martes, 6 de septiembre de 2011

Existió un emperador chino...

que pretendió que su autoridad se proyectara a la eternidad, debidamente custodiada por un ejercito de terracota...


                                                          ETERNA AUTORIDAD

 Qin Shi Huang sabe que se muere.
 Que aunque es el descendiente directo de los tres Huan y los cinco Di, no podrá impedir el fin de su presencia física en el mundo.
 Ni aún siendo el vencedor de los reinos guerreros y el unificador del país, su poderío alcanza para detener lo ineluctable.
 El emperador del poder absoluto sucumbe como el último labriego, como el portador de cargas pesadas, como el más envilecido de sus súbditos.
 También piensa que todo esto son obviedades, referidas solo a lo corporal, aunque es cierto que en sus viajes a la isla de Zhifu, él intentó acceder a una inmortalidad terrena, a detener los estragos que el tiempo le provoca a la frágil carne.
 No lo logró, pero queda el alma.
 Esta es diferente a la del labriego, el portador, el esclavo e incluso el noble más cercano a su potestad.
 Es el alma del Emperador Fundacional; su índole es divina. La autoridad que de ella emana debe preservarse eternamente con carácter de sagrada.
 Por lo tanto, debe custodiarse.
 Pero...¿Podrá proteger su sacra identidad desencarnada un ejercito de arcilla?...
 O sea, el ejercito de terracota, que ordenó erigir a sus mejores escultores durante décadas, desgastando los recursos del estado.
 ¿Y si solo son muñecos de excelente factura sin capacidad de acción, ajenos al mando,con armas en sus manos solo emblemáticas?...apenas una mascarada marcial, inerte, con la misma función de un espantapájaros.
 ¿Por qué lo pétreo iba a cobrar vida?..., tan solo por embustes de oscuros taumaturgos en los que quiso creer por su miedo a la soledad.
 ¿Había sido tan estúpido como para suponer que sus huestes de arcilla podrían defenderlo de enemigos desconocidos, emboscados en un terreno fuera de la geografía?...
 Lo mismo sería enterrar viva a su guardia de corps junto con su cadáver; vanos sortilegios. No podía evitar que a la muerte se ingresa de modo solitario y despojado.
 Astrólogos, sacerdotes, eruditos..., una recua de obsecuentes que lo engañó con ideas que hoy, tardíamente, detecta como pueriles. Todo sirvió solo para mantener ocupados artesanos, funcionarios, obreros, en pos de una obra y un concepto que ya dejó de generarle dudas.
 Lo considera absolutamente inservible. Se halla solo ante las tinieblas  y su autoridad se desprenderá cuando estas lo absorban.


 En los segundos previos al convulso acceso de tos que lo dejó sin aire, definitivamente, el Emperador Fundacional percibió que su ejercito de terracota, solo serviría para regocijo de futuros curiosos, nada más.
 Intentó impartir la orden de que fuera reducido a escombros, pero ya no podía emitir palabra alguna.
 Murió sintiéndose un imbécil, inmerso en su propia mierda que nadie se atrevía a limpiar, pleno de odio hacia si mismo y hacia los demás.

 De todos modos, fue sepultado en una cámara mortuoria separada de su ejercito modelado.
 Su sucesor, dictaminó que así fuera.
 Consideró íntimamente que si ese esquema defensivo probaba ser cierto, las estatuas de terracota tendrían serias dificultades, para concurrir a donde se hallaba el magno difunto y resguardar su eterna autoridad, o mejor dicho restaurarla, porque ahora era solo suya.


                                                                      FIN


  

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