sábado, 12 de noviembre de 2011

Habida cuenta, estimado público lector, de que existen peregrinaciones...

integradas por millones de individuos, les recomiendo la lectura de...


                                                                         EL PEREGRINO INVERTIDO

 El hombre, peregrinaba a la inversa:
 Desde el sitio sacro, al contrario, o sea, el del inicio de la formación devocional.
 Hacía coincidir el tiempo de su partida solitaria y silenciosa, con el de la marcha multitudinaria y  pródiga en fervor religioso.
 ¿Poseía este atributo?...
 Sí. Lo sentía íntima, emotivamente, pero sus dificultades de integración a un colectivo social,lo invalidaban para ser uno más entre la multitud.
 Por decirlo de algún modo, poseía-o padecía-una dificultad intrínseca para congregarse.
 ¿Porqué no acompañaba al conjunto, de modo ensimismado y no participativo con los demás, concentrado en su propia unción?...
 Varias veces se contestó a sí mismo esta pregunta:
 Porque necesitaba imperiosamente, que la divinidad se fijara en él.
 Sabía que esta clase de contactos era espiritual, por lo que el Altísimo podría reconocerlo aún entre los siete mil millones de humanos que poblaban el mundo, pero...,  pensaba que convenía exacerbar el requerimiento, ante aquel que todo lo puede.
 Lo que a su vez, era un modo de singularizar su presencia y su acercamiento a Él.
 ¿Cual era su requerimiento y súplica?...
 Simplemente..., atención.
 Atención.
 Lo que era mucho pedir.
 Consideraba que desde el albor de la humanidad entendida como tal, doscientas mil millones de almas-por arriesgar una cifra-poblaron la Tierra.
 ¿Porqué el Creador se iba a fijar particularmente en la suya?...
 No tenía contestación a este interrogante, de modo que decidió peregrinar a la inversa para expresar su aflicción ante el sacro silencio, lo que estimaba era la respuesta habitual del Supremo para con sus atribuladas criaturas; esencialmente, con aquellas que poseían una fe no embotada, propensa a la distinción.
 ¿El precio de cierta soberbia, de querer destacarse del resto, cuando lo que se bendice es la humildad?...
 Podría ser.
 El hombre lo asume; también sabe que desde alguna óptica, resultaría ingenuo recurrir a estos recursos para que la deidad lo individualice.
 Pero...
 ¿Y si su creativa formulación peregrinacional era la de preferencia, para aquel que dispensa castigos y establece recompensas eternas?...
 Nada más lejos de su intensión, considerarse un  elegido que puede interpretar el sublime silencio.
 Ni siquiera era uno de los tantos alucinados, pseudo-iluminados y falsos profetas, que en profusión aparecieron y aparecen en todas las épocas y lugares.
 Lo suyo se remitía a lo formal, como método de acceso al contacto personal con el Único.
 Respecto a esta cuestión, entendía que la íntima fusión de su alma en la esfera divina, aunque sea durante una fracción de segundo, implicaba la experiencia directa que necesitaba para justificar su vida pasada y futura.
 Una apetencia de encuentro superior con el todo, el uno, el absoluto.
 El hombre que peregrinaba a la inversa era un místico, que por otra parte, conocía fehacientemente los peligros de esta condición, cuando colisiona con la índole de los demás. O sea, con el orden de quienes se hallan inmersos en mayor o menor grado en lo terrenal, en una realidad prosaica desvinculada del ámbito celestial.
 Por estas consideraciones-a pesar de la incomodidad y el riesgo-decidió dejar de circular paralelamente al contrario de la procesión masiva, para desarrollar su recorrido atravesando el centro de la misma, siempre en la dirección inversa.
 Eligió para la prueba magna, la de mayor concurrencia, la de apabullante masividad.


 Jóvenes, mayores, enfermos en camillas, discapacitados en sillas de ruedas, niños y hasta bebés en brazos, avanzaban, recorriendo el diagrama circulatorio de la fe.
 El hombre que peregrinaba a la inversa se desplazaba sin pedir permiso, abriéndose paso como podía, impertérrito ante las preguntas, la sorpresa ajena, incluso los insultos y las maldiciones, siempre mirando hacia abajo como los mansos o hacia arriba, buscando la divina señal.


 Se desconoce que fue lo que generó la descomunal avalancha humana, que ocasionó centenares de víctimas afixiadas y pisoteadas, cuyo afán de elevación espiritual fue interrumpido del modo más atroz.
 Antes de sentir-yacente sobre el pavimento-que su cabeza era aplastada por una multitud  en desbandada por el pánico, el hombre que peregrinaba a la inversa pudo deducir que la entidad divina, seguía requiriendo sacrificios humanos como prueba de fidelidad de la especie; también, que alguien debía generarlos de algún modo, cuando ya estaban abolidos en el universo de la religiosidad.
 Antes de perder el conocimiento, lo embargó una felicidad inconcebible, la prueba de un reconocimiento que superaba todo posible parámetro de evaluación aplicable. Quizo sonreír en señal de gratitud y elevar su vista, pero su boca destrozada se lo impidió, así como su cuello, que se hallaba fracturado.

                                                                         FIN

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