viernes, 31 de mayo de 2013

ESCRIBIR BAJO PRESIÓN

 Como escritor, sabía que ya no podría trascender; que su tiempo posible de gloria literaria-de haber  accedido a ella-se perdía en un pasado tan oscuro como desdeñado.
 Con sesenta y siete años, carente de familia, con dos hijos de diferentes mujeres de los que nada sabía -lo mismo que de sus madres- poseedor de una jubilación mínima conseguida sin aportes y viviendo de prestado en lo de un viejo amigo -en un cuarto de enseres- su situación era altamente precaria.
 Por otra parte, el oficio que desempeñó con mayor continuidad, le generó en conjunto más de quince años de prisión de cumplimiento efectivo.
 Su última condena la había finalizado hacía menos de un año.
 Roberto Belisario Armieto ª"Jimmie el pendolista", ya carecía de toda intensión de dedicarse a la falsificación de moneda, a pesar de conocer las nuevas técnicas.
 También de vivir del modo en que lo hacía, colgado de la vida más que incluido en ella.
 Quizás, esa fue la génesis de su tardía vocación de novelista desarrollada en la cárcel, en las horas en las que la desolación, se instalaba como un tumor espiritual difícil de extirpar.
 Varias veces inició una novela -quería ser el autor de una obra única, síntesis vital del universo- y otras tantas las deshizo en el tacho de basura.
 En la prisión, algunos distinguidos internos aprobaron sus textos -incluso Sergio Schoklender- pero el sabía que era por condescendencia, porque movía a la conmiseración ese tipo grande que cargaba un ropero judicial sobre sus espaldas, sin ser violento. En términos carcelarios, era un hombre bueno al que las malas decisiones, las tentaciones impropias o la mismísima divinidad, le estamparon el sello CAGADO/RECAGADO, lo que clausuraba la posibilidad de un destino menos infausto.
 Los tumberos sabían que esa marca era indeleble, como la carimba que se le aplicaba a los esclavos en épocas pretéritas.
 O sea que "Jimmie el pendolista", encaraba la literatura como redención, como su única posibilidad de acceder a la autentica libertad, con encierro o sin encierro.
 Pero en su aciago devenir, el hombre tuvo un golpe de suerte.
 Un acierto a la quiniela con cuatro cifras, le proporcionó un premio de cincuenta mil pesos.
 Una suma que no lo convertiría en rico, pero quizás podría servirle para mudarse a un sitio mejor, comprarse ropa nueva y desechar sus atuendos raídos, comer en restaurantes...
 Actividades que idealizaba en prisión; también proveerse de una buena puta o hasta quizás, reactivar una capacidad de seducción que se había hecho añicos.
 Nada de eso..., "Jimmie el pendolista" emplearía ese dinero en otros fines: la literatura.
 Más concretamente, llevar a cabo su idea de escribir bajo presión.
 Era el procedimiento con el que planeaba combatir su sino como escritor.
 Sabía lo peligrosamente estrafalario, que era el método que había pergeñado y en el que iba a invertir parte del dinero ganado.
 Pero también sabía que la propia índole bizarra -él le otorgaba la acepción de extravagante- que poseía el asunto, cuando tomara difusión mediática le generaría la notoriedad extraliteraria que necesitaba.
 Accedería a una difusión pública de magnitud, la que de otro modo, seguramente le estaría vedada.


 -Te doy cinco mil ahora y el resto, otros tantos, cuando termine tu jornada de trabajo de ocho horas corridas.
 Vos me conocés y sabes que no te voy a cagar.
 -No es eso Sr."Jimmie", es que me parece asqueroso lo que me propone.
 ¡Yo siempre fui un rocho al arrebato!...¡Ni siquiera me animé a salir de caño!..
 -Por eso te elegí. Porque el Patronato de Liberados todavía no te consiguió laburo y se que querés un trabajo por derecha; que querés cambiar de vida.
 Te ganás en una jornada laboral lo que para muchos es más que el sueldo de un mes.
 -SÍ, Don "Jimmie", pero cagarlo a cintazos para que Vd. escriba, me parece, por decirlo de alguna forma, una cosa de putos en la que yo nunca anduve.
 -Vos me conocés de la tumba...¿Te parezco un trolo?...¿Alguna vez tuve fama de serlo?...
 -¡No!...¡No!...Nunca, Don "Jimmie"...
 No digo eso.
 -Tenés que entender que vos vas a manejar el cinto, simplemente como si fuera una herramienta.
 Yo voy a estar en cueros. No escribo por tres minutos, contados con el reloj que te voy a proporcionar, entonces vos descargas la lonja sobre mi espalda, sin compasión.
 No te preocupes por el daño; para tu tranquilidad, no soy un degenerado que goza cuando lo fajan.
 Soy un escritor que solo podrá crear su obra extrema..., bajo presión extrema.
 En ocho horas -una jornada laboral convencional- debo crear un texto ficcional que podría suponerse de índole revelatoria. Digamos que la ficción es el pretexto, para que el lector se adentre en lo molecular espiritual, en la materia prima de la interpretación cósmica.
 Gastón Galvaez  ª"Petete", delincuente de nivel inferior, consideró que el ex-convicto y escritor estaba loco.
 Supuso que podía padecer de demencia senil, como su propia abuela.
 Pero..., el demente le puso cinco pesos en la mano.
 Ganarse cinco mil en ocho horas de trabajo sin infringir la ley, superaba sus expectativas.
 Haría lo que el viejo quería.
 Cinco minutos de descanso por hora. Caso contrario, lonjazos hasta que reanudara la escritura; esto mismo, en caso de que dejara de escribir durante la hora por más de veinte segundos. Todo meticulosamente cronometrado.
 Se prometió que cumpliría ferreamente con lo pactado.
 Le pareció que cierto oscuro perfil de capanga, parecía insinuarse en su proceder.


 "Jimmie el pendolista", se hallaba con sus muñecas atadas con lienzos a los barrotes de una escalera.
 Esta situación, restringía sus movimientos pero no le impedía escribir, sentado ante una mesita plegable donde se destacaban cuatro bolígrafos descartables de tinta negra, así como cuatro cuadernos espiralados de 84 páginas cada uno.
 El veterano falsificador de pesos Ley 18.188, así como de australes, se hallaba con el torso desnudo, presto a que "Petete" accionara el cronómetro y diera inicio al procedimiento de escribir bajo presión.
 El "capataz literario", acarició el efectivo en su bolsillo.
 Se sentía bien; ocho horas era lo que normalmente la gente trabajaba por día. Como él nunca lo había hecho, se sentía..., gente.
 "Jimmie", a su vez, cuando restaban cinco minutos para que comenzara la faena, trataba de cohesionar sus ideas dispersas.
 Para poder quedarse en la casa solo con su contratado, le pagó $1.000.- extras al amigo que le sub- alquilaba el cuarto de enseres. Supuso que debería haber pensado que quería traer una mina de incógnito, nunca podría imaginarse la metodología que su subinquilino había establecido para poder crear la obra literaria, que iba a significar su legado expresivo y ontológico para con la especie.

 Como una descarga eléctrica, la voz de "Petete" estalló estentórea.
 -¡Escribir!..., dijo con un tono que estremeció a "Jimmie", dado que le pareció emitido por otra persona. Por  un ex-preso de extrema peligrosidad, no por uno que era un ladrón de cadenitas en los trenes.
 El "Pendolista", inició su obra con la letra maravillosa que lo caracterizaba -la que dio origen a su apodo en épocas pretéritas- con párrafos ora cursiva inglesa ora bastardilla, incluyendo algunos en gótica; toda esta excelencia caligráfica la producía con simples bolígrafos,  no con las plumas correspondientes, lo que lo hacía repasar los volúmenes de los trazos, rellenarlos y delinearlos con dedicación.
 Comenzó con la narración de cierto encuentro entre el ángel Moroni, Joseph Smith y un personaje de su invención, en torno a ciertas cuestiones relacionadas con Ahura Mazda y el zoroastrismo, de tenor literario delirante.
 Luego de una hora de constante escritura, se le acalambró la diestra.
 Se la masajeó durante más de cinco minutos..., lo que provocó que la lonja restallara sobre su espalda; como si se tratara de un mensú díscolo, de un esclavo indolente..., de un escritor que instaló una metodología perversa para crear su obra, consistente en escribir bajo presión.
 Estos fueron sus pensamientos mientras se retorcía de dolor, pero sin pronunciar una queja.
 Su escritura era aluvional, cruda, como irreflexiva, dado que caso contrario, significaría dejar el bolígrafo en suspenso y recibir el castigo implacable.
 Cuando se hallaba próxima a cumplirse la segunda hora de escritura, "Petete" anunció en tono recio...
 -¡Tres minutos!...
 Cumple con su trabajo a conciencia..., pensó "Jimmie", mientras se masajeaba la muñeca derecha, en la que se había incrementado el dolor articular.
 -¡A escribir!..., dijo "Petete", la vista fija en el cronometro.
 No consideré el factor artrósico..., estimó para si mismo el escritor bajo presión, esforzándose por mejorar la caligrafía que disminuía en excelencia, rápidamente.
 A la cuarta hora de escritura, el esfuerzo del pendolista por trasladar al papel sus ideas se tornaba arduo, tanto en lo concerniente a la legibilidad del trazo, convertido en arabescos indiscernibles, como en lo referido a la esencia de lo que quería plasmar.
 Su mente parecía haberse empastado.
 El texto -de poder ser leído- reiteraba situaciones, desquiciaba otras y configuraba un galimatías que se asemejaba al discurso de un orate.
 Cuando su mano derecha dejó de responderle y su escritura se transformó en un manchón, "Jimmie el Pendolista", sumido en el sufrimiento que le provocaba su muñeca, dijo:
 -¡Basta!..., no va más, "Petete". Finalizó el experimento.
 Desatáme; igual vas a cobrar la suma que te falta.
 La respuesta del susodicho, fue cruzarle la espalda con reiterados cintazos que lo hicieron aullar de dolor.
 -Escriba..., le dijo el administrador de su suplicio.
 Si no lo hace, le voy a rajar la espalda a latigazos y después le voy a aplicar sal.
 "Jimmie" reanudó inmediatamente la escritura, que ya se había convertido en un garabato inextricable.
 ¿He creado un monstruo?..., fue el pensamiento casi afiebrado del escritor, que ya se consideraba cautivo.
 Por más que "Petete" fuera un paradigma de los compromisos sellados, lo de la sal era una extralimitación...
 Sentía agarrotado el brazo derecho, a la vez que  la articulación de la muñeca, inflamada, le provocaba un dolor agudo. En cuanto a su espalda lacerada, percibía el inclemente ardor de la carne sometida a desgarro.
 Tres minutos antes de cumplirse cinco horas, de lo que ya constituía un neto tormento, "Petete" recitó el aviso convenido:
 -Cinco minutos.
 "Jimmie" arrojó la lapicera al piso.
 -"Petete"..., si no me soltás te voy a denunciar y vas a perder los beneficios de la condicional. Vas a volver a la tumba..., maldito hijo de puta.
 El interpelado, apretó los dientes y comenzó a descargar feroces latigazos sobre la humanidad del sexagenario "Jimmie".
 -¡Escriba!..., o lo mato a golpes.
 Nuevamente, el pendolista aulló de dolor, sintiéndose desfallecer.
 Intentó tomar un bolígrafo que se hallaba a su alcance, pero su mano agarrotada no se cerraba debidamente.
 "Petete" descargó nuevos cintazos sobre su espalda, para luego echarle alcohol proveniente de una botella que halló en la cocina.
 "Jimmie" pensó que el dolor lo desmayaba, también, que su maldita idea no lo llevaría a una consagración literaria de índole iniciática, sino a la muerte, a manos de un idiota transformado en bestia cruel.
 El pendolista, sentía su ritmo cardíaco como en un ejercicio de percusión. No estaba seguro de poder seguir resistiendo la tortura.
 -Escriba.
 Escuchó nuevamente.
 Intentó hablar, para solo emitir un sonido ahogado, pleno de terror.
 Con las fuerzas otorgadas por la desesperación, recomenzó su tarea, aunque la escritura se había convertido en un garabato oscuro e inentendible.
 Consideró milagroso haber llegado a la hora séptima, mientras se masajeaba la muñeca afectada durante los cinco minutos de descanso, dándose ánimo ante el hecho de que solo debía aguantar una hora más, para ser libre nuevamente.
 Con dificultad, prosiguió plasmando el garabato incoherente tanto en trazo como en sustancia
 El sufrimiento había fusionado sus ideas en una nebulosa carente de significados, que era referida en esa grafía demencial.
 Sabía que su opus magnum literaria, había degenerado en trazos inconexos a los efectos de sobrevivir a un verdugo descontrolado.
 Fui yo quién lo generó..., pensó horrorizado.
 Mi verdadera obra, mi legado a la historia de la expresión humanista, es mi propia imbecilidad..., adosó a sus pensamientos.
 Llevaba siete horas y media privado de su libertad, cuando "Petete" se le acercó por primera vez para observar lo que escribía.
  Tomó con brusquedad el cuaderno espiralado de 84 páginas, para determinar que prácticamente todo el texto era un galimatías indiscernible, en el que las letras fueron reemplazadas por trazos convulsos de arbitraria significación.
 Si bien el individuo beneficiado por la libertad condicional no era aventajado en la lectoescritura, pudo descifrar que esas semblanzas descriptivas, donde Zoroastro y Moisés se intercambiaban confidencias astrales perseguidos por corrientes energéticas innominadas, portadoras de inteligencia, no era otra cosa que una gran estupidez que a su vez confluía en trazos desarticulados, carentes de entidad como letras.
 "Petete" miró detenidamente al viejito tembloroso en el que se había convertido el pendolista. Luego de unos segundos, le dijo...
 -Vd. no escribe una obra totalizadora,  como me mencionó, Vd. escribe un mamotreto infame que se mixtura con trazos ilegibles.
 Luego de esta frase, procedió a amordazar al escritor cautivo con un pañuelo roñoso. -Vd. me engaña...y también engaña al resto de sus contemporáneos y a la posteridad.
 Cuando "Jimmie" observó que "Petete" encendía un cigarrillo y avivaba la brasa muy cerca suyo, comprendió el error fatal que cometió al intentar escribir bajo presión.
 ¡Cuanto más satisfactorio me hubiera resultado seguir escribiendo en prisión!..., pensó e intentó retomar una narración y una caligrafía que se habían alterado hasta lo demencial, mientras su carne ardía y no podía gritar tanto horror, debido al trapo lleno de mocos ajenos que cubría su boca.
 Con los ojos como si estallaran en sus órbitas, comprendió que las ocho horas convenidas no serían el final de los apremios, ahora aplicados con la punta ígnea del cigarrillo sobre su piel.
 Su atormentador, era quién establecía el tiempo de una situación ya dislocada de todo encuadre referencial.
 Roberto Belisario Armieto ª"Jimmie el Pendolista", se asumía solo como un guiñapo al servicio de una obra tan ficticia, como la expresión trascendente que hacía ya más de ocho horas quiso obligarse a ficcionar.
 Bajó los brazos, implorándole a un dios en el que nunca creyó, el infarto salvador.

                                                                  FIN









































  

viernes, 24 de mayo de 2013

LOS SOMBREROS, MUCHACHOS...

 Sonaban tangos que inflamaban la carne y el espíritu.
 Una música que congestionaba las pasiones y las convertía en danza.
 Un baile recio, de macho y hembra entrelazados en un connubio de oscuras sugerencias..., o resplandecientes, en ese país de muchos hombres solos que proyectaban posibles alegrías domesticas, bajo el sol de una república cargada de pujanza.
 Pero...¿Quién se atrevía a imaginarlo con las bailarinas rentadas, propiedad de los más guapos?...
 Él.
 Él se atrevió a pensar lo contrario a lo vivido por la planchadora Berthe, su madre, seducida y abandonada por un chulo de la lejana Toulouse, su desconocido progenitor.
 Quizás fue esa imagen la que impulsó los cien kilos de su cuerpo a la contienda, a arrebatarle a los rufianes otra francesita, de nombre Jeanette, esta vez, la flor de lis crucificada en la Cruz del Sur.
 El hombre, vestido con las galas de 1915, se impuso en la pelea franca:
 Alboroto en el Palais de Glace.
 Pero a la salida, el plomo artero. La aleación de los cobardes perforó el físico de un valiente que se enfrentó a las trompadas.
 De todos modos, con un proyectil alojado en un pulmón, sobrevivió.
 Se impuso a la herida, al rencor y al sobrepeso de esos años de jilguero.
 No pasó mucho tiempo y se convirtió en zorzal.
 La fama y el dinero los apreció en su justa medida..., pero abandonó la pendencia por causas perdidas y  estableció una sonrisa como bandera vital, porteña y argentina.
 Instaló una imagen que no le permitía transgresiones.
 Puede que haya comprobado la precisa disposición de la gomina, en su cabellera morocha, cuando ese fuego inentendible lo consumió en una hoguera en el Medellín tan ajeno a Buenos Aires, que pudo más que una bala disparada a matar, veinte años antes.

                                                                       FIN

                                                                   








martes, 21 de mayo de 2013

ANTES DE LA MASMÉDULA

                                                                                    Al llegar a una esquina, mi sombra se separa de mí,
                                                                                    y de pronto, se arroja entre las ruedas de un tranvía.
                                                                                                                                         Oliverio Girondo                                                                                                

 Oliverio observó como su sombra, era triturada por las ruedas metálicas del tranvía; se sintió traicionado, incluso,sumido en una cierta humillación.
 A pesar del dolor que le infringía la drástica determinación adoptada por su sombra, sabía que como poeta generaría otra, quizás más dócil, más proclive a tolerar sus imágenes que evadían el reconfortante lugar común, para internarse en los estratos cadavéricos de las palabras y su reformulación.
 Ya se retiraba del sitio del suceso, cuando un individuo de aspecto anodino se acercó a su lado, dirigiéndole la palabra:
 -Yo se quién es Vd.
 Compré su libro Espantapájaros en la calle Florida..., me parece un apreciable experimento poético.
 Permitame prestarle mi sombra hasta que tenga otra. Creo que no es bueno para nadie circular con un cuerpo sin referencia, mucho menos para un poeta que tritura lo que las palabras implican.
 Se expone al extravío: Al sentirse no lastrado por su sombra, puede incorporar una idea de libertad a la que solo acceden los místicos y los orates.
 Espero que Vd. no sea uno de ellos, porque en ese caso, su poesía se convertiría en ininteligible.
 Oliverio Girondo le respondió con la cortés ajenidad del hombre de mundo que era, en ese Buenos Aires de 1933, en el que unos meses atrás, una multitud acompañó los restos de Yrigoyen rumbo a su entierro.
 Le dijo:
 -Le agradezco sus conceptos y su ofrecimiento, pero creo que una sombra prestada no me traería tranquilidad sino desconcierto. Buenas tardes.
 Se estaba alejando, cuando se volvió hacia el sujeto, que parecía petrificado en la esquina.
 -Escúcheme..., le compro su sombra. Me parece que una transacción comercial le quitaría al asunto dependencia emocional y lo naturalizaría.
 Su interlocutor, pareció ofenderse ante la propuesta de compra, pero Oliverio detectó que la crisis de la época lo afectaba. Aceptó vendérsela por un precio módico, desprendiéndose de la misma como si fuera un viejo ropaje.
 Se retiró sin saludarlo, con el caminar distorsionado de alguien que orillaba la insanía antes de mercar con su sombra.
 Oliverio Girondo tomó un rumbo opuesto, por una calle a la que también el tranvía orillaba.
 El primero en acercarse era un chirriante 97, que avanzaba con la potencia de un mastodonte eléctrico.
 El poeta no vaciló:
 Empujó a su nueva sombra..., la que fue arrollada sobre los rieles por el tranvía.
 Se quedó observando el espectáculo con delectación.
 Sabía que había perdido plata, pero como poeta que era, eso no le importaba; por otra parte, su satisfacción era enorme:
 Ya desconfiaba de todas las sombras y mucho más de una comprada. No le interesaban ni siquiera adecuadas a su personalidad, como había pensado antes.
 Cierto que era un asesino de sombras, pero por el momento, esto no constituía delito, solo la felicidad de desprenderse de un doble que era un estorbo; ya sea propias o adquiridas, nunca encajaban, siempre sugerían una autonomía intimidante.
 Con una sonrisa en sus labios, se dirigió a su casa donde lo esperaba su esposa, Norah Lange; pensó que su sombra original, la que se suicidó, quizás se adelantó a lo que le esperaba. Se puso a silbar de puro contento, realmente, se sentía liviano, etéreo, presto a escuchar la música de las esferas.

                                                                        FIN



                                                                                            

miércoles, 15 de mayo de 2013

EL OJO TODOPODEROSO

 Luego de escuchar el timbre, se dirigió hacia la puerta de calle para alzar la pieza metálica que cubría la mirilla, una reducida abertura enrejada.
 Precaución obvia ante la vigencia de la inseguridad, con más razón, en ese barrio suburbano de apariencia tranquila, lo que podría motivar la desprevención con consecuencias quizás devastadoras.
 Solo vio un ojo.
 Un ojo que cubría todo su espacio visual.
 Sintió que el ojo emitía una especie de corriente magnética, que parecía soldar los suyos a esa mirada de cíclope.
 No podía separar la vista de ese ojo hipnótico, que lo observaba más allá de lo físico, como una visión escrutadora de su mente.
 La clásica pregunta... ¿Que desea?..., le resultaba impronunciable, porque sus cuerdas vocales no respondían a los impulsos de su cerebro.
 Tampoco podía moverse; se hallaba paralizado bajo el influjo de ese ojo omnividente.
 Trató de ordenar sus pensamientos impregnados de pavor, pero parecía que el ojo los revolvía buscando hallar algo en ellos.
 Se entregó al poder de ese ojo, que por otra parte, le era conocido.
 Demasiado conocido: signó su vida.
 Recordó como en ráfagas, su vida de avaro; de anciano pudiente que vivía como un frugal jubilado.
 Su memoria le devolvió las imágenes de la usura con la que cimentó su fortuna; de la lujuriosa satisfacción que obtenía al ver y tocar su acumulación de metálico, que conservaba solo para si mismo.
 Por ello, reconocía a ese ojo observado tras la mirilla, al que desde hacía una suma de décadas le rendía pleitesía.
 Lo había visto centenares de miles de veces reproducido en los billetes de un dólar.
 Pero nunca se imaginó verlo palpitante, fuera de los limites del papel moneda que adoraba.
 Ahora, que percibía que algo trascendente estaba próximo a ocurrir, podía discernir que el ojo del ANNUIT COEPTUS, no necesariamente simbolizaba a Dios todopoderoso en plena aprobación de los Estados Unidos, como oficialmente se lo consideraba. También podía ser el de Mammón, el infernal señor del dinero, que escrutaba desde el Gehena a sus mejores servidores.
 Estaba seguro que él lo había sido, pero dado que venía a buscarlo, desconfiaba del sistema de recompensas que podía otorgar un demonio...

 La causa de la muerte del anciano se estableció según el informe forense, como producida por un  ACV isquemico. La policía había ingresado a su domicilio, debido al requerimiento de vecinos alarmados por el mal olor que emanaba de la modesta vivienda.
 En la misma, se halló una bóveda oculta de amplias dimensiones, con puerta blindada.
 Con presencia de funcionarios judiciales y de primos terceros del difunto, cerrajeros especializados procedieron a su apertura.

 La cifra cercana al millón de dólares en efectivo, que se encontró en el tesoro oculto, fue depositada en custodia judicial hasta la resolución del juicio sucesorio entre parientes lejanos en pugna.
 A todos les llamó la atención, el vasto espacio, que el fallecido tuvo que destinar al acopio de tal desmesurada cantidad de billetes de un dólar.
 A todos, salvo a la mujer de un primo tercero del finado, quien conociéndolo íntimamente aunque sin poder hacer público dicho conocimiento, pensó que de ese viejo miserable se podía esperar cualquier cosa.


                                                                 FIN






  

viernes, 10 de mayo de 2013

ADOLECER AL EXTREMO

 Quizás sea propio de cierta edad buscarse a uno mismo.
 Si bien este concepto no es totalizador, implica a la adolescencia, la época de adolecer, como la escena paradigmática de esta figura-si se quiere-retórica.
 El peligro de la búsqueda de uno mismo, en la etapa en la que la crueldad hacia la propia persona brota como el acné primaveral, concierne al hecho de hallarse y cesar la exploración. De creer en tal culminación vital, como también se puede creer en haber accedido a la verdad revelada, a la cifra cósmica, a lo que interrumpirá la sucesión de manoseos y desconciertos.
 Octavio Birlekof, 16 años, argentino nativo, estudiante en el Nacional Buenos Aires, hijo de padre psicoanalista y madre arquitecta-ambos ejercen-y cuyo hermano mayor estudia física nuclear en el Balseiro, interpretó que finalmente se halló a si mismo.
 La consecuencia de ese encuentro metafórico-en un contexto familiar de contención intelectual y economía resuelta-fue consumado en la estación ferroviaria Belgrano R, colisión de cuerpo contra metal mediante.
 El muchacho explicitó sinteticamente, la índole de esa búsqueda concluida, en una única carta, dirigida a una compañera de curso que le despertaba sentimientos no del todo claros.
 A la misma accedieron sus padres y el juez interviniente en la causa, caratulada como SUICIDIO DE MENOR.
 En papel tamaño A4 y manuscrita, decía...
 Ayelén:
 No se si te amo o te odio..., pero ya no importa.
 Me encontré a mi mismo: este es el resultado.
 Chau.
 La firma, remitía a los caóticos monogramas grafiteros, plena de significados intransferibles.

                                                                 FIN

martes, 7 de mayo de 2013

EL ACTO EN EL BALDÍO

 Le pegó un par de veces tratando de no lastimarla demasiado.
 Para lo que iba a hacer, la quería no dañada.
 De ese modo disfrutaba más su sumisión, arrodillada ante él y sorbiendo su miembro, con la amenaza latente del cuchillo que sostenía en su diestra.
 La mujer emitía sollozos espasmódicos entre chupada y chupada, lo que lo excitaba sobremanera. Consideró que eligió la víctima apropiada para consumar esa violación, por el momento, oral, entre las sombras de la noche que envolvían ese baldío suburbano.
 -Seguí, hija de puta..., si aflojas te abro la garganta.
 Le dijo con voz ronca para aumentar su placer dominante, pero era él quién se sentía aflojar, próximo a la eyaculación; por otra parte, ella respondía a un punto tal que parecía que gozaba.
 Cuando sintió el desgarro en su pene y lanzó la cuchillada, la mujer ya la había esquivado con habilidad, incorporada y mascando parte de su órgano viril erecto.
 Mientras profería gritos estridentes al sentirse emasculado, trataba con sus manos detener la hemorragia; ya descartado el cuchillo que yacía a sus pies, observó con asombro que ella le sonreía, luego de escupir la mitad de su miembro cercenado. Se relamía con delectación la sangre que le empapaba los labios, así como los colmillos, que ahora exhibía con regocijo.
 No pudo emitir palabra alguna y se sintió desmayar, viendo como ella se dirigía hacia la calle desierta, sin apuro, dándose vuelta para saludarlo encantadoramente, elevando la mano con la que hacía unos minutos, la  había obligado a que le bajara el cierre de su bragueta. 
 Desangrándose con un dolor extremo, deseó que se contagiara el sida del que era portador, pero sabía que la clase de gente a la que pertenecía ella, solo interrumpía su inmortalidad con una estaca clavada en el corazón o impactada por una bala de plata.
 Se fue desvaneciendo, a sabiendas que no poseía esos elementos, como nunca tuvo nada a favor en su vida de múltiple reincidente, para el que los nombres  Sierra Chica, Batán y Olmos implicaban la impronta de la oscura trinidad que siempre lo devolvía a su seno. Quizás, esta vez, su destino era un abismo sin final denominado eternidad, donde no existían argucias legales y reducción de condena. 

                                                                         FIN

¿CUAL FUE SU GUERRA?...

 Steve Sanders, próximo a los 75 años, se tomó su tiempo antes de responder la típica pregunta norteamericana-social, que le planteó su anfitrión en esa fiesta en Cleveland, Ohio.
 Lo que correspondía sería haberle dicho: Corea.
 Pero hacía años que había decidido nunca más mentir ni mentirse.
 -El alcoholismo.
 Fue su respuesta, habida cuenta de los lustros que involucraba su participación en los programas de rehabilitación de AA.
 -¡Ah!...Corea..., le contestó su anfitrión, evaluando su edad y sabiendo que las guerras no finalizan con el mero cese de las hostilidades.

                                                          FIN