lunes, 9 de julio de 2012

EL SUEÑO DE LOS JUSTOS

 "Padre nuestro que estás en el sueño, hazme entrar a tu reino..."
 Gustavo Alejandro Lagunta se cuestionó, a sus cuarenta y dos años, casado en primeras nupcias con una mujer a la que amaba, con dos hijos afectivos y saludables y un puesto de responsabilidad en una empresa de servicios, como aún podía seguir pronunciando esa oración, de índole profana, como lo hacía de niño para poder dormirse.
 Décadas acompañándolo...
 Todas las noches, en la soledad del baño o de su cuarto, superando mudanzas y estados anímicos, musitaba el conjuro que le garantizaba un sueño tranquilo, como resguardado.
 Lo hacía de rodillas y emitía las palabras en voz muy baja, que proseguían con una fórmula invertida:
 "Reino a tu entrar hazme, sueño con el que estás nuestro padre"...
 Como un mantra, pero no lo era.
 Sabía que se trataba de una desviación del padrenuestro de su infancia católica, que devenía en un secreto no comentado ni a familiares directos, amigos, pasadas novias, esposa.
 Alguna vez, estuvo próximo a hacérselo saber a una psicóloga con la que tuvo algunas sesiones de terapia, pero las interrumpió antes de que esto sucediera.
 Fue exceptuado del servicio militar por número bajo; además del regocijo usual por la suerte favorable, sintió un enorme alivio por no tener que seguir preocupándose, por como mantener la intimidad de la ceremonia si era llamado a filas.
 Las pocas veces que fue de campamento, de niño y adolescente, se apartaba de modo furtivo del resto para poder practicar en secreto el ritual personal.
 Hoy interpretaba que en esa fraseología absurda, no dirigida a ningún padre sobrenatural que pudiera identificar, él ritualizaba su miedo a la noche; más concretamente, su temor al ámbito de descontrol que concierne al universo onírico.
  Podría suponer que el resultado fue positivo: nunca tuvo pesadillas ni sueños inquietantes, ni padeció insomnio.
 Las veces que durante su primera juventud, se acostaba por la mañana luego de una noche de diversión y algunos excesos, realizaba el ceremonial de rigor, a pesar del aturdimiento provocado por el alcohol ingerido.
 Pero a sus cuarenta y dos años, quería finalizar con esa unción que ya le parecía extravagante, por no decir estúpida, dirigida a una potestad tan extraña como innominada.
 ¿Quién era ese padre y cual era ese reino tras la vigilia, al que debía encomendarse?...
 Sin respuestas a su requerimiento -hallándose en el baño- esa noche decidió incumplir con el conjuro privado que repitió desde sus nueve años, inexorablemente, todas las noches.
 Aprovechó que se hallaba agotado luego de un día de trabajo intenso, para intentar dormirse de inmediato, mientras su mujer se hallaba viendo televisión en el living y los chicos ya se hallaban acostados.
 Su sueño fue tranquilo, casi beatífico, pero no despertó del mismo.


 Como suele ocurrir tras la muerte súbita de alguien que no registraba patologías del corazón preexistentes, al desconsuelo de deudos y amigos del difunto, se agregaba el desconcierto ante lo imprevisible de la falla cardíaca que sufrió.
 Hasta la viuda, fue objeto de una reservada maledicencia en la que se la señalaba como responsable, debido a una noche de alta exigencia del débito conyugal.
 Durante las exequias, la mujer reparó en una ofrenda floral llegada a último momento.
 En la banda de raso se leía:
 Padre nuestro que estás en el sueño, hazme entrar a tu reino...
 Recordó que algunas veces escuchó a quién fuera su marido, salmodiar esas palabras mientras se hallaba en el baño, antes de acostarse.
 En esos momentos, le pareció como que rezaba.
 Siempre discreta durante su matrimonio, nunca le mencionó el hecho, aunque le resultaba gracioso que alguien usara el baño como oratorio.
 Pero ahora que veía la frase impresa en letras satinadas, estimó no sin cierto íntimo reproche que su fallecido esposo le había ocultado algo, quizás trascendente. Aunque por otra parte, con ánimo de atenuar la recriminación póstuma, consideró que quizás el finado tampoco conocía los alcances de tal trascendencia.

                                                                         FIN

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