miércoles, 29 de agosto de 2012

ÓRBITA EXTREMA

 Esa noche, habían asistido a la proyección de Alphaville, de Godard, en el Lorraine.
 Los diez y ocho años de ambos iniciales pensadores, bisoños, pero curtidos en caminatas por Corrientes y cafés en el Politeama, de largas veladas donde poesía y revolución se amalgamaban en el vislumbre de un futuro extremadamente luminoso, parecieron conjugarse en el ímpetu juvenil de crear una revista literaria, desarrolladora de conceptos.
 Pidieron un café acompañado de una ginebra -copa chica- cada uno, para sellar el mutuo compromiso que asumían entre el bullicio de La Comedia -Corrientes y Paraná- de generar el nacimiento de un fulgor de las ideas transmitido a la letra, donde Macedonio Fernández confraternizaría con Lenin.
 Ni la sombra de los bigotazos de Onganía, avizorada en la proximidad de la historia, podía opacar el entusiasmo de los jóvenes idealistas, creativos, alejados de las formulaciones arquetípicas-pequeñoburguesas- que los acunaron.
 Le dieron un nombre a la publicación:
 Órbita Extrema
también un Norte y un aproximado manual de estilo.
 Trazaron las líneas de diagramación y nominaron las secciones.
 Generaron un sinfín de epígrafes y acápites. Se conmovieron con poemas de Mao -que figuraban en las ediciones semiclandestinas de Pekin Informa, en papel biblia- y con párrafos de Kafka; con frases de Miguel Grinberg escritas en Eco Comtemporáneo, así como  con la precisa enunciación cuentística de Borges en El Aleph.
 Abrazándose entusiasmados, abandonaron el café egregio rumbo a sus casas; se despidieron en la esquina del Ramos, en diagonal a La Paz, donde paraba Julian Centeya, quién atraía a los jóvenes intelectuales que redescubrían el tango, de la mano de Piazzolla, Rovira y Cedrón.
 Órbita Extrema..., Ricardo Furner se deleitaba mentalmente con el nombre; la revista sería una síntesis paradigmática de los conceptos que marcaban una época.
 Daniel Zabotansky, a su vez, consideraba que la publicación resultaría apertora en ideas y desestructurada en su expresión.
 Ambos, ya solos, confluían mentalmente en su ímpetu creativo.
 Posteriormente a esa noche, los amigos compartieron muchas más, pero Órbita Extrema parecía estar cada vez más alejada del sol..., o de la luna, dada la afición noctámbula de sus artífices o más ciertamente, de la realidad concreta.
 Es que había que escribirla, conseguir el material proveniente de terceros, financiarla...
 No abandonaron el proyecto. Simplemente, no lo llevaron a cabo.
 O dicho de otro modo, la convirtieron en un mensuario mental, verbalizado.
 Con solo dos suscriptores, ellos mismos, que también oficiaban de editores y consejo de redacción.
 A veces, circunstancialmente, alguien prestaba una peregrina atención a la sección El Portisculus de la Plástica en el último número, declamada memorísticamente por Ricardo, pero de inmediato se sumía en la lectura de un poema de Luis Luchi, en el viejo café El Colombiano.
 En otra oportunidad, era Daniel el que pregonaba un comentario cinematográfico referido al Ocho y Medio de Fellini.
 El editorial, generalmente, era una conversación entre ambos apelando al recurso del diálogo.
 Lo cierto es que la revista mental estuvo vigente tres números, con periodicidad mensual.
 Su interrupción abrupta, se dio porque Daniel no supo nada más de Ricardo.
 Las llamadas telefónicas a su domicilio, vivía con sus padres y un hermano, no eran contestadas.
 Una vez, Daniel fue a buscarlo.
 Tenía la dirección del departamento, en la Av. Independencia, aunque no había estado con anterioridad.
 El portero le dijo que la familia Furner, había alquilado la unidad por pocos meses y se mudaron sin dejar ninguna indicación sobre su nuevo domicilio.
 Daniel, se sintió azorado ante la ausencia del amigo y su silencio.
 Añoró los guisos de lentejas compartidos en El Farolito de la cortada Tres Sargentos, donde los manteles eran papel de strass que los comensales llenaban de párrafos y poemas, que luego iban a parar a la basura como si se tratara de un singular arte efímero. A veces, si les sobraban algunos pesos de sus magros peculios, pasaban por el cercano Bar Baro recientemente inaugurado, donde restallaban las pinturas de Jorge de la Vega.
 Lo buscó por otros sitios que frecuentaban juntos: el Di Tella, el café Moderno, donde envidiaban a Sergio Mulet -director de la revista Opium, que vio a la luz un único número- del que se decía que gracias a su facha conseguía el mecenazgo de damas ricas y maduras, quienes solventaban todos sus gustos y divagues.
 Dio parte a otros conocidos y conocidas de esa extraña desaparición, pero nadie le aportó datos significativos.
 Incluso, hallándose con su novia -el término, en los ambientes intelectuales resultaba inapropiado- le pareció verlo: caminaba como furtivo, mientras encendía un último 43 70 y arrojaba el atado estrujado a la vereda de Corrientes casi esquina Uruguay.
 Eran los que su amigo fumaba.
 Dejó bruscamente a Elisa (quien no tenía para pagar la consumición en La Giralda, donde se hallaban) y se lanzó tras ese individuo que le pareció Ricardo.
 El muchacho que entró a El Foro no era él; solamente parecido, con un ejemplar de Nanina de Germán García bajo el brazo.
 Retornó a La Giralda recordando el epígrafe, que Ricardo  Furner plasmó mentalmente para la sección Epístolas desde el Vacío, que estaba a su cargo:
 SOY UN ECLÉCTICO, EN BUSCA DE UN SINCRETISMO HETERODÓXO
 ¿Donde lo buscaría, Ricardo?..., pensó, sentándose nuevamente a la mesa para alivio de Elisa, que subrayaba párrafos del Adán Buenosayres reeditado por Sudamericana ese año.
 Antes de volver al análisis conjunto del texto marechaliano, le declamó la sección Panorama desde la Mierda, que se hallaba a su cargo; era del último número de la revista mental, interrumpida su periodicidad, desacoplada en los componentes que la integraban simbioticamente como si fuera un organismo expresivo vivo.

 Daniel, con el transcurso de los años, se fue olvidando de su amigo y colaborador, aunque nunca le cerró lo abrupto de su desaparición.
 Tres décadas después, como distinguido psiquiatra -en el `68, cambió filosofía por medicina en la Universidad de Buenos Aires- en una tarde en la que se hallaba en el Borda en cumplimiento de actividades profesionales, detectó en un interno ciertos rasgos fisonómicos -distorsionados por una edad imprecisa y los estragos de la locura y el alcoholismo- que le resultaron vagamente conocidos.
 No era paciente suyo, pero decidió averiguar sobre el caso.
 Pudo enterarse que se trataba de un individuo sin datos de filiación, recientemente ingresado a través de la fuerza pública que lo halló en cercanías de la Estación Constitución, donde agredía de hecho a travestis y prostitutas en medio de un discurso delirante. Se lo consideraba peligroso para si mismo y para los demás.
 Cuando el Dr. Zabotansky se adentró en el caso, pudo saber que el sujeto vociferaba sobre una revista mental -sin soporte gráfico ni digital- de la que no podía conseguir la mitad del texto de los tres números que aparecieron.
 Daniel lo fue a buscar de inmediato, pero estaba muerto en la enfermería. Padecía una cirrosis terminal.
 Fue sepultado como NN, aunque el Dr. Daniel Zabotansky consideró que debía serlo como R.F. y que su óbito, implicaba tornar indescifrable una parte de si mismo, cuyo nexo era otro que nunca se quiso identificar como tal.

                                                                  FIN






martes, 28 de agosto de 2012

ELECTRIC ROOM

 El proyecto de John Pitney Stewart-descendiente de Harold Pitney Brown, colaborador de Edison-presentado a los organismos oficiales de los Estados Unidos en 1918, establecía un concepto si bien no precisamente piadoso, al menos de casi póstuma reinserción social, respecto al destino de los condenados a la pena de muerte en el país del Norte, mediante el método de la silla eléctrica.
 En términos generales, consistía en instalar en la sala verde-donde se hallaba ubicado el elemento de ejecución-la ambientación de un living comedor, con cuatro de estos artefactos letales en torno a una mesa común, como la existente en cualquier hogar de la época.
 Como sería dable suponer, la idea era realizar ejecuciones grupales, apelando al sentido gregario, intrínseco a la especie humana.
 El ingeniero Stewart también se basó en estadísticas confiables, que aseveraban que el último deseo de los reos a quienes les esperaba la pena capital-que por tradición era cumplido por parte de la autoridad-se hallaba referido a la ingesta alimentaria. Obviamente, los pedidos sexuales eran impensables en aquellos tiempos, aún para los más transgresores criminales.
 En cuanto a lo concerniente a bebidas alcohólicas, la comida podría acompañarse a lo sumo por una copa de vino y hasta una de coñac o whisky para la sobremesa; esto poseía particular valor para la propuesta de Stewart, ya que permitiría a los inminentes ejecutados un  brindis con  sus pares, lo que les brindaba un postrer vestigio de humanidad, la que fue deshonrada en su vida anterior. Por cierto, para Stewart, la clave consistía en compartir el deseo común de una buena cena, lo que podría generar una conversación inteligente y reparadora que llevara al arrepentimiento tardío pero veraz, de la infamia que generó los hechos concurrentes al final que les esperaba.
 Los aspectos tecnológicos del asunto, establecían que la diestra de los condenados a la pena máxima se hallara no sujeta al apoyabrazos de la silla, para que el individuo pudiera emplear un cubierto que podría ser cuchara o tenedor, dado que la comida llegaría debidamente fraccionada para que resulte prescindible el uso del cuchillo.
 Por otra parte, a los fines de evitar posibles autolaceraciones o al menos atenuarlas, el único dedo que quedaría libre sería el pulgar, estando los restantes inmovilizados mediante una banda de caucho; esta condición no impediría poder aferrar vaso, taza, servilleta, así como sujetar el cigarro que coronaría la última pitanza.
 Agencias gubernamentales de la época, estudiaron el tema enfocándolo desde diferentes ángulos, resultando su dictamen favorable al proyecto.
 En lo que respecta a lo legal-operativo, solo era cuestión de establecer una fecha común para la ejecución de cuatro condenados, lo que prolongaría la estadía en el reino de este mundo de los mismos,  dado que habría que conjugar los tiempos judiciales de cada uno de ellos con los del resto; esto resultaba en una especie de piedad burocrática, que podría significar una gracia adicional para los sentenciados.
 Pero cuando ya se estaba próximo a concesionar el montaje del living-comedor de la muerte-incluyendo la provisión del probable catering-surgió una objeción residualmente valorada, pero que impactó en la esencia del proyecto, incluso, en su aceptación por parte de la opinión pública.
 Esta consistía en que los condenados a morir en la silla eléctrica, se oponían a participar en una última cena colectiva.
 Consideraban que esto era una afrenta, al espíritu individualista norteamericano, legado por los padres fundadores.
 Explicaban que una cena en conjunto, resultaba un escarnio superior a la aplicación de la pena capital.
 Dado que la índole de la vigilia previa a la ejecución, era un proceso tan personal, sería un exceso de poder que el Departamento de Justicia de los Estados Unidos los obligara a aceptar convidados desconocidos, en lo que sería su cena póstuma.
 Cabe agregar que algunos se refirieron con particular sensibilidad, al hecho de que podría llegar a configurarse una especie de confraternización racial, indecorosa para la solemnidad del momento; por cierto, este criterio provenía de convictos sureños, caucásicos, cuyo miedo era que le sentaran un negro al lado.
 Por otra parte, los condenados estimaban que la idea parecía una propuesta de la recientemente triunfante revolución bolchevique, con sus programas de colectivización forzosa.

  Aunque todos los funcionarios intervinientes, consideraron que los abogados de los condenados a la pena extrema, influenciaron a sus defendidos con fines de prestigio personal, el proyecto del living-comedor de la muerte fue abortado en su aplicación, mientras se sucedían los homenajes a la tropa expedicionaria que había regresado de la Gran Guerra.
 Por lo tanto, la silla eléctrica y el último deseo gastronómico de los condenados a la misma, siguió siendo un asunto estrictamente individual.
 El sujeto de la inminente electrocución, solo cenaría con los fantasmas de su pasado en la aridez de una noche sin futuro, doblegado por el recuerdo oprobioso de los crímenes que ejecutó o quizás...¿Porque no?..., solazándose en íntimo regocijo.

                                                                          FIN

lunes, 27 de agosto de 2012

"JIMMIE" EN EL PACÍFICO

Jim Kelby, "Jimmie", a sus diez y nueve años, había quemado vivos a decenas de hombres..., de nacionalidad japonesa.
 "Jimmie" portaba el lanzallamas.
 Las ráfagas de fuego del instrumento bélico, limpiaban de enemigos las entrañas de las islas del Pacífico.
 Sus camaradas, comprendían la importancia de su función en esa guerra implacable, pero no podían dejar de sentir cierta repugnancia, ante el empleo de esa arma que abatía por calcinación.
 En lo que respecta a los enemigos, de haber sido reducidos, cuando veían a "Jimmie", sobre su espalda la mochila blindada que generaba el chorro de fuego y su índice presto a accionar el gatillo de la pistola de ignición, levantaban rápidamente los brazos, rendidos, aunque el ejercito imperial prohibía tal comportamiento.
 Ciertamente..., si bien morir a tiros de fusil o ametralladora, no implicaba ningún final piadoso, hacerlo convertido en una tea humana, motivaba la imagen de un grado aún más avanzado en la escala de la atrocidad.
 A su vez, la propia índole espantosa del artefacto, parecía nimbar siniestramente a su operador. "Jimmie", el chico manso de Arkansas, era mencionado por sus camaradas de armas como el "cocinero de nipones".
 Su natural buen talante y el eficiente servicio militar que prestaba, se desvanecían en la estima de los soldados fusileros y ametralladoristas, que lo consideraban algo así como un sádico pirómano de carne humana.
 En cuanto a los del sol naciente, si llegaban a capturarlo lo ejecutarían de modo sumario, sin brindarle status de prisionero de guerra; aunque dado el trato que los japoneses le dispensaban a los de esa condición, quizás este final le resultara favorable.
 Alguien podría preguntarse porqué los demás soldados, estigmatizaban al del lanzallamas, un joven movilizado como ellos, que los favorecía con su actuación y cumplía ordenes.
 Pero..., "Jimmie" era un lanzallamista voluntario.
 Eligió operar el maldito dispensador de fuego y lograr la designación por parte de sus superiores.
 Lógicamente, el rechazo que "Jimmie" percibía en los demás, incluso en los sargentos y en el teniente a cargo de la sección, transformó su carácter apacible, tendiente a la amistad y la confraternización, en hosco y reconcentrado.
 La guerra en la jungla era una amalgama de calor inclemente, insectos que martirizaban la piel, llagas infectadas, lluvias en torrente y en las cabeceras de playa, un sol que de brutal, parecía traspasar los sombreros de lona y convertir los cascos en calderas. Abruptamente, ese sol cedía paso al agua, que empapaba y humedecía todo, favoreciendo la aparición de fiebres tropicales que dejaban a los hombres desvalidos, como en un estado de sopor en el que nada importaba.
 A su vez, las emboscadas, las trampas instaladas por el enemigo y ese miedo sordo de los combatientes que percibían que cada segundo podría ser el último, impulsaban al compañerismo y al mutuo apoyo, tanto físico como moral.
 Cuando se concluyó la construcción de la pista de aterrizaje, las condiciones de vida mejoraron en algo y el arribo de correspondencia, fundamental para el ánimo del soldado, se tornó más fluido.
 Así "Jimmie" se enteró que la chica que le gustaba, no quería seguir recibiendo cartas suyas, luego de haberle referido cual era el arma que tenía asignada.
 Incluso su padre, parecía preocupado por como sería su retorno a la civilidad, después de haber experimentado emplear el arma maldita..., por su propia decisión.
 Su hermano de diez y seis años, para quién al dejar el hogar era un héroe, apenas le escribía, mientras que su madre-bautista altamente observante-solo le refería que lo tenía siempre presente en sus oraciones, recomendándole entonar el himno "Soy un soldado cristiano...", antes, durante y después de la batalla, a la que sin duda sobreviviría integro.
 Nadie lo reconfortaba a "Jimmie". Tampoco el himno recomendado por su madre le resultaba un consuelo ante las inclemencias de la guerra: le hacía evocar la escuela dominical de su infancia, que siempre le resultó tan agobiante como su inculcado temor a Dios.
 Por que eligió convertirse en el servidor del lanzallamas, para él era muy simple:
 Con esa arma se sentía más protegido que con las otras que empleaba la infantería.
 Era una cuestión de supervivencia.
 "Jimmie" no quería morir, como todo soldado, pero a su vez, con el agregado de que aún era virgen. A pesar de las imagenes lascivas que bullían en su mente desde hacía varios años, que a veces le hacían tensar su diestra en una práctica que consideraba reprobable y en ocasiones, impregnaban sus calzoncillos con poluciones nocturnas que al despertar le parecían untuosidades vergonzosas.
 La oración, podía serle válida para compensar sus debilidades, pero en tiempos de paz. La guerra en la que se hallaba inmerso, con su olor a muerte e inmundicia, parecía consumir sus deseos de ser un buen cristiano y casarse con una muchacha decente de la comunidad, superar las tentaciones de la lujuria mediante el matrimonio y dedicarse a procrear sanamente muchos niños.
 Sus buenas intensiones, parecían consumirse como los enemigos a los que incineraba en cavidades y escondrijos, en la infame realidad que vivía sin atenuantes.
 Sus planes se iban quemando junto con los japoneses politeístas, entre el desdén de los de su sección y el asco que percibía en la mirada del Teniente Callfort, cuando procedía a la carga de su artefacto letal.
 Hipócritas..., pensaba "Jimmie", hato de hipócritas que desprecian al que hace la tarea sucia que los favorece.
 Estas consideraciones íntimas, intransferibles, debido al aislamiento al que lo sometían, fue incrementando en su temperamento una honda introversión.
 A su vez, el acecho de la muerte, a través de esos demonios amarillos de ojos rasgados, se le estaba convirtiendo en insoportable.
 Ni el lanzallamas-del que siempre se hallaba cerca-parecía brindarle esa protección, que al comienzo de sus días en la isla consideraba de índole superior, como mística.
  Otra cuestión que favorecía su apartamiento de los demás, es que "Jimmie" no bebía, no fumaba, no mascaba goma ni jugaba por dinero; tampoco se regodeaba con los pechos turgentes de Jane Russell, los mismos que enloquecían al magnate Howard Hughes, impresos en revistas que los demás se jugaban al poker.
 Cuando los otros se dedicaban a esos menesteres, "Jimmie" leía la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, pero su unción se debilitaba con el transcurrir de los días y se daba cuenta de ello.
 De todos modos, este comportamiento le generó un segundo apodo por parte de los muchachos:
 "El Cruzado"..., que contribuyó a incrementar la aversión hacia su persona que manifestaba la tropa.
 De hecho, si no era molestado de modo evidente, se debía a que su estatura y el desarrollo de sus músculos disuadían tales conductas.
 A pesar de ello, una mañana que se preparaban para un patrullaje que como siempre, podría finalizar siendo fatal para varios efectivos, el soldado Ronald Ewin-con el Lucky Stricke colgando de sus labios-le pidió fuego, sabiendo que no portaba el Zippo provisto, dado que "Jimmie" consideraba malsano todo lo concerniente al hábito de fumar.
 Ewin sonreía burlonamente, mientras los demás lo observaban risueños, en son de mofa.
 -No fumo.
 Le dijo "Jimmie", al concluir el ajuste de su equipo de combate.
 -Pero fuego te sobra...
 Le contestó el otro, entre ruidosas carcajadas que fueron replicadas por los del resto del pelotón, quienes a su vez, agregaban diferentes puyas sobre la condición de "varón virtuoso" que le atribuían a "Jimmie".
 Quizás fue el sol que parecía derretir todo, la difusa sensación de no regresar de esa patrulla, la idea de que morir virgen no debería estar en los planes de Dios para con su persona, lo cierto es que "Jimmie" le dio fuego a Ewin..., pero mediante la acción del lanzallamas.
 Ewin se revolvió convulso, encendido como un muñeco de estopa; hasta el casco desabrochado parecía haberse fundido sobre su cabeza.
 Un intenso olor a gasolina impregnó la zona, mientras los restantes soldados corrían a resguardarse entre exclamaciones de horror.
 "Jimmie", solo atinó a pensar en los fuegos del infierno que abrazaban a un pecador irredento...,cuando un certero disparo en la frente lo desplomó.
 El Teniente Callfort bajó el M1 de su hombro.
 Era un tirador excepcional, con calidad de francotirador.
 -La guerra enloquece a los débiles...
 Le dijo a sus hombres a modo de arenga, antes de iniciar los procedimientos militares correspondientes a estos casos.
 El cadáver de "Jimmie" quedó a escasa distancia del de Ewin, carbonizado.
 Del bolsillo superior de la camisa verde oliva, de quién fuera el lanzallamista de la sección, asomaba una Biblia de reducido tamaño.
 El Teniente Callfort la miró de soslayo, mientras adoptaba decisiones con la celeridad que exigía la circunstancia.
 -Bradley, ahora serás el operador del lanzallamas. Es una orden.
 El soldado Bradley empalideció visiblemente, iluminado por un sol que parecía convertir el asfalto de la flamante pista de aterrizaje, en un río de lava ardiente.

                                                                        FIN











miércoles, 22 de agosto de 2012

ENCUENTROS CERCANOS CON ESE TIPO

 Fue su segundo encuentro con ese individuo.
 No era ningún menor inimputable; sin la gorra bien calada con la visera a la altura de las cejas, la edad aparentaba fluctuar entre los treinta y los treinta y cinco.
 Los ojos.
 Las miradas de ambos coincidieron y lo identificó por los ojos.
 Los ojos de un cobarde resguardado tras un arma de grueso calibre.
 Demasiado calibre para un tipo enjuto y de mano chica.
 Esa fue su impresión la primera vez que vio al sujeto, que en ese momento lo encañonaba con un SW Magnum 357, en la oscuridad de la incipiente noche y la soledad de una calle suburbana cerca de su domicilio.
 Él conocía de armas. Aquella vez le dio el celular y la billetera sin resistirse; no quería recibir un proyectil capaz de atravesar un block de motor, proveniente de un arma que parecía exceder en importancia a quién la portaba, que váyase a saber como la consiguió.
 No era para un atracador callejero que actuaba al voleo; quizás, por eso mismo, podría llegar a accionarla.
 Pero no lo hizo. Luego de obtener su botín, el tipo subió al asiento trasero de una moto tipo enduro en la que lo esperaba un cómplice con el motor en marcha, para partir de inmediato con una fuerte acelerada.
 Recordó como en un flash, la impotencia, que en aquella oportunidad laceró su orgullo de hombre de acción.
 Ahora lo tenía nuevamente cerca, esta vez solo y sin arma a la vista.
 El factor sorpresa y la ventaja física, lo colocaron en posición dominante. La paliza que le propinó fue feroz: lo dejó caído sobre la vereda llena de yuyos y tierra.
 Antes de perder el conocimiento, el agredido parecía querer hablar, pero solo emitía un gorgoteo inentendible, escupiendo piezas dentales entre espumarajos de sangre.
 Hubo testigos presenciales del hecho, pero en ese barrio la gente prefería no involucrarse en peleas ajenas, quizás como en todos los barrios.
 Con la situación bajo completo control, buscó el arma de la vez anterior.
 La halló en el bolso gris, decorado con el escudo del club de fútbol Defensa y Justicia, que el tipo portaba cuando aún se hallaba erguido.
 Era de plástico.
 Cuidada en los detalles, de gran similitud con la que replicaba y seguramente fabricada en China.
 Se encogió de hombros y se dedicó a revisar los bolsillos del derribado. Halló unos pocos pesos y una cantidad de marihuana de inequívoco consumo personal.
 Guardó el magro hallazgo y arrojó el revolver con desdén, al lado del hombre con quién se encontró por segunda vez y al que dejó semidesvanecido.
 Se retiró con el paso corto, seguro, del conocedor de los usos y costumbres de la zona.
 Una leve sonrisa distendió sus facciones, mientras musitaba...
 -No me equivoqué la otra vez...
 Este idiota solo podía tener un arma como esa mientras sea de juguete, pero..., estaba oscuro...
 Siguió caminando sin prisa, cruzándose con algunas personas que lo saludaban o miraban con respeto.
 Pero después de haber recorrido un mínimo trecho, se dio vuelta como impelido por cierta intuición.
 Observó como una mujer mayor, una anciana que posiblemente vivía en la cuadra, cubría la cara del caído con un mugriento papel de diario que le alcanzó un cartonero, parado al lado con su carrito colmado de restos del consumo ajeno.

                                                                              FIN






viernes, 17 de agosto de 2012

80 y PICO

 Tenía tres perros, con quienes compartía su apacible soledad suburbana.
 La jubilación que percibía, le alcanzaba para subvenir a sus escuetas necesidades, sin tener que recibir ayuda de su hijo. También para obsequiar decorosamente a su nuera y su nieto en los cumpleaños, tomar un café en el barrio con otros veteranos a los que conocía desde hacía décadas, leer el diario todas las mañanas en soporte gráfico-como lo hizo siempre-así como otras moderadas expansiones suntuarias, que lo gratificaban y lo alejaban del aburrimiento.
 Pero lo que él consideraba su lujo, era el lcd de 32",que se había comprado recientemente y en el que veía fútbol en abundancia, no solo cuando jugaba River-equipo que alentó toda su vida-sino cuando jugaban todos los demás, incluso los del exterior.
 Si no podía dormirse, se levantaba,se preparaba unos mates y se sentaba en el living para ver los canales deportivos que transmitían las 24 hs. Como no tenía obligaciones laborales, dejaba la cama a la hora que quería, lo que para él era una recompensa por medio siglo de escuchar el despertador a las cinco de la mañana.
 Su salud era buena para su edad; aún caminaba erguido y sin dificultades y si alguna vez tuvo un problema cardiológico, se suponía que se hallaba convenientemente controlado por la medicación de ingesta diaria.
 Registraba una sola intervención quirúrgica, ya lejana y sin secuelas, una simple hernia de la que se repuso al poco tiempo, ayudado por los amorosos cuidados de su esposa, fallecida hacía más de una década.
 En relación a estos antecedentes, se sintió sorprendido al notar que parecía tener dificultades para respirar y que se descompensaba rápidamente. Vio a sus tres perros gimotear asustados, como ante un presencia amedrentadora, pero no había nadie visible a su alcance.
 Cuando el televisor se apagó sin que pulsara el control remoto, a pesar de su creciente malestar tuvo una cierta idea de lo que ocurría: ya no estaba solo con sus perros, en su casa.
 Lo venían a buscar.
 Estableció que era inútil resistirse y esperaba que todo resultara plácido.
 No tuvo miedo; consideró resignado que antes que él, miles de millones de almas recibieron esta visita que siempre sería considerada prematura, pero resultaba inevitable.
 Miró con cariño a sus asustados animales, recordó fugazmente afectos y aspectos de su vida; se halló dispuesto.
 Incluso, como individuo civilizado hasta su último momento, disculpó a quién venía por no haber tocado previamente el timbre.

                                                                            FIN

miércoles, 15 de agosto de 2012

PAREDES PARLANTES

 Dada la conectividad que existía entre las dos unidades de vivienda contiguas, Gustavo Rafael Falconelli, conocía ciertas intensiones de sus vecinos que no llegaba a interpretar. Debido a razones de trabajo-la jornada laboral y el tiempo de viaje le insumían doce horas diarias, de lunes a viernes-solo podía escucharlos por la noche, al estar ellos en su cocina.
 Esta dependencia, se hallaba separada del departamento de Falconelli por una pared que delimitaba su patio. Él denominaba a este sector, el área indiscreta.
 No es que se dedicara particularmente a esta clase de fisgoneo, pero como en reiteradas ocasiones escuchó expresiones que motivaron su curiosidad, dispuso mayor atención cuando sus vecinos conversaban.
 Esto ocurría entre lunes y jueves, porque aparentemente, no estaban los fines de semana.
 Se trataba de una pareja mayor que vivía en el lugar desde hacía poco tiempo. Las escasas veces que los vio, solo intercambiaron saludos, pareciendo reacios a entablar conversaciones, lo que a Falconelli le resultó satisfactorio, ya que poseía un carácter reservado y poco proclive al trato social.
 El hombre, le pareció amable y de modales delicados, mientras que la mujer, ordinaria en el vestir y de semblante hosco, realzado por lo fornido de su figura.
 Lo más sugestivo de sus charlas, era que parecían comunicarse mediante un código, dado que las frases se alteraban en su coherencia tornando su sentido indescifrable, al menos para la furtiva escucha de Falconelli.
 En apariencia podría asemejarse a un dialogo absurdo, pero Falconelli, individuo culto e informado, consideraba que había algo más.
 Palabras y expresiones tales como sacrificio, dispensador de sentido, lograr el despliegue de su abundancia y otros términos de similar índole suscitante, le proporcionaron a Gustavo Falconelli indicios, de que sus vecinos practicaban un culto secreto.
 En diferentes noches, pudo establecer debido a la reiteración-vocalizada como en un oratorio-de su carne le agradará y su respuesta será nuestra dicha...,que la pareja podría realizar sacrificios rituales.
 Inicialmente, consideró que las víctimas podrían ser gallinas, al estilo umbanda, pero posteriormente entendió que se trataba de un mamífero, lo que le provocó una acentuada repugnancia.
 Su acecho al lado de la pared colindante se tornó casi obsesivo, luego de escuchar que un bípedo inteligente, traspondría el umbral del sacrificio.
 Como no podía creer que se tratará de un chimpancé, pensó en dar parte a las autoridades, pero luego estimó que al no poseer pruebas concluyentes sobre lo que podría ocurrir, su denuncia sería considerada poco seria y no tomada en cuenta.
 Solo le refirió sus sospechas a su novia, quién lo instó a despegarse del asunto y dejar de chusmear.
 No le hizo caso. Consideró contactar a algún periodista para que investigue, pero cuando halló una factura del servicio eléctrico perteneciente a sus vecinos y dejada por error en su domicilio, decidió que era un buen pretexto, para realizar una inspección ambiental de la otra vivienda.
 Les tocó timbre, identificándose como el vecino que quería entregarles la factura de luz que le llegó por equivocación.
 El hombre lo invitó amablemente a entrar, mientras él se negaba por cortesía pero ingresaba a la vivienda.
 -Leticia, el bípedo inteligente transpuso el umbral del sacrificio...
 Escuchó que decía a sus espaldas el dueño de casa con tono afable, pero apenas pudo darse vuelta, cuando la mujer lo aferró desde atrás con violencia y le aplicó un pañuelo con cloroformo sobre nariz y boca, hasta lograr su desvanecimiento.
 

 A pesar de que tras la desaparición de Gustavo Rafael Falconelli, su novia expuso en sede judicial las sospechas del mismo respecto a sus vecinos, la falta de elementos probatorios sólidos hizo que los susodichos no resultaran imputados.
 Como viajaban semanalmente al interior de la provincia, cargando bultos en su camioneta debido a que comerciaban con ropa, no hubo testigos a los que le llamara la atención, si de ese modo subrepticio sacaron a Falconelli del ph que compartían.


 Luego de aproximadamente un año, la pareja mayor, decidió mudarse de la vivienda lindante con la del inhallado Falconelli, que aún permanecía sin ocupar.
 Durante una visita-con fines de compra-a un ph ubicado en un barrio alejado del anterior, escucharon hablar a un vecino, lo que motivó al vendedor a enfatizar las virtudes del inmueble, que a su decir, "superaban el inconveniente de esa pequeña filtración sonora".
 Pero esa conectividad no pareció importarle a los interesados: ofrecieron reservar la propiedad sin bajar la oferta, mientras sus semblantes exhibían amplias sonrisas de satisfacción.    
 El agente inmobiliario, las acompañó con una digna de Gardel. Pensó en su calidad profesional, demostrada al venderle a esos giles tamaña porquería, con defectos de construcción y una vinculación patio de por medio con la unidad vecina, que hacía que se escuchara todo lo que se hablaba con manifiesta pérdida de intimidad; por cierto, recordó que esta situación se atemperaba un poco, debido a que el otro departamento era habitado por un hombre solo que trabajaba todo el día y que en esos momentos, no había concurrido a sus ocupaciones por hallarse engripado y conversaba por teléfono.
                                                                       

                                                                             FIN



 



lunes, 13 de agosto de 2012

ME LA PAGARAS CUANDO LLEGUE EL MOMENTO

 La frase que lo acompaño varios años, ya sea cuando se afeitaba, en el estado previo al sueño nocturno, en el recuerdo con el que potenciaba su odio, pareció cristalizarse, al enterarse de la muerte del sujeto que era el objetivo de su venganza.
 Muerte natural.
 Ni turbia satisfacción ni alegría:
 El vengador anónimo, todopoderoso, le ganó de mano.
 El momento llegó, pero ajeno a su proceder; para él, simplemente pasó.
 ¿Debería considerar prescrita la afrenta, por la desaparición física de quién la efectuó?...
 Sabía que era así, pero le quedaba el dejo amargo de un propósito personal no cumplido.
 Es que no tuvo la oportunidad de ser reconocido fisonomicamente, en su actitud reparadora del daño que le infringieron.
 Esta insuficiencia, ya sea por su falta de percepción del momento indicado o por los imponderables , le provocaba una sensación de extinción pasional, como si se asimilara a la del cadáver odiado que parecía agraviarlo nuevamente, esta vez, negándole la posibilidad de consumar su respuesta.
 Abandonó el diario en la página de necrologicas y se dispuso a concurrir a su trabajo, confundido, en cuanto al destino de su rencor.

                                                                        FIN

martes, 7 de agosto de 2012

DESEOS DE MATAR

 Despertó tras sueños densos y obscuros, propicios, al recordarlos en la vigilia, al rencor y al resentimiento.
 Apuró un desayuno frugal, mientras cavilaba en torno a la insatisfacción, que marcaba su síntesis vital desde hacía ya largo tiempo.
 La recordó a ella, su "negra", que lo fascinaba con su piel de morocha extrema y sus redondeces sensuales; también al amigo traidor, con quién ella consumó la infidelidad.
 Rememoró la sucesión de injusticias, que lo sumieron en un puesto laboral que detestaba y que no podía abandonar, ya sea por ascenso o por recambio.
 Conjeturó que quizás su carencia de voluntad superadora, su actitud apocada para enfrentar circunstancias que requerían otra firmeza de carácter, eran los factores que dirigieron su vida a la nulidad de exultancia que la definía; a su soledad sufriente.
 Pero estimó que hoy había algo más.
 Lo detectó al finalizar de afeitarse en forma burda, casi brutal, como si deseara arrancarse el rostro...
 La jeta..., agregó a sus pensamientos.
 Hoy tenía deseos de matar.
 De matar y matarse o de matar y que lo mataran.
 Deseos de matar no con una motivación funcional o placentera. Deseos de matar, como modo de expresar su visión personal sobre el mundo y la vida.
 Como decirle a todos, a los siete mil millones de congéneres que lo rodeaban:
 Algunos van a tener que acompañarme porque solo sería muy triste, sería continuar una historia de paulatino ensimismamiento, que concluiría sin importarle a nadie.
 Comprobó que se estaba retrasando para salir rumbo a su empleo, mientras acariciaba el revolver calibre treinta y dos largo comprado hacía unos días. Lo asesoró el vendedor del comercio, dado que nunca fue afecto a las armas ni a la violencia.
 Le colocó los proyectiles.
 Los deseos de matar, ahora parecían imperiosos.
 Se lo iba a colocar a la cintura antes de partir hacia la fábrica donde trabajaba, cuando observó que no se hallaba solo.
 La vio a ella...
 Negra, brillante, su piel como lustrosa.
 Gordita y tersa. Lo tentaba desplazándose con displicencia por el cuarto.
 Los deseos de matar, lo llevaron a disparar sin tomar puntería, como obedeciendo a un reflejo letal.
 Un estampido, el cañón humeante...
 Impactó el objetivo.
 Su mirada absorta, quedó fija ante los restos casi indiscernibles, de quién fracción de segundo antes había sido un ser vivo.
 Una cucaracha destripada y un agujero en el parquet, fueron el resultado de sus deseos de matar.
 La patrona de la pensión, entró a los gritos a la habitación que le alquilaba y se hallaba sin llave.
 Lo miró entre incrédula y horrorizada.
 Luego observó el agujero y algún jirón del insecto, difícil de reconocer dada su fragmentación.
 Nuevamente lo miró a él, que le ofrecía el arma entre sollozos, como en señal de rendición, gimoteando...
 -La maté..., ella se comportó como un bicho inmundo...


                                                                           FIN

sábado, 4 de agosto de 2012

LA TORRE EN GUARDIA

 -¿Cifuentes, Agustín?...
 Le dijo el funcionario, observando alternativamente su rostro y el documento que le había extendido.
 Asintió con energía, como enfatizando su identidad.
 -Cifuentes...
 ¿Como le va, Cifuentes?...
 Le preguntó el individuo sentado ante una pequeña mesa, sobre una banqueta plegadiza.
 -Bien.
 Le contestó el aludido, que pensó que el funcionario era de esos tipos simpáticos o que querían parecerlo.
 -¿Así que Agustín Cifuentes?...
 Esta vez, la pregunta le pareció en extremo reiterativa, casi idiota.
 Decidió ponerle fin, a una situación que se convertía en absurda.
 -Ya le dije que sí.
 El otro hombre no le contestó. Prosiguió con su tarea de completar un formulario, mediante el uso de un bolígrafo con tinta color verde.
 -Cifuentes con c...¿Verdad?...
 Agustín supuso que le estaba tomando el pelo, pero necesitaba el sellado.
 -Sí..., Cifuentes con c.
 Contestó con tono algo alterado.
 -Se lo pregunto porque una vez vi Sifuentes, con s.
 El tipo vocaliza como queriendo distinguir la c de la s..., pensó Agustín, este es el rey del ridículo.
 No le respondió y miró su reloj, como para darle a entender la premura que tenía.
 El funcionario pareció no darse por enterado.
 -Yo conocí a un Cifuentes de chico, era vecino del pueblo. Si mal no recuerdo, Anselmo Cifuentes...
 ¿Tiene algo que ver con Vd.?...
 Agustín controló una reacción violenta, dado que necesitaba el sello en el formulario para poder ingresar a la Torre.
 Consideró oportuno controlar su ira y seguirle el juego hasta que se cansara.
 -No. No lo conozco.
 Le dijo, atemperando su fastidio.
 -Ah..., porque yo hace como cuarenta años que no lo veo.
 Agustín pensó en contestarle:a mí que mierda me importa..., pero no quería ofuscarlo dado que aún no había aplicado el sello.
 No dijo nada.
 El otro prosiguió con su disparate:
 -¡Cifuentes!...¿Con s final, no con z?...
 Agustín tuvo deseos de partirle la cabeza, con el termo acerado que vio sobre la mesita, junto a un vaso plástico deteriorado por el tiempo de uso.
 -Con s final, no con z.
 Fue la respuesta que recibió el funcionario.
 -Claro..., deben ser pocos los Cifuentes que terminan en z...
 Cifuentes...¿Como está, Cifuentes?...
 Es evidente que al tipo no le importa que me importune, pensó Agustín, el maldito sigue en la suya.
 Amenazarlo con llamar a su superior por la desidia que evidencia en  su trabajo, no tiene sentido; los dos estaban solos en cuatrocientos kilómetros a la redonda, consideró, prosiguiendo con sus evaluaciones mentales y esta vez, sin contestarle al funcionario.
 Estimó que la inspección de la Torre se efectuaba por año calendario y este recién comenzaba, mientras tanto, ninguna queja o reclamo tendría validez. No eran acumulativas en el esquema de inspección, eso era algo que sabía de sobra.
 También tuvo en cuenta la posibilidad de que el funcionario, se hallara en un estado próximo a la locura o ya inmerso en ella.
 De algún modo, se compadeció de ese individuo que debía vivir en un container al lado de la Torre, alejado del confort y las relaciones sociales habituales, para ejercer una tarea poco remunerada.
  Claro que su penuria, se compensa con acceso irrestricto a la Torre durante el año que dura su servicio, pensó Agustín, lo que hizo que eliminara el sentimiento de conmiseración por el individuo, que ya comenzaba a manifestar.
 -¿Tuvo un buen viaje, Cifuentes?...
 El sujeto proseguía con su intensión de entablar una conversación.
 Pero no aplicaba el sello.
 Cifuentes evaluó la delgadez del hombre; sabía que recibía provisiones una vez por bimestre y las mismas eran arrojadas mediante paracaídas. Se hablaba de guardianes muertos por inanición, al no haber podido acceder a las raciones por errores en el lanzamiento, dado que la Torre se hallaba erigida en un páramo, rodeada por un entorno geográfico hostil.
 Cifuentes, estimó la diferencia de estado físico entre él y el guardián.
 Él era un atleta, que caminó más de cincuenta kilómetros para llegar ante la Torre. Cargaba el menor avituallamiento posible, dosificando el consumo de las raciones alimentarias concentradas y el de agua, si bien el pequeño equipo potabilizador que portaba, le permitía hacer bebible las aguas semipútridas de los reservorios encharcados que hallaba en su camino.
 Puedo matarlo con un solo golpe de puño, pensó.
 Pero no serviría de nada.
 Por la noche, cuando debería transmitir las novedades al Circulo Concéntrico, carecería del código identificatorio del guardián.
 ¿El resultado?...
 Realizarían una fumigación tóxica desde aviones; nunca saldría vivo del área.
 Necesitaba que el tipo le sellara el ingreso..., de hecho, era la única forma de legitimar su llegada irregular al sitio, la que realizó a pie luego que el helicóptero en vuelo furtivo lo dejó a decenas de kilómetros del lugar.
 Pasados unos minutos, durante los cuales el funcionario hacía que escribía-solo plasmaba palabras inconexas en formularios inservibles-Cifuentes decidió contestar su pregunta.
 -Tuve un viaje arduo, tanto como su vida en este sitio.
 El hombre sentado pareció algo sorprendido, pero rápidamente adoptó la compostura anterior.
 -La vida es ardua, Cifuentes.
  Ardua para mí que franqueo el ingreso y para Vd., que lo peticiona clandestinamente, sin la aprobación del Círculo Concéntrico.
 Me va a denegar el ingreso-estimó Cifuentes-y transmitirá la novedad al CC.
 Las consecuencias serán la implementación de las disposiciones, contenidas en el protocolo ABYE-ACCIÓN DE BÚSQUEDA Y EXTERMINIO.
 Él conocía muy bien estos procedimientos, por algo era desertor del Largo Brazo, los grupos operativos del CC.
 Quizás delectándose con lo que pensó era un buen golpe de efecto, el guardián prosiguió con su cantinela campechana.
 -¡Que tiempo bravo, Cifuentes!...
 Parece que se viene tormenta...
 El aludido, intentó mentalmente establecer un cuadro de situación.
 Ni siquiera puedo generarle una amenaza que involucre a su familia, dado que estos tipos no la tienen; los eligen solitarios, desafectivos, incapaces de generar vínculos.
 -¿Cuanto hace que no está con una mujer?...
 Le preguntó Cifuentes de modo repentino.
 El otro mostró cierta vacilación antes de responder, pero lo hizo aplicando un humor socarrón.
 -¿Vd. dice en sueños, Cifuentes?...
 El desertor, comprendió rápidamente que el guardián, carecía de nostalgia por la actividad sexual real.
 ¿Que puedo hacer con este tipo?..., pensó con cierta desesperación.
 -Me imagino su ruta, Cifuentes.
 Un helicóptero sin matricula lo dejó a unas decenas de kilómetros y desde allí, Vd. emprendió una durísima caminata.
 Solo un individuo entrenado puede llegar tan entero como Vd., Cifuentes...
 ¿Quizás es un desertor del Largo Brazo?...
 La contestación no se hizo esperar:
 -Vd. es un pequeño sorete, guardián, si no aplica el sello voy a torturarlo hasta que me pida que lo mate, con lágrimas en los ojos.
 El guardián le respondió risueño.
 -¡Que gracioso, Cifuentes!...
 Me amenaza...
 ¿No sabe que los guardianes de la Torre detestan la vida?...
 Como desertor del Largo Brazo, debería saberlo...
 Así como que poseemos un esquema cardíaco, que ante situaciones extremas de dolor físico nos hace morir rápidamente, dejando a quién nos atormenta con una mueca imbécil en los labios.
 Cifuentes lo sabía.
 -Mientras que Vd., Cifuentes, es de los que quieren vivir.
 Por eso desertó.
 El peticionante clandestino, se sintió atrapado como en una urdiembre espesa..., que obturaba toda salida posible a la situación.
 Se especificó a si mismo, que el tema era poseer el código y robarle la identidad al maldito infeliz, para transmitir un "sin novedad" al CC.
 Este pensamiento, parecía girar en su mente con la fuerza de una obsesión.
 -¿Como le va, Cifuentes?...
 ¿O debo llamarlo, Cifuentes el idiota?...
 Luego de estas palabras, el guardián de la Torre profirió una estruendosa carcajada.
 Cifuentes pensó que el tipo le había ganado: detestaba la vida y era inmune al dolor físico o/y moral.
 Solo le quedaba someterse a su arbitrio.

 Cifuentes no sabía con exactitud-dado que en su situación le era difícil medir el tiempo-desde cuando era un esclavo del guardián.
 Cocinaba como podía la magra pitanza-comiendo las sobras de la misma-lavaba la ropa del guardián, drenaba su letrina, limpiaba los alrededores de la Torre de la patina de polvo, que depositaba permanentemente el viento implacable, mientras su vivienda era una cueva en la roca, precariamente acondicionada.
 A la Torre, el guardián nunca le permitió ingresar; obviamente, tampoco aplicó el sello que legitimaba su ingreso y hubiera exculpado su deserción.
 Debido a  la servidumbre que desarrollaba, el guardián omitía incluirlo en las novedades telecomunicadas cada noche al CC.
 Por suerte, al guardián no le interesaban los favores sexuales, sino todo habría sido más difícil, consideró para si mismo Cifuentes.
 Todo esto, a cambio de preservar mi vida, pero..., reflexionó Cifuentes, cuando llegue la inspección anual, para lo que no debe faltar demaciado, el guardián lo denunciará por dos razones.
 Porque no podría justificar su presencia.
 Porque al darla a conocer, ganará puntaje meritorio.
 En cuanto a lo que él podría interpretar, cumplir con su tarea en forma eficiente, era algo que al guardián lo gratificaba.
 De ser así, el tipo aún tenía un anclaje en este mundo.
 Decidió someter a un exhaustivo escrutinio sus actos y gestos, como para corroborar su presunción.
 El resultado, coincidió con lo que conjeturaba.
 Una mañana, el guardián se despertó exultante.
 Desayunó un tazón de mijo con leche condensada-preparado por Cifuentes-con muestras  de perceptible deleite.
 No se sentía observado, dado que consideraba a su siervo como Cifuentes el idiota, un individuo que perdió su bravura y anuló su voluntad; algo así, como un toro convertido en buey, en bestia de trabajo.
 A medida que transcurría el día, el guardián se mostraba más eufórico.
 Le habían transmitido de CC, el nombre de un peticionante autorizado que llegaría por la tarde, helitransportado por un aparato que no aterrizaría, descendiendo el sujeto mediante una escala desplegada desde la aeronave.
 Dada la subestimación que el guardián le dispensaba a Cifuentes, se lo mencionó en tono risueño, mofándose de su status de sirviente.
 El desertor, tomó debida cuenta del dato proporcionado.
 Atisbó como el guardián ensayaba poses ante su mesita; incluso, se bañó con agua que le hizo expresamente entibiar.
 Cifuentes llegó a pensar, que se vería obligado a enjabonar el manojo de huesos en el que consistía el tipo, pero no incurrió en ello.
 Cuando lo vio envuelto en la toalla raída que era su mayor posesión suntuaria, Agustín Cifuentes detectó el gesto: un gesto de satisfacción.
 Si bien se hallaba débil, debido a su alimentación deficiente, el revés del desertor del Largo Brazo le partió cuatro dientes al guardián, que los escupió entre un borbotón de sangre.
 Después de quebrarle el brazo derecho haciéndolo aullar de dolor, el sujeto desnudo y vulnerable no se moría, solo emitía una especie de gimoteo de terror.
 Cifuentes supo que el corazón del guardián no se detenía a voluntad:
 El tipo quería sobrevivir.
 -Dame el código con el que te comunicás con CC o te voy a quemar vivo, despacito, por partes.
 Después que obtuvo el código y verifico su genuinidad, Cifuentes desnucó al sollozante guardián  con un solo golpe, de profesional eficacia.
 Habiendo sustraído la identidad del difunto, espero sin ansiedad la llegada del peticionante, que se produjo luego de una hora.
 Cuando constató claramente que el helicóptero desapareció en el horizonte, enervó al peticionante con preguntas obvias, tales como:
 -¿Que tal, Sr.?...
 Evidenciando su contrariedad, el hombre fue a orinar a un costado del sendero, sin solicitar permiso.
 Ese fue el momento en el que el falso guardián, lo mató a palazos por la espalda, hundiéndole la base del cráneo.
 Posteriormente, reviso la documentación que halló entre sus pertenencias:
 Se trataba de un profesor de historia militar en la Academia del Largo Brazo, a quién él no conocía.
 Cifuentes sometió ambos cadáveres, a un tratamiento con la cal viva de las letrinas; aplicó el sello correspondiente a la solicitud del peticionante y transmitió novedades al CC con el código de su primera víctima, avalando el ingreso del distinguido docente.
 Ya era de noche. Con la llave del guardián extinto, entró a la Torre.

 Se trataba de una construcción sin ventanas, completamente vacía.
 Un recinto hueco, de forma circular, desprovisto de todo elemento que le pudiera otorgar un sentido.
 La potente linterna con la que se iluminaba, le mostró que toda la la estructura significante que el Círculo Concéntrico elaboró en torno a la Torre, era un relato vacuo, una pura impostura.
 Nadie obtendría ninguna clave apertora luego de su ingreso, ninguna orientación que le permita interpretar la vida en sus alcances cosmicos, por ende, aliviar la preplejidad ante la muerte.
 ¡Proporcionar trascendencia!...
 La mentira del CC, instituida como meta y justificación del tránsito vital.., pensó Cifuentes, mientras cerraba la puerta de la torre.
 Se echó a dormir dentro del contenedor que ocupaba el guardián asesinado, sabiendo que al día siguiente el helicóptero vendría a buscar al profesor, para retirarlo del páramo.
 Entendió porqué ingresar a la torre era una recompensa, que al regreso, implicaba el más absoluto silencio sobre lo visto, pero también, una inmediata incorporación a los estratos escalafonarios superiores del CC, del poder basado en la gran mentira revelatoria.
 Dado que el hombre había sido de su talla, usurparía su ropa e identidad-segunda vez que apelaba a este procedimiento, desde su llegada al lugar-y ascendería a la aeronave, burlando a todos los que dependían del CC. Tenía a su favor, que se trataba de un profesor joven y que la foto podía pasar por la de él, con el cabello corto.
 Cuando aterrizaran en la ciudad, luego de las verificaciones correspondientes, usaría su nueva identidad para extraviarse de los estamentos, del control vigilante del CC, rumbo a las Zonas Ajenas, donde el Largo Brazo no alcanzaba a impedir una existencia gozosa.

 Durante el vuelo, Cifuentes se mostró distendido, evaluando mentalmente con deleite, las posibilidades de un futuro diferente.
 Se repetía a si mismo: Gastón Montiel, profesor de historia militar en la Academia del Largo Brazo.
 Distinguido docente, ingresante autorizado a la torre, en vuelo de regreso a la ciudad.
 Ya en el helipuerto, mientras se dirigía al área de edificaciones franqueado por la tripulación que lo trasladó, se mostró tranquilo y relajado, insinuando una tenue sonrisa.
 Pero no atinó a reponerse de su sorpresa, al ver que media docena de efectivos de la Guardia Aeroportuaria descendían presurosos de un transporte blindado de personal, cuando los mismos lo  arrojarron sobre el piso para de inmediato esposarlo por la espalda.
Escuchó al comandante de la aeronave que lo recogió en el páramo, comunicarse mediante handie con quién supuso era algún mando jerárquico del CC.
 -Si, se trata de un impostor; durante el vuelo y durante el trayecto al edificio, siempre evidenció una sonrisa de satisfacción...
 La contestación del superior, amplificada por el altavoz del equipo, hizo que Cifuentes cerrara los ojos con fuerza.
 -Lo felicito por su perspicacia, Comandante, esa alegría luego de ingresar a la Torre parece altamente sospechosa. El detenido, será trasladado a la sala de interrogatorios especiales del edificio anexo, que queda convertida en área judicial sumarísima y de aplicación del tiro en la nuca del final. En lo que respecta a esto último, Comandante, queda Vd. designado como ejecutor de la orden.
 El Comandante, acarició parsimoniosamente la empuñadura de la pistola que llevaba al cinto, como para que sus subalternos apreciaran la  diligente actitud que asumía para el cumplimiento de las disposiciones.
 Agustín Cifuentes gritó, mientras era arrastrado rumbo al edificio.
 -¡Soy el profesor Gastón Montiel!...¡Es un error!...
 Nadie le hizo caso.
 Cuando observó los elementos presentes en la sala de interrogatorios, exclamó como en un alarido...
 ¡Soy Agustín Cifuentes, desertor del Largo Brazo!..., suponiendo que quizás podía evitar el tormento y acceder al limpido tiro del final.
 -A confesión de parte, relevo de pruebas.
 Enunció el juez del CC que presidía el tribunal sumario. Le hizo un gesto al Comandante, quién asintió con una inclinación de cabeza,  pensando-mientras se acercaba a Cifuentes-que un reconocimiento meritorio a su persona se hallaba próximo. Podía significar, por fin, el acceso a la Torre, después de años de helitransportar a quienes fueron designados para ser admitidos.

                                                                       FIN




























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jueves, 2 de agosto de 2012

SIN LETRADO

 Los cargos que se presentó contra si mismo, configuraban un conjunto de amplitud creciente; desde nimiedades a las que le confirió importancia y le generaron un estado de malestar prolongado en el tiempo, hasta acciones impropias y negativas, que perjudicaron a terceros y que devenían deplorables en su memoria.
 En su descargo, apenas pudo balbucear haber percibido un sentimiento de abandono, durante su infancia, luego de que sus padres se separaron y el se quedó con su madre.
 Tal justificación de sus debilidades, vacilaciones y actos que consideraba reprobables, factores determinantes de su vigente infelicidad, le resultaba acomodaticia y casi pueril.Improcedente.
 Antes de saltar de la mesa con la soga rodeándole el cuello, su otro extremo sujeto a un tirante del techo, manifestó una reflexión:
 Era una magnífica potestad, poder asumirse como fiscal, defensor, juez y verdugo de si mismo.
 Siempre se equivocó en su vida, pero nunca delegó responsabilidades en nadie.
 Saltó..., cumpliendo la condena que se impuso, a la pena capital.

                                                                           FIN