jueves, 8 de diciembre de 2011

BUENAS Y TEMPLADAS NOCHES...

                                                   

 -Recién dejo el auto. Estoy muy cansado, imagináte, desde las seis de la mañana en movimiento: ida y vuelta a Dolores en el día más todos los otros recorridos, pero, bueno, cerré un negocio importante.
 Estoy contento, Lili, el sábado te invito a comer en el Palacio Duhau. Lo merecemos.
 Muchos besos, Lili, que te vaya bien en la disertación de mañana así cantamos bingo los dos. Te llamo.
 Besos.
 Guarda el blackberry en el estuche mientras ingresa a su domicilio, sintiéndose reconfortado de abandonar el frío de la calle. Esa noche porteña le recuerda sus inviernos infantiles, a pesar de que solo debe caminar veinte metros desde la cochera hasta su casa.
 Cuando era chico, uno se ponía el sobretodo el 25 de mayo y lo usaba todos los días hasta la primavera, piensa.
 Por suerte, el departamento se encuentra calefaccionado, lo que brinda una temperatura agradable percibida de inmediato.
 Se le ocurre pedir una pizza al delivery, pero recuerda que tiene comida en la heladera que solo debe calentar en el microondas.
 Se siente bien.
 Gratificado.
 El susto por la hipertensión de la semana pasada -un incremento en los valores que derivó en un cambio de la medicación recetada- parece diluirse en las satisfacciones del momento.
 Haber concretado un negocio importante, sin dilaciones ni inconvenientes.
 Por otra parte, hasta disfruta de una gloriosa soledad, dado que su pareja, madura, un poco menos que él, se halla en Rosario cumpliendo compromisos de trabajo.
 De todos modos, la relación es con cama afuera y funciona muy bien.
 Recuerda con ternura a Liliana Zubalzky, Licenciada en Psicología por la UBA, con un postgrado en Princeton y altamente  considerada por su desempeño profesional.
 Tan distinta a su ex-mujer, en aspecto físico y en personalidad.
 Ya llevan más de dos años como pareja y siente que el entusiasmo mutuo se acrecienta.
 Ambos tienen hijos grandes, matrimonios anteriores concluidos sin conflictos graves y economías resueltas independientemente.
 Tampoco colisionan en sus actividades, por cierto, muy diferentes.
 Lo suyo es el comercio, la distribución de elementos de seguridad industrial, rubro en el que su nombre, Ricardo Alberto Lafardi, resulta ampliamente reconocido como próspero proveedor.
 Los une el tenis jugado en forma moderada, la asistencia a espectáculos artísticos, la gastronomía y la enología de buen nivel; también los viajes compartidos y una práctica sexual de gozoso acomodamiento, sin imposiciones, premuras y ansiedades.
 Enciende el plasma de 32" mientras se dispone a degustar una lasaña rellena, con mucho queso bien asentado, rallado en el acto sobre su superficie.
 La acompañará con pancitos saborizados y un par de copas de buen tinto.
 Ni llega a probar la comida, ya sentado ante la mesa, cuando lo llama al celular, Bernardo, su socio.
 Sin dejar de caminar mientras habla, molesto por haber sido interrumpido pero con la suposición de que resulta inadecuado decirle a Bernardo que luego lo llama -se trata de un socio capitalista de afianzada solvencia- observa de soslayo la pantalla del televisor:
 ¡Guillermo Brizuela Méndez y Nelly Prince protagonizando un aviso en vivo!...
 Le causa gracia y le trae recuerdos infantiles.
 Supone que debe ser el canal Volver o algún programa de onda revival.
 "...Brizuela loco, tu madre no te quiere ni yo tampoco..."
 Los dos vestidos como payasescos hispanos, interpretan el cuplé tergiversado con fines publicitarios.
 Mientras prosigue hablando con Bernardo sobre los pormenores del negocio -incluyendo las comisiones subrepticias que lo apuntalaron para que no se caiga- siente cierto magnetismo por lo que aparece en el aparato, en nítido blanco y negro.
 Le resulta fascinante, ser nuevamente espectador de imágenes dormidas en su memoria desde hace más de cinco décadas.
 Por otra parte, el contraste entre ese material pretérito y la avanzada tecnología de su equipo, es particularmente impactante.
 La conversación con su socio ya le está provocando cierto malestar.
 Bernardo estima que se podían haber pactado plazos de pago más cortos, que disminuyeran el costo financiero de la operación.
 Incluso, le parece que desconfía de las cifras que se pagaron en negro, como si sospechara que parte de ese efectivo fue a parar a sus propios bolsillos.
 Siempre lo mismo..., piensa Lafardi, el pijotero no quiere que se escurran ni las migajas del festín.
 ¡Tantas veces consideró deshacerse de este tipo!..., pero no era posible, al menos por el momento.
 Bernardo sigue dándole lata, privándolo de la cena y el relax que se había prometido, mientras sus miradas al televisor, descubren a Carlos D'agostino que relata las noticias del día, pero de mediados del siglo veinte.
 Por fin, Bernardo da por finalizada la conversación, pero el humor de Ricardo Lafardi ya no es el que detentaba al llegar a su casa.
 Una sensación de hartazgo, se impone en su ánimo.
 Pulsa el control remoto para cambiar de canal, hastiado de los programas vetustos, pero curiosamente, solo se puede ver esa programación del ayer, correspondiendo la señal al número 7 de su control.
 Los demás canales desaparecieron de la pantalla, que se convirtió en algo así como un mosaico pulverizado en gris, acompañado por un ruido crepitante.
 Vuelve al canal 7.
 D'agostino habla de enfrentamientos entre estudiantes, divididos en su defensa de la educación laica o libre.
 Está bien un programa onda nostalgia, pero...¿Por qué tan extendido?...¿Que carajo pasa con los otros canales?...
 Su interrogación en voz alta se interrumpe por una noticia de último momento, que Carlos D'agostino refiere con amable sobriedad.
 La colombiana Luz Marina Zuluaga, fue designada Miss Universo 1958, en Long Beach, California.
 Una fotografía en obvio blanco y negro, muestra a una bella morena en malla enteriza luciendo la corona consagratoria, lo que motiva al relator del noticiero a expresar un elogioso comentario galante, respecto a la belleza de la mujer sudamericana.
 Que ingenuo parecía todo en esa época..., reflexiona Lafardi, aunque se estaba en plena guerra fría y todos podríamos convertirnos en montones de cenizas radiactivas, quizás mientras dormíamos sintiéndonos seguros...
 Apaga el televisor y desde el teléfono inalámbrico intenta llamar a la empresa de cable.
 Le resulta imposible comunicarse.
 Solo silencio en la línea; ni siquiera escucha el mensaje grabado de que el número no pertenece a un abonado en servicio.
 Intenta hablar mediante su smartphone, pero descubre con estupor que la pantalla se halla completamente oscurecida.
 Lo mismo ocurre con la tablet, aunque el ámbito de su domicilio es un espacio wi-fi.
 Algo muy oscuro, recóndito, parece abrirse paso en su mente.
 No lo puede definir, pero le resulta inquietante.
 Se asoma a la ventana.
 Un carro gris tirado por dos caballos, se desplaza por la calzada deteniéndose a intervalos.
 Un sujeto conduce el vehículo desde el pescante, mientras otro recoge la basura que forma bultos sobre la acera.
 Los dos hombres visten uniformes grisáceos. La basura consiste en montículos de reducidas dimensiones envueltos en papel de diario.
 No son cartoneros -piensa- son los operarios de un carro de basura municipal de cuando yo era chico.
 Enciende otra vez el televisor:
 D'agostino anuncia que Industrias Kaiser Argentina, presentó el Kaiser Carabela...
 Rápidamente, abre la puerta que comunica con el palier compartido del semipiso, con el deseo imperioso de salir a la calle.
  En ese momento lo aborda un hombre canoso -al igual que él- de traje y corbata oscura, angosta, con el nudo pequeño y comprimido; lleva un sobretodo plegado sobre su brazo izquierdo.
 -¿Que tal Sr. Lafardi?..., le regalo Noticias Gráficas, yo ya la leí en el viaje desde mi trabajo, las noticias cuando ya son conocidas solo sirven para envolver la basura. El individuo cierra la puerta del ascensor con premura y desciende nuevamente, dejándolo solo, sumido en un estado de indiscernible alteración.
 No tarda demasiado en reconocerlo.
 El Sr. Gotielli, vecino durante su infancia, que en aquella época lo trataba de Ricardito, no de Sr. Lafardi...
 El hombre trabajaba en la filial local de IKA e intervino en la venta del Kaiser Carabela 0 km., que compró su padre en el '58, apenas puesto a la venta en concesionaria.
 Se dejó de fabricar en el '62, lo sabía muy bien, en ese tiempo, Gotielli y su familia hacía unos años que se habían mudado.
 Se siente mal, sin fuerzas, mientras escucha -no alcanza a cerrar la puerta de su departamento -la voz del relator Héctor Catiaruzza a través de su televisor. El hombre presenta el pronóstico meteorológico del dia siguiente y desea: "Buenas y templadas noches, amigos...", a los anónimos televidentes de los '50.

 En el sanatorio ubicado en la calle San Martín de Tours, el hijo de Ricardo Lafardi habla con Bernardo.
 -Lo encontró el encargado, desvanecido en el palier. Me dijo que hablaba como un niño de diez años contando en forma entrecortada, cosas que tenían que ver con la escuela y otros temas de esa época de su vida. Ahora está sedado, veremos que secuelas le quedan si se recupera, el médico no parece muy optimista ante un acv hemorrágico severo.
 Bernardo asiente preocupado. Piensa que si bien nadie es imprescindible, reconstruir toda la ruta no visible del último negocio, iba a resultar una tarea ímproba.
 Alejada de ellos -también se halla presente la ex-mujer de Ricardo, Beba- Liliana Zubalzky, abatida y con el maquillage corrido, escucha cuando el hijo de su pareja refiere que su padre, cuando fue hallado caído, aferraba un ejemplar de Noticias Gráficas del 25 de julio de 1958.
 El viejo vespertino -increíblemente bien conservado- se halla al alcance de Liliana, abierto en una página con la publicidad del lanzamiento del Kaiser Carabela. La frase que cierra el aviso dice:
 Para viajar eternamente y muy cómodo...
 Liliana recuerda que Ricardo le comentó varias veces -lo tiene muy presente- que su padre se mató en un accidente vial con ese auto, a pesar de que contaba con paneles internos de cuero revestidos con caucho, como elemento de seguridad avanzado para la época. Esto sucedió en 1962, cuando el  último Kaiser Carabela abandonaba la línea de montaje.
 También le dijo que su padre, llegó a saber a través de un vecino que trabajaba en IKA que su auto comprado 0 km. en el '58, fue la primera unidad del modelo que salió del área de producción de la planta automotriz como producto terminado, listo para la venta al público.

                                                                                        FIN

sábado, 3 de diciembre de 2011

Recuerdo que Ernesto Sábato...

manifestó haber sido testigo de sucesos incomprensibles, vinculados a pintores y pinturas al óleo.
Los invito a asumir la lectura de...

                                                     OPUS MAGNUM

 Nadie pudo explicarse en ese prestigioso museo de arte contemporáneo, como llegó ese cuadro a exhibirse en el baño de caballeros, sobre la pared de los mingitorios.
 La firma, claramente visible en el extremo izquierdo del óleo de tamaño medio, indicaba en letras de imprenta que su autor se llamaba Martín Rodríguez Zamudio, siendo el año en curso, el de ejecución de la obra.
 El pintor resultaba desconocido no solo para la gente del museo, sino también para los galeristas consultados, así como los expertos en arte actual.
 Por otra parte, pocos artistas pintaban al óleo en esta época.
 Pero lo que más llamaba la atención era la índole temática del cuadro.
 Una pequeña plaqueta metálica-inserta en el centro inferior del marco de estilo barroco-titulaba la obra:
                                                              MI MICCIÓN EN ESTE MUNDO
 Efectivamente, se hallaba plasmada la figura de un individuo trajeado, de aspecto correcto, visto de costado en un ámbito que parecía un claustro académico-quizás un aula magna-que orinaba con potente chorro un globo terráqueo de aspecto desimonónico o anterior aún.
 Hasta aquí podía resultar gracioso, como una boutade, pero el rostro del individuo no lo era.
 Había algo de malignidad en estado puro en esa faz, algo que hacía difícil seguir mirándolo.
 La técnica pictórica era impecable y esos ojos, esos ojos claros, parecían iluminar lo peor de cada uno-de cada espectador de la obra-y lograr que se sintiera mal animicamente, aunque no lo refiriera a los demás.
 En términos genéricos, se la denominó la pintura del malestar.
 Durante poco tiempo, pasó a integrar la colección permanente del museo, a pesar de la oposición de las autoridades del mismo, curadores y hasta guardias de seguridad, que luego del trabajo nocturno aparecían con jaquecas que le imposibilitaban dormir en el horario cambiado.
 El autor de la obra, jamás fue localizado; se entendió que su nombre era un seudónimo y luego de un derrotero burocrático interno, la pintura fue relegada a un depósito de mantenimiento, donde compartió espacio con escaleras plegadas y latas de removedor.
 Era obvio que su visión incomodaba:
 La figura protagónica, con sus malditos ojos claros, parecía perforar la coraza social del espectador, refregandole íntimamente sus pulsiones más autoasqueantes-de la índole que fueran-que en rápida sucesión invadían su mente.
 Para no generalizar, es factible suponer que en algunos no generaba estos efectos; aparentemente, en muy pocos. Por último, pudo lograrse el confinamiento mencionado debido a la ausencia de un certificado de origen, decisión que no fue objetada por ninguna autoridad del museo.
 El tema no llegó a acceder a la trascendencia mediática-a pesar de la avidez periodística por todo lo que parece paranormal-por lo que cuando estalló un acotado incendio en el área de servicio, calcinandose la obra que ya no figuraba en inventario junto con diversos elementos de maestranza del edificio, solo el director de la importante institución artística reparó en la inscripción grabada en el reverso de la placa que nominaba la obra.
 Había quedado al lado de la pintura convertida en cenizas. El director supuso que debía estar confeccionada en titanio o en otro material incombustible.
 La levantó con precaución, pero a pesar de haber estado sometida al fuego se hallaba curiosamente fría.
 Decía textualmente:
                                                           Martín Rodriguez Zamudio
                                                           Pintor que derrite las mascaras
                                                           sociales de los espectadores de
                                                           su obra y supera los incendios
                                                           intencionales, seguirá exponiendo
                                                           otras versiones de su Opus Magnum
                                                           donde Vd. menos lo espera, et in secula
                                                           seculorum, hasta la última generación de
                                                           su estirpe.
 El director empalideció.
 Le pareció que la inscripción estaba dirigida a él y a toda su progenie, aún la no nacida.
  

                                                            FIN

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Sumérjanse en la siguiente pieza narrativa, estimados lectores...

                                                            FILOLOGÍA HISPÁNICA

 -¡Permiso!...
 Quien lo solicita, también empuja.
 -¡Voy a bajar!..., le contesta el individuo joven de aspecto prolijo, molesto por el contacto físico del otro, que quiere descender del colectivo con una violenta premura.
 -Dejame pasar rápido, guacho hijo de puta o te tajeo..., acabo de afanar una billetera y si no te corres te marco la geta por el resto de tu reputisima vida.
 Elocuencia, piensa el joven Víctor Refinero, este sujeto retacón y fornido se expresa con atendible elocuencia.
 El estudiante de filología hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, de vacaciones en Buenos Aires, le abre paso al carterista raudamente, como respuesta a sus expresivas palabras, cargadas de significación precisa, sin ambivalencias.
 El punga desciende presuroso y Refinero detrás suyo, con una velocidad que evidencia un apreciable estado atlético.
 En un brevisimo lapso se halla a la par del caco, al que empuja por el portal entreabierto de una obra en construcción.
 El sujeto intenta echar mano a la navaja, pero una patada lateral de Víctor dirigida a su tibia izquierda, provoca que se doble de dolor.
 El tipo intenta proferir palabras que se atascan en su lengua; no se entiende si se trata de súplicas o de amenazas.
 "Elocuencia trabada"..., piensa Víctor, mientras le hace saltar el canino superior con un impecable revés de zurda; también la navaja marca Opinel, con cachas de madera bastante estropeadas, se desliza de la mano del individuo golpeado y cae al suelo.
 El hombre, intuye que su fin se acerca mediante una feroz golpisa y se concentra para poder balbucear un perdón entendible, con acento limeño.
 Más del Rímac que de Miraflores..., estima Refinero, mientras observa la boca sangrante del tipo,  manteniéndose a prudencial distancia.
 Como la víctima del castigo se halla encogida, sin poder erguirse, quizás debido a una fractura tibial, Víctor Refinero recuerda imagenes de momias del altiplano, conservadas en posición fetal como para volver al origen, a la tibieza del líquido amniótico, dado que ya habían visto el mundo y quizás se desilucionaron.
 Esta reflexión dura un lapso fugaz: asume que en los próximos segundos, la situación se definirá de un modo rotundo, inapelable.
 Esto rige para el pensamiento de ambos.
 El delincuente, porque supone que lo van a matar a golpes. El que hace justicia por mano propia, en defensa de intereses ajenos, al considerar que si se deja llevar por el ímpetu de tantos años de artes marciales, practicadas en el barrio madrileño de Chueca, se convertirá en un homicida.
 Ambos esperan que el destino les otorgue una solución de compromiso.
 Víctor Refinero, habla con tono pausado.
 -Dame la billetera que sustrajiste, maldita bazofia fermentada, antes que deje tu posible humanidad como un estropajo descartado por el uso.
 El otro, realmente aterrado, tanto ante el léxico como ante la actitud de quién lo emplea, contesta entre babas sanguinolentas.
 -Caballero, toda suya.
 Le entrega el fruto de su rapiña y evalúa, que el poder del lenguaje puede potenciar al de la acción.
Víctor Refinero se hace cargo de los escasos ciento cincuenta pesos que contiene el adminiculo, arrojándolo de inmediato a un costado, con los documentos del despojado en su interior.
  Se retira del escenario de los hechos, cuando la repetición de una frase del punguista lo motiva a volver sobre sus pasos.
 -¡Que le aprovechen , Señor, que le sean de utilidad!...
 Víctor interpreta que debe hacer algo más antes de retirarse, como colocar la frutilla en la torta.
 Aferra al individuo reclinado por sus largos cabellos-algo grasosos-y golpea su cabeza contra un encofrado cercano con calculada eficacia, dejándolo atontado o abombado, como se le ocurre en una reflexión de tipo académica, en torno al estallido del bombo y su metáfora del aturdimiento.
  El aventajado estudiante de filología hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, se aleja a paso tranquilo, mientras estima el posible sustrato de verdad que pueden poseer los refranes:
 El que roba a un ladrón tiene cien años de perdón.
 ¿Alguien que haya ejecutado tal hecho, vivió para corroborarlo?...
 Silbando bajito un tema de flamenco pop, el joven porteño Víctor Refinero-residente estudiantil en España-se dirige a una clásica librería céntrica a los fines de comprar Poesía juglaresca y juglares, de Don Ramón Menéndez Pidal, editado en la vieja colección Austral de Espasa Calpe. Supone que ciento cincuenta pesos le alcanzaran para acceder a esta adquisición.

                                                                    FIN


   

domingo, 20 de noviembre de 2011

¿Quienes son los que nos rodean en nuestros viajes en subte?...

 ¿Quienes son nuestros vecinos de la cuadra?...
 Están invitados a leer...


                                                          LA MARCA DE LA BESTIA
 
 La Agencia lo consideraba el mejor:
 El más confiable en la identificación, el más veloz en realizar la evaluación de nivel in situ y comunicar los resultados, el más apto para resguardarse de las reacciones hostiles.
 Su tarea era ímproba:
 Circular por las calles como peatón inadvertido, hasta dar con alguno de ellos y verificar su filiación positiva, de ser así, informar a base el nivel de peligrosidad detectado, lo antes posible.
 Los identificables, podían ser de edad y sexo indistinto, aunque se registra tan solo un par de casos de niños marcados.
 Con una media de seis horas de actividad diaria de lunes a viernes-para sábados, domingos y feriados hay franqueros-podría detectar un  caso cada dos meses, en promedio, pero un mes de hace unos años ubicó a cuatro de nivel alfa. En esa oportunidad, la Agencia estableció alerta roja, previendo que algo atroz podría ocurrir, pero todo prosiguió con la consabida habitualidad.
 Las reacciones hostiles, se dan cuando el sujeto de filiación positiva detecta-a su vez-al identificador, por algo parecido a un efecto rebote.
 Ante esta circunstancia, el agente se halla expuesto a cierto ataque psíquico, que le provocará fuertes neuralgias o estados de abatimiento que aunque transitorios, pueden generar agudas descompensaciones anímicas en el afectado.
 Estos resultan ser los síntomas conocidos y debidamente categorizados.
 Por lo que el desconcierto de la Junta de Examinación designada por la Agencia, es mayúsculo, al no percibir nada de esto en la actitud de su mejor agente, que a pesar de ello, exhibe diferentes alteraciones en su comportamiento identificatorio, que implican algo grave, dada la posición que ocupa en la estructura operativa.
 La Junta, formada por expertos-que no son identificadores-interpreta que su mejor agente podría dar filiación positiva, pero no lo puede confirmar dado que quienes se hallan innatamente capacitados para descubrir tal condición, individuos que se pueden contar con los dedos de una mano, afirman que su compañero conocido como "el mejor" sigue siendo el que era.
 La máxima autoridad de la Junta dijo que el agente en cuestión, contrajo la membresía por conversión,
aunque hasta ese momento se consideraba que la misma se hallaba incorporada desde el nacimiento y se manifestaba en el final de la adolescencia, que era cuando resultaba detectable para el reducidisimo cuerpo operativo de calle.
 Ante esta situación, en la Agencia entraron en pánico, al considerar que todos los identificadores podrían estar confabulados por padecer la misma condición que el mejor.
 La angustia de los integrantes del estrato jerárquico-los únicos con acceso a la información sensible-se traduce en que los que portan la marca de la bestia, la llevan impresa en caracteres invisibles y se confunden con el resto de la humanidad que los ignora.
 La falta de respuesta identificatoria, podría dejar a la sociedad inerte, a merced de los marcados, incapacitada para discernir entre los unos y los otros o como diría Discepolo, todos revolcados en el mismo merengue...y aunque en otros tiempos pudo ocurrir, sin duda, esta vez sería peor.
 Mucho peor, habida cuenta de que toda nueva versión, resulta corregida y aumentada.

                                                                              FIN

sábado, 12 de noviembre de 2011

Habida cuenta, estimado público lector, de que existen peregrinaciones...

integradas por millones de individuos, les recomiendo la lectura de...


                                                                         EL PEREGRINO INVERTIDO

 El hombre, peregrinaba a la inversa:
 Desde el sitio sacro, al contrario, o sea, el del inicio de la formación devocional.
 Hacía coincidir el tiempo de su partida solitaria y silenciosa, con el de la marcha multitudinaria y  pródiga en fervor religioso.
 ¿Poseía este atributo?...
 Sí. Lo sentía íntima, emotivamente, pero sus dificultades de integración a un colectivo social,lo invalidaban para ser uno más entre la multitud.
 Por decirlo de algún modo, poseía-o padecía-una dificultad intrínseca para congregarse.
 ¿Porqué no acompañaba al conjunto, de modo ensimismado y no participativo con los demás, concentrado en su propia unción?...
 Varias veces se contestó a sí mismo esta pregunta:
 Porque necesitaba imperiosamente, que la divinidad se fijara en él.
 Sabía que esta clase de contactos era espiritual, por lo que el Altísimo podría reconocerlo aún entre los siete mil millones de humanos que poblaban el mundo, pero...,  pensaba que convenía exacerbar el requerimiento, ante aquel que todo lo puede.
 Lo que a su vez, era un modo de singularizar su presencia y su acercamiento a Él.
 ¿Cual era su requerimiento y súplica?...
 Simplemente..., atención.
 Atención.
 Lo que era mucho pedir.
 Consideraba que desde el albor de la humanidad entendida como tal, doscientas mil millones de almas-por arriesgar una cifra-poblaron la Tierra.
 ¿Porqué el Creador se iba a fijar particularmente en la suya?...
 No tenía contestación a este interrogante, de modo que decidió peregrinar a la inversa para expresar su aflicción ante el sacro silencio, lo que estimaba era la respuesta habitual del Supremo para con sus atribuladas criaturas; esencialmente, con aquellas que poseían una fe no embotada, propensa a la distinción.
 ¿El precio de cierta soberbia, de querer destacarse del resto, cuando lo que se bendice es la humildad?...
 Podría ser.
 El hombre lo asume; también sabe que desde alguna óptica, resultaría ingenuo recurrir a estos recursos para que la deidad lo individualice.
 Pero...
 ¿Y si su creativa formulación peregrinacional era la de preferencia, para aquel que dispensa castigos y establece recompensas eternas?...
 Nada más lejos de su intensión, considerarse un  elegido que puede interpretar el sublime silencio.
 Ni siquiera era uno de los tantos alucinados, pseudo-iluminados y falsos profetas, que en profusión aparecieron y aparecen en todas las épocas y lugares.
 Lo suyo se remitía a lo formal, como método de acceso al contacto personal con el Único.
 Respecto a esta cuestión, entendía que la íntima fusión de su alma en la esfera divina, aunque sea durante una fracción de segundo, implicaba la experiencia directa que necesitaba para justificar su vida pasada y futura.
 Una apetencia de encuentro superior con el todo, el uno, el absoluto.
 El hombre que peregrinaba a la inversa era un místico, que por otra parte, conocía fehacientemente los peligros de esta condición, cuando colisiona con la índole de los demás. O sea, con el orden de quienes se hallan inmersos en mayor o menor grado en lo terrenal, en una realidad prosaica desvinculada del ámbito celestial.
 Por estas consideraciones-a pesar de la incomodidad y el riesgo-decidió dejar de circular paralelamente al contrario de la procesión masiva, para desarrollar su recorrido atravesando el centro de la misma, siempre en la dirección inversa.
 Eligió para la prueba magna, la de mayor concurrencia, la de apabullante masividad.


 Jóvenes, mayores, enfermos en camillas, discapacitados en sillas de ruedas, niños y hasta bebés en brazos, avanzaban, recorriendo el diagrama circulatorio de la fe.
 El hombre que peregrinaba a la inversa se desplazaba sin pedir permiso, abriéndose paso como podía, impertérrito ante las preguntas, la sorpresa ajena, incluso los insultos y las maldiciones, siempre mirando hacia abajo como los mansos o hacia arriba, buscando la divina señal.


 Se desconoce que fue lo que generó la descomunal avalancha humana, que ocasionó centenares de víctimas afixiadas y pisoteadas, cuyo afán de elevación espiritual fue interrumpido del modo más atroz.
 Antes de sentir-yacente sobre el pavimento-que su cabeza era aplastada por una multitud  en desbandada por el pánico, el hombre que peregrinaba a la inversa pudo deducir que la entidad divina, seguía requiriendo sacrificios humanos como prueba de fidelidad de la especie; también, que alguien debía generarlos de algún modo, cuando ya estaban abolidos en el universo de la religiosidad.
 Antes de perder el conocimiento, lo embargó una felicidad inconcebible, la prueba de un reconocimiento que superaba todo posible parámetro de evaluación aplicable. Quizo sonreír en señal de gratitud y elevar su vista, pero su boca destrozada se lo impidió, así como su cuello, que se hallaba fracturado.

                                                                         FIN

viernes, 11 de noviembre de 2011

Sensibles lectores...¿Alguna vez recuerdan que somos la especie dominante?...

                                                                ¿QUIÉN SOS?...


 Los gritos de la tía Thelma resonaban estridentes:
 -¿Quién sos?...¡Decí quien sos!...
 Parecía presa del terror...¿O del asco?..., quizás de una mezcla de ambos sentimientos.
 La emotividad desbordada de la tía Thelma, proseguía manifestándose con pocos cambios de entonación.
 Se trataba de un interrogatorio alterado, donde quien exigía información se hallaba en evidente posición de inferioridad.
 Nosotros-sus sobrinos-conocedores de la reacción de la tía ante la aparición de ciertos desconocidos, estallábamos en carcajadas tan estentóreas como sus "¿Quién sos?".
 Nuestros padres nos acompañaban en las risas.
 Esto parecía exacerbar los pedidos de identificación que formulaba la tía, ahora con voz trémula:
 -¿Quién sos, alma transfigurada?...
 Esto era nuevo.
 A mis diez y siete años, podía interpretar humorísticamente la orientación de sus preguntas habituales, pero al incorporar el tema de la transmigración de las almas, mi risa se convirtió en estrépito.
 Quizás para prolongar la situación jocosa, nadie pisó a la inmunda cucaracha negra, objeto de su requerimiento.
 El bicho parecía adormecido, como borracho de insecticida, intentando torpemente camuflarse detrás de la pata de una mesa a la que casi no podía llegar, quedando completamente vulnerable.
 Cuando el "¿Quién sos?" de la tía pareció evidenciar angustia, mi primo Javier destruyó al invertebrado mediante un tacazo, que resonó sobre el parquet como un tiro de gracia.
 En ese momento, al quedar al descubierto esa pasta desventrada e inmunda en que se había convertido el insecto, la tía exclamó como para sí, ahogada por un llanto que pugnaba por aflorar:
 -¿Quién eras?...
 No llegó a acallarse el sonido de su voz, cuando la fotografía enmarcada del tío Alberto-de quien la tía era viuda desde hacía unos pocos meses-se estrello contra el piso esparciendo el vidrio que la cubría, tomando contacto la foto en primer plano del tío, con los restos informes de la cucaracha.
 En el repentino silencio que se generó en el living, Javier y yo nos miramos como si detectaramos que estábamos pensando lo mismo:
 La tía Thelma nos refirió alguna vez que de recién casados, con el tío Alberto tuvieron una pequeña empresa de desinsectación, durante algunos meses.
 A pesar de que les reportaba buenas ganancias, el tío no quiso proseguir con la actividad, sin explicitarle el motivo de su determinación.
 Ante su insistencia, luego de un prolongado lapso de silencio al respécto, solo le dijo:
 La capacidad de venganza de las cucarachas, nos aventaja en millones de años...
 Cuando volvimos la mirada hacia la tía, la vimos llorar amargamente, sin atreverse a barrer el estropicio que quedó en el piso.

                                                                   FIN

jueves, 10 de noviembre de 2011

Ávidas lectoras y lectores, desciendan sus miradas...

                                                                    UN HUECO QUE REFULGE

 El hombre llegaba al final de su largo viaje, con evidente fatiga.
 No pudo dormir durante la noche, sintió frió a pesar del abrigo de la manta y su inquietud hizo el resto.
 Exhibía un semblante abotagado, ornado por oscuras ojeras que contrastaban con la palidez de su piel.
 Al pisar el andén, trató de mejorar el aspecto de su vestimenta con algunos golpecitos como para plancharla, en un intento por recuperar el empaque que mostraba al salir.
 Se ajustó el cuello duro, al que el roce de la barba aún sin afeitar, opacaba el albor que presentaba al inicio de la travesía.
 Como individuo atildado que era, se atuzó el profuso bigote, algo caído por no haber usado la bigotera nocturna y se requintó el sombrero, ladeándolo con elegancia.
 Su equipaje, era una pequeña valija de cuero marrón que siempre estuvo al alcance de su mano y una manta, adosada a la misma mediante un correaje.
 Aferrándola con la diestra, avanzó sin contestar los requerimientos de changarines, niños que voceaban diarios, vendedores ambulantes con bandola, muchachos que ofrecían alojamiento y otros servicios; todo proferido a viva voz, en una cacofonía donde el castellano adoptaba diferentes tonadas, incluso, se confundía con el cocoliche de los inmigrantes italianos.
 Pensó que esto era lógico, dado que la mitad de la población de Buenos Aires era extranjera.
 Los pocos años que pasó fuera de la ciudad ya le deparaban sorpresas: la Estación Constitución contaba con nuevas plataformas, numeradas 8 y 9.
 Al lado de la Nº 1, numerosos carruajes aguardaban a pasajeros recién arribados, ansiosos por llegar a sus destinos.
 Pudo ver dos automóviles taxímetros, detenidos con el motor en marcha; generaban tanto estrépito como las locomotoras.
 En el grandioso hall central, la gente se desplazaba presurosa, confundiéndose los que llegaban y los que iban a abordar formaciones tanto de los servicios generales como de los suburbanos, todos inmersos en la gelidez de esa mañana destemplada, que comenzaba a despuntar.
 Cada uno portando su propia inmediatez...,o sea, la suma de una historia personal -reflexionaba mientras se hallaba próximo a salir de la estación- conjugada con un futuro que cada segundo  convertía en presente, para de inmediato transmutarlo en pasado...
 Pero para él, todo tenía otro cariz: el de una misión encomendada y asumida.
 Lo suyo, era abarcativo de un modo que nadie podría suponer: los incluía a todos ellos, aunque no lo supieran.
 El malestar, se instaló en su espíritu al trasponer el umbral que daba a la calle Brasil.
 No la vio. La demolieron.
 No llegó a tiempo.
 La información recibida en Bahía Blanca, fue imprecisa en cuanto a la fecha.
 Absorto ante lo infausto, casi es derribado por el cadenero de una chata de Francisco Viacaba cargada de bolsas, de esas que vienen del puerto. El carrero lo miró con desprecio, el cigarrillo colgando de sus labios, quizás pensaba en la idiotez de ese pisaverde distraido.
 Como en un pantallazo mental, recordó que esos carros solían utilizar la Avenida Belgrano para su trayecto.
 Era curioso, reflexionaba, mientras esquivaba a un tranvía y luego a un camión con ruedas de madera repleto de baúles posiblemente de inmigrantes, como las cuestiones nimias se mezclan con la preocupación trascendente.
 Quizás era propio de la naturaleza humana tamizar con lo prosaico lo más elevado, para atenuar el concepto de infinito en la mente.
 ¿Sino como asimilar ideas de eternidad y sumisión superior?...
 O condena de proyección inconcebible...
 Ese, ahora era su caso.
 No rescató a tiempo el secreto de la Gran Rocalla, escondido en el hueco que refulge.
 Aquello que transmitió el Ingeniero Courtois en 1887, disimulado entre el hierro y el cemento de la gruta considerada un adefesio por la población.
 ¿Torcuato de Alvear, primer intendente, lo sabía?...
 No estaba seguro.
 La gruta, ya comenzó a derrumbarse al primer año de construida. La ruina del castillo en ruinas que construyó Courtois, junto a un lago artificial en medio del vacío, dado que eso era la plaza en el siglo anterior.
 Individuos de mala catadura, lo miraban dirigirse hacia los escombros de los escombros, donde hasta hacía muy poco aún estaban en pie los restos de lo que fue edificado como un castillo derruido.
 Siempre la destrucción, esa clave.
 Hablaba en voz baja, como para sí, mientras el paisaje se convertía en un cenagal hediondo, donde iban a comenzar los trabajos del subterráneo de la Anglo-Argentina.
 Un par de vigilantes a caballo que circulaban por el lugar, lo observaban perplejos.
 Estimaba que su aspecto de caballero, de bombín y abrigo con esclavina, no era coherente con caminar por un barrial que enlodaba sus botines.
 Ya ni gatos había..., estos habían sido los habitantes de la ruina de la gruta, los últimos veintitantos años, alimentados por las buenas señoras del barrio.
 Pero también había visitantes nocturnos subrepticios, él fue uno de ellos, que franqueaban el vallado y accedían peligrosamente a la zona más oculta de la mole ruinosa, donde se hallaba el hueco que refulge,conocido por unos pocos.
 Al contacto con su luz fría, él se sometió varias veces durante la última década, siempre por mandato de los que le encargaron velar por su secreto y preservar su índole inefable.
 No estuvo a la altura de su misión. Llegó tarde.
 Se distrajo en Bahía Blanca y subestimó cierta información telegráfica, esto generó la catástrofe: una cuestión de tiempo.
 Los restos de la Gran Rocalla fueron demolidos con dinamita, por lo que dudaba en poder reconocer donde se hallaba el hueco que refulge.
 Cuando llegó a lo que ya era un extenso túmulo de escombros desperdigados, los policías montados decidieron acercarse.
  Encaramado entre los restos, sabía que le sería imposible hallar aquello que debía preservar.
 Hurgó febrilmente con sus manos hasta destrozarse las cuidadas uñas y estropear su ropa; la valija quedó olvidada como un despojo en el lodazal.
 _¿Qué busca?...
 Le preguntó uno de los chanfles, con tono rudo.
 -El hueco que refulge...
 Lo enunció sin ánimo ni enjundia; todo estaba perdido y la locura era apta para mantener el hermetismo sobre aquello.
 -Se desayunó con ginebra el hombre...
 Dijo el otro policía, entre risotadas contestadas por su compañero, hasta que vieron como el cajetilla ya de aspecto astroso, se postraba y comenzaba a recitar una letanía, algo así como...
                                                Mimmio, athesa,eoio...
intercalado con frases tales como gases tóxicos, muerte en escala industrial, trincheras hediondas; bayonetas que horadan la carne, cieno y porquería, vehículos blindados,aerostatos, bombardeos aéreos, una guerra nunca vista...
 Todo acompañado por espumarajos, toses, flemas...
 -No está mamado -dijo el que llevaba jinetas de cabo- está loco.
 Uno se quedó en custodia, mientras el otro se dirigía a dar aviso a la asistencia pública.


  El médico, observaba la tarea de los enfermeros que le colocaban un chaleco de mangas anudadas entre sí, con frialdad profesional. Llevaba un diario bajo el brazo.
 -Este es carne de electroshock ..., le dijo al vigilante, que no sabía exactamente que era eso, pero no debía ser nada bueno; había oído hablar de la silla eléctrica.
 Antes que lo introdujeran en la ambulancia arrastrada por dos caballos, el hombre considerado alucinado, pudo leer el titular de La Nación bajo la fecha del día:
                                                           29 de junio de 1914
                         MATARON EN SARAJEVO AL ARCHIDUQUE DE AUSTRIA
                                                   FRANCISCO FERNANDO
 O sea que lo mataron ayer, pensaba, mientras cerraban las puertas del vehículo.
 Se durmió inmerso en un sueño apocalíptico: años de matanza descomunal con armas inconcebibles y luego, una prodigiosa epidemia de gripe, que completaría las decenas de millones de víctimas.
 Lo gritó con todas sus fuerzas al llegar al establecimiento de la calle Vieytes, pero un guardia lo hizo callar a golpes de porra.
 -Aquí tenés que estar tranquilo ..., le dijo, pero él ya comenzaba a estarlo, porque sabía que ya no era él y eso le iba a resultar beneficioso.

                                                                         FIN


                                                  

jueves, 29 de septiembre de 2011

Estimados lectores...

 ¿Nunca vieron algo o alguien que no parecería corresponder al presente que nos concierne?...
 Los animo a leer lo siguiente...

                                                 SOMBRAS NADA MÁS

 Reparó en la sensación de alarma e inquietud que sentía.
 Era natural: caminar a la medianoche por el conurbano bonaerense, por zonas de escaso movimiento, podría ser una invitación al delito.
 El hecho de que no le pudieran robar nada, porque no tenía nada, podría ser peor, consideró apurando el paso.
 Este sentimiento de lógico temor, había opacado en su ánimo la impronta de derrota, la pulsión  de odio hacia si mismo y sus circunstancias, provocada por haber perdido hasta el último peso en las máquinas del bingo. No le quedaba ni para un remis; peor aún, ni para el improbable colectivo.
 Apretó el echarpe contra su cuello; el intenso frío, parecía vulnerar la protección de su  atuendo, adecuado a la inclemencia de un invierno que acrecentaba la soledad de las calles, desprovistas de transeúntes y vehículos.
 Se sucedían las cuadras, más o menos iluminadas, mientras él circulaba por la calzada desierta.
 Dos veces, le pareció escuchar los cascos de un caballo golpeteando el pavimento.
 Se dio vuelta prevenido, suponiendo que se trataba de un carro de cartonero. No era cuestión de descuidarse: las actividades marginales, aunque las desarrollaran individuos decentes, siempre le provocaron desconfianza.
 Pero no vio a nadie.
 La tercera vez que escuchó el retumbar de los cascos, al volverse de improviso, divisó un caballo oscuro tirando de un mateo pintado de negro, como los que paran alrededor del zoológico, pero menos alegre y turístico. Este era sobrio como los de muchas décadas atrás, con un farol encendido de luz mortecina-sin duda, con kerosene como combustible-ubicado en el lateral derecho, mientras un hombre robusto se hallaba sentado en el pescante, aferrando un látigo con la diestra.
 Vestía una chaqueta de cuero gastada por el uso, suéter color gris de cuello muy alto y hechura rústica, mitones deshilachados y gorra muy calada, que le cubría buena parte de la frente.
 El carruaje transportaba un pasajero de edad algo indefinida, de profusos bigotes con las puntas hacia arriba y una destacada cicatriz en la mejilla izquierda; el chambergo ladeado que llevaba, de haber sol, sombrearía su mirada.
 Una camisa blanca de cuello duro rematado por un moño de lazo, negro como su traje, definian su vestimenta, a su vez, realzada por una cadena, posiblemente de plata, que le cruzaba el chaleco.
 Un maletín de cuero negro, se hallaba al alcance de su mano depositado sobre el asiento, mientras sus piernas se hallaban cubiertas por un abrigo con esclavina, empleado a modo de manta.
 Del lado izquierdo de su boca, colgaba con displicencia un fino cigarro encendido.
 Aún no se había repuesto del estupor ante lo que tenía frente a sus ojos, cuando el vehículo y sus ocupantes desaparecieron al doblar la esquina. Como si se hubieran volatilizado o fueran producto de su imaginación.
 Si bien podía jugar esporádicamente de un modo insensato, se consideraba un hombre juicioso, de vida relativamente ordenada.
 Apenas si bebía alcohol, no se drogaba y nunca había padecido alucinaciones u otros estados alterados.
 La primera explicación que se le ocurrió, fue que estaban filmando una cámara oculta para la tv, pero esto no podría justificar la desaparición: él llegó al cruce de calles de inmediato y no vio más al  coche de plaza con su tiro y las personas transportadas.
 Una visión..., pensó, quizás se trataba de eso, motivada por la angustia que le provocó la pérdida en el juego, que a su vez, lo llevó a vender el celular de su propiedad a un conocido circunstancial en el bingo por el 20% de su valor.
 Para seguir perdiendo..., agregó en voz baja a sus pensamientos.
 Pero no tuvo tiempo de seguir recriminandose por la paliza de las tragamonedas...
 El coche apareció nuevamente; el caballo, llevando un trote corto, pareció materializarse a su lado.
 El pasajero lo miró como si quisiera decirle algo, pero se mantuvo en silencio.
 Corrió tras el coche de alquiler, recordando que también se los conocía como "victorias" en tiempos pretéritos, pero este se confundió entre la oscuridad de la calle arbolada, dejando entrever sombras nada más..., como dice un conocido tango.
 Siguió corriendo hasta llegar a su casa, muy cerca de la última aparición.
 Trató de serenarse: él no creía en fantasmas, pero no podía dominar cierta impresión de que algo terrible estaba por suceder, fuera de la estructura natural de lo consabido; la mirada torva del pasajero, era propia de la de alguien involucrado en la violencia de su tiempo.
 Que no es el mio..., pensó.
 Abrió la puerta de su casa y su mujer lo recibió en camisón, pero antes de cerrarla y reaccionar al ruido del mateo nuevamente desplazándose, ya tenía encima al pasajero de negro, ayudado por el cochero, quien le sujetaba los brazos por atrás mientras el otro aplicaba un pañuelo sobre su boca y nariz.
 Antes de perder el conocimiento, le pareció sentir olor a cloroformo; también pudo llegar a ver-desde el coche que comenzaba a moverse-cierta mueca en los labios de su mujer, que antes de desaparecer de su vista,se convirtió en una sonrisa...
 ¿Creería que se trataba de una broma?..., pensó, sintiendo que ingresaba en un oscuro sueño que acompasaba el traqueteo del carruaje, mientras el hombre de la cicatriz en el rostro, subía la capota porque comenzaba a caer una llovizna gélida, de gotas punzantes como púas.

                                                                  FIN

lunes, 26 de septiembre de 2011

En algunos casos, las razones del momento...

producen consecuencias que lo superan largamente...
 Les recomiendo la lectura de...

                                 TRES HOMBRES Y UNA FLATULENCIA (RAZONES DEL MOMENTO)

 El ascensor-hermético y acerado-descendía del piso 25 de un edificio inteligente, ocupado por oficinas.
 El hombre de traje oscuro, aferraba con fuerza una carpeta de presentación, los nudillos blanqueados por la presión ejercida.
 Sus facciones parecían contraerse, ante el intempestivo deseo de deponer. No pudo evitar la emisión de un gas prolongado y sonoro, que le generó una sensación de haberse ensuciado el calzoncillo.
  Por suerte se hallaba solo, pensó con cierto sentimiento de vergüenza, pero dos personas ingresaron en el piso 23, una de las cuales, lo saludó con distante cortesía.
 Respondió con algo así como un balbuceo; como tímido patológico asumido, le resultaba arduo hablar con desconocidos, aunque en esta ocasión, además, se hallaba concentrado en controlar el furor de sus tripas y nada debía distraerlo.
 A medida que se aceleraba el descenso, el olor ofensivo parecía intensificarse.
 Los recién llegados, se miraron de soslayo.
 Él de traje oscuro intentaba despegarse del asunto, oprimiendo contra su nariz un pañuelo perfumado a la lavanda.
 Su aspecto esmirriado y el saco que le quedaba grande, realzaban la insignificancia de su presencia.
 Lo sabía. Sentía que su aspecto físico influyó en que no consiguiera el empleo pretendido, en el piso 25.
 Su CV apretado, parecía una prolongación de los espasmos intestinales que lo atormentaban.
 El olor ya era apestoso; ni el aliento alcohólico de uno de los otros pasajeros, conseguía disimularlo.
 Justamente, el que había bebido varios scotch on the rocks, after six en su oficina, era el más provocativo con sus miradas.
 Las dirigía al otro-el que había saludado al ingresar-individuo corpulento y bronceado, que extraía un smartphone del bolsillo de su camisa de marca.
 En el de traje oscuro no se fijaba ninguno de los otros dos, aunque el semblante demudado que presentaba, podría delatarlo como el autor de las emanaciones pútridas.
 El del celular atendió una llamada con voz muy alta, propia de alguien seguro de si mismo, acostumbrado a imponerse en los negocios, en el ejercicio del sexo, en donde él considerara que había que combatir para demostrar superioridad natural; en cualquier ámbito que a su criterio fuera un espacio de poder, o sea, casi todos en los que compartiera un espacio, aunque sea brevemente.
 -¿Donde estoy?...,dijo mirando al del hálito a whisky, bajando en un ascensor junto a un hijo de puta que debe comer carroña, por el pedo que se tiró...
 -Capaz que se lo tiró Vd., respondió el aludido.
 La contestación que recibió fue rápida e insultante.
 -¿Que decís borracho de mierda, con ese aliento que apesta como tus pedos?...
 El ofendido, elevó un rodillazo a los testículos del otro, que no logró su efecto dado que fue esquivado con destreza, mientras el costoso teléfono caía al piso del ascensor. Su dueño, le aplicó a su contrincante un certero golpe de puño en el rostro, haciendo que peligrara su vertical y con sus desplazamientos, hiciera temblar el cubículo plateado donde se hallaban; de todos modos, aunque sangraba profusamente por la boca, el acusado de beodo no se daba por vencido. Arremetió con furia contra su rival, impactándolo con dos directos sobre el plexo.
 El de la camisa de marca-manchada de sangre ajena-pareció vacilar; en ese momento, su contendiente se distendió y bajó la guardia, algo razonable en una pelea no profesional, lapso que aprovechó el otro para golpearlo en la base de la nariz con la parte inferior de su palma abierta, en trayectoria ascendente y con suma violencia.
 La sangre manó a raudales y el hombre se derrumbó inerte.
 En apenas segundos, las puertas se abrieron en planta baja, ingresando personal de seguridad para ocuparse del caído; otros custodios se encargaron de retener al anonadado victimario, que pasado el fragor de la lucha, comenzaba a comprender con deseperación el resultado de la misma, por otra parte, grabado por la cámara con que contaba el elevador.
 Se requirió la presencia de la fuerza pública, que en pocos minutos se hizo cargo de la situación.

 El hombre de traje oscuro, nunca había sido testigo; ni siquiera del casamiento de un amigo, porque no los tenía.
 Ahora lo era de un homicidio en riña.
 Escuchó como un policía le preguntaba a otro el motivo de la disputa:
 -Razones del momento..., fue la respuesta.
 -¡Qué muerte al pedo!..., dijo el otro uniformado.
 -Parece que el occiso estaba en pedo..., agregó un tercer integrante de la fuerza.
 El hombre de traje oscuro no salía de su estupor: una pérdida de vida y otra de libertad, solo por su pedo.
 Para atenuar cierta difusa sensación de culpabilidad, pensó que podían haber descubierto que él había sido el emisor; en ese caso, él sería el cadáver.
 Ensimismado en estos pensamientos, tardó en notar con agrado que cesaron los embates de sus intestinos.
 En cuanto al trabajo que no le fue otorgado, ya conseguiría uno mejor.
 Cuando el fiscal se hizo presente, lo mandó a llamar. El hombre de traje oscuro hasta insinuó un amago de sonrisa satisfecha: consideró que se salvó de puro pedo. a tal punto, que todas las molestias de dar testimonio en función de la carga pública que conllevaba dicho acto, le parecían irrelevantes.
 Observó furtivamente al detenido: se hallaba absorto, como inmerso en una nube de pedos, de la quizás no quisiera emerger para afrontar su flamante condición de homicida.

                                                                   FIN

Estimo que el tema de los feriados municipales...

como el Día de Lomas de Zamora, por ejemplo, no ha estado presente en la literatura de nuestro país.
Al respecto, pueden leer la siguiente pieza de narrativa breve.

                                                                   EL TIMBRE DIURNO

 No esperaba a nadie.
 Supuso que se trataba de algún vendedor ambulante, de esos que insistían con lo suyo en el Gran Buenos Aires, aunque la inseguridad ya tornaba inviable ese modo de comercialización.
 No pensaba atender.
 Si se trataba del par de vecinos con el que tenía algún trato, no sería nada importante.
 Para los carteros, había un buzón de tamaño adecuado incluso para recibir diarios o revistas.
 Seguiría leyendo la novela policial del autor sueco, cómodamente instalado en la cama, dado que hoy era el día del municipio en el que trabajaba en planta permanente y podía disfrutar del feriado.
 Su mujer ya se había ido al sanatorio-era instrumentadora-y al nene, ya lo había pasado a buscar el micro que lo transportaba al preescolar.
 Dentro de un rato iba a desayunar; tenía la mañana en gloriosa soledad: que nadie lo jodiera.
 La insistencia con la que pulsaban el timbre lo molestó; parecía como si supieran que se hallaba en casa.
 Familiares no podían ser, siempre se anunciaban previamente y sabían que a él no le gustaban las visitas sorpresas. Esto también regia para los amigos.
 ¿Testigos de Jehová o similares?...
 Solían pasar los fines de semana, no las mañanas de los días hábiles, aunque esta no lo fuera para él.
 ¿Alguna emergencia?...
 Esta idea ya lo inquietó.
 Aunque también podría tratarse de una trampa delincuencial: motivarlo a abrir mediante algún pretexto, para ingresar con propósitos de robo; si bien la zona era relativamente segura, estaba enterado de que años atrás, el primer propietario de la vivienda fue asesinado ante la puerta de calle, sobre la vereda, en un confuso suceso aún no aclarado.
 El timbre seguía sonando, no en forma continua, pero con una intermitencia enervante, casi sistemática.
 Se acercó a la puerta con cierto sigilo, para observar por la mirilla gran angular. No vio a nadie, aunque su visión abarcaba los laterales.
 ¿Niños escondidos?...¿Una broma infantil?...
 Le parecía algo inverosímil para el barrio, además, debería visualizarlos.
 El timbre seguía sonando sin variar la cadencia.
 Si bien la calle era poco transitada, observó pasar peatones que no reparaban en nada extraño.
 Como el sonido era intermitente, consideró imposible que la tecla haya sido trabada con cinta adhesiva.
 ¿Desperfecto eléctrico?..., podría ser, pero era de suponer que en ese caso debería sonar de modo uniforme, no entrecortado, como implicando una intervención humana. Se le ocurrió que el término exacto a aplicar sería acción inteligente; esta consideración le provocó un indiscernible malestar.
 Decidió abrir inmediatamente, para sobreponerse a cualquier implicancia que fuera en desmedro de lo razonable, de lo que debería ser.
 Afuera no vio a nadie, aunque le pareció percibir una ligera corriente de aire, que contrastaba con la torridez del verano y la ausencia de una mínima brisa que moviera las hojas de los árboles. El timbre ya no sonaba.
 Lo pulsó: funcionaba sin anomalías.
 Ingresó a la casa. Como solo llevaba el viejo short con el que dormía, se vestiría para ir a buscar un electricista e investigar el hecho.
 Bastó que cerrara la puerta, para percibir otra vez ese difuso frescor.
 Un recuerdo casi sepultado en su memoria, le apareció mentalmente como si estuviera impreso:
 Tres toques cortos, tres largos, tres cortos...
 La señal de S.O.S. en Morse, que le enseñó su abuelo telegrafista quizás veinticinco años atrás.
 S.O.S.: SAVE OUR SOULS
 SALVEN NUESTRAS ALMAS...
 Comprendió que no estaba solo en su casa.
 Alguien o algo que pedía auxilio había ingresado, quizás perseguido.
 Él sabía que no podía satisfacer ese pedido y su primer impulso fue huir, pero la puerta parecía trabada.
 Pensó, afectado por un miedo de índole inefable, que su pedido de ayuda tampoco sería escuchado, porque intentaba gritar pero su garganta solo emitía un débil gorgoteo. Sentía un potente dolor en el brazo izquierdo y una opresión que se acrecentaba en el tórax; aunque sabía lo que esto significaba, no entendía porqué le ocurría a él, un individuo joven y sano. Se fue derrumbando sobre el piso, mientras la  corriente de aire se convertía en un remolino interior que torcía cuadros en las paredes, movía las páginas del libro que estaba leyendo y se desplazaba hacia el cuarto de su hijo, derribando los juguetes que se encontraban sobre los estantes.


                                                                   FIN




jueves, 8 de septiembre de 2011

Me pregunto...

 ¿Cuantos dioses y diosas ha habido en la historia humana, desde el albor de los tiempos hasta ahora?...

                                                                      LA PALABRA NO EMITIDA

 ¿Le había hablado?...
 No lo sabía, pero le quedaba claro que se había comunicado con él, en el baño de su casa.
 Que dejó de ser un baño, para convertirse en el ámbito de la manifestación de un dios.
 De una hierofanía.
 Desnudo, empapado aún por la ducha interrumpida, sin atinar a buscar la toalla y envolverse, con restos de jabón en el pubis, Rafael Ernesto Latorrini, abogado laboralista, iniciaba su primer minuto ungido por la divinidad.
 Ya no era solo una identidad que concernía a un nombre, ahora la misma era depositaria de una misión divina:
 Hacer saber una verdad de seis mil años de antigüedad, de enormes consecuencias en su amplitud cósmica.
 El Dr. R.E.Latorrini se había convertido bruscamente en un profeta; se hallaba con-sagrado.
 Su vida anterior, era solo el soporte de su sacra investidura actual.
 El dios lo eligió a él, solo a él, para abrirle los ojos a la humanidad y despertarla de su letargo abismal.
 ¿Pero de que dios se trataba?...
 Por cierto, no del dios único de los monoteístas.
 Era el dios de los constructores de templos de Malta-de nombre desconocido-quizás tres mil años más antiguo que Yahve en el conocimiento de los humanos; de los pocos de esa época y ese lugar.
 Porqué ese dios olvidado de los tiempos prístinos, lo había elegido justamente a él para dispensarle su gracia, implicaba una respuesta que excedía su comprensión.
 Comprendía al dominio inefable de la potestad.
 Antes del suceso, él era un individuo agnóstico, de poca afinidad con la experiencia religiosa.
 Ahora portaba en si mismo, la capacidad de establecer los cimientos y la obra superior de una nueva religión, mejor dicho, de la restauración de la misma y su proyección geográfica universal, dado que su brillantez emanada de la más remota antigüedad, era parangonable con el desconocimiento que se poseía de esos tiempos alborales.
 -¡Rafa!..., me voy..., besitos.
 Le había gritado su mujer, desde el living, antes de irse a trabajar.
 No recibió contestación.
 Su mujer, sus hijos...
 ¿Como explicarles que pasaron a ser la familia de un profeta?...
 Por lo pronto, su esbelta esposa, con su figura modelada arduamente en el gimnasio, no tenía nada que ver con las imágenes mal adjudicadas al culto de la diosa madre, que se hallaron en diferentes zonas cercanas al Mediterráneo, como Malta y otros sitios.
 Él ya sabía que estas tallas de hembras con esteatopigia, de tremendos muslos, pechos y vientres, eran simplemente la pornografía del neolítico.
 Los constructores de templos de las hoy llamadas Skorba, Taixien, Ggantija, adoraban a un dios macho de formidable poder, que puso orden en el caos y le dio a los hombres, nociones que generaron mil quinientos años sin murallas defensivas. Obviamente, sin armas ofensivas ostentadas.
 Rara armonía en la protohistoria humana; también en la historia.
 El Dr. Latorrini, flamante profeta de la religión de los constructores de templos de Malta, interpretaba que luego de vestirse, debía dirigirse a tomar contacto con lo medios.
 Su celular sonó con ritmo de regatón, una ocurrencia de su hijo; decidió no atenderlo.
 Ya habría tiempo de que se enteraran en el estudio jurídico-del que era titular-de lo que había ocurrido.
 De todos modos, en esa mañana no tenía audiencias.
 Vestido con saco y corbata -hábito de la práctica tribunalicia-  no se cruzó con ningún vecino al abandonar su vivienda.
 La sensación de hallarse entre el tráfago urbano de transeúntes y vehículos, le resultaba asombrosa.
 Nadie de quienes lo rodeaban anonimamente, pensaba, podría suponer que se hallaba junto al elegido: el que debía revelar al mundo el conocimiento olvidado.
 Había establecido que parte de su tarea del día, consistiría en conseguir un sitio apto para erigir un templo.  Más adelante, debería contratar trabajadores adecuados para la tarea y comprar grandes bloques de piedra.
 También, comenzar la difícil búsqueda del arquitecto que debería dirigir la obra.
 Concurriría al cajero automático más cercano, a los fines de retirar efectivo para los mínimos gastos iniciales.
 Luego iría a ver a un allegado, que detentaba un alto cargo en el área de noticias de un canal televisivo.
 Respecto a los grandes costos de la empresa, interpretaba que la divinidad intervendría de algún modo.


 Todo resultó muy rápido.
  La acción del motochorro, que mientras le revisaba los bolsillos le aplicaba golpes con una manopla de acero, desfigurándole el rostro; la llegada al lugar de un policía franco de servicio, que vio lo que ocurría e intervino en su defensa extrayendo el arma reglamentaria.
 El tiroteo que se generó con el conductor de la moto fue caótico, pródigo en balas perdidas.
 El saldo del enfrentamiento fue un delincuente muerto y otro fugado; el policía, gravemente herido, iba a ser trasladado en helicóptero al Hospital Churruca, lo que significaba que se cerrara al tránsito el cruce de dos avenidas para que descendiera la aeronave, generando una gigantesca congestión vehicular.
 Mientras, asistido en el lugar por la dotación de una ambulancia, el profeta Dr.Rafael Ernesto Latorrini se moría, debido a que tres proyectiles de grueso calibre perforaron su zona ventral, al quedar expuesto al fuego cruzado.
 Alcanzó a ver al primer movilero televisivo que se le acercaba; quizás sus últimos pensamientos, fueron que este no era el modo en que debía tomar contacto con la prensa.
 Es de estimar, que supuso que el dios de los constructores de templos de Malta, seguiría inmerso en la oscuridad a través de las eras, sin manifestarse. No sería revelado el conocimiento que su profeta no pudo transmitir durante su fugaz investidura, también secreta para su familia y amigos.


 La opinión pública, solo supo que un distinguido abogado fue otra víctima de la inseguridad reinante.
 Sus deudos, efectuaron el sepelio en un cementerio privado de la Zona Norte. Decidieron no tomar contacto con el periodismo a los fines de evitar la exhibición mediática de su dolor.

                                                                                  FIN

martes, 6 de septiembre de 2011

Existió un emperador chino...

que pretendió que su autoridad se proyectara a la eternidad, debidamente custodiada por un ejercito de terracota...


                                                          ETERNA AUTORIDAD

 Qin Shi Huang sabe que se muere.
 Que aunque es el descendiente directo de los tres Huan y los cinco Di, no podrá impedir el fin de su presencia física en el mundo.
 Ni aún siendo el vencedor de los reinos guerreros y el unificador del país, su poderío alcanza para detener lo ineluctable.
 El emperador del poder absoluto sucumbe como el último labriego, como el portador de cargas pesadas, como el más envilecido de sus súbditos.
 También piensa que todo esto son obviedades, referidas solo a lo corporal, aunque es cierto que en sus viajes a la isla de Zhifu, él intentó acceder a una inmortalidad terrena, a detener los estragos que el tiempo le provoca a la frágil carne.
 No lo logró, pero queda el alma.
 Esta es diferente a la del labriego, el portador, el esclavo e incluso el noble más cercano a su potestad.
 Es el alma del Emperador Fundacional; su índole es divina. La autoridad que de ella emana debe preservarse eternamente con carácter de sagrada.
 Por lo tanto, debe custodiarse.
 Pero...¿Podrá proteger su sacra identidad desencarnada un ejercito de arcilla?...
 O sea, el ejercito de terracota, que ordenó erigir a sus mejores escultores durante décadas, desgastando los recursos del estado.
 ¿Y si solo son muñecos de excelente factura sin capacidad de acción, ajenos al mando,con armas en sus manos solo emblemáticas?...apenas una mascarada marcial, inerte, con la misma función de un espantapájaros.
 ¿Por qué lo pétreo iba a cobrar vida?..., tan solo por embustes de oscuros taumaturgos en los que quiso creer por su miedo a la soledad.
 ¿Había sido tan estúpido como para suponer que sus huestes de arcilla podrían defenderlo de enemigos desconocidos, emboscados en un terreno fuera de la geografía?...
 Lo mismo sería enterrar viva a su guardia de corps junto con su cadáver; vanos sortilegios. No podía evitar que a la muerte se ingresa de modo solitario y despojado.
 Astrólogos, sacerdotes, eruditos..., una recua de obsecuentes que lo engañó con ideas que hoy, tardíamente, detecta como pueriles. Todo sirvió solo para mantener ocupados artesanos, funcionarios, obreros, en pos de una obra y un concepto que ya dejó de generarle dudas.
 Lo considera absolutamente inservible. Se halla solo ante las tinieblas  y su autoridad se desprenderá cuando estas lo absorban.


 En los segundos previos al convulso acceso de tos que lo dejó sin aire, definitivamente, el Emperador Fundacional percibió que su ejercito de terracota, solo serviría para regocijo de futuros curiosos, nada más.
 Intentó impartir la orden de que fuera reducido a escombros, pero ya no podía emitir palabra alguna.
 Murió sintiéndose un imbécil, inmerso en su propia mierda que nadie se atrevía a limpiar, pleno de odio hacia si mismo y hacia los demás.

 De todos modos, fue sepultado en una cámara mortuoria separada de su ejercito modelado.
 Su sucesor, dictaminó que así fuera.
 Consideró íntimamente que si ese esquema defensivo probaba ser cierto, las estatuas de terracota tendrían serias dificultades, para concurrir a donde se hallaba el magno difunto y resguardar su eterna autoridad, o mejor dicho restaurarla, porque ahora era solo suya.


                                                                      FIN


  

lunes, 5 de septiembre de 2011

El tema de la siguiente pieza de narrativa breve es muy vasto...

Les presento una interpretación  del mismo. Adelante...o más exactamente, abajo.

                                                                     ERA DE NOCHE

 La frase insidiosa de ella, consiguió desmadrar la escasa cordura que le quedaba.
 Quizás no tan escasa-estimó en milésimas de segundo-dado que su trompada va dirigida al espejo de cuerpo entero y no a la mujer.
 A esa imagen, la suya, que era la traición al sentido de su pasado y al destino que creía debía corresponderle..., mientras ella se hallaba detrás, desnuda y deseable, como desde que comenzó esta locura.
 Ella le chupó todo..., incluyendo dinero, bienes, familia...y ahora, posiblemente su libertad, tras el desfalco en el que lo involucró y fue descubierto.
 Mientras el puño se estrellaba contra el cristal que destelló en innumerables fragmentos, como si hubiera estallado una supernova en el dormitorio, reparó en que no la vio reflejada en el espejo.
 Se dio vuelta, sin ropas, vulnerable, aferrándose la diestra empapada en sangre, cuando detectó una excitación desconocida en el semblante de la hembra, que comenzó a lamer su puño lastimado con delectación, para elevar su boca de caramelo entreabierta y posarla sobre su vena yugular.
 Mientras ingresaba en un cálido sopor que le impedía resistirse, pensó que ella le estaba chupando lo que faltaba, lo último..., pero ya no le importaba, de todos modos no tenía fuerzas para oponerse: ella  hacía demaciado agradable, su íntimo ingreso a cierta versión de la inmortalidad.

                                                                             FIN

lunes, 15 de agosto de 2011

Ayer tuvimos una jornada electoral...

Su resultado, me indica que más allá de demoler a la oposición partido por partido, en conjunto, queda reflejada una sociedad que la apoya y una que la detesta por partes casi iguales. Un país polarizado, como la Venezuela del exhumador de Bolivar.
Al igual que allí, una oposición anémica no logra sumar más voluntades a la mitad que advierte que el "modelo" es una astuta impostura, de dimensiones tan monumentales, como las que tendrá el mausoleo del héroe epónimo. Esta entrada es extraliteraria, lo que no indica que así será la próxima.Buenas noches, apreciados lectores de sexo indistinto.

jueves, 4 de agosto de 2011

El titulo de la siguiente pieza de narrativa nos remite al de un tango, pero...

no tiene nada que ver.

                                                        EL ÚLTIMO CAFÉ

Rico cafecito. El tercero del día...,piensa, dos en la oficina y este en el bar: el más cargado, el mejor de los tres. Será el último; por hoy, basta de café
Repara en que es el único parroquiano a las cuatro de la tarde.
Si bien hace poco que trabaja en la zona, ya estuvo tres o cuatro veces en el lugar aproximadamente a la misma hora, resultándole difícil hallar una mesa libre.
Lo de hoy parece excepcional.
El bar se halla en una calle paralela a Corrientes, de ubicación céntrica y mucho tránsito de peatones.
Raro.
El mozo que se le acerca no es el que le sirvió el café.
Alto, robusto, de unos treinta y cinco años y facciones duras, con músculos bien marcados bajo la camisa negra.
Parece más un custodio de disco que un mozo; nada que ver con el anterior, bajito y afable.
Cuando se halla a su lado, exhibe parcialmente un arma de grueso calibre, entre la servilleta y la bandeja.
-Quedate sentado. No hagas ningún gesto, ningún movimiento extraño. No grites ni murmures. Dame el celular disimuladamente.
Cualquier desobediencia, te dejo paralítico por el resto de tu reputa vida. Se hacerlo.
Azorado, le extendió el teléfono. El terror comenzó a impregnar su organismo.
En un intento de controlarlo, le dijo que también le daba la billetera pero que lo dejara irse.
Su voz resultó un balbuceo temeroso, supuso que el sujeto le perdería todo respeto. Sabía que el miedo de la víctima exacerba al victimario, pero no lo podía evitar.
-No necesito tu plata, hijo de una gran puta, vos sabes que se trata de otra cosa.
-No, yo no se nada.
Le contestó con voz vacilante.
El otro amartilló la pistola. Creyó que se desmayaba.
-Hablás otra vez y te perforo la médula..., le dijo el mozo.
Asintió en silencio.
Con precaución, miró en derredor.
El local era largo y estrecho, la caja, situada a su izquierda, se hallaba desatendida.
El mozo bajito y afable había desaparecido.
¿Podría ser que este tipo haya reducido al patrón y al otro, quedando el bar bajo su control?...,pensó, hasta con miedo de pensar. Desgraciadamente, eligió una mesa del fondo; desde la calle era poco visible.
Pasados quince minutos casi inmóvil, comenzó a percibir una tibia esperanza..
Suponía que alguien debería entrar y dar la voz de alarma sobre lo que estaba ocurriendo en el interior del local; por otra parte, el individuo armado no aparecía.
Se incorporó lentamente y pudo ver que dos hombres intentaban ingresar al bar pero desistieron; lo mismo ocurrió con una joven pareja. Con horror, comprendió que la puerta se hallaba cerrada con llave.
Tuvo la idea de arremeter contra el blindex ahumado, cuando apareció el mozo ostentando el arma en su diestra.
Lo aferró de los cabellos y lo hizo sentar nuevamente.
De no abrir bien la boca, la pistola le hubiera destrozado un par de dientes. Despavorido, con el cañón del arma dentro de su cavidad bucal, escuchó la voz ronca del tipo:
-Seguí así, sin moverte ni hablar hasta nuevo aviso. Aunque no me veas te estaré observando.
Retiró el arma de su boca cuando ya se estaba ahogando, antes de que le preguntara el porqué de esta situación absurda..., de haberse atrevido a hacerlo.
Al poco tiempo, el patrón salio de la cocina con la mayor parsimonia. Era un hombre gordo y calvo, vestido con una especie de guayabera color marfil y pantalones al tono, al que el agregado de un profuso bigote renegrido le daba un aspecto centroamericano o del extremo Norte de Sudamérica; no lo recordaba de las veces que visitó el local con anterioridad.
Lo vio dirigirse hacia la puerta y extrayendo un manojo de llaves abrirla de par en par. Luego se instaló tras la caja sin siquiera mirarlo.
Tampoco reparó en él, cuando el amenazante mozo apareció nuevamente y le habló:
-Andáte.La cosa no era con vos.
Te devuelvo el celular. Sobre lo que pasó aquí te conviene mantener total reserva.
Se resolvió el equívoco..., pensó, pero todo resultaba oscuro y había sido humillado por un matón.
Cuando se levantaba, entró un hombre maduro, trajeado, de cuidada elegancia, que se sentó en una de las mesas de adelante.Al pasar a su lado, sintió la emanación del excelente perfume masculino que usaba.
Tuvo la fugaz intensión de advertirlo para que se retirara del lugar, pero no quiso correr riesgos.
Con dos zancadas se halló en la vereda, todavía con la sensación de que un tiro por la espalda lo podría dejar cuadripléjico de por vida.
A unos veinte metros del bar, detuvo a un patrullero agitando los brazos.
Le expuso la situación vivida a la dotación del vehículo, luego de lo cual, esperó afuera el resultado del procedimiento que se inició.
Dos efectivos ingresaron al sitio dando voces de alto, con sus 9mmts. reglamentarias desenfundadas.
No transcurrieron más de diez minutos, cuando los policías salieron presurosos, encarándolo con dureza.
Un grupo de transeúntes curiosos, comenzó a ampliarse en derredor.
-Nos acompaña, por favor.
Le dijo el que detentaba mayor grado. Se percató que el tono de voz, no resultaba  lo contenedor que requeriría una víctima intimidada.
Parecía que el acusado fuera él.
Observó que dentro del local se hallaba el patrón y el mozo bajito.
-Aquí nadie sabe quien es Vd. Estos señores dicen que Vd. no estuvo en el lugar y que tampoco trabaja otro mozo.
Dijo uno de los uniformados, tratando de escrutar las intensiones que lo motivaron a idear lo que creían era una farsa.
Comprendió que la situación lo superaba. Los del bar mentían.
Buscó infructuosamente al señor elegante que se había sentado cuando él se retiraba.
Al no poder sostener su versión, pudo zafar de que lo llevaran a la comisaría con una acusación de falsa denuncia, aduciendo que era diabético y que se estaba descompensando por el estado nervioso que lo afectaba.
Dado que no hubo ulterioridades, los policías lo dejaron seguir su camino recomendándole que vaya a atenderse urgente. Supuso que pensaron que era poco más que un pobre idiota.
Lo tenía sin cuidado. Los hechos fueron los que refirió.
Volvió a su trabajo y no le comentó a nadie lo ocurrido.
Pensó que posiblemente sus compañeros tampoco le creyeran, lo que le generaría un malestar mayor al que ya sentía.


De noche, ingresa a su casa, en Floresta.
Se trata de un ph de dos unidades, la del fondo desocupada, donde vive solo desde que falleció su madre viuda en años recientes.
La calle posee una arboleda que quita iluminación. Considera, como siempre que llega de noche, que debería colocar un farol en la entrada y otro en el pasillo descubierto, pero su naturaleza algo desidiosa hace que al otro día se olvide del asunto.
Quizás sea obra de la soledad, lo que lo inclina  a cierta indolente dejadez...
El bulto informe con el que se tropieza al abrir la puerta de su vivienda, resulta, al encender la luz, el cadáver del mozo que lo amenazó.
Las facciones siguen siendo recias, a pesar del tajo de oreja a oreja que evidencia en el cuello.
La camisa negra, se está tiñendo con la sangre fresca que se escurre hacia el piso, formado por baldozones de vetusto plexiglás verde, encharcandose en rojo.
Retrocede aterrado profiriendo alaridos, pero calla al distinguir a un señor maduro, elegante y trajeado, que asciende a un auto de alta gama con la patente borroneada. Percibe un vaho de fragancia masculina de calidad.
Sabe de quien se trata, aunque lo vio con anterioridad solo unos pocos segundos.


                                                                      FIN












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lunes, 1 de agosto de 2011

Al margen de la narrativa, componente esencial de este blog, tuve la respuesta

a la pregunta que formulé en la entrada anterior, o sea, porque la policía o fuerzas de seguridad noruegas tardaron hora y media, en llegar al lugar de la masacre de público conocimiento.La respuesta es que se hallaban en conocimiento de lo que estaba ocurriendo-sobrevivientes se comunicaron mediante celulares con sus familiares-pero no contaban ni con personal ni con medios para intervenir con mayor celeridad, dado que los efectivos policiales se toman vacaciones, practicamente, todos al mismo tiempo.
 Que caro le va a resultar a este idílico país, ingresar a las generales de la ley en el concierto de las naciones.
 Básicamente, incorporar la premisa de que el terrorismo-del signo que sea-golpeará donde menos se lo espere, donde las medidas preventivas-hasta donde son posibles-sean laxas o inexistentes.
 Retornando a lo literario, pueden leer lo que ocurrió...

                                                   DESPUÉS DE TEMPERLEY
 No le cabía duda de que era él.
 Calculó el tiempo transcurrido: cincuenta y dos años.
 Parecería difícil reconocer a alguien que se vio solo una vez, luego de más de medio siglo, pero siempre se consideró un fisonomista excepcional.
 No quiso despertar sospechas de ninguna índole en el otro; se cercioró de un modo discreto, disimulado, pero sin ocultarse.
 Le constaba que no lo reconoció, lo que era casi obvio, salvo para él y su prodigiosa capacidad fisonómica.
 El otro era un sujeto retacón, gordo de apariencia fofa, que delataba flojedad física y quizás moral.
 Vestía descuidadamente y con olvido de la pulcritud; quizás no lo esperaba nadie o no le importase quien lo esperaba.
 El bolso, baqueteado por el uso, debía contener ropa de trabajo.
"Una abeja en la colmena...", pensó, recordando el tango de Eladia Blázquez.
 Pero la letra seguía:"Las manos limpias, el alma buena." ; no creía que este fuera el caso.
 Las manos eran toscas, encallecidas por la labor, pero eso no implicaba llevar las uñas ornadas de luto, acentuando la imagen de desaseo.
 Respecto al alma del susodicho, el tema de la bondad no entraba en consideración.
 ¿Trabajaría en una curtiembre?..., pensó. Podría ser, dado que subió en Avellaneda, agregó a sus pensamientos.
 La nariz enrojecida, le sugirió un indicio de que posiblemente el tipo bebía mucho más de lo recomendable.
 Por otra parte, para haber abordado el último servicio del Roca, debió salir tarde del trabajo o se entretuvo empinando el codo. Quizás era de los que comenzaba a los sopapos, si en su casa lo recriminaban por la hora de llegada.
 Por cierto, todas son meras suposiciones, consideró, mientras intentaba diseccionar el modo de vida del sujeto.
 ¿Donde bajaría?..., se interrogó mentalmente.
 Espero que no sea en Alejandro Korn...,estimó. Seguirlo hasta allí parecía realmente peligroso, además de que él debía descender en Lomas de Zamora.
 Aunque esto ya no tenía importancia, posteriormente consideraría como volver.
 Pero como viajaban muy pocos pasajeros en el vagón, decidió que si quedaban solo ellos dos, procedería dentro del tren en marcha.
 A dos asientos de distancia, se hallaba el tipo que lo jodió cuando él tenía nueve años.
 Hoy registra sesenta y uno en el haber.
 ¿O en el debe?...
 Quizás todo pudo ser distinto, de no haber conocido a ese individuo un par de años mayor. Que ya está cercano a la jubilación, pero aún conserva el rictus de la infamia cometida antes de su pubertad.
 En esa época, la robustez que presentaba y su altura superior, fueron los elementos determinantes para doblegar su voluntad.
 Hoy, a pesar de la declinación en la aptitud física que es inevitable con el paso de los años, es media cabeza mas alto que el tipo, a su vez, mantiene un admirable acondicionamiento corporal, lo que lo puede tornar en un adversario temible en la pelea.
 Piensa en molerlo a golpes, hasta que le devuelva lo que es suyo.
 ¿Pasaron cincuenta y dos años?...
 No importa.
 Hay agravios que no prescriben, que concentran en el significado de su recuerdo la suma injuria que justamente agiganta el tiempo, siempre estrago para los seres y las cosas, verdugo de la materia orgánica y de la inerte.
 Ni él es el que era ni yo soy el que fui, reflexiona, pero después de más de cinco décadas los dos viajamos en el Roca a la madrugada.
 Nos une un tránsito que se puede asemejar al destino, que comenzó en la esquina de la escuela, jugando a las figuritas.
 Jugábamos al punto, acercar a la descascarada pared, los cartoncitos circulares con imagenes de jugadores de fútbol.
 Eran los últimos días del ciclo lectivo y yo no lo conocía..., recuerda.
 ¿Iba a mi misma escuela?...
 Comenzó a jugar conmigo sin anunciarse. Inmediatamente, los otros chicos se retiraron.
 Había algo intimidante en él, además de ser mayor; la tez muy oscura, algo que sugería la tierra, el indio, lo ajeno...
 ¿El peronismo que no se podía mencionar y era aún cercano?...
 Observó que el tren pasó Lomas y solo eran cuatro pasajeros en el vagón.
 Ni siquiera sabía el nombre del tipo, pensó.
 Recordó la habilidad diabólica con la que le ganaba todas las figuritas.
 Arrodillado, las rodillas bien mugrientas que los pantalones cortos dejaban exhibir, enviaba las figuritas como pelotas con efecto, que quedaban casi pegadas al ángulo de la pared.
 Perdió todas las de cartón, pero no puso en juego la de lata.
 Obviamente, jamás lo haría.
 El otro sabía que la llevaba en el bolsillo del guardapolvo, contrario a donde guardaba las de cartón, aunque nada lo indicaba.
 Recuerda el dialogo entablado:
 -Dámela...
 -¿Qué?...
 -La Po-Po de lata.
 -¿Como sabés?...
 -Dámela.
 -Vos ganastes las de cartón.
 -Hice espejito y eso vale la de lata también.
 -Mentira.
 El otro le dio tres o cuatro bofetones a repetición.
 La sangre le manaba por la nariz mezclada con los mocos.
 Le pegó con el dorso de la mano, no con los puños cerrados, como para ahondar la humillación.
 Con los ojos cegados por las lágrimas y arremetiendo con el furor que genera el odio, intentó impedir el despojo, pero el otro se llevó la Po-Po de lata metiéndole la mano en el bolsillo del guardapolvo.
 No pudo dañar a su enemigo, que comenzó a retirarse cuando unos mayores se acercaban.
 A pesar de la rabia y la vergüenza, algo le impedía interpretar la situación. Le gritó:
 -¿Como sabías que la tenía?...
 -La Po-Po delata...
 Fue la respuesta y rápidamente desapareció de su vista.
 Después de Temperley, solo ellos dos quedaban en el vagón.
 Se levantó de su asiento. Lo hizo incorporar al otro aferrándole el cabello crespo, que llevaba descuidadamente largo. Reparó en que tenía muchas menos canas que él.
 Una trompada calculada en su objetivo lo hizo sentar nuevamente; comenzó a sangrar por la nariz en forma profusa, mientras su gastada camisa se teñía de rojo.
 El individuo consiguió pararse y un nuevo impacto le abrió el arco superciliar izquierdo.
-¡Tengo veinte mangos y ya te los doy!...
 El tipo parecía asustado y no atinaba a cubrirse; era perceptible el vaho alcohólico que despedía.
 Lo arrastró fuera del asiento para propinarle una andanada de golpes y patadas a los tobillos.
  Desde el piso del vagón, le gritó tratando de imponerse al ruido del tren.
  -¡Pará!...¡Me vas a matar!...¡Te doy el bobo!...
 Se refería a un reloj digital barato, de plástico, quizás comprado en el tren.
 -Vos sabés lo que quiero...¡Dámela!...
 Le dijo a los gritos, superando el estrépito ambiental.
 El tipo, con los ojos entrecerrados por el castigo recibido, pareció reconocerlo.
 Del bolsillo superior de la camisa gris, con manchones de sangre fresca que parecían florearla, extrajo un pañuelo abuyonado y roñoso.
 La Po-Po de lata, con la imagen despintada de Medinabaytía, arquero de Huracán en el '57, se ofrecía a su mirada luego de cincuenta y dos años.
 -Sabía que la tenías...
 Le dijo intentando aferrarla.
 El otro no le dio tiempo; la arrojó por la ventanilla abierta mientras le respondía:
 -Claro. La Po-Po delata...
 El rictus de su boca desfigurada por la paliza podía ser una sonrisa..., aunque quizás no lo fuera; como la de la Gioconda, pensó su antagonista.
 Absorto, contempló como el tipo le pidió permiso para pasar y se bajo rengueando en la Estación Guernica, dejando en su camino abundantes emplastos de sangre.
 Se asomó por la ventanilla pero ya no estaba; se había fundido con la  oscura soledad del lugar.
 Dejó olvidado el bolso.
 Lo abrió.
 Solo contenía cantidad de viejas figuritas apiladas, cruzadas con bandas elásticas.
 Todas eran Po-Po de cartón.

                                                                                FIN