jueves, 8 de diciembre de 2011

BUENAS Y TEMPLADAS NOCHES...

                                                   

 -Recién dejo el auto. Estoy muy cansado, imagináte, desde las seis de la mañana en movimiento: ida y vuelta a Dolores en el día más todos los otros recorridos, pero, bueno, cerré un negocio importante.
 Estoy contento, Lili, el sábado te invito a comer en el Palacio Duhau. Lo merecemos.
 Muchos besos, Lili, que te vaya bien en la disertación de mañana así cantamos bingo los dos. Te llamo.
 Besos.
 Guarda el blackberry en el estuche mientras ingresa a su domicilio, sintiéndose reconfortado de abandonar el frío de la calle. Esa noche porteña le recuerda sus inviernos infantiles, a pesar de que solo debe caminar veinte metros desde la cochera hasta su casa.
 Cuando era chico, uno se ponía el sobretodo el 25 de mayo y lo usaba todos los días hasta la primavera, piensa.
 Por suerte, el departamento se encuentra calefaccionado, lo que brinda una temperatura agradable percibida de inmediato.
 Se le ocurre pedir una pizza al delivery, pero recuerda que tiene comida en la heladera que solo debe calentar en el microondas.
 Se siente bien.
 Gratificado.
 El susto por la hipertensión de la semana pasada -un incremento en los valores que derivó en un cambio de la medicación recetada- parece diluirse en las satisfacciones del momento.
 Haber concretado un negocio importante, sin dilaciones ni inconvenientes.
 Por otra parte, hasta disfruta de una gloriosa soledad, dado que su pareja, madura, un poco menos que él, se halla en Rosario cumpliendo compromisos de trabajo.
 De todos modos, la relación es con cama afuera y funciona muy bien.
 Recuerda con ternura a Liliana Zubalzky, Licenciada en Psicología por la UBA, con un postgrado en Princeton y altamente  considerada por su desempeño profesional.
 Tan distinta a su ex-mujer, en aspecto físico y en personalidad.
 Ya llevan más de dos años como pareja y siente que el entusiasmo mutuo se acrecienta.
 Ambos tienen hijos grandes, matrimonios anteriores concluidos sin conflictos graves y economías resueltas independientemente.
 Tampoco colisionan en sus actividades, por cierto, muy diferentes.
 Lo suyo es el comercio, la distribución de elementos de seguridad industrial, rubro en el que su nombre, Ricardo Alberto Lafardi, resulta ampliamente reconocido como próspero proveedor.
 Los une el tenis jugado en forma moderada, la asistencia a espectáculos artísticos, la gastronomía y la enología de buen nivel; también los viajes compartidos y una práctica sexual de gozoso acomodamiento, sin imposiciones, premuras y ansiedades.
 Enciende el plasma de 32" mientras se dispone a degustar una lasaña rellena, con mucho queso bien asentado, rallado en el acto sobre su superficie.
 La acompañará con pancitos saborizados y un par de copas de buen tinto.
 Ni llega a probar la comida, ya sentado ante la mesa, cuando lo llama al celular, Bernardo, su socio.
 Sin dejar de caminar mientras habla, molesto por haber sido interrumpido pero con la suposición de que resulta inadecuado decirle a Bernardo que luego lo llama -se trata de un socio capitalista de afianzada solvencia- observa de soslayo la pantalla del televisor:
 ¡Guillermo Brizuela Méndez y Nelly Prince protagonizando un aviso en vivo!...
 Le causa gracia y le trae recuerdos infantiles.
 Supone que debe ser el canal Volver o algún programa de onda revival.
 "...Brizuela loco, tu madre no te quiere ni yo tampoco..."
 Los dos vestidos como payasescos hispanos, interpretan el cuplé tergiversado con fines publicitarios.
 Mientras prosigue hablando con Bernardo sobre los pormenores del negocio -incluyendo las comisiones subrepticias que lo apuntalaron para que no se caiga- siente cierto magnetismo por lo que aparece en el aparato, en nítido blanco y negro.
 Le resulta fascinante, ser nuevamente espectador de imágenes dormidas en su memoria desde hace más de cinco décadas.
 Por otra parte, el contraste entre ese material pretérito y la avanzada tecnología de su equipo, es particularmente impactante.
 La conversación con su socio ya le está provocando cierto malestar.
 Bernardo estima que se podían haber pactado plazos de pago más cortos, que disminuyeran el costo financiero de la operación.
 Incluso, le parece que desconfía de las cifras que se pagaron en negro, como si sospechara que parte de ese efectivo fue a parar a sus propios bolsillos.
 Siempre lo mismo..., piensa Lafardi, el pijotero no quiere que se escurran ni las migajas del festín.
 ¡Tantas veces consideró deshacerse de este tipo!..., pero no era posible, al menos por el momento.
 Bernardo sigue dándole lata, privándolo de la cena y el relax que se había prometido, mientras sus miradas al televisor, descubren a Carlos D'agostino que relata las noticias del día, pero de mediados del siglo veinte.
 Por fin, Bernardo da por finalizada la conversación, pero el humor de Ricardo Lafardi ya no es el que detentaba al llegar a su casa.
 Una sensación de hartazgo, se impone en su ánimo.
 Pulsa el control remoto para cambiar de canal, hastiado de los programas vetustos, pero curiosamente, solo se puede ver esa programación del ayer, correspondiendo la señal al número 7 de su control.
 Los demás canales desaparecieron de la pantalla, que se convirtió en algo así como un mosaico pulverizado en gris, acompañado por un ruido crepitante.
 Vuelve al canal 7.
 D'agostino habla de enfrentamientos entre estudiantes, divididos en su defensa de la educación laica o libre.
 Está bien un programa onda nostalgia, pero...¿Por qué tan extendido?...¿Que carajo pasa con los otros canales?...
 Su interrogación en voz alta se interrumpe por una noticia de último momento, que Carlos D'agostino refiere con amable sobriedad.
 La colombiana Luz Marina Zuluaga, fue designada Miss Universo 1958, en Long Beach, California.
 Una fotografía en obvio blanco y negro, muestra a una bella morena en malla enteriza luciendo la corona consagratoria, lo que motiva al relator del noticiero a expresar un elogioso comentario galante, respecto a la belleza de la mujer sudamericana.
 Que ingenuo parecía todo en esa época..., reflexiona Lafardi, aunque se estaba en plena guerra fría y todos podríamos convertirnos en montones de cenizas radiactivas, quizás mientras dormíamos sintiéndonos seguros...
 Apaga el televisor y desde el teléfono inalámbrico intenta llamar a la empresa de cable.
 Le resulta imposible comunicarse.
 Solo silencio en la línea; ni siquiera escucha el mensaje grabado de que el número no pertenece a un abonado en servicio.
 Intenta hablar mediante su smartphone, pero descubre con estupor que la pantalla se halla completamente oscurecida.
 Lo mismo ocurre con la tablet, aunque el ámbito de su domicilio es un espacio wi-fi.
 Algo muy oscuro, recóndito, parece abrirse paso en su mente.
 No lo puede definir, pero le resulta inquietante.
 Se asoma a la ventana.
 Un carro gris tirado por dos caballos, se desplaza por la calzada deteniéndose a intervalos.
 Un sujeto conduce el vehículo desde el pescante, mientras otro recoge la basura que forma bultos sobre la acera.
 Los dos hombres visten uniformes grisáceos. La basura consiste en montículos de reducidas dimensiones envueltos en papel de diario.
 No son cartoneros -piensa- son los operarios de un carro de basura municipal de cuando yo era chico.
 Enciende otra vez el televisor:
 D'agostino anuncia que Industrias Kaiser Argentina, presentó el Kaiser Carabela...
 Rápidamente, abre la puerta que comunica con el palier compartido del semipiso, con el deseo imperioso de salir a la calle.
  En ese momento lo aborda un hombre canoso -al igual que él- de traje y corbata oscura, angosta, con el nudo pequeño y comprimido; lleva un sobretodo plegado sobre su brazo izquierdo.
 -¿Que tal Sr. Lafardi?..., le regalo Noticias Gráficas, yo ya la leí en el viaje desde mi trabajo, las noticias cuando ya son conocidas solo sirven para envolver la basura. El individuo cierra la puerta del ascensor con premura y desciende nuevamente, dejándolo solo, sumido en un estado de indiscernible alteración.
 No tarda demasiado en reconocerlo.
 El Sr. Gotielli, vecino durante su infancia, que en aquella época lo trataba de Ricardito, no de Sr. Lafardi...
 El hombre trabajaba en la filial local de IKA e intervino en la venta del Kaiser Carabela 0 km., que compró su padre en el '58, apenas puesto a la venta en concesionaria.
 Se dejó de fabricar en el '62, lo sabía muy bien, en ese tiempo, Gotielli y su familia hacía unos años que se habían mudado.
 Se siente mal, sin fuerzas, mientras escucha -no alcanza a cerrar la puerta de su departamento -la voz del relator Héctor Catiaruzza a través de su televisor. El hombre presenta el pronóstico meteorológico del dia siguiente y desea: "Buenas y templadas noches, amigos...", a los anónimos televidentes de los '50.

 En el sanatorio ubicado en la calle San Martín de Tours, el hijo de Ricardo Lafardi habla con Bernardo.
 -Lo encontró el encargado, desvanecido en el palier. Me dijo que hablaba como un niño de diez años contando en forma entrecortada, cosas que tenían que ver con la escuela y otros temas de esa época de su vida. Ahora está sedado, veremos que secuelas le quedan si se recupera, el médico no parece muy optimista ante un acv hemorrágico severo.
 Bernardo asiente preocupado. Piensa que si bien nadie es imprescindible, reconstruir toda la ruta no visible del último negocio, iba a resultar una tarea ímproba.
 Alejada de ellos -también se halla presente la ex-mujer de Ricardo, Beba- Liliana Zubalzky, abatida y con el maquillage corrido, escucha cuando el hijo de su pareja refiere que su padre, cuando fue hallado caído, aferraba un ejemplar de Noticias Gráficas del 25 de julio de 1958.
 El viejo vespertino -increíblemente bien conservado- se halla al alcance de Liliana, abierto en una página con la publicidad del lanzamiento del Kaiser Carabela. La frase que cierra el aviso dice:
 Para viajar eternamente y muy cómodo...
 Liliana recuerda que Ricardo le comentó varias veces -lo tiene muy presente- que su padre se mató en un accidente vial con ese auto, a pesar de que contaba con paneles internos de cuero revestidos con caucho, como elemento de seguridad avanzado para la época. Esto sucedió en 1962, cuando el  último Kaiser Carabela abandonaba la línea de montaje.
 También le dijo que su padre, llegó a saber a través de un vecino que trabajaba en IKA que su auto comprado 0 km. en el '58, fue la primera unidad del modelo que salió del área de producción de la planta automotriz como producto terminado, listo para la venta al público.

                                                                                        FIN

sábado, 3 de diciembre de 2011

Recuerdo que Ernesto Sábato...

manifestó haber sido testigo de sucesos incomprensibles, vinculados a pintores y pinturas al óleo.
Los invito a asumir la lectura de...

                                                     OPUS MAGNUM

 Nadie pudo explicarse en ese prestigioso museo de arte contemporáneo, como llegó ese cuadro a exhibirse en el baño de caballeros, sobre la pared de los mingitorios.
 La firma, claramente visible en el extremo izquierdo del óleo de tamaño medio, indicaba en letras de imprenta que su autor se llamaba Martín Rodríguez Zamudio, siendo el año en curso, el de ejecución de la obra.
 El pintor resultaba desconocido no solo para la gente del museo, sino también para los galeristas consultados, así como los expertos en arte actual.
 Por otra parte, pocos artistas pintaban al óleo en esta época.
 Pero lo que más llamaba la atención era la índole temática del cuadro.
 Una pequeña plaqueta metálica-inserta en el centro inferior del marco de estilo barroco-titulaba la obra:
                                                              MI MICCIÓN EN ESTE MUNDO
 Efectivamente, se hallaba plasmada la figura de un individuo trajeado, de aspecto correcto, visto de costado en un ámbito que parecía un claustro académico-quizás un aula magna-que orinaba con potente chorro un globo terráqueo de aspecto desimonónico o anterior aún.
 Hasta aquí podía resultar gracioso, como una boutade, pero el rostro del individuo no lo era.
 Había algo de malignidad en estado puro en esa faz, algo que hacía difícil seguir mirándolo.
 La técnica pictórica era impecable y esos ojos, esos ojos claros, parecían iluminar lo peor de cada uno-de cada espectador de la obra-y lograr que se sintiera mal animicamente, aunque no lo refiriera a los demás.
 En términos genéricos, se la denominó la pintura del malestar.
 Durante poco tiempo, pasó a integrar la colección permanente del museo, a pesar de la oposición de las autoridades del mismo, curadores y hasta guardias de seguridad, que luego del trabajo nocturno aparecían con jaquecas que le imposibilitaban dormir en el horario cambiado.
 El autor de la obra, jamás fue localizado; se entendió que su nombre era un seudónimo y luego de un derrotero burocrático interno, la pintura fue relegada a un depósito de mantenimiento, donde compartió espacio con escaleras plegadas y latas de removedor.
 Era obvio que su visión incomodaba:
 La figura protagónica, con sus malditos ojos claros, parecía perforar la coraza social del espectador, refregandole íntimamente sus pulsiones más autoasqueantes-de la índole que fueran-que en rápida sucesión invadían su mente.
 Para no generalizar, es factible suponer que en algunos no generaba estos efectos; aparentemente, en muy pocos. Por último, pudo lograrse el confinamiento mencionado debido a la ausencia de un certificado de origen, decisión que no fue objetada por ninguna autoridad del museo.
 El tema no llegó a acceder a la trascendencia mediática-a pesar de la avidez periodística por todo lo que parece paranormal-por lo que cuando estalló un acotado incendio en el área de servicio, calcinandose la obra que ya no figuraba en inventario junto con diversos elementos de maestranza del edificio, solo el director de la importante institución artística reparó en la inscripción grabada en el reverso de la placa que nominaba la obra.
 Había quedado al lado de la pintura convertida en cenizas. El director supuso que debía estar confeccionada en titanio o en otro material incombustible.
 La levantó con precaución, pero a pesar de haber estado sometida al fuego se hallaba curiosamente fría.
 Decía textualmente:
                                                           Martín Rodriguez Zamudio
                                                           Pintor que derrite las mascaras
                                                           sociales de los espectadores de
                                                           su obra y supera los incendios
                                                           intencionales, seguirá exponiendo
                                                           otras versiones de su Opus Magnum
                                                           donde Vd. menos lo espera, et in secula
                                                           seculorum, hasta la última generación de
                                                           su estirpe.
 El director empalideció.
 Le pareció que la inscripción estaba dirigida a él y a toda su progenie, aún la no nacida.
  

                                                            FIN