jueves, 26 de abril de 2012

AMO A MI AMO

 Fue el pensamiento del eunuco Abeid, esclavo del Sultán de Zanzíbar, al verlo deleitándose con su nueva esposa, la cuarta.
 Apretó con fuerza el lazo corredizo, en derredor al cuello de aquel a quién servía incondicionalmente, mientras el macho fogoso penetraba a la recién llegada al harén.
 Había entrado al regio aposento en penumbras, con el sigilo de los servidores de confianza, realizando su  premeditada acción con tal celeridad, que la mujer yacente boca abajo confundió el estertor de su señor, con un ronco bramido de placer.
 Antes de que pudiera darse vuelta, desnucó con un par de potentes golpes a la que estimó como la puta de nalgas abiertas, que le ofrecía al sultán el ojo de bronce que él tantas veces le había brindado, untado con aceites aromáticos.
 Su amo, siempre le había asegurado que las mujeres solo las usaba para procrear.
 Cumplida la tarea que se propuso, sabía que sería descubierto y supliciado.
 Antes de que esto ocurra, consideró, apelaría al puñal para quitarse la vida, empañada por la traición de quién había sido su dueño:
 Que el Misericordioso le dispense el perdón por su acto impío.
 Amé a mi amo..., fueron sus últimas palabras, proferidas en voz muy alta ante dos cadáveres.


                                                                          FIN

viernes, 20 de abril de 2012

                                                         EL HOMBRE QUE NO SE ENFRENTÓ A SUS OJOS

 ¿Que vio a sus veinte años como para querer anular sus posibilidades de ver?...
 No lo recordaba.
 Pero sabía que lo que se presentó a sus ojos en aquel momento, superaba lo que debía ser visto.
 De algún modo, lo visualmente correcto.
 Solo que lo visto, excedía lo que un ser humano debía ver, mas allá de las transitoriedades políticas del momento.
 Vio algo medular y vedado.
 Desde esa época, no pudo mirarse a los ojos en forma directa.
 De suceder esto, lo embarga un sentimiento de angustia indefinible; de desasosiego, a tal punto, de tener que abandonar imperiosamente la imagen de sus ojos obsevándolo.
 Ese es el hecho:
 Sus ojos lo observan a él, como si fueran una parcialidad autónoma de su anatomía.
 ¿Cuantas décadas pasaron desde el inicio de esto?...,pensó, mientras recordaba que desde aquel tiempo, usaba anteojos oscuros para afeitarse y peinarse.
 De todos modos, llevó una vida aproximada a lo normal:
 Trabajó, se casó, tuvo hijos...
 Hoy, con más de sesenta años en su organismo, superó ese terrible condicionamiento.
 No usa más anteojos oscuros..., estima con cierto regocijo, ahora está completamente ciego por la diabetes.
 Al fin halló la paz.
 Estima que el alto costo que pagó, desde otra óptica-nunca más adecuado el término-es bajo, en relación a los beneficios de no tener que soportar su propia mirada, la que lo hubiera llevado, sin duda, al suicidio.
        
                                                                                    FIN


miércoles, 18 de abril de 2012

Sicarios...

                                                             UN PLOMO EN EL ZAPALLO


 Lo hizo arrodillar mediante patadas en los tobillos. No se resistió.
 El individuo estaba maniatado a la espalda y no era mucho lo que podía hacer.
 -Te voy a meter un plomo en el zapallo y vas a regresar a la reputisima concha de tu madre...
 Le dijo su captor, con cierto tono de delectación.
 La víctima, emitió un sordo murmullo, dado la mordaza apretada que cubría su boca.
 Cerró los ojos con fuerza esperando el disparo fatal, mientras intentaba recordar la fórmula del rezo.
 Pasados unos segundos, escuchó las puteadas del que ejercía la posición dominante: la pistola se había trabado.
 Supuso que una intervención divina lo había salvado y que el hombre que intentaba matarlo, abandonaría la tarea que le habían encargado. Se meó en el pantalón, como reacción involuntaria a lo que estaba viviendo.
 En ese momento, comenzó a sentir los terribles culatazos en la nuca, que le provocaban un dolor atroz del que creyó escapar, con lo que suponía era el desmayo.
 Pero era la muerte.
 El sicario, mientras limpiaba-usando guantes de examinación-la sangre que impregnaba la poderosa Desert Eagle, pensó que extraordinaria versatilidad poseía una pistola. Tanto arma de fuego como objeto contundente no perdía su finalidad letal, la conclusión trágica a la que estaba destinado su empleo.
 De todos modos, en su próximo trabajo usaría proyectiles encamisados en bronce, consideró, dado que el ahorro al que era proclive no resultaba lo más indicado para su actividad.
 Comenzó a masajearse el brazo derecho, agarrotado por la tensión del esfuerzo físico y emocional: al fin de cuentas, había matado un hombre a golpes, mientras el mismo se hallaba imposibilitado de defenderse.
 Concluida la faz de limpieza y acomodamiento del escenario, en el que sería hallado el cadáver, se alejó con tranquilidad canturreando un vallenato; a pesar de lo aporteñado que estaba, no podía olvidar esas fiestas vibrantes en Calí,  donde sonaban tambores y guacharacas y el Bacardí corría como agua.

                                                                          FIN

viernes, 6 de abril de 2012

LA DIESTRA DE ONÁN

 Tenía su palma peluda.
 No se trataba de historia bíblica, sino de lo que el padre Casimiro le repitió a él y a todos sus condiscípulos, durante el tiempo que cursó el bachillerato, como alumno pupilo, en un célebre colegio religioso.
 El sacerdote, por otra parte, su confesor, consideraba la autocomplacencia sexual como un impulso demoníaco, que nos acercaba a la teoría del impío Darwin por su peor vertiente, la del mono.
 De hecho, tal práctica, común en la adolescencia, a él le provocaba cierta manifiesta repulsión, que aún a sus veinte años continuaba vigente, habida cuenta de que era preceptor en la institución educativa.
 El padre Casimiro interpretaba que la misma fornicación, era un pecado menor, comparado con el vicio de Onán, verdadero productor de granujientos y de idiotas -en el sentido científico de la palabra- así como generador de haraganes y de delgados enfermizos, débiles de espíritu y flojos.
 Por lo mencionado, él trataba de nublar en su mente los deseos lujuriosos que se le aparecían con recurrencia. De hecho, un par de veces asistió a un burdel como para higienizar los sentimientos y los ensueños lascivos, estos últimos, ingobernables.
 El resultado no fue el previsto, por lo que tenía en mente contraer matrimonio lo antes posible, cuando pudiera ascender en la escribanía en la que pronto ingresaría a trabajar. Esperaba que los tiempos fueran más tranquilos, luego de la reciente revolución del Parque de Artillería. A su vez, debía poner empeño en conseguirse una novia.
 Con este propósito en mente, entró al baño de profesores -él tenía permiso de acceso- a los fines de vaciar su vejiga.
 Cuando lo vio al padre Casimiro con la sotana levantada y el miembro en la diestra, que se movía con rítmico frenesí, quedó como paralizado por el estupor.
 El eclesiástico, tranquilizó su conciencia mediante la palabra:
 -Hijo, ante la vista de los otros no es lo mismo..., le dijo, mientras sin dejar de menearse la verga se le acercaba peligrosamente.

                                                                   FIN

lunes, 2 de abril de 2012

EL HOMBRE QUE ESTÁ MAS SOLO QUE NUNCA

 El hombre, parado en esa esquina céntrica, miraba su reloj repetidamente.
 Los transeúntes de ese sábado por la noche lo circundaban en jóvenes grupos vociferantes, novios adolescentes practicando el exhibicionismo ingenuo de su pasión, parejas maduras de carácter reservado; también, algunos adultos mayores, quizás añosos matrimonios, que presentaban cierta adustez en el semblante.
 Como señal de la época, circulaban muchos individuos jóvenes-de ambos sexos-exponiendo profusos tatuajes, gente de aspecto marginal que podría no serlo, algunos gays y lesbianas demostrando públicamente su afecto, deseo o ambas pulsiones a la vez.
 El hombre, periódicamente, llamaba desde su celular.
 En esos momentos gesticulaba nervioso, como si quien oficiara de interlocutor lo importunase.
 Luego, guardaba el equipo en el estuche y seguía esperando con impaciencia.
 Tarjeteros de diversa laya, le entregaron ilusiones impresas de placeres deslumbrantes, modicamente rentados.
 Las tomaba, pero las guardaba en un bolsillo del pantalón sin siquiera mirarlas.
 Era obvio, que tales visitas no se hallaban en sus planes.
 Observó la persecución policial a un arrebatador, que parecía algo drogado. Esposado por la espalda, boca abajo sobre la vereda, el tipo comenzó a hacer bardo, amenazando a los uniformados con llevarlos ante los tribunales de La Haya.
 Alrededor del capturado se formó un corrillo no muy numeroso, que se disolvió con breves comentarios, cuando fue ingresado a un patrullero que partió raudo y con sirena, como si hubieran detenido a un criminal buscado por Interpol.
 Un sujeto muy perfumado-con ostensible fragancia femenina-se ubicó a su lado, sonriendole.
 La respuesta gestual del hombre, hizo que se retirara.
 Se podía interpretar que su espera, no se orientaba hacia esa tendencia.
 También recibió un par de miradas sugerentes de profesionales del sexo ambulante-mujeres y travestis-que no fueron respondidas con aceptación.
 Sin duda, no le interesaba la propuesta.
 Sus conversaciones telefónicas cada vez eran más frecuentes y prolongadas, habida cuenta que hacía más de dos horas que se hallaba en esa esquina.
 Por más que ahora las efectuara a viva voz, a nadie le interesaba el fisgoneo auditivo de escuchar lo que decía.
 Por cierto, parecía un tiempo excesivo de espera, si era su interlocutor telefónico el motivo de la misma.
 Próximo a que se cumplan tres horas de estar apostado en el mismo lugar, el hombre prendió un cigarrillo con un encendedor descartable.
 Con paso algo cansino, abandonó la esquina céntrica para ingresar a una pizzería ubicada a pocos metros, luego de darle una larga pitada al cigarrillo, que de inmediato, arrojó a la calzada.
 El local se hallaba colmado de público.
 Un mozo, que debía lidiar con una bandeja cubierta por una grande de jamón y morrones y cuatro chopps, tuvo que desplazarse de su recorrido para que el hombre pudiera entrar al baño de caballeros.
 Había varios varones utilizando los mingitorios, de todos modos, el hombre se dirigió a un compartimiento con w.c. y trabó la puerta.
 Transcurrieron apenas segundos, cuando el estampido de un disparo-arma de grueso calibre-estremeció a los displicentes orinadores, incluso, cortándole el chorro a más de uno.
 Afuera del baño, el silencio se instaló en el amplio salón.
 Pasados unos minutos de generalizado estupor, el adicionista se dirigió al toilet e intentó, sin resultado, abrir el compartimiento.
 No insistió.
 Desde un inalámbrico, llamó al 911.


 Después de forzar la puerta, la policía ingresó donde se hallaba el cadáver del hombre, sentado sobre el inodoro.
 Uno de los efectivos, reparó en un detalle que le pareció curioso:
 Caído sobre el piso de baldosas en damero, se hallaba un teléfono celular, como si el hombre hubiera intentado hablar por el mismo antes de efectuar el disparo con el que puso fin a su vida.
 Cuando lo recogió, observó que carecía de batería. La misma, no pudo ser hallada entre los efectos personales del occiso.


                                                                      FIN