miércoles, 29 de agosto de 2012

ÓRBITA EXTREMA

 Esa noche, habían asistido a la proyección de Alphaville, de Godard, en el Lorraine.
 Los diez y ocho años de ambos iniciales pensadores, bisoños, pero curtidos en caminatas por Corrientes y cafés en el Politeama, de largas veladas donde poesía y revolución se amalgamaban en el vislumbre de un futuro extremadamente luminoso, parecieron conjugarse en el ímpetu juvenil de crear una revista literaria, desarrolladora de conceptos.
 Pidieron un café acompañado de una ginebra -copa chica- cada uno, para sellar el mutuo compromiso que asumían entre el bullicio de La Comedia -Corrientes y Paraná- de generar el nacimiento de un fulgor de las ideas transmitido a la letra, donde Macedonio Fernández confraternizaría con Lenin.
 Ni la sombra de los bigotazos de Onganía, avizorada en la proximidad de la historia, podía opacar el entusiasmo de los jóvenes idealistas, creativos, alejados de las formulaciones arquetípicas-pequeñoburguesas- que los acunaron.
 Le dieron un nombre a la publicación:
 Órbita Extrema
también un Norte y un aproximado manual de estilo.
 Trazaron las líneas de diagramación y nominaron las secciones.
 Generaron un sinfín de epígrafes y acápites. Se conmovieron con poemas de Mao -que figuraban en las ediciones semiclandestinas de Pekin Informa, en papel biblia- y con párrafos de Kafka; con frases de Miguel Grinberg escritas en Eco Comtemporáneo, así como  con la precisa enunciación cuentística de Borges en El Aleph.
 Abrazándose entusiasmados, abandonaron el café egregio rumbo a sus casas; se despidieron en la esquina del Ramos, en diagonal a La Paz, donde paraba Julian Centeya, quién atraía a los jóvenes intelectuales que redescubrían el tango, de la mano de Piazzolla, Rovira y Cedrón.
 Órbita Extrema..., Ricardo Furner se deleitaba mentalmente con el nombre; la revista sería una síntesis paradigmática de los conceptos que marcaban una época.
 Daniel Zabotansky, a su vez, consideraba que la publicación resultaría apertora en ideas y desestructurada en su expresión.
 Ambos, ya solos, confluían mentalmente en su ímpetu creativo.
 Posteriormente a esa noche, los amigos compartieron muchas más, pero Órbita Extrema parecía estar cada vez más alejada del sol..., o de la luna, dada la afición noctámbula de sus artífices o más ciertamente, de la realidad concreta.
 Es que había que escribirla, conseguir el material proveniente de terceros, financiarla...
 No abandonaron el proyecto. Simplemente, no lo llevaron a cabo.
 O dicho de otro modo, la convirtieron en un mensuario mental, verbalizado.
 Con solo dos suscriptores, ellos mismos, que también oficiaban de editores y consejo de redacción.
 A veces, circunstancialmente, alguien prestaba una peregrina atención a la sección El Portisculus de la Plástica en el último número, declamada memorísticamente por Ricardo, pero de inmediato se sumía en la lectura de un poema de Luis Luchi, en el viejo café El Colombiano.
 En otra oportunidad, era Daniel el que pregonaba un comentario cinematográfico referido al Ocho y Medio de Fellini.
 El editorial, generalmente, era una conversación entre ambos apelando al recurso del diálogo.
 Lo cierto es que la revista mental estuvo vigente tres números, con periodicidad mensual.
 Su interrupción abrupta, se dio porque Daniel no supo nada más de Ricardo.
 Las llamadas telefónicas a su domicilio, vivía con sus padres y un hermano, no eran contestadas.
 Una vez, Daniel fue a buscarlo.
 Tenía la dirección del departamento, en la Av. Independencia, aunque no había estado con anterioridad.
 El portero le dijo que la familia Furner, había alquilado la unidad por pocos meses y se mudaron sin dejar ninguna indicación sobre su nuevo domicilio.
 Daniel, se sintió azorado ante la ausencia del amigo y su silencio.
 Añoró los guisos de lentejas compartidos en El Farolito de la cortada Tres Sargentos, donde los manteles eran papel de strass que los comensales llenaban de párrafos y poemas, que luego iban a parar a la basura como si se tratara de un singular arte efímero. A veces, si les sobraban algunos pesos de sus magros peculios, pasaban por el cercano Bar Baro recientemente inaugurado, donde restallaban las pinturas de Jorge de la Vega.
 Lo buscó por otros sitios que frecuentaban juntos: el Di Tella, el café Moderno, donde envidiaban a Sergio Mulet -director de la revista Opium, que vio a la luz un único número- del que se decía que gracias a su facha conseguía el mecenazgo de damas ricas y maduras, quienes solventaban todos sus gustos y divagues.
 Dio parte a otros conocidos y conocidas de esa extraña desaparición, pero nadie le aportó datos significativos.
 Incluso, hallándose con su novia -el término, en los ambientes intelectuales resultaba inapropiado- le pareció verlo: caminaba como furtivo, mientras encendía un último 43 70 y arrojaba el atado estrujado a la vereda de Corrientes casi esquina Uruguay.
 Eran los que su amigo fumaba.
 Dejó bruscamente a Elisa (quien no tenía para pagar la consumición en La Giralda, donde se hallaban) y se lanzó tras ese individuo que le pareció Ricardo.
 El muchacho que entró a El Foro no era él; solamente parecido, con un ejemplar de Nanina de Germán García bajo el brazo.
 Retornó a La Giralda recordando el epígrafe, que Ricardo  Furner plasmó mentalmente para la sección Epístolas desde el Vacío, que estaba a su cargo:
 SOY UN ECLÉCTICO, EN BUSCA DE UN SINCRETISMO HETERODÓXO
 ¿Donde lo buscaría, Ricardo?..., pensó, sentándose nuevamente a la mesa para alivio de Elisa, que subrayaba párrafos del Adán Buenosayres reeditado por Sudamericana ese año.
 Antes de volver al análisis conjunto del texto marechaliano, le declamó la sección Panorama desde la Mierda, que se hallaba a su cargo; era del último número de la revista mental, interrumpida su periodicidad, desacoplada en los componentes que la integraban simbioticamente como si fuera un organismo expresivo vivo.

 Daniel, con el transcurso de los años, se fue olvidando de su amigo y colaborador, aunque nunca le cerró lo abrupto de su desaparición.
 Tres décadas después, como distinguido psiquiatra -en el `68, cambió filosofía por medicina en la Universidad de Buenos Aires- en una tarde en la que se hallaba en el Borda en cumplimiento de actividades profesionales, detectó en un interno ciertos rasgos fisonómicos -distorsionados por una edad imprecisa y los estragos de la locura y el alcoholismo- que le resultaron vagamente conocidos.
 No era paciente suyo, pero decidió averiguar sobre el caso.
 Pudo enterarse que se trataba de un individuo sin datos de filiación, recientemente ingresado a través de la fuerza pública que lo halló en cercanías de la Estación Constitución, donde agredía de hecho a travestis y prostitutas en medio de un discurso delirante. Se lo consideraba peligroso para si mismo y para los demás.
 Cuando el Dr. Zabotansky se adentró en el caso, pudo saber que el sujeto vociferaba sobre una revista mental -sin soporte gráfico ni digital- de la que no podía conseguir la mitad del texto de los tres números que aparecieron.
 Daniel lo fue a buscar de inmediato, pero estaba muerto en la enfermería. Padecía una cirrosis terminal.
 Fue sepultado como NN, aunque el Dr. Daniel Zabotansky consideró que debía serlo como R.F. y que su óbito, implicaba tornar indescifrable una parte de si mismo, cuyo nexo era otro que nunca se quiso identificar como tal.

                                                                  FIN






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