lunes, 23 de julio de 2012

LA DISTINCIÓN DE UNA BALA

 Dio un giro completo.
 Se halla a cien pasos del otro.
 El amanecer apenas se insinúa, en ese paraje campestre franqueado por arboles añosos, donde se divisa, no demasiado lejos, el blanco casco de la estancia.
 Los padrinos aprobaron el sitio de tiro y distingue la levita negra de su rival, quién lo apunta presto a disparar.
 Que evalúen ellos-piensa-el rigor de mi acto.
 Antes de que el contrincante accione su arma, apoya la suya sobre su sien derecha y gatilla contra si mismo.
 Caído sobre el sendero, entrevé en su agonía al médico, corriendo con su maletín en la diestra, mientras con la otra mano sujeta la galera oscura que le cubre la melena.
 Sabe que se está muriendo, mientras se acercan azorados los demás protagonistas del lance, sumidos en el estupor provocado por esa resolución del duelo.
 ¿Un cobarde que prefirió matarse a matar?...
 Queda a consideración de ellos la calificación de su gesto, adosa a sus pensamientos.
 Intenta esbozar una sonrisa, que se convierte en una mueca de dolor y despedida:
 Su honor está tan mancillado, que aún matando a su ofensor no conseguiría restablecerlo.
 Que quién hizo público su latrocinio a la República, al erario de sus conciudadanos, no cargue con un homicidio. No lo merece, solo expuso la verdad.
 Aunque tampoco iba a permitir que otro decidiera su muerte, era demasiado hombre para eso...
 Un instante antes de expirar, siente una honda tristeza. Ya no verá completarse el levante sobre un campo argentino prodigo en mieses, que van a ser iluminadas por un sol tan radiante, como el de la bandera de guerra.

                                                                                  FIN

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