domingo, 25 de mayo de 2014

EL REY DECLINANTE

 Se halla próximo a voltear el trebejo rey, con desgano, como para evidenciar que desde hace varios movimientos conoce el desenlace en su contra de la partida; en buena medida, considera, debido a la presión temporal que le impone el reloj, impidiéndole hallar una respuesta válida a la situación apremiante en que se encuentra su rey.
 Entiende que solo un milagro puede impedir la resolución prevista, pero en materia de ajedrez del nivel de maestría que concierne a su adversario y a él, esto solo puede significar que la mano de su contrincante, que se dirige a mover el alfil que desencadenará la jugada terminal como una reacción en cadena, se paralice en el gesto.
 Atónito, observa la materialización de su pensamiento.
 Quién lo enfrenta, no llega a tocar la pieza elegida: la mano detenida en el ademán, el alfil inmóvil en el escaque que ocupa.
 Intervienen las autoridades federativas, los espectadores, la esposa del jugador afectado por una parálisis repentina del brazo derecho.
 Se inquiere si hay un médico en la sala, sin respuesta afirmativa. El servicio de ambulancias es convocado telefónicamente.
 La partida se suspende en posición altamente ventajosa para el jugador de la mano inerte, que parece no entender lo que le ocurre.
 El hombre que lleva las de perder, demuestra preocupación por el trastorno físico de su rival, mientras piensa que si alguna vez se reanudará el match, tendrá tiempo de sobra para estudiar como desbloquear el cerco y pasar a la ofensiva. Cree firmemente poder lograrlo.
 Observa como se llevan a su rival y trata de retirarse con premura: la concurrencia le dirige miradas hostiles, como si se tratara del culpable de lo ocurrido.
 Estima que él solo lo pensó...y que nunca en su vida anterior un pensamiento suyo influyó en el mundo material.
 Esta vez, sí.
 Detiene un taxi y le indica al conductor su domicilio. Es un viaje muy redituable para el chofer: debe dirigirse al otro extremo de la ciudad.
 El ajedrecista sabe que lleva el dinero justo, como corresponde a alguien que no es profesional del juego-ciencia y vive de un sueldo, de por sí menguado por los descuentos que le practican entidades financieras diversas y algún estudio jurídico.
 A pesar del recuerdo penoso de sus deudas, distiende los labios en una discreta sonrisa: piensa que el taxímetro podría hacer caer las fichas, de modo que el trayecto le cueste un cincuenta por ciento menos.
 Reitera ese pensamiento, mientras observa con un asombro no exento de oscura inquietud, como el visor del dispositivo comienza a evidenciar anomalías.


                                                             FIN


No hay comentarios:

Publicar un comentario