sábado, 30 de enero de 2016

FUERA DEL OUTLET

 La música era para Federico Baldizzone, sosiego y calma; al menos, la música clásica, la que transmitía FM Amadeus y que él escuchaba dentro de su auto estacionado, sumido en un estado de relajación que lo ajenizaba del mundo y sus conflictos..., hasta que algo concitó su atención.
 Por cierto, no era la tardanza de su mujer que se hallaba desde hacía una hora en esa zona de oulets. Esto era usual. Su mujer era una compradora de pronunciada exigencia en sus elecciones adquisitivas, obstinada en la búsqueda de la relación calidad-precio que consideraba adecuada.
 Todo lo contrario a su perfil de comprador, caracterizado por la inmediatez y celeridad en las decisiones.
 Este era el motivo por el que hacía una hora que la esperaba, aparcado en esa calle lateral, a dos cuadras de la sucesión de locales abiertos a recibir un tráfago de ávidos buscadores de ofertas.
 Durante esa hora, el individuo que se hallaba a unos veinte metros, sentado sobre el umbral de un comercio cerrado por ser sábado por la tarde, no dejó en ningún momento de hablar por su celular.
 Lo hacía de modo calmo, con parsimonia, por lo que Federico solo le dedicó una mirada inicialmente, de lógica prevención dada la inseguridad urbana.
 Pero cuándo él ya se acercaba a la hora de espera conyugal, el sujeto pareció sufrir una transformación que destacó inquietantemente su presencia.
 Comenzó a gesticular con la mano que le quedaba libre mientras elevaba el tono de voz hasta extremos destemplados, que interrumpían el embelezo con la música que mantenía Federico Baldizzone.
 Alarmado, el hombre bajó el volumen de su stereo en el preciso momento, en el que una motocicleta ocupada por dos varones jóvenes -ambos cubiertos por cascos con visera polarizada- se detuvo frente al vociferante telefónico los segundos necesarios, para que el que iba atrás le efectuara una ráfaga de disparos mediante una pistola automática provista de silenciador.
 El del celular, apenas alcanzó a incorporarse cuando vio a los motociclistas, para caer ampulosamente sobre la acera que comenzó a cubrirse de sangre.
 Su victimario, guardó el arma y fotografió al abatido, antes de darle la orden al que conducía de que acelerara el vehículo tipo enduro, el cual partió raudamente para virar en la primera esquina.
 Todo resultó muy rápido. Fugaz.
 Federico, llegó a suponer que los de la moto no repararon en su presencia.
 Distinguió que el celular de la víctima, había impactado con fuerza contra las baldosas; al abrirse, mostraba la batería no del todo desprendida como si se tratara de un organismo con las vísceras expuestas.
 Absorto por lo ocurrido, en plena conmoción emocional, observó a su mujer como petrificada ante el cuerpo yacente. De sus brazos, colgaban un par de bolsas que exhibían los logos de marcas de indumentaria notoriamente posicionadas.
 Federico abandonó el auto y la abrazó con desesperación.
 -Gabriela..., te salvaste de milagro. Si llegabas unos minutos antes te hubieran matado.
 Por estar en el sitio equivocado en el momento equivocado..., le dijo con voz alterada, apropiándose de la frase ya convertida en un lugar común de la crónica policial.
 Gabriela comenzó a sollozar tenuemente, con un gimoteo casi infantil.
 Federico, enternecido, decidió consolarla mediante la apelación al civismo, que correspondía evidenciar ante sucesos luctuosos como el homicidio del que eran testigos.
 -Ahora llamamos al 911 y no nos quedará otra que dar testimonio. Es carga pública.
 Ella comenzó a llorar destempladamente, como si se liberara de un sentimiento opresivo.
 Federico le acarició el cabello en un intento de calmarla.
 -Bueno..., bueno..., no podemos hacer nada.
  La mujer silenció su llanto con brusquedad, mirándolo desafiante.
 -¿Como que no?..., yo vuelvo al outlet. Tengo que cambiar el jean turquesa que compré sin estar convencida, apurada por no hacerte esperar y que me empieces a joder llamándome al celular para que me apresure, poniéndome nerviosa y haciendo que me equivoque al elegir.
 Federico, atribulado, vio como Gabriela se volvía al centro comercial, ofuscada por lo del jean turquesa.
 Al divisar que ya eran varias las personas que rodeaban al abatido y comentaban entre ellas, interpretó que ya habrían llamado al 911.
 Tuvo ganas de ascender a su automóvil, partir veloz y que Gabriela se tomara un taxi, pero ya se acercaba velozmente el primer patrullero, con sirena y destellador activados.
 Estimó que seguramente habría cámaras de seguridad en la cuadra, donde la patente de su vehículo figuraría en las filmaciones. Tendría que someterse a todas las molestias y ulterioridades que le deparara su condición de testigo presencial.
 Miró el cadáver con aprensión. Reflexionó en torno a ese hombre y su extensa conversación...
 ¿Que cuentas no se habrían cerrado como debían?...¿La víctima era un acreedor al que era conveniente suprimir o un deudor sobre el que había que hacer tronar el escarmiento?...
 Ya se enteraría por los medios, cuando el abrupto final de este hombre pasara a convertirse en noticia.
 De todos modos, pensó, no era asunto suyo.                                                                                    Llamó a su mujer, celular-celular, con la idea de decirle que se apurara, pero el teléfono sonaba sin ser atendido.
 Si bien tal hecho no le resultó extraño, le produjo un raro sentimiento de desasosiego. Vio que llegaba el furgón de Policía Científica y se disponían a acordonar la zona, mientras otros efectivos ya se acercaban para interrogarlo.
 Nuevamente llamó a Gabriela. Ahora el teléfono había sido apagado.


                                                                  FIN