martes, 28 de agosto de 2012

ELECTRIC ROOM

 El proyecto de John Pitney Stewart-descendiente de Harold Pitney Brown, colaborador de Edison-presentado a los organismos oficiales de los Estados Unidos en 1918, establecía un concepto si bien no precisamente piadoso, al menos de casi póstuma reinserción social, respecto al destino de los condenados a la pena de muerte en el país del Norte, mediante el método de la silla eléctrica.
 En términos generales, consistía en instalar en la sala verde-donde se hallaba ubicado el elemento de ejecución-la ambientación de un living comedor, con cuatro de estos artefactos letales en torno a una mesa común, como la existente en cualquier hogar de la época.
 Como sería dable suponer, la idea era realizar ejecuciones grupales, apelando al sentido gregario, intrínseco a la especie humana.
 El ingeniero Stewart también se basó en estadísticas confiables, que aseveraban que el último deseo de los reos a quienes les esperaba la pena capital-que por tradición era cumplido por parte de la autoridad-se hallaba referido a la ingesta alimentaria. Obviamente, los pedidos sexuales eran impensables en aquellos tiempos, aún para los más transgresores criminales.
 En cuanto a lo concerniente a bebidas alcohólicas, la comida podría acompañarse a lo sumo por una copa de vino y hasta una de coñac o whisky para la sobremesa; esto poseía particular valor para la propuesta de Stewart, ya que permitiría a los inminentes ejecutados un  brindis con  sus pares, lo que les brindaba un postrer vestigio de humanidad, la que fue deshonrada en su vida anterior. Por cierto, para Stewart, la clave consistía en compartir el deseo común de una buena cena, lo que podría generar una conversación inteligente y reparadora que llevara al arrepentimiento tardío pero veraz, de la infamia que generó los hechos concurrentes al final que les esperaba.
 Los aspectos tecnológicos del asunto, establecían que la diestra de los condenados a la pena máxima se hallara no sujeta al apoyabrazos de la silla, para que el individuo pudiera emplear un cubierto que podría ser cuchara o tenedor, dado que la comida llegaría debidamente fraccionada para que resulte prescindible el uso del cuchillo.
 Por otra parte, a los fines de evitar posibles autolaceraciones o al menos atenuarlas, el único dedo que quedaría libre sería el pulgar, estando los restantes inmovilizados mediante una banda de caucho; esta condición no impediría poder aferrar vaso, taza, servilleta, así como sujetar el cigarro que coronaría la última pitanza.
 Agencias gubernamentales de la época, estudiaron el tema enfocándolo desde diferentes ángulos, resultando su dictamen favorable al proyecto.
 En lo que respecta a lo legal-operativo, solo era cuestión de establecer una fecha común para la ejecución de cuatro condenados, lo que prolongaría la estadía en el reino de este mundo de los mismos,  dado que habría que conjugar los tiempos judiciales de cada uno de ellos con los del resto; esto resultaba en una especie de piedad burocrática, que podría significar una gracia adicional para los sentenciados.
 Pero cuando ya se estaba próximo a concesionar el montaje del living-comedor de la muerte-incluyendo la provisión del probable catering-surgió una objeción residualmente valorada, pero que impactó en la esencia del proyecto, incluso, en su aceptación por parte de la opinión pública.
 Esta consistía en que los condenados a morir en la silla eléctrica, se oponían a participar en una última cena colectiva.
 Consideraban que esto era una afrenta, al espíritu individualista norteamericano, legado por los padres fundadores.
 Explicaban que una cena en conjunto, resultaba un escarnio superior a la aplicación de la pena capital.
 Dado que la índole de la vigilia previa a la ejecución, era un proceso tan personal, sería un exceso de poder que el Departamento de Justicia de los Estados Unidos los obligara a aceptar convidados desconocidos, en lo que sería su cena póstuma.
 Cabe agregar que algunos se refirieron con particular sensibilidad, al hecho de que podría llegar a configurarse una especie de confraternización racial, indecorosa para la solemnidad del momento; por cierto, este criterio provenía de convictos sureños, caucásicos, cuyo miedo era que le sentaran un negro al lado.
 Por otra parte, los condenados estimaban que la idea parecía una propuesta de la recientemente triunfante revolución bolchevique, con sus programas de colectivización forzosa.

  Aunque todos los funcionarios intervinientes, consideraron que los abogados de los condenados a la pena extrema, influenciaron a sus defendidos con fines de prestigio personal, el proyecto del living-comedor de la muerte fue abortado en su aplicación, mientras se sucedían los homenajes a la tropa expedicionaria que había regresado de la Gran Guerra.
 Por lo tanto, la silla eléctrica y el último deseo gastronómico de los condenados a la misma, siguió siendo un asunto estrictamente individual.
 El sujeto de la inminente electrocución, solo cenaría con los fantasmas de su pasado en la aridez de una noche sin futuro, doblegado por el recuerdo oprobioso de los crímenes que ejecutó o quizás...¿Porque no?..., solazándose en íntimo regocijo.

                                                                          FIN

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