viernes, 23 de marzo de 2012

DUELO CRIOLLO

-Se comenta que me anda buscando...
 Le dijo Eusebio Cardales al otro.
 -¿Yo?...¿Para que?...
 Le contestó el otro sin mirarlo, la diestra preparada para desenvainar la daga que llevaba a la cintura.
 Eusebio era zurdo, de movimientos rápidos, hábil para el tajo.
 El lance parecía un baile macabro, de fintas y figuras quebradas en el esquive del filo, hasta el momento, no empleado a fondo.
 Solo iluminados por lo que quedaba de una vela, a la intemperie en la noche sin luna, el duelo, para ambos, se tornaba en tirar a un bulto que se escurría en la oscuridad con su traje negro.
 El otro habló algo jadeante:
 -Disculpe, Cardales, estamos peleando como ciegos, sin precisión. Creo que merecemos matar o morir con mayor despliegue de destreza.
 -¿Que sugiere?..., preguntó Cardales sin relajar la guardia.
 -Que como no hay testigos que puedan malinterpretar la suspensión del entrevero, lo dejemos pendiente para cuando nos podamos ver los semblantes.
 Cardales pareció sopesar la respuesta. Al fin, habló con tono firme, el único que empleaba.
 -De acuerdo, envainemos al mismo tiempo, que se vea el brillo del acero que se apaga y cada uno se va por su lado.
 -Esta bien. Ahora.
 Contestó el otro, que usaba alpargatas con suela de yute y no botines de taco militar, como los de Eusebio.
 Ambos guardaron las amas y se marcharon en silencio.
 El otro, ayudado por su sigiloso calzado, rápidamente se ubicó tras Cardales, mientras extraía un puñal oculto en un bolsillo. Lo llamó, como para aclarar algo.
 El mencionado apenas se dio vuelta, cuando la hoja de más de cuatro dedos se incrustó entre sus tripas, sin darle tiempo para la defensa y perforándole órganos vitales.
 Cardales abrió desmesuradamente los ojos...¿Perplejo ante la inminencia de su muerte o ante la traición?...
 Solo abrió los labios para expulsar una bocanada de sangre. Murió en silencio, transido de asco.
 El otro,sacó la daga de la cintura del cadáver y la dejó tirada a su lado.
 El duelo a muerte se había consumado.
 Los que le comentaron a Cardales que lo andaban buscando, ya se enterarían del resultado.
 El otro, se alejó tranquilo, como paladeando esa gloria de arrabales, clandestina, de almacenes con despacho de bebidas y esquinas sombrías, donde su nombre se mentaría en voz baja, con sumo respeto, honrando la nobleza del duelo criollo.
 Mientras encendía un cigarro con la yesca esbozó una sonrisa, pensando que lo suyo, era el acople al duelo criollo del componente viveza criolla; hasta pensó que quizás era un precursor en sus aplicaciones.
 Apuró el paso rumbo al corralón, agradeciéndole a la noche cerrada que no se pudieran distinguir los semblantes.


                                                                      FIN

ESE CULTO CLANDESTINO

 -Así que te casaste otra vez...y le  agregaste dos medio hermanos al hijo que tenías...
 -Si. Ramiro ya tiene veintiséis y hace cuatro que vive en Milán, aprovechando la doble nacionalidad.
 -¿A que se dedica?...
 - La verdad, no lo se muy bien.
 Me separé en el noventa; la cosa fue jodida y la madre se lo llevó a vivir a San Luis. No se si recordás que Alejandra es puntana...
 -Sí, me acuerdo.
 -Bueno, la distancia, una nueva relación que en seguida dio hijos, el odio de Alejandra hacia mi persona, hizo que después del divorcio lo haya visto muy poco.
 Eso sí, le mandé guita hasta  los veinte años.
 Creo que en Milán pinta departamentos; ganaba sus buenos euros, no se ahora, con la crisis...
 -A lo mejor se dedica a coger milanesas...
 -Puede ser, yo prefiero comerlas.
 Las carcajadas de ambos, estentóreas, propias de juerguistas, le otorgaron un halo rejuvenecedor, a sus apariencias propias de hombres de más de medio siglo y una década.
 -Tu hijo se fue a Italia y vos a Bahía Blanca.
 -Así es. No me hizo mal cambiar de aire.
 Al poco tiempo de vivir con Marisa nos fuimos a sus pagos -ella ya estaba embarazada del primero- y su padre me hizo un lugar en el restaurante que tenía.
 El hombre falleció en el 2003 y quedó para nosotros. Marisa es hija única con madre fallecida con anterioridad, por lo que heredó la propiedad y el fondo de comercio.
 -¿Es céntrico?...
 -Está muy bien ubicado, me gustaría que lo conozcas. Me va muy bien.
 Vos sabés, Miguel, que en Buenos Aires nunca di pie con bola.
 -Sí, tenías altibajos muy pronunciados.
 -Así fue. Lo tuyo era más uniforme; más o menos producción, pero siempre tenías seguros nuevos o renovados.
 -Puede ser..., pero nunca superé cierta medianía en la actividad; a esta altura de la vida, lo asumo.
 -¿Tus hijos?...
 -El mayor vive en pareja, como se estila ahora. La nena está casada y tengo una nietita de cuatro años.
 -¿De que labura Gonzalo?..
 -Se recibió hace tres años de arquitecto y está en un estudio importante. Creo que lo esperan buenas oportunidades.
 -Y seguiste con Beba...¡Aguante las primeras nupcias, carajo!...
 -Se dio así.
 Soy yo y mis circunstancias.
 -Claro, Ortega y Gasset...
 Hablando de eso...¡Que horrible circunstancia la que le tocó al finado!...
 ¿Como te enteraste?...
 Ambos adoptaron una actitud compungida -seguramente genuina- al recordar al viejo amigo común fallecido.
 -Voy a pedir otro café, dijo Miguel.
 -Para mí cortado..., agregó el otro hombre, de nombre Fernando.
 Tras el ventanal del bar, observaron la Avenida de Mayo convertida en vía de tránsito de un ruidoso piquete.
 -En Bahía no suelo ver esto, dijo el afincado en el Sur.
 -Yo lo veo varias veces al día, contestó Miguel.
 Cuando pasaron los cuarenta individuos que interrumpieron el tránsito vehicular, la conversación prosiguió en torno a quien Fernando llamaba el finado.
 Fue Miguel quién la retomó.
 -Me enteré leyendo las necrológicas del diario y concurrí al sepelio.
 Así supe que Pepe murió por un escape de gas, en Miramar, estando solo.
 Si bien tenía mujer, a menudo viajaba en invierno, sin ella, por cuestiones de mantenimiento del departamento de su propiedad, aunque conociéndolo al Gordo, quizás eso le decía a la mujer y allí atendía otros asuntos.
 De todos modos, la viuda está destrozada porque parece que eran muy unidos; ella le había advertido que había que cambiar la manguera de goma de la estufa, llamando a un gasista matriculado y no haciéndolo él.
 -¡Que muerte absurda!..., dijo Fernando.
 Miguel esbozó un gesto difícil de interpretar, mezcla de azoramiento y preocupación, mientras retomaba la palabra.
 -Después de lo ocurrido, yo trato de ubicarte a veinte años de la última vez que nos vimos, en base a un número de teléfono viejo que conservaba; el de ese primo tuyo, bastante mayor que vos, al que en su momento le vendí un seguro off-shore. El hombre parecía balbucear, pero me repitió cinco veces tu número de celular y al final lo pude anotar.
-Sí ,pobre Rodolfo, está con un cuadro de demencia senil que lo hace recordar algunas cosas como maniáticamente, entre ellas, el número de mi móvil.
 Pero gracias a eso me localizaste justo cuando estaba en Buenos Aires, lastima que para decirme que murió el Gordo Pepe.
 -Sí; también para decirte algo más.
 -Se me ocurre -dijo Fernando- que los tres eramos bastante unidos y como dice el tango: Quien habrá dispersado ese trío...
 -Los senderos que se bifurcan..., las situaciones personales de acomodarse para mejor, abandonando  entornos circundantes que no hacen progresar.
 Miguel concluyo su explicación con la frase:
 -El vicio no da rédito...
 -¡Como nos gustaban las minas!..., dijo Fernando, logrando que ambos estallaran en una carcajada cómplice.
 Miguel la interrumpió bruscamente serio.
 -Si, ya se -lo atajó Fernando- todavía te gustan pero las cosas ya no son como antes.
 Miguel, visiblemente alterado, no lo dejó continuar.
 -Fernando -lo aferró de un brazo para concitar su atención- hay algo muy grave que te tengo que comentar y tiene que ver con lo del Gordo.
 -Ya bastante grave fue lo que le pasó...¿De que se trata?...
 Contestó Fernando, expectante.             
 -¿Cuantas veces fuimos al antro?..., le preguntó Miguel, en tono preocupado.
 -¡Ahora te acordás de eso!...¡Por favor!...
 Muchas, muchísimas, nos encantaba.
 -Era algo fuerte...¿No?..., algo así como un vicio.
 Dijo Miguel, finalizando el segundo café.
 -¿Y que hay?...,si, eramos viciosos. Nos dejaba motivados para que a la noche cada uno se desfogara como quisiera.
 Contestó Fernando, que parecía no predispuesto a recordar ese pasado.
 Miguel insistió con el tema.
 -A veces, de ahí nos íbamos a los privados del Centro.
 -También, eran asuntos after six. Lo que pasa, es que teníamos una concha en la cabeza...
 Fernando comenzaba a evidenciar molestia.
 -¿A que viene esto?...¿Tenés remordimientos o te vas a meter a monje?...
 Miguel le contestó luego de un breve silencio.
 -Lo que hacíamos era mas jodido de lo que crees, quizás le costó la vida al Gordo.
 Fernando pareció ofuscado y elevó el tono de voz.
 -¿Que carajo querés decir?...
 La respuesta de Miguel, fue otra pregunta.
 -¿Te acordás del "Poeta"?...
 -¿El infeliz que a veces hacía de acomodador o de boletero y también ayudaba a las chicas tras bambalinas?...
 -El mismo. Lo encontré de casualidad en el Centro poco antes de la muerte del Gordo.
 Fernando lo miró extrañado.
 Miguel prosiguió con su relato; se notaba turbación en su voz.
 -Sabía mi nombre y apellido, dirección comercial y hasta mi teléfono particular; estos datos, actualizados.
 El otro lo interrumpió con brusquedad.
 -¡Pero si nunca nos identificamos ante ese puto relajado!..., todo eso era clandestino.
 -También conoce toda la información referida a tu persona -se explayó Miguel- incluyendo pormenorizadamente la de tu familia. Tu primo solo me confirmo lo que ya me había comunicado el "Poeta", incluso lo del restaurante y su historia. No te lo dije antes porque es un asunto denso y no sabía como empezar a hablarlo.
 Al tipo lo vi también al salir del velorio.
 -¡Nos quiere extorsionar con esa forrada después de veinte años!...
 Fernando casi gritó, llevado por la cólera.
 Miguel trató de mostrarse calmo.
 -Es peor que eso.
 En el primer encuentro que tuve con el tipo -no lo reconocí después de dos décadas sin verlo- que yo creí casual, me dijo que previamente lo había visto al Gordo y le anticipó su próximo final.
 Durante el velorio, desapareció rápidamente cuando lo ubiqué.
 Fernando se pasó una mano por el raleado cabello.
 Veinte años atrás lo tenía tupido..., pensó Miguel.
 ¿Como me verá a mí?..., agregó a sus pensamientos.
 -Hasta ahora todo es muy oscuro -dijo Fernando -resulta que el que conocíamos como "Poeta" es un vidente...
 A este marica le decíamos así, porque siempre hacía versitos boludos tipo:
 Despacito que hay para todos,
si se la agarran no se hagan los bobos.
 ¿Te acordás?...
 Miguel sonrió.
 -O sea -prosiguió Fernando- un tarado total al que nunca le dimos más que alguna propina.
 ¿Como obtuvo nuestros datos?...
 Miguel se ajustó los anteojos que desde hacía un tiempo usaba en forma permanente. Gesto que se repetía más de lo debido al hallarse nervioso.
 -Los tenían desde hacía más de veinte años; hicieron una tarea de rastreo y los actualizaron.
 -¿Hicieron?...¿El "Poeta" y quien más?...¿Como los consiguieron en aquella época?..., inquirió Fernando, visiblemente alterado.
 -El "Poeta" y Estrella...
 Fue ella la que le sacó la información al Gordo, a fines de los '80.
 Acordate que Pepe fue el único que salió con ella; se mandó un tremendo bolazo en la casa para llegar tarde: el velorio de un compañero de trabajo.
 Yo le dije que estaba muy gastado.
 Me contestó: rezar también, pero aún hay millones que siguen creyendo en ese método.
 ¡Que ocurrente que era!...
 Fernando ni siquiera esbozó una sonrisa, cuando en el pasado las frases del Gordo le resultaban particularmente graciosas.
 -Pero...¿Por que lo hizo?..., preguntó.
 Miguel le respondió como intentando visualizar esos tiempos.
 -No lo se exactamente. Siempre se mostró reacio a contar lo que pasó esa noche, aunque el Gordo era el rey de las anécdotas lascivas.
 De alguna forma fue apremiado.
 -¿Apremiado?...¿Que querés decir?...
 Fernando se mostró impaciente.
 -Escucháme, continuó, vos me llamaste para comunicarme que falleció el Gordo y nos encontramos en relación a eso; ahora me salís con una historia de tipo extorsivo, emanada de un pasado que ya está más que enterrado. Decime concretamente lo que sabés y dejate de dar vueltas.
  -Está bien-dijo Miguel-estás en peligro de muerte.
 -¿Por que yo?...
 -No solo vos; yo también.
 El Gordo nos ofreció -hace más de veinte años- como víctimas en lugar suyo.
 Por razones desconocidas, la serie de los tres comenzó con quién debía salvarse.
 -Pero...¿Con que motivo?...
 Interrogó Fernando, quien a pesar de su general incredulidad, sentía que una sensación de alarma se instalaba en su psíquis.
 Miguel pareció tomar aire y habló.
 -Te lo voy a decir, pero no me interrumpas hasta terminar.
 Recordarás que poco después que el Gordo salió con Estrella, dejó de asistir al teatro que llamábamos el antro. Muy pocas veces nos encontramos con él y en esas ocasiones se mostraba huidizo, poco comunicativo, nada gracioso.
 Nosotros pensamos que su salida resultó un fiasco, que el Gordo había fallado con Estrella y no servía más que para lo que hacíamos allí; que su fracaso, le provocaba vergüenza.
 Vos y yo concurrimos un par de veces más. El Gordo se había borrado y parecía que él era el alma del asunto.
 Nosotros también nos dispersamos.
 Yo interpreté que habíamos sido mas amigotes que amigos. Adultos unidos por un vicio común que fue abandonado.
 Fernando lo interrumpió, disculpándose.
 -Perdonáme...
 Era algo más que un vicio, porque después de estar en el antro nos íbamos a putañear o cada uno sabía como sacarse la calentura, ya sea, sirviendo a las respectivas patronas satisfactoriamente o con las relaciones amateur que pudimos conseguir.
 Nos íbamos a motivar, para funcionar aceitadamente. No eramos infelices que le chupábamos la concha a Estrella, ante sesenta o setenta machos, para después convertirnos en el cacique Paja Brava.
 Miguel, le aceptó la interrupción vindicatoria sobre lo que hacían en aquellos años y prosiguió con su exposición.
 -Justamente, de los probables setenta espectadores, un diez por ciento -entre los que estábamos nosotros- eran los que realizaban el espectáculo dentro del espectáculo.
 Había dos funciones diarias seis días a la semana.
 Del diez por ciento de varones que participaba activamente -sin contar la reiteración de los concurrentes asiduos- yo creo que en un período de diez años, a esta mujer, le chuparon la concha alrededor de venticinco mil tipos distintos.
 Quizás, algo que nunca ocurrió en la historia de la humanidad, sucedía a doscientos metros de Florida y Corrientes.
 ¿Cuantas veces por semana concurríamos?...
 -Todos los viernes, contestó Fernando.
 Miguel bebió un sorbo de soda que ya se hallaba tibia.
 -Exacto. Una vez por semana, con regularidad. Cumplimos un rito durante algunos años.
 Fuimos oficiantes de ese culto clandestino.
 Eramos asiduos concurrentes y fuimos elegidos por razones veladas como oficiantes, sin ser advertidos de dicha elección que nos diferenciaba de todos los demás, simples concurrentes circunstanciales o aún asiduos sin categoría secreta.
 Por eso, nosotros somos los signados, aunque el motivo permanezca en el acervo mistérico del culto.
 Lo que creíamos un vicio, quizás, cierta parafilia, era el modo en que nos utilizaba Estrella. Estábamos al servicio de una deidad y ella era la intermediaria.
 Principio superior femenino..., por cierto, algo así como diosa de los orígenes; en esos momentos, Estrella la corporizaba.
 Fernando se hallaba con un alto grado de alteración.
 -Miguel, te convertiste en un sujeto bizarro, extravagante, de teorías conspirativas, que dice boludeces convencido de que descifró la vida.
 Suponiendo que sea lo que vos decís...¿Van a morir veinticinco mil tipos como el Gordo, pareciendo un accidente?...
 Miguel le respondió con celeridad.
 -No.
 Te insisto en que las víctimas sacrificiales son unos pocos dentro de los asiduos; hombres identificados por Estrella hace más de veinte años.
 -¿Y por que ahora?..., preguntó Fernando.
 -Porque la impronta del sacrificio final la llevamos incorporada como ciertos virus, que se activan después de décadas de permanecer inertes en el organismo.
 Fernando prosiguió con su escepticismo, pero sin omitir la pregunta sobre el motivo del sacrificio.
 La respuesta de Miguel fue que lo desconocía, pero que si todo estaría revelado, sin duda no se trataría de un culto secreto.
 De todos modos, Miguel amplió la difusión de su conocimiento.
 -El mecanismo funciona en base a accidentes quizás estrafalarios, enfermedades raras, suicidios...
 -Como lo de Tutankamón..., dijo Fernando con sorna.
 -Parecido -respondió Miguel- mira lo del Gordo.
 Claro que él se tenía que salvar, igual que el Poeta.
 Hubo cierta transformación del destino adjudicado, como una divina torsión del esquema.
 Fernando se mostró curioso:
 -¿Por qué también el marica?..., preguntó.
 -Me enteré que se la chupaba en el camarín y era su favorito; era oficiante designado, igual que nosotros, pero advertido; digamos, algo así como un auxiliar consagrado.
 -¿Todo esto te lo dijo el puto?...
 -Fernando, no lo subestimes, el vivió en Brasil posteriormente al cierre del teatro, poco tiempo después que nosotros dejamos de ir. En alguna medida, defeccionó, abandonó su investidura.
 Trabajó en un bar de Buzios y una mañana -un par de meses atrás-se le apareció ella en el bolichito de la playa, reclamándolo.
 Me dijo que está espléndida como siempre, que los años acumulados, increíblemente, no se le notan.
 ¿Te acordás las tetas que tenía?...
 Siguen como las conocimos.
 Enormes, paradas, naturales.
 -Era un hembrón -rememoró Fernando- nunca entendimos como semejante mina se envilecía en ese antro de strip tease, cuando podría haber brillado en Las Vegas, en París, en Hollywood...
 -O ser la sucesora de Nélida Roca..., agregó Miguel, que prosiguió hablando.
 La razón era que atendía a la deidad de ese modo.
 Y nosotros la atendíamos a ella en su sacerdocio, siendo oficiantes presentes y víctimas sacrificiales futuras, como los sacerdotes de la diosa Cibeles, a los que terminaban cortándoles los huevos.
 Llegó el tiempo de la máxima unción: nuestro sacrificio.
 Fernando llamó al mozo para pagar.
 -No creo un carajo de todo esto. Me citaste para contarme una historia ridícula.
 Te invito con los cafés; estimo que no nos veremos más.
 -Fernando -dijo Miguel cuando el mozo se retiraba- quizás hay una forma de impedirlo.
 Debemos hallar a Estrella, hablarle; el "Poeta" cree que quizás puede ubicarla, aunque no quiso volver al país con ella y eso la disgustó.
 Te pido que me acompañes en esto por el bien de ambos, claro, acompañados por el "Poeta" que también está en peligro.
 -Me voy, Miguel, me hiciste perder el tiempo con una forrada.
 Se retiró sin saludarlo.

 Tras el ventanal, Miguel ve al "Poeta" observando a Fernando desde la vereda de enfrente.
 Todo ocurrió muy rápido.
 El colectivo cruzó con luz roja, como una bestia en estampida.
 Quién fue su amigo, se convirtió en un amasijo de carne estropeada bajo las ruedas del vehículo.
 Miguel corrió hacia la calzada, mientras el "Poeta" abandonaba el lugar presuroso, señalándolo a él con el índice.
 No sabía si quedarse al lado de Fernando -de sus restos- perseguir al tipo o recoger la tarjeta que tiró al escabullirse, en medio del caos que se generó entre los transeúntes que parecían querer linchar al chofer, quien juraba haberse quedado sin frenos, a pesar de que el vehículo había sido inspeccionado la semana anterior.
 Miguel comprendió que el "Poeta" volvió a servir a Estrella. Ya no le diría como encontrarla y quizás pactar su salvación.
 Estaba perdido.
 Era la próxima ofrenda, en el altar invisible de la diosa con raíces en el Neolítico.
 Como los toros desangrándose ante Cibeles, la hembra superior que absorbe y expulsa.
 En cierto estado como de estupor, recordando que lo único que sabía de Cibeles hasta hacía poco tiempo, era que tenía un monumento en pleno Madrid donde se reunían los merengues cuando ganaban un campeonato, recogió el minúsculo cartón blanco con letras impresas en relieve dorado.
 Decía:
                                                         CUNNILINGUS
                                             Suculenta operación realizada en el vacío
                                             Entre la enmarañada languidez de un suspiro
                                             Y el ímpetu incisivo de una lengua.
 No era de las pavadas del "Poeta".
 Llevaba la firma autógrafa de Estrella. A su lado, un lacre tenía grabada la figura de un carruaje  arrastrado por dos leones con la efigie egregia de la diosa sobre el mismo, con toda la magnitud de aquella que absorbe y expulsa. La hembra primigenia, devenida en velada potestad vigente.
 Como en las tinieblas de los orígenes..., de los tiempos anteriores a la preeminencia del varón debido a su superioridad física. Cuando el poder aún no estaba definido y todo era oscuro.
 Miguel pensó que quizás ese tiempo alboral, no desapareció del todo.

                                                                  FIN