viernes, 27 de julio de 2012

LAS DOS GUERRAS(COMBATE INAUGURAL)

 El arma de obsidiana quedó suspendida sobre el caído.
 Xlocotl, no atinó a descargar su furia bélica.
 No debía matarlo, solo rendirlo, pero..., observó que en derredor los extranjeros, mataban en el campo de batalla.
 Absorto, vio como mataban asquerosamente mediante truenos a distancia, desde animales enormes que parecían constituir parte de ellos mismos, con el poder del estruendo y la dureza del metal, que también protegía a hombres y bestias del armamento de lo mexicas.
 Ellos practicaban un combate de captura del enemigo, no de ejecución letal.
 De esto, se encargaban los sacerdotes provistos de afilados puñales, en los altares ubicados en la cima de los templos, para lograr la gratificación divina; para que el agrado de los dioses adorados con tanta sangre, se esparsa sobre el imperio como un rocío benefactor.
 Una impresión de que para ellos, los mexicas, todo estaba perdido, surcó su mente.
 En el lapso de inmedible fugacidad en el que primó su estupor, su repugnancia por un modo de guerrear no genuino, contrario a la relación de la tierra con el cielo, fue cuando un proyectil de arcabuz hizo impacto en su rostro.
 La faz del campeón del clan de las Águilas, se convirtió en un agujero orgánico, ornado de jirones de carne y huesos.
 El español caído se reincorporó prestamente, buscando su espada.
 Sonrió..., pensando que estos individuos emplumados como pájaros, hacían la guerra como un hato de idiotas. Al grito de ¡Santiago!..., se reincorporó a la batalla.

                                                                              FIN




lunes, 23 de julio de 2012

LA DISTINCIÓN DE UNA BALA

 Dio un giro completo.
 Se halla a cien pasos del otro.
 El amanecer apenas se insinúa, en ese paraje campestre franqueado por arboles añosos, donde se divisa, no demasiado lejos, el blanco casco de la estancia.
 Los padrinos aprobaron el sitio de tiro y distingue la levita negra de su rival, quién lo apunta presto a disparar.
 Que evalúen ellos-piensa-el rigor de mi acto.
 Antes de que el contrincante accione su arma, apoya la suya sobre su sien derecha y gatilla contra si mismo.
 Caído sobre el sendero, entrevé en su agonía al médico, corriendo con su maletín en la diestra, mientras con la otra mano sujeta la galera oscura que le cubre la melena.
 Sabe que se está muriendo, mientras se acercan azorados los demás protagonistas del lance, sumidos en el estupor provocado por esa resolución del duelo.
 ¿Un cobarde que prefirió matarse a matar?...
 Queda a consideración de ellos la calificación de su gesto, adosa a sus pensamientos.
 Intenta esbozar una sonrisa, que se convierte en una mueca de dolor y despedida:
 Su honor está tan mancillado, que aún matando a su ofensor no conseguiría restablecerlo.
 Que quién hizo público su latrocinio a la República, al erario de sus conciudadanos, no cargue con un homicidio. No lo merece, solo expuso la verdad.
 Aunque tampoco iba a permitir que otro decidiera su muerte, era demasiado hombre para eso...
 Un instante antes de expirar, siente una honda tristeza. Ya no verá completarse el levante sobre un campo argentino prodigo en mieses, que van a ser iluminadas por un sol tan radiante, como el de la bandera de guerra.

                                                                                  FIN

domingo, 22 de julio de 2012

RAMÓN EL TURRO

 No un wachiturro...,Ramón era un verdadero turro-en el sentido original del calificativo-un turro de mierda, un tipo pernicioso, jodido, de proceder malsano y avieso.
 Jubilado setentón, durante su período laboral fue detestado por sus compañeros; más aún, odiado.
 En el barrio, ni se le acercaban y lo consideraban como a un apestoso. Como a una escoria humana capaz de practicar la solapada difamación, la calumnia y la falsa denuncia anónima.
 Desde su más tierna infancia, los chicos aprendían a alejarse de Ramón el turro.
 Divorciado desde hacía muchos años, con hijos que evitaban verlo y nietos que no conocía, Ramón el turro, transcurría sus días de felón y cobarde, ensimismado en la furtiva observación de los demás.
 Invertía dinero en ello.
 Contrataba detectives con tecnología de espionaje, para hurgar en la vida de vecinos, contertulios fugaces de distintos centros de jubilados, primos lejanos con los que no tenía trato alguno, así como otros virtuales desconocidos.
 Sus ingresos, provenían de una jubilación decorosa y de medio siglo de ahorrar, privandose de lo suntuario, que para él significaba todo lo que excedía la salud primaria y la alimentación de subsistencia.
 Con el reporte proporcionado por sus investigadores contratados-asunto en el que no reparaba en gastos-había confeccionado un verdadero dossier, basado en los comportamientos y sucesos irrelevantes, de gente con la que ni siquiera se saludaba.
 Justamente, como no pretendía comercializar su archivo en términos periodísticos, marketineros o de chantaje, a Ramón el turro le bastaba, le complacía vilmente, ser tan solo el depositario de la intrascendencia de los demás; al menos, en cuanto a lo que se considera difusión pública de interés.
 El hombre, tenía en su poder gran cantidad de filmaciones de viejitos ingresando a un supermercado, de individuos que iban de su trabajo a su casa o tomaban un café con algún amigo, de mujeres-filmadas con el uso de teleobjetivos-realizando las tareas domesticas de todos los días.
 Quizás, en épocas anteriores a su retiro, Ramón el turro hubiera difamado soterradamente a toda esa gente, pero desde que se dedicaba a ese fisgoneo sistemático, su actitud era de absoluta reserva.
 Es que consideraba que la tarea de la divinidad, consistía en algún aspecto en lo que él hacía:
 recabar y acumular información sobre miles de millones de sus criaturas, que nunca se destacarían particularmente en nada.


 Cuando Ramón el turro murió-víctima de un derrame cerebral en la soledad de su casa-sus vecinos se enteraron en las posteriores semanas debido al mal olor, por lo que llamaron a la policía.
 Luego de que la inicial muerte dudosa, fue considerada muerte natural por la justicia, sus hijos se hicieron de la propiedad y hallaron el conjunto de datos de la irrelevancia ajena.
 Si bien no se sorprendieron demasiado, al descubrir que ellos también habían sido investigados, no llegaron a comprender cierto detalle del archivo y lo atribuyeron al desvarío mental de su progenitor, al que deseaban olvidar lo más rápido posible.
 El hecho era que Ramón el turro, había pagado una investigación sobre si mismo, en la que aparecía su afán de hurgar en las insignificancias que componían la vida de los demás.
 Las carpetas correspondientes estaban rotuladas:
 SI DIOS SE INVESTIGARA A SI MISMO, DESCUBRIRÍA QUE SU POTESTAD NO ES INFINITA.
  Los hijos, decidieron quemar todo el material como si estuviera maldito, en los fondos de la vivienda. Emplearon para tal menester la gran parrilla que nunca utilizó el difunto, quizás por la connotación social que poseía esa estructura de manpostería, que parecía remitir al acto de compartir, incluso de invitar.

                                                              FIN

sábado, 21 de julio de 2012

LAS ALAS DEL CATACLISMO

 El hecho en sí, le resultaba repugnante, pero sabía que debería proceder antes de que la mariposa remonte vuelo.
 Era un ejemplar que derrochaba belleza, aún inmóvil sobre el tallo verde.
 Si fuera poeta-pensó-diría que parece un alarido de colores..., pero quedaba poco tiempo y no podía dedicarse a la delectación visual.
 Con un diario enrollado-él aún era afecto al soporte gráfico de la información-descargó un golpe de neta contundencia sobre el indefenso insecto, que provocó como un estallido orgánico, el desmenuzamiento y dispersión de las partes compositivas.
 Alguien debía hacer la tarea sucia..., reflexionó, mientras arrojaba el diario emplastado al recipiente de residuos.
 Japón no puede soportar otro terremoto con tsunami..., fue el colofón a su razonamiento, recordando la teoría del caos y su inherente efecto mariposa.
 Se alejó del jardín, sintiéndose el salvador del Nippon Koku.
 Kamikaze:viento divino..., la tempestad que salvó al Imperio del Sol Naciente de la invasión mongol.
 Nuevamente se producía la intervención de los dioses del Shinto, esta vez, mediante su mano.
 Aunque en esta oportunidad, ciento veintisiete millones de japoneses nunca se enterarían de su acción salvadora. Se notó entristecido:
 No es que esperara un reconocimiento oficial por su acto-él siempre hizo el bien en forma privada-pero a veces consideraba que su modo de interpretar los conceptos era, por decirlo de alguna forma aproximada, excesivamente literal.
 Quizás la mariposa deslumbrante podría haber seguido volando, sin que su aleteo ocasionara la desaparición del país de la flor del cerezo..., de todos modos, ya era tarde para comprobarlo.
 Apuró sus pasos aterrorizado, al sentir que la tierra palpitaba bajo sus pies, dado que se hallaba en otra zona sísmica, en Valparaiso.
 Con horror, sintió un sordo rumor del lado del mar, como si el Pacifico bullera y arrastrara todo a su paso. Mientras el suelo se agrietaba, pensó que una mariposa pudo iniciar su vuelo en Japón..., en el otro extremo, sin que nadie se lo haya impedido.

                                                                        FIN  
 

viernes, 13 de julio de 2012

PEATÓN EN EL CENTRO

 Miró a sus costados: la marea humana proseguía en su circulación por la avenida céntrica, ajena a las circunstancias personales que le concernían a él.
 Sin reparar en su persona, que en lo visible, no se destacaba del resto por ninguna extravagancia notoria o alteración del comportamiento público, así como no poseía señas particulares expuestas.
 Reparaban en él,  al efectuarle pedidos de disculpas si lo rozaban accidentalmente y no reparaban, al no tomarlo en cuenta en el conjunto de transeúntes.
 Por esa razón, nadie detectó entre miles de peatones y automovilistas, que durante cinco minutos, él fue abducido..., como absorbido por una inteligencia exógena.
 Desmaterializado y vuelto a materializar.
 Tenía la plena certidumbre de que ocurrió de ese modo.
 También, ciertos recuerdos de esos cinco minutos fuera de su historia personal; de la concatenación biológica, vivencial y memorística, que configuraban su identidad única e intransferible.
 Durante esos cinco minutos, fue otro; quizás algo indefinible..., pero no fue él.
 Reflexionó sobre el poder extraordinario que permitió disolver a alguien en medio de una multitud, para luego incorporarlo a la misma multitud de la que fue extraído.
 ¿Como puedo referir lo sucedido, sin que me califiquen de loco, delirante o embustero?...
 Agregó a sus cavilaciones, caminando por el Centro como si no hubiera pasado nada.
 Decidió no difundir su caso, que se convertía en secreto.
 Observó el tráfago humano que lo rodeaba: nunca sabrían lo acontecido ante su vista.
 Quizás, no merecían saberlo..., fue su conclusión mental.
 Apretó fuertemente con su diestra, un objeto que llevaba en un bolsillo de su saco. Se trataba de algo de forma irregular, definido por él como "oscuramente rutilante", al que nadie podría adjudicarle un propósito funcional -aunque podría llegar a suponerse que lo tenía- ni descifrar de que material estaba hecho.
 Él lo sabía..., al haber sido partícipe de un suceso extraordinario, él, simple peatón en el Centro.

                                                                 FIN








miércoles, 11 de julio de 2012

EL FAROL DEL DIABLO

 En unos pocos segundos, interpretó la situación.
 No importa como entraron. Eran tres, uno lo despertó a cachetazos y los otros lo apuntaban.
 Se incorporó torpemente, pero una patada sobre la zona tibial derecha-mediante un borceguí con puntera de acero-lo hizo caer de rodillas mientras profería un  agudo gemido.
 Temió haber sido fracturado y pensó que se desmayaba del dolor.
 También, que lo iban a matar; que se acabó todo, que no accedería al nuevo puesto gerencial, que nunca tendría un  hijo con Solange.
 Por suerte, ella no estaba; se había ido a visitar a su madre en Bragado.
 ¿Por que no ladró el perro?..., de todos modos, eso ya no importaba.
 -Danos la guita de la indemnización.
 Le dijo el que no estaba armado.
 O sea que no fue al voleo..., pensó.
 Alguno de la oficina vendió el dato..., agregó a su evaluación mental.
 El revés que le propinaron resonó rotundo, en el silencio de la noche.
 Escupió un canino inferior, entre un espumarajo de sangre.
 -Danos las setenta lucas o te deshacemos de a poquito...
 Esta vez, habló uno de los que lo encañonaban.
 -La guita está en una caja de ahorro...
 Dijo con voz entrecortada por el sufrimiento.
 -Mentira. La tenés aquí, para saldar en el día de hoy el 0 km. que señaste.
 Se lo dijo el que estaba desarmado, al menos, a la vista.
 Saben todo..., pensó, viendo los tres rostros enmascarados con pasamontañas.
 Como asiduo jugador de poker, conocía el valor de un farol, o sea, una impostura disfrazada de realidad; solía emplear con éxito, este recurso del juego.
 -Vds. saben todo sobre mí, deben saber que juego al poker con Natalio, el de la oficina.
 Me ganó sesenta y tres mil al Texas Holdem..., los siete mil que quedan están en ese florero, en una bolsita de polietileno bajo el agua.
 Los tres se miraron entre ellos.
 Esta vez, la patada que recibió fue en el estómago.
 Vomitó varias veces, incluso, después que se fueron.
 Casi arrastrándose, levantó la baldosa del patio donde escondía los sesenta y tres mil restantes.
 Sonrió..., con la boca parcialmente desdentada.
 Un farol perfecto..., pensó con regocijo, a pesar de perder siete mil pesos, un diente y la sensación de sentirse seguro en su domicilio.


 Natalio Andrés Miraldi sintió que el corazón le fallaba, cuando los tipos con los que estableció una oscura sociedad a los fines de quedarse con la indemnización de un compañero de trabajo y de poker, le exigían sesenta y tres mil pesos que no tenía aplicándole los cables pelados de un velador sobre sus testículos, a modo de improvisada picana.
 Mientras intentaba gritar bajo el pañuelo con el que lo amordazaron, sintiendo que el dolor atroz provocado por la electricidad circulando por su cuerpo podría provocarle un paro cardíaco, estimó que ciertas asociaciones además de ilícitas pueden resultar fatales; afiebradamente, con desesperación, comprendió que a pesar de ser un inveterado jugador de poker no se le ocurría un farol válido, mientras sus eventuales socios estaban próximos a matarlo.

                                                                       FIN

lunes, 9 de julio de 2012

EL SUEÑO DE LOS JUSTOS

 "Padre nuestro que estás en el sueño, hazme entrar a tu reino..."
 Gustavo Alejandro Lagunta se cuestionó, a sus cuarenta y dos años, casado en primeras nupcias con una mujer a la que amaba, con dos hijos afectivos y saludables y un puesto de responsabilidad en una empresa de servicios, como aún podía seguir pronunciando esa oración, de índole profana, como lo hacía de niño para poder dormirse.
 Décadas acompañándolo...
 Todas las noches, en la soledad del baño o de su cuarto, superando mudanzas y estados anímicos, musitaba el conjuro que le garantizaba un sueño tranquilo, como resguardado.
 Lo hacía de rodillas y emitía las palabras en voz muy baja, que proseguían con una fórmula invertida:
 "Reino a tu entrar hazme, sueño con el que estás nuestro padre"...
 Como un mantra, pero no lo era.
 Sabía que se trataba de una desviación del padrenuestro de su infancia católica, que devenía en un secreto no comentado ni a familiares directos, amigos, pasadas novias, esposa.
 Alguna vez, estuvo próximo a hacérselo saber a una psicóloga con la que tuvo algunas sesiones de terapia, pero las interrumpió antes de que esto sucediera.
 Fue exceptuado del servicio militar por número bajo; además del regocijo usual por la suerte favorable, sintió un enorme alivio por no tener que seguir preocupándose, por como mantener la intimidad de la ceremonia si era llamado a filas.
 Las pocas veces que fue de campamento, de niño y adolescente, se apartaba de modo furtivo del resto para poder practicar en secreto el ritual personal.
 Hoy interpretaba que en esa fraseología absurda, no dirigida a ningún padre sobrenatural que pudiera identificar, él ritualizaba su miedo a la noche; más concretamente, su temor al ámbito de descontrol que concierne al universo onírico.
  Podría suponer que el resultado fue positivo: nunca tuvo pesadillas ni sueños inquietantes, ni padeció insomnio.
 Las veces que durante su primera juventud, se acostaba por la mañana luego de una noche de diversión y algunos excesos, realizaba el ceremonial de rigor, a pesar del aturdimiento provocado por el alcohol ingerido.
 Pero a sus cuarenta y dos años, quería finalizar con esa unción que ya le parecía extravagante, por no decir estúpida, dirigida a una potestad tan extraña como innominada.
 ¿Quién era ese padre y cual era ese reino tras la vigilia, al que debía encomendarse?...
 Sin respuestas a su requerimiento -hallándose en el baño- esa noche decidió incumplir con el conjuro privado que repitió desde sus nueve años, inexorablemente, todas las noches.
 Aprovechó que se hallaba agotado luego de un día de trabajo intenso, para intentar dormirse de inmediato, mientras su mujer se hallaba viendo televisión en el living y los chicos ya se hallaban acostados.
 Su sueño fue tranquilo, casi beatífico, pero no despertó del mismo.


 Como suele ocurrir tras la muerte súbita de alguien que no registraba patologías del corazón preexistentes, al desconsuelo de deudos y amigos del difunto, se agregaba el desconcierto ante lo imprevisible de la falla cardíaca que sufrió.
 Hasta la viuda, fue objeto de una reservada maledicencia en la que se la señalaba como responsable, debido a una noche de alta exigencia del débito conyugal.
 Durante las exequias, la mujer reparó en una ofrenda floral llegada a último momento.
 En la banda de raso se leía:
 Padre nuestro que estás en el sueño, hazme entrar a tu reino...
 Recordó que algunas veces escuchó a quién fuera su marido, salmodiar esas palabras mientras se hallaba en el baño, antes de acostarse.
 En esos momentos, le pareció como que rezaba.
 Siempre discreta durante su matrimonio, nunca le mencionó el hecho, aunque le resultaba gracioso que alguien usara el baño como oratorio.
 Pero ahora que veía la frase impresa en letras satinadas, estimó no sin cierto íntimo reproche que su fallecido esposo le había ocultado algo, quizás trascendente. Aunque por otra parte, con ánimo de atenuar la recriminación póstuma, consideró que quizás el finado tampoco conocía los alcances de tal trascendencia.

                                                                         FIN

martes, 3 de julio de 2012

A LA LARGA, TODOS SOMOS BOLETA...

 El "Flaco", comprendió el sentido de la frase emitida por el tipo que lo apuntaba.
 Alguna vez compartieron birras y porros; quizás le quería transmitir un consuelo casi póstumo, como las condolencias al propio muerto. Un: lo siento, no se trata de nada personal.
 Era cierto, él se quedó con un vuelto menor de una transa, que aún lo tenía encima, pero la banda de los peruanos no daba posibilidades de restituir lo tomado. Había que aplicar un castigo ejemplificador, disuasorio de posibles transgresiones futuras; cualquier miembro podía ser elegido para ejecutarlo.
 Antes de la detonación, en un instante inmedible, el "Flaco" interrogó a su dios, sobre la equidad de las oportunidades en el reino de este mundo. En su caso, nunca una ventaja, por lo que aunque a la larga todos somos boleta, él ya lo era a la corta, antes de la mayoría de edad.
 Caído en el pasillo barroso de la villa, sufría el dolor de la herida mientras escupía sangre y rencor.  Supo que moriría sin que nadie tomara venganza; sin que su ausencia importara.
 Cuando su respiración ya se interrumpía, quiso rebelarse a la respuesta divina, nebulosamente entrevista, de que ya no había más tiempo para él; de que eso fue todo, para sus diez y seis años.

                                                                 FIN