jueves, 23 de junio de 2016

EL ACOMODADOR Y SU LINTERNA

 Azorado, sin habla, inmerso en el estupor que le produce ese ámbito oscuro en demasía, cuando su último recuerdo es el de hallarse acostado en su cama aquejado por un brusco dolor en el pecho, percibe que la oscuridad circundante se disipa ante el haz de luz de una linterna.
 Quién la porta, vestido con un remedo de smoking similar al de los acomodadores cinematográficos de su infancia, tan alejada en el tiempo, le indica que lo acompañe con modales sumamente correctos...
 -Disculpe que lo apure, Sr., pero la tarea de acomodar esta cantidad enorme prácticamente me excede. Le diría que el número se incrementa minuto a minuto y desborda mi capacidad.
 Ante tales palabras se apresura diligente, pero detecta con pavor, que no está en un cine con la función comenzada y que el gentío que lo rodea esta desnudo, al igual que él. También, que el rostro del acomodador le resulta conocido: esa barbita modelada..., esos rasgos afilados que contribuyen a resaltar un semblante inconfundible, caracterizado por una sonrisa convertida en adjetivo..., incluso, dos protuberancias parecen insinuarse en su cabeza bajo el cabello morocho aplanado con abundante gel.
 Su primer impulso es huir, pero de inmediato, descarta esta opción que de todos modos parece imposible.
 Justamente, esta comprobación le depara una rara tranquilidad, que quizás sea extensiva a quienes lo rodean.
 Interpreta, al igual que como aparentemente lo hacen los demás, que toda resistencia es inútil. Por su parte, estima que el acomodador los ubica en relación al grado de maldad que han dispensado.
 De resultar así, espera que las condiciones no le sean tan adversas: siempre se consideró un hijo de puta moderado..., no fue un Nabucodonosor con sus pirámides de cráneos, un Atila que por donde cabalgaba no volvía a crecer el pasto, un genocida como Hitler o Stalin... o un torturador del Proceso de Reorganización Nacional argentino.
 Con estos pensamientos esperanzados, prosigue la caminata; emite un suspiro y se apresta con resignación a vivir esta nueva etapa de su vida, que podría durar una eternidad..., mientras pasa por alto el descubrimiento de un resplandor ígneo, que estima muy distante.


                                                                FIN