jueves, 17 de septiembre de 2015

EL OCASO SE ENCIENDE

 -Nunca tendrás un macho que por vos se haga chorro...
 Le dijo Valentín, parafraseando el poema de Carlos de la Pua que ella no conocía, mientras la lluvia profusa repiqueteaba contra el ventanal.
 Daisy sonrió, poniendo en evidencia el albor de su dentadura perfecta, los hoyuelos que se formaban en sus mejillas y la plenitud de esa imagen facial que generaba fascinación en el hombre; más aún, lo obsesionaba.
 Morena, de cabello largo recogido en un elaborado rodete, de formas rotundas y baja estatura, la mujer se había convertido para Valentín en una gloria distante; en un tesoro carnal al que solo consideraba poder acceder, exponiéndose por ella a situaciones que otros no podrían emular.
 Daisy, nacida en Villa Rita, Paraguay, era totalmente ajena a las inquietudes del caballero, que le resultaban obra del desvarío y a las que respondía con risueño desdén.
 En buena medida, le parecía graciosa la pasión de Valentín hacia su persona. Esa insistencia que semejaba superar la mera carnalidad, para proyectarse en lo que ella entendía por enamoramiento.
 En este caso, no correspondido por las manifiestas inequivalencias entre ambos, marcadas a partir de la diferencia de edad.
 Pero lo humorístico, se interrumpió cuando el octogenario postrado, le exhibió la cadenita de oro de Mirta, propietaria del geriátrico, para luego ofrecérsela como el obsequio de un galán a la diva que anhela seducir.
 Daisy, auxiliar del establecimiento sin ningún título habilitante, reconoció con estupor la joya más preciada de su patrona, recuerdo de la madre fallecida una década atrás.
 ¿ Como la tiene él ?..., fue su pensamiento inicial, al ver refulgir la alhaja en la diestra deformada por la artritis de Valentín, pensionado de la residencia para adultos mayores desde hacía un par de años y receptivo de escasas visitas familiares.
 La muchacha, recordó lo que le había dicho el viejo minutos antes.
 La robó..., dedujo, mientras se dirigió con premura al cuarto designado pomposamente como ADMINISTRACIÓN, de acuerdo al cartel sujeto con cinta scotch a la puerta.
 Golpeó dos veces, tal como establecían las directivas de Mirta al respecto. Al no obtener respuesta, ingresó mientras solicitaba permiso.
 En el interior de la habitación, el cuerpo yacente de Mirta -su cabeza rodeada por un charco de sangre- parecía exponer un cuadro de muerte violenta propio de manual forense.
 La mató para robarle la cadenita..., fue la inmediata conclusión de Daisy, horrorizada por lo que veía, antes de emitir un grito destemplado que se impuso sobre el sonido de la lluvia, al golpetear los cristales con intensidad de temporal.
 Al lado de Mirta, una maza de hierro, seguramente propiedad de los albañiles que estaban construyendo un nuevo baño, evidenciaba que el autor del hecho no se preocupó en ocultar el arma empleada.
 La joven, con mano temblorosa llamó al 911, cuando escuchó la voz cascada de Valentín, al que dejó en la silla de ruedas que no podía abandonar...
 -¡Lo hice por vos, Daisy!...¡Me mandé una macana por tu amor!...


 El comisario de la PFA Federico N. Berroni, tenía todo claro.
 El anciano que se hallaba en silla de ruedas ante su presencia, era autoconfeso.
 Había aprovechado una citación de la occisa, Mirta Berdiales, argentina nativa, 58 años, divorciada, que se produjo en el despacho de la señora, para blandir arma impropia -la maza, circunstancialmente a su alcance- y hundirle la base del cráneo.
 Tal como mencionó el homicida, actuó cuando Berdiales se situó próxima a su alcance, al recoger el documento que le había hecho firmar previamente, convirtiéndola en apoderada de su jubilación y pensión.
 Ella le había informado que el motivo, era el atraso en los pagos que registraba el sobrino que lo tenía a cargo.
 Luego del golpe mortal propinado con alevosía, el geronte sujetó a la víctima para desprenderle la cadena de oro que llevaba al cuello y proceder al robo de la pieza.
 De todos modos, a pesar de que el caso estaba resuelto, no pudo resistirse a preguntarle a Valentín Carranza, 86 años, nacido en Valladolid, España, naturalizado argentino, porqué cometió un acto de tal gravedad.
 El comisario, ya había constatado la carencia de antecedentes penales del autor del hecho, así como que en su ficha médica no se mencionaba la demencia senil.
 Mostrándose resignado, como si visualizara ese impulso que perdió a muchos de su generación, Don Valentín habló en tono humilde, entregado a la desgracia de una pulsión tantas veces maldita...
 -Porque un pelo de concha tira más que una yunta de bueyes...


                                                                      FIN