jueves, 29 de septiembre de 2011

Estimados lectores...

 ¿Nunca vieron algo o alguien que no parecería corresponder al presente que nos concierne?...
 Los animo a leer lo siguiente...

                                                 SOMBRAS NADA MÁS

 Reparó en la sensación de alarma e inquietud que sentía.
 Era natural: caminar a la medianoche por el conurbano bonaerense, por zonas de escaso movimiento, podría ser una invitación al delito.
 El hecho de que no le pudieran robar nada, porque no tenía nada, podría ser peor, consideró apurando el paso.
 Este sentimiento de lógico temor, había opacado en su ánimo la impronta de derrota, la pulsión  de odio hacia si mismo y sus circunstancias, provocada por haber perdido hasta el último peso en las máquinas del bingo. No le quedaba ni para un remis; peor aún, ni para el improbable colectivo.
 Apretó el echarpe contra su cuello; el intenso frío, parecía vulnerar la protección de su  atuendo, adecuado a la inclemencia de un invierno que acrecentaba la soledad de las calles, desprovistas de transeúntes y vehículos.
 Se sucedían las cuadras, más o menos iluminadas, mientras él circulaba por la calzada desierta.
 Dos veces, le pareció escuchar los cascos de un caballo golpeteando el pavimento.
 Se dio vuelta prevenido, suponiendo que se trataba de un carro de cartonero. No era cuestión de descuidarse: las actividades marginales, aunque las desarrollaran individuos decentes, siempre le provocaron desconfianza.
 Pero no vio a nadie.
 La tercera vez que escuchó el retumbar de los cascos, al volverse de improviso, divisó un caballo oscuro tirando de un mateo pintado de negro, como los que paran alrededor del zoológico, pero menos alegre y turístico. Este era sobrio como los de muchas décadas atrás, con un farol encendido de luz mortecina-sin duda, con kerosene como combustible-ubicado en el lateral derecho, mientras un hombre robusto se hallaba sentado en el pescante, aferrando un látigo con la diestra.
 Vestía una chaqueta de cuero gastada por el uso, suéter color gris de cuello muy alto y hechura rústica, mitones deshilachados y gorra muy calada, que le cubría buena parte de la frente.
 El carruaje transportaba un pasajero de edad algo indefinida, de profusos bigotes con las puntas hacia arriba y una destacada cicatriz en la mejilla izquierda; el chambergo ladeado que llevaba, de haber sol, sombrearía su mirada.
 Una camisa blanca de cuello duro rematado por un moño de lazo, negro como su traje, definian su vestimenta, a su vez, realzada por una cadena, posiblemente de plata, que le cruzaba el chaleco.
 Un maletín de cuero negro, se hallaba al alcance de su mano depositado sobre el asiento, mientras sus piernas se hallaban cubiertas por un abrigo con esclavina, empleado a modo de manta.
 Del lado izquierdo de su boca, colgaba con displicencia un fino cigarro encendido.
 Aún no se había repuesto del estupor ante lo que tenía frente a sus ojos, cuando el vehículo y sus ocupantes desaparecieron al doblar la esquina. Como si se hubieran volatilizado o fueran producto de su imaginación.
 Si bien podía jugar esporádicamente de un modo insensato, se consideraba un hombre juicioso, de vida relativamente ordenada.
 Apenas si bebía alcohol, no se drogaba y nunca había padecido alucinaciones u otros estados alterados.
 La primera explicación que se le ocurrió, fue que estaban filmando una cámara oculta para la tv, pero esto no podría justificar la desaparición: él llegó al cruce de calles de inmediato y no vio más al  coche de plaza con su tiro y las personas transportadas.
 Una visión..., pensó, quizás se trataba de eso, motivada por la angustia que le provocó la pérdida en el juego, que a su vez, lo llevó a vender el celular de su propiedad a un conocido circunstancial en el bingo por el 20% de su valor.
 Para seguir perdiendo..., agregó en voz baja a sus pensamientos.
 Pero no tuvo tiempo de seguir recriminandose por la paliza de las tragamonedas...
 El coche apareció nuevamente; el caballo, llevando un trote corto, pareció materializarse a su lado.
 El pasajero lo miró como si quisiera decirle algo, pero se mantuvo en silencio.
 Corrió tras el coche de alquiler, recordando que también se los conocía como "victorias" en tiempos pretéritos, pero este se confundió entre la oscuridad de la calle arbolada, dejando entrever sombras nada más..., como dice un conocido tango.
 Siguió corriendo hasta llegar a su casa, muy cerca de la última aparición.
 Trató de serenarse: él no creía en fantasmas, pero no podía dominar cierta impresión de que algo terrible estaba por suceder, fuera de la estructura natural de lo consabido; la mirada torva del pasajero, era propia de la de alguien involucrado en la violencia de su tiempo.
 Que no es el mio..., pensó.
 Abrió la puerta de su casa y su mujer lo recibió en camisón, pero antes de cerrarla y reaccionar al ruido del mateo nuevamente desplazándose, ya tenía encima al pasajero de negro, ayudado por el cochero, quien le sujetaba los brazos por atrás mientras el otro aplicaba un pañuelo sobre su boca y nariz.
 Antes de perder el conocimiento, le pareció sentir olor a cloroformo; también pudo llegar a ver-desde el coche que comenzaba a moverse-cierta mueca en los labios de su mujer, que antes de desaparecer de su vista,se convirtió en una sonrisa...
 ¿Creería que se trataba de una broma?..., pensó, sintiendo que ingresaba en un oscuro sueño que acompasaba el traqueteo del carruaje, mientras el hombre de la cicatriz en el rostro, subía la capota porque comenzaba a caer una llovizna gélida, de gotas punzantes como púas.

                                                                  FIN

lunes, 26 de septiembre de 2011

En algunos casos, las razones del momento...

producen consecuencias que lo superan largamente...
 Les recomiendo la lectura de...

                                 TRES HOMBRES Y UNA FLATULENCIA (RAZONES DEL MOMENTO)

 El ascensor-hermético y acerado-descendía del piso 25 de un edificio inteligente, ocupado por oficinas.
 El hombre de traje oscuro, aferraba con fuerza una carpeta de presentación, los nudillos blanqueados por la presión ejercida.
 Sus facciones parecían contraerse, ante el intempestivo deseo de deponer. No pudo evitar la emisión de un gas prolongado y sonoro, que le generó una sensación de haberse ensuciado el calzoncillo.
  Por suerte se hallaba solo, pensó con cierto sentimiento de vergüenza, pero dos personas ingresaron en el piso 23, una de las cuales, lo saludó con distante cortesía.
 Respondió con algo así como un balbuceo; como tímido patológico asumido, le resultaba arduo hablar con desconocidos, aunque en esta ocasión, además, se hallaba concentrado en controlar el furor de sus tripas y nada debía distraerlo.
 A medida que se aceleraba el descenso, el olor ofensivo parecía intensificarse.
 Los recién llegados, se miraron de soslayo.
 Él de traje oscuro intentaba despegarse del asunto, oprimiendo contra su nariz un pañuelo perfumado a la lavanda.
 Su aspecto esmirriado y el saco que le quedaba grande, realzaban la insignificancia de su presencia.
 Lo sabía. Sentía que su aspecto físico influyó en que no consiguiera el empleo pretendido, en el piso 25.
 Su CV apretado, parecía una prolongación de los espasmos intestinales que lo atormentaban.
 El olor ya era apestoso; ni el aliento alcohólico de uno de los otros pasajeros, conseguía disimularlo.
 Justamente, el que había bebido varios scotch on the rocks, after six en su oficina, era el más provocativo con sus miradas.
 Las dirigía al otro-el que había saludado al ingresar-individuo corpulento y bronceado, que extraía un smartphone del bolsillo de su camisa de marca.
 En el de traje oscuro no se fijaba ninguno de los otros dos, aunque el semblante demudado que presentaba, podría delatarlo como el autor de las emanaciones pútridas.
 El del celular atendió una llamada con voz muy alta, propia de alguien seguro de si mismo, acostumbrado a imponerse en los negocios, en el ejercicio del sexo, en donde él considerara que había que combatir para demostrar superioridad natural; en cualquier ámbito que a su criterio fuera un espacio de poder, o sea, casi todos en los que compartiera un espacio, aunque sea brevemente.
 -¿Donde estoy?...,dijo mirando al del hálito a whisky, bajando en un ascensor junto a un hijo de puta que debe comer carroña, por el pedo que se tiró...
 -Capaz que se lo tiró Vd., respondió el aludido.
 La contestación que recibió fue rápida e insultante.
 -¿Que decís borracho de mierda, con ese aliento que apesta como tus pedos?...
 El ofendido, elevó un rodillazo a los testículos del otro, que no logró su efecto dado que fue esquivado con destreza, mientras el costoso teléfono caía al piso del ascensor. Su dueño, le aplicó a su contrincante un certero golpe de puño en el rostro, haciendo que peligrara su vertical y con sus desplazamientos, hiciera temblar el cubículo plateado donde se hallaban; de todos modos, aunque sangraba profusamente por la boca, el acusado de beodo no se daba por vencido. Arremetió con furia contra su rival, impactándolo con dos directos sobre el plexo.
 El de la camisa de marca-manchada de sangre ajena-pareció vacilar; en ese momento, su contendiente se distendió y bajó la guardia, algo razonable en una pelea no profesional, lapso que aprovechó el otro para golpearlo en la base de la nariz con la parte inferior de su palma abierta, en trayectoria ascendente y con suma violencia.
 La sangre manó a raudales y el hombre se derrumbó inerte.
 En apenas segundos, las puertas se abrieron en planta baja, ingresando personal de seguridad para ocuparse del caído; otros custodios se encargaron de retener al anonadado victimario, que pasado el fragor de la lucha, comenzaba a comprender con deseperación el resultado de la misma, por otra parte, grabado por la cámara con que contaba el elevador.
 Se requirió la presencia de la fuerza pública, que en pocos minutos se hizo cargo de la situación.

 El hombre de traje oscuro, nunca había sido testigo; ni siquiera del casamiento de un amigo, porque no los tenía.
 Ahora lo era de un homicidio en riña.
 Escuchó como un policía le preguntaba a otro el motivo de la disputa:
 -Razones del momento..., fue la respuesta.
 -¡Qué muerte al pedo!..., dijo el otro uniformado.
 -Parece que el occiso estaba en pedo..., agregó un tercer integrante de la fuerza.
 El hombre de traje oscuro no salía de su estupor: una pérdida de vida y otra de libertad, solo por su pedo.
 Para atenuar cierta difusa sensación de culpabilidad, pensó que podían haber descubierto que él había sido el emisor; en ese caso, él sería el cadáver.
 Ensimismado en estos pensamientos, tardó en notar con agrado que cesaron los embates de sus intestinos.
 En cuanto al trabajo que no le fue otorgado, ya conseguiría uno mejor.
 Cuando el fiscal se hizo presente, lo mandó a llamar. El hombre de traje oscuro hasta insinuó un amago de sonrisa satisfecha: consideró que se salvó de puro pedo. a tal punto, que todas las molestias de dar testimonio en función de la carga pública que conllevaba dicho acto, le parecían irrelevantes.
 Observó furtivamente al detenido: se hallaba absorto, como inmerso en una nube de pedos, de la quizás no quisiera emerger para afrontar su flamante condición de homicida.

                                                                   FIN

Estimo que el tema de los feriados municipales...

como el Día de Lomas de Zamora, por ejemplo, no ha estado presente en la literatura de nuestro país.
Al respecto, pueden leer la siguiente pieza de narrativa breve.

                                                                   EL TIMBRE DIURNO

 No esperaba a nadie.
 Supuso que se trataba de algún vendedor ambulante, de esos que insistían con lo suyo en el Gran Buenos Aires, aunque la inseguridad ya tornaba inviable ese modo de comercialización.
 No pensaba atender.
 Si se trataba del par de vecinos con el que tenía algún trato, no sería nada importante.
 Para los carteros, había un buzón de tamaño adecuado incluso para recibir diarios o revistas.
 Seguiría leyendo la novela policial del autor sueco, cómodamente instalado en la cama, dado que hoy era el día del municipio en el que trabajaba en planta permanente y podía disfrutar del feriado.
 Su mujer ya se había ido al sanatorio-era instrumentadora-y al nene, ya lo había pasado a buscar el micro que lo transportaba al preescolar.
 Dentro de un rato iba a desayunar; tenía la mañana en gloriosa soledad: que nadie lo jodiera.
 La insistencia con la que pulsaban el timbre lo molestó; parecía como si supieran que se hallaba en casa.
 Familiares no podían ser, siempre se anunciaban previamente y sabían que a él no le gustaban las visitas sorpresas. Esto también regia para los amigos.
 ¿Testigos de Jehová o similares?...
 Solían pasar los fines de semana, no las mañanas de los días hábiles, aunque esta no lo fuera para él.
 ¿Alguna emergencia?...
 Esta idea ya lo inquietó.
 Aunque también podría tratarse de una trampa delincuencial: motivarlo a abrir mediante algún pretexto, para ingresar con propósitos de robo; si bien la zona era relativamente segura, estaba enterado de que años atrás, el primer propietario de la vivienda fue asesinado ante la puerta de calle, sobre la vereda, en un confuso suceso aún no aclarado.
 El timbre seguía sonando, no en forma continua, pero con una intermitencia enervante, casi sistemática.
 Se acercó a la puerta con cierto sigilo, para observar por la mirilla gran angular. No vio a nadie, aunque su visión abarcaba los laterales.
 ¿Niños escondidos?...¿Una broma infantil?...
 Le parecía algo inverosímil para el barrio, además, debería visualizarlos.
 El timbre seguía sonando sin variar la cadencia.
 Si bien la calle era poco transitada, observó pasar peatones que no reparaban en nada extraño.
 Como el sonido era intermitente, consideró imposible que la tecla haya sido trabada con cinta adhesiva.
 ¿Desperfecto eléctrico?..., podría ser, pero era de suponer que en ese caso debería sonar de modo uniforme, no entrecortado, como implicando una intervención humana. Se le ocurrió que el término exacto a aplicar sería acción inteligente; esta consideración le provocó un indiscernible malestar.
 Decidió abrir inmediatamente, para sobreponerse a cualquier implicancia que fuera en desmedro de lo razonable, de lo que debería ser.
 Afuera no vio a nadie, aunque le pareció percibir una ligera corriente de aire, que contrastaba con la torridez del verano y la ausencia de una mínima brisa que moviera las hojas de los árboles. El timbre ya no sonaba.
 Lo pulsó: funcionaba sin anomalías.
 Ingresó a la casa. Como solo llevaba el viejo short con el que dormía, se vestiría para ir a buscar un electricista e investigar el hecho.
 Bastó que cerrara la puerta, para percibir otra vez ese difuso frescor.
 Un recuerdo casi sepultado en su memoria, le apareció mentalmente como si estuviera impreso:
 Tres toques cortos, tres largos, tres cortos...
 La señal de S.O.S. en Morse, que le enseñó su abuelo telegrafista quizás veinticinco años atrás.
 S.O.S.: SAVE OUR SOULS
 SALVEN NUESTRAS ALMAS...
 Comprendió que no estaba solo en su casa.
 Alguien o algo que pedía auxilio había ingresado, quizás perseguido.
 Él sabía que no podía satisfacer ese pedido y su primer impulso fue huir, pero la puerta parecía trabada.
 Pensó, afectado por un miedo de índole inefable, que su pedido de ayuda tampoco sería escuchado, porque intentaba gritar pero su garganta solo emitía un débil gorgoteo. Sentía un potente dolor en el brazo izquierdo y una opresión que se acrecentaba en el tórax; aunque sabía lo que esto significaba, no entendía porqué le ocurría a él, un individuo joven y sano. Se fue derrumbando sobre el piso, mientras la  corriente de aire se convertía en un remolino interior que torcía cuadros en las paredes, movía las páginas del libro que estaba leyendo y se desplazaba hacia el cuarto de su hijo, derribando los juguetes que se encontraban sobre los estantes.


                                                                   FIN




jueves, 8 de septiembre de 2011

Me pregunto...

 ¿Cuantos dioses y diosas ha habido en la historia humana, desde el albor de los tiempos hasta ahora?...

                                                                      LA PALABRA NO EMITIDA

 ¿Le había hablado?...
 No lo sabía, pero le quedaba claro que se había comunicado con él, en el baño de su casa.
 Que dejó de ser un baño, para convertirse en el ámbito de la manifestación de un dios.
 De una hierofanía.
 Desnudo, empapado aún por la ducha interrumpida, sin atinar a buscar la toalla y envolverse, con restos de jabón en el pubis, Rafael Ernesto Latorrini, abogado laboralista, iniciaba su primer minuto ungido por la divinidad.
 Ya no era solo una identidad que concernía a un nombre, ahora la misma era depositaria de una misión divina:
 Hacer saber una verdad de seis mil años de antigüedad, de enormes consecuencias en su amplitud cósmica.
 El Dr. R.E.Latorrini se había convertido bruscamente en un profeta; se hallaba con-sagrado.
 Su vida anterior, era solo el soporte de su sacra investidura actual.
 El dios lo eligió a él, solo a él, para abrirle los ojos a la humanidad y despertarla de su letargo abismal.
 ¿Pero de que dios se trataba?...
 Por cierto, no del dios único de los monoteístas.
 Era el dios de los constructores de templos de Malta-de nombre desconocido-quizás tres mil años más antiguo que Yahve en el conocimiento de los humanos; de los pocos de esa época y ese lugar.
 Porqué ese dios olvidado de los tiempos prístinos, lo había elegido justamente a él para dispensarle su gracia, implicaba una respuesta que excedía su comprensión.
 Comprendía al dominio inefable de la potestad.
 Antes del suceso, él era un individuo agnóstico, de poca afinidad con la experiencia religiosa.
 Ahora portaba en si mismo, la capacidad de establecer los cimientos y la obra superior de una nueva religión, mejor dicho, de la restauración de la misma y su proyección geográfica universal, dado que su brillantez emanada de la más remota antigüedad, era parangonable con el desconocimiento que se poseía de esos tiempos alborales.
 -¡Rafa!..., me voy..., besitos.
 Le había gritado su mujer, desde el living, antes de irse a trabajar.
 No recibió contestación.
 Su mujer, sus hijos...
 ¿Como explicarles que pasaron a ser la familia de un profeta?...
 Por lo pronto, su esbelta esposa, con su figura modelada arduamente en el gimnasio, no tenía nada que ver con las imágenes mal adjudicadas al culto de la diosa madre, que se hallaron en diferentes zonas cercanas al Mediterráneo, como Malta y otros sitios.
 Él ya sabía que estas tallas de hembras con esteatopigia, de tremendos muslos, pechos y vientres, eran simplemente la pornografía del neolítico.
 Los constructores de templos de las hoy llamadas Skorba, Taixien, Ggantija, adoraban a un dios macho de formidable poder, que puso orden en el caos y le dio a los hombres, nociones que generaron mil quinientos años sin murallas defensivas. Obviamente, sin armas ofensivas ostentadas.
 Rara armonía en la protohistoria humana; también en la historia.
 El Dr. Latorrini, flamante profeta de la religión de los constructores de templos de Malta, interpretaba que luego de vestirse, debía dirigirse a tomar contacto con lo medios.
 Su celular sonó con ritmo de regatón, una ocurrencia de su hijo; decidió no atenderlo.
 Ya habría tiempo de que se enteraran en el estudio jurídico-del que era titular-de lo que había ocurrido.
 De todos modos, en esa mañana no tenía audiencias.
 Vestido con saco y corbata -hábito de la práctica tribunalicia-  no se cruzó con ningún vecino al abandonar su vivienda.
 La sensación de hallarse entre el tráfago urbano de transeúntes y vehículos, le resultaba asombrosa.
 Nadie de quienes lo rodeaban anonimamente, pensaba, podría suponer que se hallaba junto al elegido: el que debía revelar al mundo el conocimiento olvidado.
 Había establecido que parte de su tarea del día, consistiría en conseguir un sitio apto para erigir un templo.  Más adelante, debería contratar trabajadores adecuados para la tarea y comprar grandes bloques de piedra.
 También, comenzar la difícil búsqueda del arquitecto que debería dirigir la obra.
 Concurriría al cajero automático más cercano, a los fines de retirar efectivo para los mínimos gastos iniciales.
 Luego iría a ver a un allegado, que detentaba un alto cargo en el área de noticias de un canal televisivo.
 Respecto a los grandes costos de la empresa, interpretaba que la divinidad intervendría de algún modo.


 Todo resultó muy rápido.
  La acción del motochorro, que mientras le revisaba los bolsillos le aplicaba golpes con una manopla de acero, desfigurándole el rostro; la llegada al lugar de un policía franco de servicio, que vio lo que ocurría e intervino en su defensa extrayendo el arma reglamentaria.
 El tiroteo que se generó con el conductor de la moto fue caótico, pródigo en balas perdidas.
 El saldo del enfrentamiento fue un delincuente muerto y otro fugado; el policía, gravemente herido, iba a ser trasladado en helicóptero al Hospital Churruca, lo que significaba que se cerrara al tránsito el cruce de dos avenidas para que descendiera la aeronave, generando una gigantesca congestión vehicular.
 Mientras, asistido en el lugar por la dotación de una ambulancia, el profeta Dr.Rafael Ernesto Latorrini se moría, debido a que tres proyectiles de grueso calibre perforaron su zona ventral, al quedar expuesto al fuego cruzado.
 Alcanzó a ver al primer movilero televisivo que se le acercaba; quizás sus últimos pensamientos, fueron que este no era el modo en que debía tomar contacto con la prensa.
 Es de estimar, que supuso que el dios de los constructores de templos de Malta, seguiría inmerso en la oscuridad a través de las eras, sin manifestarse. No sería revelado el conocimiento que su profeta no pudo transmitir durante su fugaz investidura, también secreta para su familia y amigos.


 La opinión pública, solo supo que un distinguido abogado fue otra víctima de la inseguridad reinante.
 Sus deudos, efectuaron el sepelio en un cementerio privado de la Zona Norte. Decidieron no tomar contacto con el periodismo a los fines de evitar la exhibición mediática de su dolor.

                                                                                  FIN

martes, 6 de septiembre de 2011

Existió un emperador chino...

que pretendió que su autoridad se proyectara a la eternidad, debidamente custodiada por un ejercito de terracota...


                                                          ETERNA AUTORIDAD

 Qin Shi Huang sabe que se muere.
 Que aunque es el descendiente directo de los tres Huan y los cinco Di, no podrá impedir el fin de su presencia física en el mundo.
 Ni aún siendo el vencedor de los reinos guerreros y el unificador del país, su poderío alcanza para detener lo ineluctable.
 El emperador del poder absoluto sucumbe como el último labriego, como el portador de cargas pesadas, como el más envilecido de sus súbditos.
 También piensa que todo esto son obviedades, referidas solo a lo corporal, aunque es cierto que en sus viajes a la isla de Zhifu, él intentó acceder a una inmortalidad terrena, a detener los estragos que el tiempo le provoca a la frágil carne.
 No lo logró, pero queda el alma.
 Esta es diferente a la del labriego, el portador, el esclavo e incluso el noble más cercano a su potestad.
 Es el alma del Emperador Fundacional; su índole es divina. La autoridad que de ella emana debe preservarse eternamente con carácter de sagrada.
 Por lo tanto, debe custodiarse.
 Pero...¿Podrá proteger su sacra identidad desencarnada un ejercito de arcilla?...
 O sea, el ejercito de terracota, que ordenó erigir a sus mejores escultores durante décadas, desgastando los recursos del estado.
 ¿Y si solo son muñecos de excelente factura sin capacidad de acción, ajenos al mando,con armas en sus manos solo emblemáticas?...apenas una mascarada marcial, inerte, con la misma función de un espantapájaros.
 ¿Por qué lo pétreo iba a cobrar vida?..., tan solo por embustes de oscuros taumaturgos en los que quiso creer por su miedo a la soledad.
 ¿Había sido tan estúpido como para suponer que sus huestes de arcilla podrían defenderlo de enemigos desconocidos, emboscados en un terreno fuera de la geografía?...
 Lo mismo sería enterrar viva a su guardia de corps junto con su cadáver; vanos sortilegios. No podía evitar que a la muerte se ingresa de modo solitario y despojado.
 Astrólogos, sacerdotes, eruditos..., una recua de obsecuentes que lo engañó con ideas que hoy, tardíamente, detecta como pueriles. Todo sirvió solo para mantener ocupados artesanos, funcionarios, obreros, en pos de una obra y un concepto que ya dejó de generarle dudas.
 Lo considera absolutamente inservible. Se halla solo ante las tinieblas  y su autoridad se desprenderá cuando estas lo absorban.


 En los segundos previos al convulso acceso de tos que lo dejó sin aire, definitivamente, el Emperador Fundacional percibió que su ejercito de terracota, solo serviría para regocijo de futuros curiosos, nada más.
 Intentó impartir la orden de que fuera reducido a escombros, pero ya no podía emitir palabra alguna.
 Murió sintiéndose un imbécil, inmerso en su propia mierda que nadie se atrevía a limpiar, pleno de odio hacia si mismo y hacia los demás.

 De todos modos, fue sepultado en una cámara mortuoria separada de su ejercito modelado.
 Su sucesor, dictaminó que así fuera.
 Consideró íntimamente que si ese esquema defensivo probaba ser cierto, las estatuas de terracota tendrían serias dificultades, para concurrir a donde se hallaba el magno difunto y resguardar su eterna autoridad, o mejor dicho restaurarla, porque ahora era solo suya.


                                                                      FIN


  

lunes, 5 de septiembre de 2011

El tema de la siguiente pieza de narrativa breve es muy vasto...

Les presento una interpretación  del mismo. Adelante...o más exactamente, abajo.

                                                                     ERA DE NOCHE

 La frase insidiosa de ella, consiguió desmadrar la escasa cordura que le quedaba.
 Quizás no tan escasa-estimó en milésimas de segundo-dado que su trompada va dirigida al espejo de cuerpo entero y no a la mujer.
 A esa imagen, la suya, que era la traición al sentido de su pasado y al destino que creía debía corresponderle..., mientras ella se hallaba detrás, desnuda y deseable, como desde que comenzó esta locura.
 Ella le chupó todo..., incluyendo dinero, bienes, familia...y ahora, posiblemente su libertad, tras el desfalco en el que lo involucró y fue descubierto.
 Mientras el puño se estrellaba contra el cristal que destelló en innumerables fragmentos, como si hubiera estallado una supernova en el dormitorio, reparó en que no la vio reflejada en el espejo.
 Se dio vuelta, sin ropas, vulnerable, aferrándose la diestra empapada en sangre, cuando detectó una excitación desconocida en el semblante de la hembra, que comenzó a lamer su puño lastimado con delectación, para elevar su boca de caramelo entreabierta y posarla sobre su vena yugular.
 Mientras ingresaba en un cálido sopor que le impedía resistirse, pensó que ella le estaba chupando lo que faltaba, lo último..., pero ya no le importaba, de todos modos no tenía fuerzas para oponerse: ella  hacía demaciado agradable, su íntimo ingreso a cierta versión de la inmortalidad.

                                                                             FIN