jueves, 29 de mayo de 2014

VER NEGRO

 La oscuridad irrumpe coronando el corte de luz, si bien no inusual, siempre considerado protervo por aquellos que resultan afectados.
 Jonhatan putea por lo bajo: se apaga la pantalla de la pc ante la que se halla sentado y detecta que el apagón incluye al alumbrado público. Es extenso..., piensa, con la idea de que ante la magnitud del problema, la compañía proveedora pueda intentar solucionarlo con mayor celeridad.
 Se incorpora a ciegas; desde que dejó de fumar no porta encendedor y el celular, dado que son las tres de la madrugada, lo tiene apagado en otra habitación. Carece de todo elemento de iluminación a mano.
 Le llama la atención que la oscuridad es total, casi inconcebible.
 La ventana con la persiana levantada, no exhibe ni el contorno de las edificaciones, como si una niebla impenetrable hubiera absorbido todo lo existente.
 Trata de hallar la puerta guiándose por la memoria, tropieza en el intento, siente como si se hubiera extraviado en su propio cuarto, como si careciera de referencias.
 Se esfuerza por evitar que el pánico defina su proceder; no tiene a quién llamar, vive solo en la casa suburbana.
 Sabe que debe llegar a la cocina para acceder a la linterna que se encuentra dentro del modular, pero el haberse convertido en un no vidente de modo súbito, le genera dudas de que pueda lograrlo.
 Próximo a la desesperación, profiere un grito estridente, solo contestado por un lejano eco.
 Sin poder salir de su habitación, percibe que se halla recluido en una prisión compuesta de tinieblas, de una concentración tan densa que no permite filtrar un mínimo rayo de luz.
 Me absorbió un agujero negro..., considera con terror. Le parece que su cuerpo está perdiendo masa y él se está anonadando..., fundiéndose en algo similar a la ausencia de materia.
 Pero entiende que su conciencia permanece activa, aunque diferente, sin una matriz somática.  Parecería que la intangibilidad que es su atributo esencial, hubiera adquirido su índole de pulsión eterna, descargada del lastre corporal.
 Al asumir este estado, una inexpresable satisfacción, le otorga un carácter glorioso a la experiencia que lo incluye.
 Inmerso en el negro absoluto, sin rastros del cuerpo que se desintegró como un estuche pulverizado, sin sentimientos ni pasiones, se integra a esa vacuidad que siente puede depararle sorpresas; justamente, nota que la curiosidad sobrevive a la identidad o que ambas se aúnan en una integración inefable.
 Ya ajeno a toda luz, Jonhatan sabe que el apagón se proyecta a la eternidad, también, que él ya es parte indisoluble del mismo.

                                                                     FIN



domingo, 25 de mayo de 2014

EL REY DECLINANTE

 Se halla próximo a voltear el trebejo rey, con desgano, como para evidenciar que desde hace varios movimientos conoce el desenlace en su contra de la partida; en buena medida, considera, debido a la presión temporal que le impone el reloj, impidiéndole hallar una respuesta válida a la situación apremiante en que se encuentra su rey.
 Entiende que solo un milagro puede impedir la resolución prevista, pero en materia de ajedrez del nivel de maestría que concierne a su adversario y a él, esto solo puede significar que la mano de su contrincante, que se dirige a mover el alfil que desencadenará la jugada terminal como una reacción en cadena, se paralice en el gesto.
 Atónito, observa la materialización de su pensamiento.
 Quién lo enfrenta, no llega a tocar la pieza elegida: la mano detenida en el ademán, el alfil inmóvil en el escaque que ocupa.
 Intervienen las autoridades federativas, los espectadores, la esposa del jugador afectado por una parálisis repentina del brazo derecho.
 Se inquiere si hay un médico en la sala, sin respuesta afirmativa. El servicio de ambulancias es convocado telefónicamente.
 La partida se suspende en posición altamente ventajosa para el jugador de la mano inerte, que parece no entender lo que le ocurre.
 El hombre que lleva las de perder, demuestra preocupación por el trastorno físico de su rival, mientras piensa que si alguna vez se reanudará el match, tendrá tiempo de sobra para estudiar como desbloquear el cerco y pasar a la ofensiva. Cree firmemente poder lograrlo.
 Observa como se llevan a su rival y trata de retirarse con premura: la concurrencia le dirige miradas hostiles, como si se tratara del culpable de lo ocurrido.
 Estima que él solo lo pensó...y que nunca en su vida anterior un pensamiento suyo influyó en el mundo material.
 Esta vez, sí.
 Detiene un taxi y le indica al conductor su domicilio. Es un viaje muy redituable para el chofer: debe dirigirse al otro extremo de la ciudad.
 El ajedrecista sabe que lleva el dinero justo, como corresponde a alguien que no es profesional del juego-ciencia y vive de un sueldo, de por sí menguado por los descuentos que le practican entidades financieras diversas y algún estudio jurídico.
 A pesar del recuerdo penoso de sus deudas, distiende los labios en una discreta sonrisa: piensa que el taxímetro podría hacer caer las fichas, de modo que el trayecto le cueste un cincuenta por ciento menos.
 Reitera ese pensamiento, mientras observa con un asombro no exento de oscura inquietud, como el visor del dispositivo comienza a evidenciar anomalías.


                                                             FIN


viernes, 2 de mayo de 2014

ENTRE VOCES

 Se hallaban solo los dos, esperando el colectivo en esa parada periférica, ubicada en un barrio de apacible imagen.
 Marcelo Cavalizzi sabía que ante la locura evidenciada, lo más prudente era retirarse, dada la imprevisibilidad inherente a esta condición, cuyas manifestaciones podrían llegar a ser peligrosas para los demás, en este caso, para él. Pero el individuo de aspecto correcto que hablaba solo y apenas lo miraba de soslayo, parecía magnetizarlo con la elocuencia de su discurso; es que no solo hacía gala de las virtudes de su oratoria, sino que también se respondía con otra voz de definida sonoridad, que a Cavalizzi le recordaba la de los locutores de Radio Nacional de la época en que a los primeros mandatarios, se los trataba de excelentísimo señor presidente.
 Las voces de los dos personajes eran totalmente distintas y solo convergían en la calidad idiomática, en lo cuidado de los términos empleados y la impecable dicción.
 Pasados unos pocos minutos de escuchar, lo que no dejaba de ser la alocución de un orate, Cavalizzi pensó en retirarse y caminar hasta la parada siguiente, debido a que el sujeto había mutado hacia la furia e interpelaba al otro, que era él mismo, con acentuada violencia verbal.
 ¿Por qué?...¿Por qué?...¡Contestá maldito hijo de puta!..., vociferaba como un energúmeno, motivando la discreta apertura de algunas ventanas.
 Marcelo Cavalizzi, intentaba apresurar su abandono del sitio, pero el hombre se lo impedía con actitud amenazante, mientras extraía de un bolsillo algo parecido a un punzón y lo aplicaba contra su abdomen arrinconándolo contra la pared.
 Le hablaba con parsimonia, a escasos centímetros de su rostro, presto a perforarlo con la punta de acero.
 -Ahora vas a tener que contestar, maldito hijo de puta, ya estoy harto de fingir tu voz...
 La respuesta de Marcelo, entrecortada por el temor, negaba que haya sido su voz, aunque era consciente de la inutilidad de apelar al raciocinio con alguien inmerso en el delirio.
 -Te equivocás..., fue la replica de quién se hallaba en posición dominante, esa es la voz que querrías tener en vez de este graznido asustado de cobarde. De inmediato, un grito atroz, parecía haber trastornado la tranquilidad de la calle. No tardó mucho en escucharse  la sirena de un móvil policial que se aproximaba al lugar, sin duda llamado por algún vecino alarmado.
 El hombre de las dos voces, se dirigió hacia la parada de colectivos siguiente, desplazándose con tranquilidad, afianzado en el cumplimiento de una misión elevada. En la búsqueda de la respuesta esperada con determinación.
 Pero al volver sobre sus pasos para recuperar el punzón, que quedó incrustado en la zona ventral de su ocasional víctima, ya lo rodeaba-con múltiples prevenciones-la dotación de un vehículo policial, que a su vez, había solicitado refuerzos por handy.
 La situación no le resultaba asombrosa, pero sí incongruente, ya que no era su culpa que la respuesta que esperaba, debía ser proferida por alguno de los innumerables enemigos, que concurrían a las paradas de colectivos solitarias y se quedaban unos minutos escuchándolo.

                                                                  FIN