miércoles, 27 de febrero de 2013

TRINIDADES OCULTAS

 -Porca madona, porca miseria y el innombrable es mi trinidad...
 Como una monserga declamada con fruición, el viejo mendigo repetía el latiguillo indescifrable.
 Sus compañeros de ranchada no le prestaban atención, así como estaban, abocados a dar cuenta del contenido de un par de tetras de tinto, acompañándolos con el fainá frío que hallaron entre los residuos de la pizzería de la vuelta.
 Por otra parte, estaban acostumbrados a esa especie de letanía, que prácticamente eran las únicas palabras que pronunciaba el viejo.
 Ya ni gracia les causaba la locura del anciano; si lo soportaban, era porque se trataba de un pordiosero eficiente que arrimaba algún dinero a la ranchada, la que a su vez le retribuía dándole lo peor del sustento hallado. Pero también le proporcionaba un núcleo de pertenencia; un cobijo indigente y peligroso, pero soporte humano al fin.
 Cuando se incorporó al conjunto un nuevo individuo en situación de calle, la habitualidad de los menesterosos reunidos en ese grupo cambió significativamente. Se trataba de un tipo violento, que se agregó  como de prepo, sin integrarse a la mecánica de recolección y usufructuando la actividad de los otros.
 Las veces que se gestó una entente entre los demás, para darle una paliza colectiva y expulsarlo, el sujeto parecía percatarse y se aparecía con vino y comida en cantidad; incluso, cierta vez acercó a la ranchada varias planchas de hamburguesas de McDonald's, todavía calentitas.
 Mientras los demás celebraban el banquete de la indigencia, el tipo-cuyo rostro se hallaba atravesado por una fea cicatriz-se dedicó a hostigar al viejo de la letanía, tal como ocurría desde que se acercó a ese más que precario campamento, a la vera de la 9 de Julio, bajo la autopista.
 -¿Quién es el innombrable?...
 Era la pregunta que le repetía con insistencia al anciano, como con malsana intensión.
 La vez que uno de los otros le dijo que se deje de joder al viejo, le respondió con un par de sopapos bien aplicados.
 Desde ese momento, nadie intervino cuando se dedicaba a molestarlo, además, a ninguno de los otros le interesaban demasiado las manías de ambos.
 Pero cuando el tipo comenzó a pegarle al viejo para que nombrara al innombrable, a los demás ya les resultó excesivo.
 Debido al temor que el sujeto había logrado provocarles, decidieron retirarse, antes que defender al geronte con imprevisibles consecuencias.
 Sin testigos presenciales, el mendigo de la cicatriz incrementó su presión sobre el viejo:
 Le aplicó tormento.
 Sujetándolo por la nuca, sumergía su cabeza en un tacho con agua nauseabunda, cuidando que su víctima no se escapara hacia la muerte.
 Por esta razón, de a ratos interrumpía el suplicio, sin dejar de preguntarle:
 -¿Quién es el innombrable?...
 El viejo, semiahogado y respirando con dificultad, parecía no poder soportar mucho más el tratamiento, pero pudo gesticular pidiendo papel y lápiz.
 Su torturador, le acercó un trozo de papel de diario, señalándole el margen en blanco para que escriba el nombre vedado.
 Buscando y rebuscando, pudo hallar entre la basura circundante, un bolígrafo con un mínimo nivel de tinta.
 Se lo entrego al supliciado.
 -Escribilo..., le dijo mientras lo tenía aferrado por una oreja, como próximo a arrancársela.
 Casi sin fuerzas, el viejo escribió el nombre requerido.
 El otro, le quitó de las manos el sucio trozo de papel con brusquedad.
 Comenzó a leer en voz alta, con dificultad, deletreando lo escrito como lo haría un semianalfabeto.
 -A-za-thot...,di-os he-dion-do...
 Pronunciado el último término, a miles de kilómetros de distancia, la ciudad de Roma se vio inmersa en una descomunal tormenta de agua y viento. Un rayo-que fue fotografiado y filmado-impactó la cúpula de San Pedro, en el Vaticano, el día que el papa anunció su renuncia como Sumo Pontífice.
 En ese momento, el mendigo de la cicatriz comprendió-a pesar de que no detectó nada con su vista-la inconveniencia de haber forzado al viejo a escribir la denominación prohibida. Maldijo sus ansias de saber lo que no correspondía.
 Sutilmente, soportando los apremios, el anciano lo condujo a que él pronunciara lo indebido; lo convirtiera en voz.
 La voz que ahora sentía perdida, mientras una parálisis comenzaba a invalidar su motricidad.

 Con espanto, observó como el anciano mendicante juntaba maderas a su lado, armando una especie de pira que lo iba circundando.
 Sentía que no se podía mover, tampoco suplicar. Con los ojos desorbitados, veía que el viejo seguía apilando cajones alrededor suyo.
 Sin poder manifestar su desesperación, contempló el bidón que aferraba con sus manos sarmentosas: olía a alcohol de quemar.
 Cuando vio al viejo manipular una cajita de fósforos, comprobó con horror que no podía bajar sus párpados.

                                                                        FIN







NARRRATIVA MÁS QUE BREVE 1(6)

                                                          FUSILAMIENTO

 Ese soldado, generó con sus acciones un pelotón de fusilamiento. Una venda negra, misericordiosa, le impidió ver el final de su creación.

                                                           LISTAS NEGRAS

 Aquel gobernante africano anticolonialista, dudó dramáticamente, antes de blanquear las listas negras de su predecesor.

                                                            COLÓN

 Cuando el Almirante de la Mar Océano vio al primer indígena, luego de su travesía inicial, no pensó que en un corto lapso, ambos convergerían en la decepción:
 Uno, por la ausencia de oro, el otro, por verse reflejado en los espejitos.

                                                             ENOLOGÍA

 El enólogo, debía escupir el vino con discreción en el embudo, para de inmediato, escribir la calificación con su bolígrafo. No realizó lo que se esperaba: le quitó la botella enmascarada al escanciador, bebiendo su contenido copa a copa.
 Absortos, los presentes en esa cata a ciegas, interpretaron que sobre ese vino estaba todo dicho; pugnaron por conocer la marca y dar por finalizado el evento.

                                                              PERCANCE

 El pánico cundió entre quienes viajaban en el avión:
 El comandante, anunció que se iniciaba un aterrizaje forzoso.
 El pasajero del asiento 31, pasillo, era un filosofo, si bien no consagrado. Calmo, pensó que del modo que fuere, siempre era inevitable aterrizar.

                                                                INFANTERÍA

 Durante su previa instrucción militar, los suboficiales, le dijeron que el fusil era la novia del soldado de infantería, que siempre debía dedicarle una atención casi carnal.
 Estaba sirviendo en Malvinas...
 Cuando el FAL se le trabó, pensó que todas las hembras eran igual de traidoras: con su perfidia, le fallaban a los hombres cuando estos se hallaban más vulnerables.
 Murió por el disparo de un gurka que le atravesó el pecho. Tenía 18 años y en su corta vida, no llegó a conocer mujer.

                                                                 FIN

                                                             

                                                           
                                                                 
                                                         

                                                       



                                                       


martes, 19 de febrero de 2013

LA INTERPRETACIÓN DEL SILENCIO

 Ese intento de contactar espíritus errantes-con la intervención de una médium consagrada-no obtuvo ningún resultado.
 Las preguntas emitidas por los presentes no fueron respondidas; no se materializó nadie ni nada.
 El desencanto y la frustración, parecían imprimirse en los semblantes de la media docena de damas y caballeros, que se retiraban de la reunión nocturna para abordar los cubs y las victorias que los retornarían al sosiego terreno de sus hogares.
 Los carruajes, dispuestos en hilera en la neblinosa noche londinense, alojaban cocheros que con mantas escocesas sobre sus rodillas, enfrentaban aletargados el frío imperante.
 Al ver a sus pasajeros, se irguieron sobre los pescantes preparándose para la marcha.
 -Un fiasco...
 Definió en voz alta uno de los gentleman, las consecuencias de la convocatoria mediúmnica.
 -Así es.
 Concordó otro de los asistentes al evento, ajustándose su galera y comenzando a tiritar, debido a la baja temperatura que se imponía al salir al exterior.
 -Mrs. Buster...
 Saludó con una leve inclinación de cabeza otro de los caballeros, a una de las señoras que se retiraban del brazo de sus respectivos maridos
 La mujer respondió al saludo con una ligera flexión, plena de gracia mundana.
 Inmediatamente, los hombres estrecharon sus diestras desenguantadas en gesto de cordial despedida.
 Instalados en el coche que se desplazaba por las calles desiertas, Mr. Buster le dijo a su esposa:
 -No puedo entender porqué la médium consideró que se estableció contacto, a pesar de no evidenciarse la mínima expresión del mismo.
 -Ella dijo que el silencio de los espíritus,  poseía tanta significación como las exteriorizaciones de los mismos, le respondió su cónyuge.
 -Puede ser, pero eso solo le sirve a ella. En lo que respecta a mi angustia por obtener una respuesta, quizás un perdón de aquel al que maté legítimamente en duelo, el silencio expande aún más mi dolor.
 -¿Porqué tu angustia si lo mataste legítimamente?..., que él no haya disparado no debe generarte culpa. Fue su decisión.
 Mr. Buster, lleva su mano al plastrón que parece oprimir su cuello, con un deseo imperioso de aliviar su presión, pero lo deja en su lugar. No podría pagarle al cochero con el cuello desabrochado.
 Le dice a su mujer:
 -Yo quiero conocer que motivó esa decisión, que parece desnivelar la equivalencia de un duelo aceptado por ambos.
 Mrs. Buster se aferra las manos bajo el manguito de armiño, antes de hablar, como si el carácter de la  conversación le motivara cierto estado nervioso.
 -Quizás George no quería matar..., solo deseaba amar..., seguir amándome...
 Su marido la miró irritado, a pesar de conocer el alma femenina. De saber de su liviandad, de sus prácticas de seducción que no miden consecuencias, de la indolencia cuasi malsana con que pueden aludir al sentido del honor; o sea, la cualidad  que hace que un caballero, aún sin peculio o hacienda, se diferencie de un patán.
 -Escucharte hablar de este modo acrecienta mi malestar: maté al rival  que me disputaba tu amor.
 -¿Yo te dije que lo hicieras, en esa madrugada maldita, con padrinos y códigos que solo celebran el asesinato?...
 Mr. Buster quiso abofetearla. Pegarle a esa hembra impía que desde hacía poco tiempo era su esposa, hasta sentirla llorar y suplicarle que cese..., pero no hizo nada de eso.
 Consideró que era impropio de un caballero. También estableció mentalmente, que al día siguiente iría a la pedana de esgrima con el objeto de quedar exhausto, de compensar con la práctica violenta pero reglada, los sentimientos equívocos que le generaba Edith.
 El gentleman, ingreso en un mutismo incomodo para su acompañante, quién adoptó la misma actitud que su consorte.
 Quizás fue la introspección, facilitada por la marcha del vehículo por calles solitarias, sin cambiar palabra alguna con quién se hallaba a su lado, lo que le propició el recuerdo de algo que observó durante la velada en que se intentó la comunicación con los espíritus.
 Le habló a Mrs. Buster.
 -En más de una oportunidad te vi hablando con la médium, de un modo, digamos, privado...
 Cuando te dirigiste al toilette, ella fue detrás tuyo; cuando te sentiste mareada y te levantaste de la mesa, la médium te siguió con la intensión de reconfortarte...
 Si no te incomoda mi requerimiento...¿Sobre que versó la conversación?...
 A ella la noté como satisfecha cuando volvía de estar contigo, a pesar de lo ineficaz que se mostró en su función de intermediaria con el otro mundo.
 También percibí tu exultancia, aunque todos nos hallábamos contrariados por lo nulo de la sesión; más aún, por el alto estipendio que hubo que oblar por sus servicios inexistentes.
 ¿De que hablaron?...
 -De temas de señoras.
 La respuesta de ella, canceló toda posibilidad de proseguir interrogándola.
 Mr. Buster se sumió en una nueva etapa de mutismo. Extrajo su reloj de bolsillo hurgando bajo su abrigo con esclavina. Un calculo mental le hizo estimar que una hora y media, podría ser lo que faltaba de recorrido.
 El farol del coche apenas si iluminaba el camino, debido a lo profuso de esa niebla que parecía ocultar el mundo circundante.
 Si bien el matrimonio Buster se hallaba acostumbrado a condiciones climáticas como esa, esta vez la densidad era tal, que el hombre consideró la posibilidad de que el cochero extraviase el rumbo.
 Rápidamente desechó la idea: Madame Blanche, la médium francesa, se ocupaba de todos los detalles, incluso, de contratar individuos idóneos, a cargo de carruajes adecuados a la condición de las personas que asistían a sus reuniones.
 El golpeteo regular de los cascos equinos sobre el empedrado, así como el encono que sentía hacia su esposa, que parecía impedir el dialogo, le propiciaron a Mr. Buster incurrir en el sueño. Posiblemente, también el óptimo sherry de Jeréz de la Frontera, bebido con sumo agrado durante la sesión mediúmnica, influyó en que se durmiera profundamente.
 A tal punto, que emitió sonoros ronquidos-lo que no afectaba su calidad de british gentleman-durante buena parte del trayecto.
 Cuando el carruaje arribó a su destino, el hombre prosiguió durmiendo, envuelto en esa niebla que parecía una sustancia espesa.
 No se enteró de que Mrs. Buster, descendió sola ante la residencia que compartían.
 La mujer, con lágrimas en los ojos que parecían brillar en la oscuridad reinante, le lanzó un beso con la mano al cochero, envuelto en la bruma como una presencia fantasmal.
 Ingresó a su casa cuando escuchó que el vehículo reiniciaba su marcha.
 La recibió el mayordomo, vestido de levita, quién le preguntó si debía esperar a Mr. Buster.
 Ella le respondió que no, que se retire a su cuarto, que Mr. Buster no le dijo cuando regresaría.

 La niebla seguía adensándose, cuando Mr. Buster se despertó bruscamente, percatándose de que su esposa no se encontraba a su lado y que desconocía donde se hallaba.
 Con desesperación, le gritó al cochero que se detuviera, pero al verle el rostro, difuminado por la oscuridad, emitió una exclamación de horror.
 Reconoció las facciones de George, distendidas en una sonrisa.
 Intentó aferrarlo, pero no lograba tocar nada concreto, solo aire.
 Quiso saltar del coche, pero todo era niebla: tampoco sentía el coche; más aún, no se sentía a si mismo...

 Al día siguiente, Mrs Buster salió para dirigirse a lo de Madame Blanche, en un horario en el que estarían solas, sin presencias indiscretas.
 Conocía el costo extra por la intervención especial de la médium, pero pensó que para ella, también podría ser agradable: luego de George, no habría más hombres en su vida.
 Sus ansias de amor recorrerían otros circuitos..., por otra parte, Madame Blanche le dijo que George, aprobaba su acceso a otra versión de la gloria de la carne-la que la sociedad sepultaba bajo múltiples ropajes- dado que él ya no podría brindarle su amado aporte. En un gesto de grandeza ectoplasmática, delegaba en la propia Madame Blanche esa entrega que sugería un derroche de deleite.

                                                                       FIN

 






 







   

jueves, 14 de febrero de 2013

A LOS FINES DE GUERREAR

 En ese tiempo venturoso, cuando la alegría parecía sacudirlo como una descarga restallante; en ese tiempo en que los días se sucedían como una ristra de goce y plenitud vital, Fernándo Sánchez Pinto optó por ingresar a la Legión, a los fines de guerrear, quizás hastiado del favoritismo divino.

 No había transcurrido más de tres días con estado militar en el Rif, cuando decidió desertar, al interpretar como un lapso de locura, su presentación como voluntario para las guerras coloniales españolas en el Norte de África.
 Consideró a su modo andaluz, desmesurado, influenciado por los toros, el flamenco y esa forma barroca de profesar la religión, que había ofendido a Dios con su arrogancia.
 Tantas noches de tablao y de tronío, tantos días de solera y reses bravas, tantas bailaoras embretadas en la seducción de su planta de torero, se hicieron añicos entre los piojos, la sed, la roña y las cabilas rifeñas de Annual.
 El espanto de la vida en el blocao-esa fortificación transportable-que se imponía entre alimañas, mugre, padecimientos de toda índole, definió su decisión.
 Por otra parte, a la luz de los últimos acontecimientos, de las confidencias de quienes operaban los heliógrafos con sus mensajes parpadeantes, así como lo que le decía su intuición, previó que se avecinaba una masacre y no quería integrar el número de víctimas.
 Pero...¿Como hacerlo?..., si todo era desierto, enemigos en derredor y vigilancia de la propia fuerza.
 Este pensamiento le resultaba enloquecedor, tanto como la brutalidad del clima, la de sus camaradas y superiores, así como el miedo a la muerte o peor aún, a quedar convertido en carne de amputaciones, en un torso con conciencia, incapacitado para acabar con su sufrimiento.

 A la semana de prestar servicio en lo que consideraba un anticipo del infierno, el andaluz de buena estampa supo que desertar resultaría tan improbable, como conservar su majeza en ese medio, destinado a pudrir todo lo vivo.
 Descartó la fuga por impracticable, por lo que estimó como más sensato, morir en combate, aunque le importaba un rábano el Credo del Legionario del Gral. Millán-Astray, así como mantener esas malditas colonias, el Rey Alfonso XIII y la mismísima gloria de España.

 El enfrentamiento fue atroz.
 Los árabes rebeldes, sobrepasaban en número a los españoles y evidenciaban un comportamiento bélico temible, fundamentado en la condición de guerra santa que le adjudicaban a la contienda.
 El andaluz de Sevilla vio como Annual se convirtió en tumba de arrogancias superiores a la suya, de acopio de hispánicos cadáveres y cementerio de grandezas perimidas.
 Como peregrino rociero que era, aunque más de fandango que de carreta, se encomendó a la Blanca Paloma para que intercediera ante el Señor; para que perdonara la soberbia en la que incurrió al desafiar su voluntad favorable, auspiciando el buen fin de esa carrera alocada en la vanguardia, en un caos que los oficiales no podían controlar, hostigados por el enemigo que también presionaba por retaguardia.
 ¡A mí los valientes!...¡Viva la Legión!..., gritaban con angustia los pocos que enfrentaban el ataque de las huestes del caudillo Abd el-Krim.
 Él ya no se sentía valiente y la legión nunca le dio cobijo, pensó, mientras corría con desesperación entre mulos espantados y soldados a los que la huida los despojó de la vergüenza.
 Cuando recibió el impacto del primer disparo, cayó sosteniéndose el abdomen: le parecía que su paquete de tripas quería aflorar al exterior.
 El dolor le resultaba lacerante, pero no le hacía perder el conocimiento, por lo que se convertía en un martirio
 En pensamientos que se sucedían como ráfagas, le pareció ver el barrio de Triana que hasta hacía muy poco, recorría con apasionadas ansias; también las orillas del Guadalquivir que se desdibujaban como los labios de una amada lejana, entre el brillo portentoso que proyectaba la Torre de Oro y la magnificencia de la Real Maestranza.
  Recordó pasadas pendencias airosas, con brillo de navajas y premio de mujeres, que lo hicieron sentir un dechado de coraje.
 Pero esto era otra cosa...
 Moriría como un cobarde en huida; quizás sería arrojado a un sepulcro común, sin nombre y hasta sin cruz.
 Ya era tarde para entender que lo suyo había sido peligroso.
 Se había sentido tocado por el santo beneplácito bebiendo jerez del fino, batiendo palmas entre un revuelo de batas y miradas sedosas, prometedoras de futuros deleites que luego se consumaban con entusiasmo.
 Envidiado por los hombres y codiciado por las hembras, quiso también agregar a su vida la épica marcial.
 En su caso, una épica meramente ornamental, vacua.
 Esa fue la falla..., musitó entre bocanadas de sangre, prosiguiendo un soliloquio solo audible para él.
 El creador desprecia a quienes creen hallar la plenitud en el reino de este mundo...
 De ser así...¿Para que habría que alabar su sacra presencia?...
 Federico Sánchez Pinto, nunca fue identificado entre los cadáveres calcinados por el sol, hallados sin sepultura tiempo después cuando las tropas españolas reconquistaron la posición.
 Se le otorgó la condición de desaparecido en el campo de batalla, lo que eximió a su memoria de las calificaciones de valentía y cobardía, que le fueron aplicadas a los sobrevivientes del desastre con mayor o menor tino.


                                                                         FIN

martes, 12 de febrero de 2013

DANIEL GIRIBALDI

¿Fui amigo de ese hombre?...
 No. Una noche, por el '71, transitamos veredas gastadas, con una verba creativa de versos y atinadas observaciones, de ingesta de vino y ginebra en bodegones e incidentes próximos a las trompadas.
 Digamos que lo sentí camarada, a pesar de los años que me llevaba, de que me aventajaba en patear veredas y frecuentar bodegones; también en detectar, tras una mirada femenina, intensiones, que quizás estallarían como olas contra  murallones, con estruendo y espuma derramada.
 No lo volví a ver y fue poco lo que escuché de él.
 Por los insondables meandros de la memoria, su nombre se me apareció y me enteré de su temprana muerte-quizás producto de su bohemia irreductible-de que ya pasaron diez y nueve años del suceso, de la calidad de su métrica lunfarda, tanguera sin ser tango sino soneto; de su erguida expresión introspectiva, aunque escarbe en zonas bajas de la porteña identidad.
 Va este versificado homenaje:

                                                              DANIEL GIRIBALDI
                                                                                                In memoriam.                

 Porque fuiste un púa en el cemento
 Caballero de la estrofa rantifusa
 Mento tu alegría sin excusa
 Tu verso de mugre y firmamento

 Hace casi veinte años fue tu raje
 Te colgaste del bondi de la muerte
 Sabías de las trampas de la suerte
 Y encaraste como guapo ese viaje

 Hoy despabilo tu recuerdo
 Entre las rimas
 La ginebra, las putas y el acuerdo

 Que sostuviste con Dios que es más que sabio
 Aún confundido entre los locos y los cuerdos
 Para que no te falten los gomías y el escabio.



                                                                          FIN

miércoles, 6 de febrero de 2013

SATANÁS ESTÁ DE FARRA

 -Dios...
 ¿Quién sos?...
 -Quién quieras que sea.
 Fue la respuesta que escuchó.
 Provenía de su maestro; su mentor espiritual.
 Suponía estar solo en la celda de recogimiento, como era habitual en la reclusión monástica a la que había accedido por libre elección. La presencia de su superior lo sobresaltó.
 Estimó que le adjudicaría una fe precaria, de cuestionamientos iniciales.
 De búsqueda del absoluto mediante preguntas adolescentes, impropias de alguien que a pesar de los pocos días que llevaba en el monasterio, se consideraba totalmente maduro, en su opción de renunciar a la vacuidad mundana; a sus falsas glorias y oropeles, que solo disfrazan el cadáver que yace en todos nosotros en el breve tránsito terreno que nos concierne, para confluir en la morada del alabado omnipresente.
 Sabía que su decisión de apartarse de las vanidades profanas, también implicaba hacerlo de sus sueños anteriores: cruzar la cordillera en globo como Bradley y Zuloaga, amar a una mujer, formar una familia, perderse en los goces de la carne femenina. Pero que se podía esperar de un mundo que el hombre y su desvarío estaba convirtiendo en un matadero: el Marne, el Somme..., el exterminio de centenares de miles de almas que no podrán conjugar el verbo divino.
 Su renunciamiento a ese mundo, lo aislaría de todo lo que no fuera oración y alta servidumbre; ya no importaban ni Victorino de la Plaza ni el flamante presidente Yrigoyen; su destino, dependía de quién superaba inefablemente todo poder emanado de los hombres.
 Postrado, en señal de humildad ante su guía en el camino más alto y más desierto, murmuró:
 -Solo quiero que él me responda.
 -No lo hará.
 Le contestó quién lo observaba, erguido.
 -Él no habla. Tampoco escucha, huele, ve, siente...
 Agregó con un tono vocal de firme convicción.
 El novicio elevó su mirada, la que evidenciaba indisimulado horror.
 -¿Él no es puro amor?...¿No concita su atención la súplica y el orar?...
 Preguntó con inquietud.
 -Te repito...
 Él es todo lo que proyectes en él.
 Es la suma de todo y es el todo, lo que también incluye a la nada anulada por la magnitud de su entidad.
 El novicio necesitaba aclarar el tema de la insensibilidad divina; si era así...¿Como discernía el Altísimo la condición que definía los comportamientos de los extraviados mortales?...
 ¿Como podía evaluarlos si se trataba de un ente insensible?...
 Le confió su preocupación y angustia a quién se hallaba de pie, permaneciendo él de rodillas.
 El erguido, bendecido por la gracia de décadas al servicio del que reina sobre los reyes, le respondió:
 -Es ajeno a nuestra incumbencia, interpretar como se produce en el plano divino la separación de la paja y el trigo.
 El aspirante, incrementada atormentádamente su confusión, en crisis, ante respuestas paradójicas que lo superaban, verbalizó su dolor espiritual.
 -No puedo suponer que adoramos un principio inteligente, desvinculado de nuestras circunstancias terrenas de padecimiento y desvalido goce. Que nos rige desde un nicho inconcebible, conformado por la intangibilidad y el desdén hacia sus criaturas.
 ¿Es este el dios que también es padre y al que le debemos alabanza?...
 El hombre, ubicado de pie frente a él, le contestó...
 -Así es; se adora una especie de aire rector de la creación que el mismo determinó. Es capaz de emitir espanto y bienaventuranza, de dictaminar castigos y recompensas, solo deslumbrado ante si mismo y ajeno a la composición de la plegaria, pero presto a interferir en el destino de los miserables humanos.
 El novicio, explicita su frustración ante las revelaciones que recibe, concernientes a una entidad que resulta tan extraña, a la especie que creo privilegiada por la capacidad de reconocer su divina potestad.
 -No puedo dedicar mi vida a servir a una partícula de viento; un fuego que enciende un matorral.
 Una zarza ardiente.
 El maestro se pone a la altura del discípulo. Lo mira a los ojos y le habla en tono parsimonioso.
 -Ya decantaste tu ilusión de absoluto. Ahora estás presto para servir a la divinidad trasgresora, la que se escindió de la otra para constituirse en rebelión ante su insustancialidad.
 Adorarás al que no envió a un hijo ni sedujo con la redención; al que puede carnalizarse cuando quiere y también, asar las carnes...
 Al ángel caído, siempre presente en la vera historia de la humanidad, algo fácilmente detectable repasando el devenir de la misma.
 Al que se marca como el mal porque posee masa, mientras el otro rector del mundo, es pura energía exógena...
 También se le adjunta todo sufrimiento..., pero deberás creerme que nosotros, sus fieles acólitos, podemos lograr recónditas formas de dicha, desconocidas para los demás.
 El maestro espiritual acercó al joven una estatuilla pétrea, de demoníaca representación.
 -Te presento al Príncipe de las Tinieblas: Baphomet...
 Le pidió que besara el ano de la imagen, con la unción del acólito primigenio.

 El aspirante a monje, corría desolado por las galerías de piedra de lo que era un templo del demonio,   edificado en plena campiña bonaerense.
 Quería escapar, pero no hallaba la salida.
 Cuando cuatro fornidos monjes lo inmovilizaron, para luego llevarlo en vilo ante el maestro, sintió que su emotividad agredida confluía en el desmayo.
 Antes de perder el conocimiento, en ese reducto espiritual mimetizado, alcanzó a escuchar a uno de los encapuchados hermanos proferir entre risas:
 -Satanás está de farra...
 Aferrado con violencia por la nuca, su boca no depositaba el ósculo pedido sino que se destrozaba contra el ano de piedra de la figura, impregnándolo con su sangre.
 Los monjes reían...
 Ahora fue el maestro espiritual quién habló.
 -Satanás esta de farra...
 Lo dijo acompañado por las carcajadas celebratorias de los demás, mientras eran abiertas un par de botellas de absenta, el "diablo verde" de las grandiosas fantasmagorías.
 Uno de los hermanos, prorrumpiendo en estruendosa risotada, preparaba el azúcar en terrones y la jarra de agua helada para iniciar la ingesta de Pernod, justamente, a un año de su prohibición en Francia.


                                                           FIN