viernes, 18 de abril de 2014

EN MICHOACÁN DE OCAMPO

 Quizás fue un desvío de la mirada de ella que podía significar un aviso de sus ojos entrecerrados en la concentración del goce, mientras él gruñía al acabar, lo que lo motivó al súbito abandono de la posición del misionero en la que se hallaba, para intentar aferrar la pistola con bala en la recámara dispuesta sobre la mesa de luz, a su alcance, por si la ocasión requería un empleo inmediato.
 No llegó a tomarla.
 Un machetazo dirigido desde atrás con mano experta, le cercenó la muñeca derecha, mientras otro aplicado por un segundo individuo, impactaba su nuca produciéndole una semi decapitación.
 Ya la sangre de Rafael Mejías Carrillo, brotaba como un torrente rojo empapando la sábana con diseño de florcitas silvestres, arrugada por los fragores del acto sexual con la mujer que ya se había levantado presurosa del lecho.
 Traidora..., pensó Mejías, fracción de segundo antes de morir desangrado, la maldita hembra era cómplice de los sicarios. Con la vista ya nublada la pudo distinguir en la penumbra del cuarto, aún desnuda y deseable; compartía bromas con los de los machetes ensangrentados.
 -Este guey llenó el forro de leche y perdió la cabeza...
 Dijo uno de los asesinos entre carcajadas, señalando el miembro del occiso, enfundado en un preservativo cargado de semen.
 -Porque Lupita es una bendita mujercita, amiga del jefe, que me hizo señas cuando el chamaco derramaba lo suyo. Tan entusiasmado estaba que no se enteró que entramos por el balcón.
 Respondió el otro, en tono risueño.
 Lupita sonrió enigmáticamente. Recordó una especie de insectos que en México son conocidos como mecedoras, cuyos machos pierden la cabeza luego de coronar la cópula.
 Comenzó a vestirse con rapidez. Sabía que estaba establecido por los jerarcas del cártel, que todos debían abandonar esa vivienda lo antes posible e irse separadamente por caminos diferentes.
 Por suerte para mí..., agregó a sus pensamientos, al observar como los homicidas limpiaban sus instrumentos cortantes y los guardaban en sendos bolsos. De todos modos, sintió un estremecimiento al ver que uno de los ejecutores, bajaba el cierre de su  bragueta y miraba al otro a la espera de un gesto afirmativo, seguramente similar.

                                                                        FIN
  

jueves, 10 de abril de 2014

DERVICHES GIRÓVAGOS

 Como un trompo en movimiento perpetuo, Yusuk Yilmaz no cesaba de girar en torno a sí mismo como eje, cuando la danza extática de los derviches mevleví ya se había dado por concluida.
 Los demás integrantes del grupo lo observaron con estupor, dado que parecía ajeno a toda noción de mesura humana; hasta semejaba crear un remolino en el aire circundante, con el desplazamiento de su atuendo albo que remitía a un vestido acampanado.
 Ya no sonaban las flautas, los atabales y los tamboriles, tampoco los violines kamanché ni los laúdes saz, el sema, la ceremonia que es una oración ofrecida circularmente a la divinidad, había finalizado con la detención del movimiento de los demás oficiantes.
 Pero Yusuk proseguía girando, a pesar de la ausencia de música y del canto semejante a una declamación hipnótica, que acompañaba a los danzarines místicos en sus giros.
 El dedé Yakub, maestro de esa orden espiritual, observó con atención el comportamiento del que no se detenía y aparentaba estar sumido en un profundo trance.
 Se mesó las luengas barbas, con suavidad, compenetrándose en la interpretación de ese suceso anómalo.
 Transcurridos unos minutos, habló con voz plena, en un turco con acento de Anatolia, más precisamente de la ciudad de Konya.
 -Yusuk morirá girando. No podríamos impedir su movimiento de conexión con el Alabado, que ha tornado indetenible su circunvalación.
 Yusuk se situó en una frecuencia tan alta, que activó una señal divina cual un dinamo, resultando movimiento y luz una misma experiencia.
 Algunos de los presentes, preguntaron si podrían abalanzarse sobre él para impedir su muerte. El maestro respondió que en ese caso, Yusuk moriría igual, pero de decepción, dado que le sería hurtado el aliento divino en el que colapsaba su cuerpo y se expandía su trascendencia, esa gloria inigualable; a su vez, quien hiciera eso se convertiría en un asesino.
 No habiendo otros testigos del portento -Yusuk giró cuarenta y ocho horas, sin detenerse para cumplir ninguna ingesta ni necesidad fisiológica- que tan solo los miembros de esa tariqa, el final fue el que anticipó el maestro.
 La ficha médica habló de una falla cardíaca, pero los miembros de la orden sabían que no había sido una deficiencia orgánica, sino una asimilación al absoluto en los términos más extremos.
 Incluso, uno de los derviches, Ahmet, llegó a pensar que Yusuk practicó un sacro suicidio, al percatarse inicialmente, que estaba superando con holgura los veinte o treinta giros por minuto habituales, para ingresar a un nivel que implicaba una peligrosa desvinculación de lo terreno, del mundo fenoménico. A pesar de ello, el girovágo descontrolado prosiguió con su danza, sin aplicar los procedimientos de desaceleración  correspondientes, cuando aún se está a tiempo de que resulten efectivos.

                                                                         FIN




miércoles, 2 de abril de 2014

SARA GOZA EN ZARAGOZA

  Así..., sin trabas, por primera vez en su vida de casada. La constituida por la sumisión a un marido, que es un labriego tosco y tirano abroquelado en su voluntad dominadora, fundamentalmente, ejercida con el control del dinero a través de su mezquindad.
  Se siente bella, al observarse en el espejo que refleja su deleite, percibiendo como es cubierta por una segunda piel, la del placer, que mejora la provista por la naturaleza otorgándole un matiz deslumbrante de gloria corporal, de más deseos de disfrutar.
 De evidenciar la satisfacción de mostrarse a ella misma y al mundo de otra manera, por cierto, muy distinta a su vida anterior en Abanto, comunidad de Calatayud, pueblo de exquisitas aguas de manantial donde vivía vitalmente comprimida.
 Pero ahora Sara está en Zaragoza, la ciudad capital de la provincia del mismo nombre.
 Sara goza en Zaragoza..., en Zara, en la sucursal zaragozana de la tienda, donde compra la ropa que siempre quiso vestir, con la sensualidad implícita que corresponde a su nombre bíblico: el de la matriarca que sedujo a su marido Abraham para procrear, siendo una fémina de noventa años. Sara estima que aunque haya sido con fines de extender la progenie, tuvo la capacidad para motivar sexualmente a su cónyuge, cuando a esa edad otras solo se acuestan en el ataúd.
 Sonríe ante su pensamiento: ella ya no está dispuesta a excitar a su marido con quién no tiene hijos.  Su idea es instalarse lejos de ese hijo de puta, para disfrutar del dinero que le hurtó cuando regresó borracho a la casa que es de él por herencia, con el efectivo correspondiente a la venta de la numerosa piara de cerdos.
 Los que la obligaba a atender y dispensarles la bazofia, para después decir que los criaba a bellotas.
 Abandona el local de Zara y el sol parece iluminarla como en un acto de reconocimiento, de complicidad. Camina deleitándose con su liberación recién conseguida, con las bolsas que refieren sus consumos; se dirige a la estación de RENFE, donde abordará el tren a Madrid.
 Piensa que el patán de las uñas sucias, como si hollara el terreno junto a sus puercos, ya no podrá pegarle, amenazarla y echarle en cara su infertilidad. Lo peor para él, va a ser descubrir que junto con la hembra que creía de su propiedad, también desapareció el peculio que acumuló con prolija avaricia.
 Estas reflexiones tornan aún más radiante su ánimo: posee la plena certeza de que no la denunciará. Lo conoce..., no se someterá a lo que entiende como escarnio, de hacer pública la situación.
 Tampoco cree que intente una venganza violenta: el mundo le da miedo más allá de su pueblo. Considera que lo que hará, es difundir la noticia de que la botó por estéril y la inútil regresó a su Rumanía natal.
 En lo que respecta a ella, no volverá a Giurgiu, frente a la búlgara Ruse, la ciudad donde nació. Nada la ata a una familia que solo esperó de su parte envíos de dinero, que nunca llegaron, debido a que su marido solo le daba lo indispensable para algunas compras domésticas.
 Madrid es diferente: allí se abrirá camino a partir de su nueva imagen, la que le devuelven los escaparates comerciales enfundada en las calzas que la modelan magníficamente.
 Sonríe.
 Mira la hora en su reloj de plástico. Decide que en Madrid lo cambiará por uno de marca.
 Agita su mano buscando la detención de un taxi.
 Desde el vehículo que la lleva a ZARAGOZA-DELICIAS, estación de partida del tren AVE, desplaza su mirada de satisfacción sobre la ciudad que la vio renacer, que le proporcionó el primer cobijo a su libertad.

                 
                                                                   FIN








LEY DE LYNCH

 Los golpes de puño menudeaban, pero no así las patadas, que le eran propinadas al caído desde diversos ángulos. Obviamente, su posición favorecía la descarga de puntapiés, que una docena de individuos furiosos le prodigaban sin miramientos.
 El nivel de violencia desatada era tal, que hasta la víctima del hurto en grado de tentativa-la quisieron despojar de su mochila-solicitaba clemencia para el autor del hecho: gritaba que si lo seguían castigando lo iban a matar.
 Cuando el sujeto receptor de los golpes resbaló accidentalmente, luego del arrebato, comenzó la participación colectiva.
 Los alaridos de la damnificada precipitaron los acontecimientos, al lograr la adhesión de los más cercanos, que hicieron causa común con ella y no vacilaron en actuar. A estos se le sumaron otros, que también incurrieron en la administración de esta justicia sumarísima, ajena a códigos y garantías constitucionales.
 La vindicta solidaria ya se había convertido en pública, dado que había un consenso implícito entre quienes intervenían en la paliza, para que la misma adquiriera un carácter ejemplificador, justamente, convertido en disuasorio por su propio rigor ajurídico.
 Los golpes propinados generaron el llanto del yacente, que entre lloriqueos imploraba la presencia de alguien que representara a la autoridad. Al ius puniendi, el monopolio de la fuerza correspondiente  al estado de derecho.
 Para alivio del mortificado, la breve secuencia se interrumpió cuando la maestra salió del baño al que concurrió intempestivamente, para ingresar corriendo al aula, donde sus alumnos  preescolares se entregaban a la aplicación de esa tunda al hallado en flagrancia.
 Las acusaciones contra el mismo no se hicieron esperar, pero la docente separó a las partes, restableció el orden y les endilgó a los niños una monserga sobre esa forma brutal de resolver conflictos.
 Con el protagonista del suceso algo más calmado, la docente, respetando la reserva del caso, le preguntó porqué le había quitado la mochila a su compañera. El inquirido, tardó en responder.
 Lo hizo luego de desplegar una mirada circular sobre la clase, ocupada en dibujar con crayones y modelar en plastilina de colores, casi olvidada del incidente anterior.
 Entre hipos y gimoteos reanudados, pudo dar su versión de lo ocurrido.
 -Yo no le quité nada, señorita..., son todos unos mentirosos...


                                                                 FIN