lunes, 15 de agosto de 2011

Ayer tuvimos una jornada electoral...

Su resultado, me indica que más allá de demoler a la oposición partido por partido, en conjunto, queda reflejada una sociedad que la apoya y una que la detesta por partes casi iguales. Un país polarizado, como la Venezuela del exhumador de Bolivar.
Al igual que allí, una oposición anémica no logra sumar más voluntades a la mitad que advierte que el "modelo" es una astuta impostura, de dimensiones tan monumentales, como las que tendrá el mausoleo del héroe epónimo. Esta entrada es extraliteraria, lo que no indica que así será la próxima.Buenas noches, apreciados lectores de sexo indistinto.

jueves, 4 de agosto de 2011

El titulo de la siguiente pieza de narrativa nos remite al de un tango, pero...

no tiene nada que ver.

                                                        EL ÚLTIMO CAFÉ

Rico cafecito. El tercero del día...,piensa, dos en la oficina y este en el bar: el más cargado, el mejor de los tres. Será el último; por hoy, basta de café
Repara en que es el único parroquiano a las cuatro de la tarde.
Si bien hace poco que trabaja en la zona, ya estuvo tres o cuatro veces en el lugar aproximadamente a la misma hora, resultándole difícil hallar una mesa libre.
Lo de hoy parece excepcional.
El bar se halla en una calle paralela a Corrientes, de ubicación céntrica y mucho tránsito de peatones.
Raro.
El mozo que se le acerca no es el que le sirvió el café.
Alto, robusto, de unos treinta y cinco años y facciones duras, con músculos bien marcados bajo la camisa negra.
Parece más un custodio de disco que un mozo; nada que ver con el anterior, bajito y afable.
Cuando se halla a su lado, exhibe parcialmente un arma de grueso calibre, entre la servilleta y la bandeja.
-Quedate sentado. No hagas ningún gesto, ningún movimiento extraño. No grites ni murmures. Dame el celular disimuladamente.
Cualquier desobediencia, te dejo paralítico por el resto de tu reputa vida. Se hacerlo.
Azorado, le extendió el teléfono. El terror comenzó a impregnar su organismo.
En un intento de controlarlo, le dijo que también le daba la billetera pero que lo dejara irse.
Su voz resultó un balbuceo temeroso, supuso que el sujeto le perdería todo respeto. Sabía que el miedo de la víctima exacerba al victimario, pero no lo podía evitar.
-No necesito tu plata, hijo de una gran puta, vos sabes que se trata de otra cosa.
-No, yo no se nada.
Le contestó con voz vacilante.
El otro amartilló la pistola. Creyó que se desmayaba.
-Hablás otra vez y te perforo la médula..., le dijo el mozo.
Asintió en silencio.
Con precaución, miró en derredor.
El local era largo y estrecho, la caja, situada a su izquierda, se hallaba desatendida.
El mozo bajito y afable había desaparecido.
¿Podría ser que este tipo haya reducido al patrón y al otro, quedando el bar bajo su control?...,pensó, hasta con miedo de pensar. Desgraciadamente, eligió una mesa del fondo; desde la calle era poco visible.
Pasados quince minutos casi inmóvil, comenzó a percibir una tibia esperanza..
Suponía que alguien debería entrar y dar la voz de alarma sobre lo que estaba ocurriendo en el interior del local; por otra parte, el individuo armado no aparecía.
Se incorporó lentamente y pudo ver que dos hombres intentaban ingresar al bar pero desistieron; lo mismo ocurrió con una joven pareja. Con horror, comprendió que la puerta se hallaba cerrada con llave.
Tuvo la idea de arremeter contra el blindex ahumado, cuando apareció el mozo ostentando el arma en su diestra.
Lo aferró de los cabellos y lo hizo sentar nuevamente.
De no abrir bien la boca, la pistola le hubiera destrozado un par de dientes. Despavorido, con el cañón del arma dentro de su cavidad bucal, escuchó la voz ronca del tipo:
-Seguí así, sin moverte ni hablar hasta nuevo aviso. Aunque no me veas te estaré observando.
Retiró el arma de su boca cuando ya se estaba ahogando, antes de que le preguntara el porqué de esta situación absurda..., de haberse atrevido a hacerlo.
Al poco tiempo, el patrón salio de la cocina con la mayor parsimonia. Era un hombre gordo y calvo, vestido con una especie de guayabera color marfil y pantalones al tono, al que el agregado de un profuso bigote renegrido le daba un aspecto centroamericano o del extremo Norte de Sudamérica; no lo recordaba de las veces que visitó el local con anterioridad.
Lo vio dirigirse hacia la puerta y extrayendo un manojo de llaves abrirla de par en par. Luego se instaló tras la caja sin siquiera mirarlo.
Tampoco reparó en él, cuando el amenazante mozo apareció nuevamente y le habló:
-Andáte.La cosa no era con vos.
Te devuelvo el celular. Sobre lo que pasó aquí te conviene mantener total reserva.
Se resolvió el equívoco..., pensó, pero todo resultaba oscuro y había sido humillado por un matón.
Cuando se levantaba, entró un hombre maduro, trajeado, de cuidada elegancia, que se sentó en una de las mesas de adelante.Al pasar a su lado, sintió la emanación del excelente perfume masculino que usaba.
Tuvo la fugaz intensión de advertirlo para que se retirara del lugar, pero no quiso correr riesgos.
Con dos zancadas se halló en la vereda, todavía con la sensación de que un tiro por la espalda lo podría dejar cuadripléjico de por vida.
A unos veinte metros del bar, detuvo a un patrullero agitando los brazos.
Le expuso la situación vivida a la dotación del vehículo, luego de lo cual, esperó afuera el resultado del procedimiento que se inició.
Dos efectivos ingresaron al sitio dando voces de alto, con sus 9mmts. reglamentarias desenfundadas.
No transcurrieron más de diez minutos, cuando los policías salieron presurosos, encarándolo con dureza.
Un grupo de transeúntes curiosos, comenzó a ampliarse en derredor.
-Nos acompaña, por favor.
Le dijo el que detentaba mayor grado. Se percató que el tono de voz, no resultaba  lo contenedor que requeriría una víctima intimidada.
Parecía que el acusado fuera él.
Observó que dentro del local se hallaba el patrón y el mozo bajito.
-Aquí nadie sabe quien es Vd. Estos señores dicen que Vd. no estuvo en el lugar y que tampoco trabaja otro mozo.
Dijo uno de los uniformados, tratando de escrutar las intensiones que lo motivaron a idear lo que creían era una farsa.
Comprendió que la situación lo superaba. Los del bar mentían.
Buscó infructuosamente al señor elegante que se había sentado cuando él se retiraba.
Al no poder sostener su versión, pudo zafar de que lo llevaran a la comisaría con una acusación de falsa denuncia, aduciendo que era diabético y que se estaba descompensando por el estado nervioso que lo afectaba.
Dado que no hubo ulterioridades, los policías lo dejaron seguir su camino recomendándole que vaya a atenderse urgente. Supuso que pensaron que era poco más que un pobre idiota.
Lo tenía sin cuidado. Los hechos fueron los que refirió.
Volvió a su trabajo y no le comentó a nadie lo ocurrido.
Pensó que posiblemente sus compañeros tampoco le creyeran, lo que le generaría un malestar mayor al que ya sentía.


De noche, ingresa a su casa, en Floresta.
Se trata de un ph de dos unidades, la del fondo desocupada, donde vive solo desde que falleció su madre viuda en años recientes.
La calle posee una arboleda que quita iluminación. Considera, como siempre que llega de noche, que debería colocar un farol en la entrada y otro en el pasillo descubierto, pero su naturaleza algo desidiosa hace que al otro día se olvide del asunto.
Quizás sea obra de la soledad, lo que lo inclina  a cierta indolente dejadez...
El bulto informe con el que se tropieza al abrir la puerta de su vivienda, resulta, al encender la luz, el cadáver del mozo que lo amenazó.
Las facciones siguen siendo recias, a pesar del tajo de oreja a oreja que evidencia en el cuello.
La camisa negra, se está tiñendo con la sangre fresca que se escurre hacia el piso, formado por baldozones de vetusto plexiglás verde, encharcandose en rojo.
Retrocede aterrado profiriendo alaridos, pero calla al distinguir a un señor maduro, elegante y trajeado, que asciende a un auto de alta gama con la patente borroneada. Percibe un vaho de fragancia masculina de calidad.
Sabe de quien se trata, aunque lo vio con anterioridad solo unos pocos segundos.


                                                                      FIN












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lunes, 1 de agosto de 2011

Al margen de la narrativa, componente esencial de este blog, tuve la respuesta

a la pregunta que formulé en la entrada anterior, o sea, porque la policía o fuerzas de seguridad noruegas tardaron hora y media, en llegar al lugar de la masacre de público conocimiento.La respuesta es que se hallaban en conocimiento de lo que estaba ocurriendo-sobrevivientes se comunicaron mediante celulares con sus familiares-pero no contaban ni con personal ni con medios para intervenir con mayor celeridad, dado que los efectivos policiales se toman vacaciones, practicamente, todos al mismo tiempo.
 Que caro le va a resultar a este idílico país, ingresar a las generales de la ley en el concierto de las naciones.
 Básicamente, incorporar la premisa de que el terrorismo-del signo que sea-golpeará donde menos se lo espere, donde las medidas preventivas-hasta donde son posibles-sean laxas o inexistentes.
 Retornando a lo literario, pueden leer lo que ocurrió...

                                                   DESPUÉS DE TEMPERLEY
 No le cabía duda de que era él.
 Calculó el tiempo transcurrido: cincuenta y dos años.
 Parecería difícil reconocer a alguien que se vio solo una vez, luego de más de medio siglo, pero siempre se consideró un fisonomista excepcional.
 No quiso despertar sospechas de ninguna índole en el otro; se cercioró de un modo discreto, disimulado, pero sin ocultarse.
 Le constaba que no lo reconoció, lo que era casi obvio, salvo para él y su prodigiosa capacidad fisonómica.
 El otro era un sujeto retacón, gordo de apariencia fofa, que delataba flojedad física y quizás moral.
 Vestía descuidadamente y con olvido de la pulcritud; quizás no lo esperaba nadie o no le importase quien lo esperaba.
 El bolso, baqueteado por el uso, debía contener ropa de trabajo.
"Una abeja en la colmena...", pensó, recordando el tango de Eladia Blázquez.
 Pero la letra seguía:"Las manos limpias, el alma buena." ; no creía que este fuera el caso.
 Las manos eran toscas, encallecidas por la labor, pero eso no implicaba llevar las uñas ornadas de luto, acentuando la imagen de desaseo.
 Respecto al alma del susodicho, el tema de la bondad no entraba en consideración.
 ¿Trabajaría en una curtiembre?..., pensó. Podría ser, dado que subió en Avellaneda, agregó a sus pensamientos.
 La nariz enrojecida, le sugirió un indicio de que posiblemente el tipo bebía mucho más de lo recomendable.
 Por otra parte, para haber abordado el último servicio del Roca, debió salir tarde del trabajo o se entretuvo empinando el codo. Quizás era de los que comenzaba a los sopapos, si en su casa lo recriminaban por la hora de llegada.
 Por cierto, todas son meras suposiciones, consideró, mientras intentaba diseccionar el modo de vida del sujeto.
 ¿Donde bajaría?..., se interrogó mentalmente.
 Espero que no sea en Alejandro Korn...,estimó. Seguirlo hasta allí parecía realmente peligroso, además de que él debía descender en Lomas de Zamora.
 Aunque esto ya no tenía importancia, posteriormente consideraría como volver.
 Pero como viajaban muy pocos pasajeros en el vagón, decidió que si quedaban solo ellos dos, procedería dentro del tren en marcha.
 A dos asientos de distancia, se hallaba el tipo que lo jodió cuando él tenía nueve años.
 Hoy registra sesenta y uno en el haber.
 ¿O en el debe?...
 Quizás todo pudo ser distinto, de no haber conocido a ese individuo un par de años mayor. Que ya está cercano a la jubilación, pero aún conserva el rictus de la infamia cometida antes de su pubertad.
 En esa época, la robustez que presentaba y su altura superior, fueron los elementos determinantes para doblegar su voluntad.
 Hoy, a pesar de la declinación en la aptitud física que es inevitable con el paso de los años, es media cabeza mas alto que el tipo, a su vez, mantiene un admirable acondicionamiento corporal, lo que lo puede tornar en un adversario temible en la pelea.
 Piensa en molerlo a golpes, hasta que le devuelva lo que es suyo.
 ¿Pasaron cincuenta y dos años?...
 No importa.
 Hay agravios que no prescriben, que concentran en el significado de su recuerdo la suma injuria que justamente agiganta el tiempo, siempre estrago para los seres y las cosas, verdugo de la materia orgánica y de la inerte.
 Ni él es el que era ni yo soy el que fui, reflexiona, pero después de más de cinco décadas los dos viajamos en el Roca a la madrugada.
 Nos une un tránsito que se puede asemejar al destino, que comenzó en la esquina de la escuela, jugando a las figuritas.
 Jugábamos al punto, acercar a la descascarada pared, los cartoncitos circulares con imagenes de jugadores de fútbol.
 Eran los últimos días del ciclo lectivo y yo no lo conocía..., recuerda.
 ¿Iba a mi misma escuela?...
 Comenzó a jugar conmigo sin anunciarse. Inmediatamente, los otros chicos se retiraron.
 Había algo intimidante en él, además de ser mayor; la tez muy oscura, algo que sugería la tierra, el indio, lo ajeno...
 ¿El peronismo que no se podía mencionar y era aún cercano?...
 Observó que el tren pasó Lomas y solo eran cuatro pasajeros en el vagón.
 Ni siquiera sabía el nombre del tipo, pensó.
 Recordó la habilidad diabólica con la que le ganaba todas las figuritas.
 Arrodillado, las rodillas bien mugrientas que los pantalones cortos dejaban exhibir, enviaba las figuritas como pelotas con efecto, que quedaban casi pegadas al ángulo de la pared.
 Perdió todas las de cartón, pero no puso en juego la de lata.
 Obviamente, jamás lo haría.
 El otro sabía que la llevaba en el bolsillo del guardapolvo, contrario a donde guardaba las de cartón, aunque nada lo indicaba.
 Recuerda el dialogo entablado:
 -Dámela...
 -¿Qué?...
 -La Po-Po de lata.
 -¿Como sabés?...
 -Dámela.
 -Vos ganastes las de cartón.
 -Hice espejito y eso vale la de lata también.
 -Mentira.
 El otro le dio tres o cuatro bofetones a repetición.
 La sangre le manaba por la nariz mezclada con los mocos.
 Le pegó con el dorso de la mano, no con los puños cerrados, como para ahondar la humillación.
 Con los ojos cegados por las lágrimas y arremetiendo con el furor que genera el odio, intentó impedir el despojo, pero el otro se llevó la Po-Po de lata metiéndole la mano en el bolsillo del guardapolvo.
 No pudo dañar a su enemigo, que comenzó a retirarse cuando unos mayores se acercaban.
 A pesar de la rabia y la vergüenza, algo le impedía interpretar la situación. Le gritó:
 -¿Como sabías que la tenía?...
 -La Po-Po delata...
 Fue la respuesta y rápidamente desapareció de su vista.
 Después de Temperley, solo ellos dos quedaban en el vagón.
 Se levantó de su asiento. Lo hizo incorporar al otro aferrándole el cabello crespo, que llevaba descuidadamente largo. Reparó en que tenía muchas menos canas que él.
 Una trompada calculada en su objetivo lo hizo sentar nuevamente; comenzó a sangrar por la nariz en forma profusa, mientras su gastada camisa se teñía de rojo.
 El individuo consiguió pararse y un nuevo impacto le abrió el arco superciliar izquierdo.
-¡Tengo veinte mangos y ya te los doy!...
 El tipo parecía asustado y no atinaba a cubrirse; era perceptible el vaho alcohólico que despedía.
 Lo arrastró fuera del asiento para propinarle una andanada de golpes y patadas a los tobillos.
  Desde el piso del vagón, le gritó tratando de imponerse al ruido del tren.
  -¡Pará!...¡Me vas a matar!...¡Te doy el bobo!...
 Se refería a un reloj digital barato, de plástico, quizás comprado en el tren.
 -Vos sabés lo que quiero...¡Dámela!...
 Le dijo a los gritos, superando el estrépito ambiental.
 El tipo, con los ojos entrecerrados por el castigo recibido, pareció reconocerlo.
 Del bolsillo superior de la camisa gris, con manchones de sangre fresca que parecían florearla, extrajo un pañuelo abuyonado y roñoso.
 La Po-Po de lata, con la imagen despintada de Medinabaytía, arquero de Huracán en el '57, se ofrecía a su mirada luego de cincuenta y dos años.
 -Sabía que la tenías...
 Le dijo intentando aferrarla.
 El otro no le dio tiempo; la arrojó por la ventanilla abierta mientras le respondía:
 -Claro. La Po-Po delata...
 El rictus de su boca desfigurada por la paliza podía ser una sonrisa..., aunque quizás no lo fuera; como la de la Gioconda, pensó su antagonista.
 Absorto, contempló como el tipo le pidió permiso para pasar y se bajo rengueando en la Estación Guernica, dejando en su camino abundantes emplastos de sangre.
 Se asomó por la ventanilla pero ya no estaba; se había fundido con la  oscura soledad del lugar.
 Dejó olvidado el bolso.
 Lo abrió.
 Solo contenía cantidad de viejas figuritas apiladas, cruzadas con bandas elásticas.
 Todas eran Po-Po de cartón.

                                                                                FIN