lunes, 25 de julio de 2011

Luego de aproximadamente...

dos meses y una semana, reanudo la actividad en este blog, estimados lectores y lectoras, o viceversa, para comenzar la transcripción al mismo del libro Mas allá de la Zeta, que sucede al que titula el presente blog.
 Al margen, respecto a una noticia de actualidad internacional...
¿Como pudo el multiple homicida noruego practicar su acción letal durante hora y media, sin que nadie diera aviso por celular a las autoridades?...
¿No había señal en esa isla?...
Extraño.
Volviendo a la ficción, los invito a abordar la lectura de la siguiente pieza de narrativa breve.

                                                        EL VIGÍA SOLITARIO

Las instrucciones eran estrictas:
A tiro de flecha, parapetado en su posición de altura inexpugnable, debía abatir a todo aquel que viera avanzar sobre el sendero ascendente.
 Sabía que él solo podía detener un ejercito.
 Si las flechas se acabaran y aun quedaran invasores vivos-por ser mas numerosos que las mismas, dado que sus cualidades como arquero se hallaban fuera de toda duda-disponía de un sistema de piedras superpuestas capaz de generar aludes.
 Pero no fue elegido para su función solo por sus habilidades guerreras.
Lo militar y lo sacro, se aunaban y complementaban en el Tawantinsuyu.
Poseer un total control sobre su naturaleza humana, era una de las condiciones del elegido, dado que debería soportar la soledad mas absoluta durante un lapso indeterminado.
 Su alimentación provenía de una pequeña plantación aterrazada de papa y quinoa, mientras que el agua, de un manantial de altura.
 También criaba cuises, en una especie de corral de entramado vegetal ceñido.
 Su vestimenta, consistente en algunas mudas de prendas de algodón y lana de alpaca, le alcanzaba para soportar el calor o el implacable frió andino. Siempre dormía en forma entrecortada, su oído y su vista aguzados para percibir cualquier lejano indicio de presencia ajena, aun resguardado de los temporales en su refugio cavernoso, donde no le faltaba combustible y yesca para hacer fuego.
 Tenía mucho tiempo libre para subsanar los deterioros de sus prendas y armas, de sus sandalias, así como los de su cobijo.
 ¿Que custodiaba?...
 No lo sabía.
 Algo que se hallaba más arriba.
 Existía otro camino ascendente, pero le estaba vedado aproximarse.
 Solo lo miraba de lejos, pensando que quizás otro vigía solitario, se hallaba allí, en su misma situación.
 Siendo un hombre joven y sano, al comienzo le resultó difícil la falta de mujer.
 Pero su mano derecha lo ayudó a paliar ese hambre.
 Con su simiente, untaba el duro pedernal de las flechas.
 Como no se derramaba en el húmedo hueco de la hembra, serviría para consagrar la penetración de todo enemigo con su esencia, aun seca sobre la punta pétrea.
 ¿Cuánto tiempo llevaba allí?...
 Lo ignoraba.
 Perdió la cuenta de los días al olvidarse de hacer muescas en una roca.
 Muchas lunas.
 Soportó tempestades y sequías.
 Vio incendios en laderas lejanas, estrellas fugaces, el majestuoso vuelo del cóndor...
 Cierta vez, creyó distinguir a gran distancia un cortejo sacrificial.
 Esa noche y las que la siguieron, lo asolaron sueños inquietantes de portentos y muerte; se despertaba agitado, aferrando sus armas.
 Comprendió que la presencia de los demás, aun entrevista o imaginada, le resultaba nociva.
 El no necesitaba a nadie, le bastaba el recuerdo de como era una mujer.
 Su servicio atento, su condición de guardián investido de magnos secretos, colmaba su vida de satisfacción. Solo dos veces, debió proceder: mató a flechazos a quienes ascendían dificultosamente. Sonrió, pensando que quizás venían a relevarlo de su dura vigilancia.

                                                                FIN