clausura ese encuentro amistoso en un café.
 Juan Carlos Aguirre se desploma aparatosamente, acompañado por las exclamaciones de horror de los presentes.
 - Era en serio..., musita "Titopica", ante el cadáver de quién fue su colega.
 El patrón del modesto bar, las manos en la cabeza, le pregunta como testigo privilegiado del suceso:
- Vd. lo conocía...¿ Que cree que le pasó ?...
 "Titopica", responde con seriedad, como en un acotado homenaje al compañero yacente y al menester que los marcó:
- ¡ Patapufete !..., dice. Acompaña la " pepebiondiana " exclamación, con el acto de persignarse en fugaz recogimiento.


                                                                 FIN