miércoles, 30 de noviembre de 2011

Sumérjanse en la siguiente pieza narrativa, estimados lectores...

                                                            FILOLOGÍA HISPÁNICA

 -¡Permiso!...
 Quien lo solicita, también empuja.
 -¡Voy a bajar!..., le contesta el individuo joven de aspecto prolijo, molesto por el contacto físico del otro, que quiere descender del colectivo con una violenta premura.
 -Dejame pasar rápido, guacho hijo de puta o te tajeo..., acabo de afanar una billetera y si no te corres te marco la geta por el resto de tu reputisima vida.
 Elocuencia, piensa el joven Víctor Refinero, este sujeto retacón y fornido se expresa con atendible elocuencia.
 El estudiante de filología hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, de vacaciones en Buenos Aires, le abre paso al carterista raudamente, como respuesta a sus expresivas palabras, cargadas de significación precisa, sin ambivalencias.
 El punga desciende presuroso y Refinero detrás suyo, con una velocidad que evidencia un apreciable estado atlético.
 En un brevisimo lapso se halla a la par del caco, al que empuja por el portal entreabierto de una obra en construcción.
 El sujeto intenta echar mano a la navaja, pero una patada lateral de Víctor dirigida a su tibia izquierda, provoca que se doble de dolor.
 El tipo intenta proferir palabras que se atascan en su lengua; no se entiende si se trata de súplicas o de amenazas.
 "Elocuencia trabada"..., piensa Víctor, mientras le hace saltar el canino superior con un impecable revés de zurda; también la navaja marca Opinel, con cachas de madera bastante estropeadas, se desliza de la mano del individuo golpeado y cae al suelo.
 El hombre, intuye que su fin se acerca mediante una feroz golpisa y se concentra para poder balbucear un perdón entendible, con acento limeño.
 Más del Rímac que de Miraflores..., estima Refinero, mientras observa la boca sangrante del tipo,  manteniéndose a prudencial distancia.
 Como la víctima del castigo se halla encogida, sin poder erguirse, quizás debido a una fractura tibial, Víctor Refinero recuerda imagenes de momias del altiplano, conservadas en posición fetal como para volver al origen, a la tibieza del líquido amniótico, dado que ya habían visto el mundo y quizás se desilucionaron.
 Esta reflexión dura un lapso fugaz: asume que en los próximos segundos, la situación se definirá de un modo rotundo, inapelable.
 Esto rige para el pensamiento de ambos.
 El delincuente, porque supone que lo van a matar a golpes. El que hace justicia por mano propia, en defensa de intereses ajenos, al considerar que si se deja llevar por el ímpetu de tantos años de artes marciales, practicadas en el barrio madrileño de Chueca, se convertirá en un homicida.
 Ambos esperan que el destino les otorgue una solución de compromiso.
 Víctor Refinero, habla con tono pausado.
 -Dame la billetera que sustrajiste, maldita bazofia fermentada, antes que deje tu posible humanidad como un estropajo descartado por el uso.
 El otro, realmente aterrado, tanto ante el léxico como ante la actitud de quién lo emplea, contesta entre babas sanguinolentas.
 -Caballero, toda suya.
 Le entrega el fruto de su rapiña y evalúa, que el poder del lenguaje puede potenciar al de la acción.
Víctor Refinero se hace cargo de los escasos ciento cincuenta pesos que contiene el adminiculo, arrojándolo de inmediato a un costado, con los documentos del despojado en su interior.
  Se retira del escenario de los hechos, cuando la repetición de una frase del punguista lo motiva a volver sobre sus pasos.
 -¡Que le aprovechen , Señor, que le sean de utilidad!...
 Víctor interpreta que debe hacer algo más antes de retirarse, como colocar la frutilla en la torta.
 Aferra al individuo reclinado por sus largos cabellos-algo grasosos-y golpea su cabeza contra un encofrado cercano con calculada eficacia, dejándolo atontado o abombado, como se le ocurre en una reflexión de tipo académica, en torno al estallido del bombo y su metáfora del aturdimiento.
  El aventajado estudiante de filología hispánica en la Universidad Complutense de Madrid, se aleja a paso tranquilo, mientras estima el posible sustrato de verdad que pueden poseer los refranes:
 El que roba a un ladrón tiene cien años de perdón.
 ¿Alguien que haya ejecutado tal hecho, vivió para corroborarlo?...
 Silbando bajito un tema de flamenco pop, el joven porteño Víctor Refinero-residente estudiantil en España-se dirige a una clásica librería céntrica a los fines de comprar Poesía juglaresca y juglares, de Don Ramón Menéndez Pidal, editado en la vieja colección Austral de Espasa Calpe. Supone que ciento cincuenta pesos le alcanzaran para acceder a esta adquisición.

                                                                    FIN


   

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