miércoles, 2 de abril de 2014

SARA GOZA EN ZARAGOZA

  Así..., sin trabas, por primera vez en su vida de casada. La constituida por la sumisión a un marido, que es un labriego tosco y tirano abroquelado en su voluntad dominadora, fundamentalmente, ejercida con el control del dinero a través de su mezquindad.
  Se siente bella, al observarse en el espejo que refleja su deleite, percibiendo como es cubierta por una segunda piel, la del placer, que mejora la provista por la naturaleza otorgándole un matiz deslumbrante de gloria corporal, de más deseos de disfrutar.
 De evidenciar la satisfacción de mostrarse a ella misma y al mundo de otra manera, por cierto, muy distinta a su vida anterior en Abanto, comunidad de Calatayud, pueblo de exquisitas aguas de manantial donde vivía vitalmente comprimida.
 Pero ahora Sara está en Zaragoza, la ciudad capital de la provincia del mismo nombre.
 Sara goza en Zaragoza..., en Zara, en la sucursal zaragozana de la tienda, donde compra la ropa que siempre quiso vestir, con la sensualidad implícita que corresponde a su nombre bíblico: el de la matriarca que sedujo a su marido Abraham para procrear, siendo una fémina de noventa años. Sara estima que aunque haya sido con fines de extender la progenie, tuvo la capacidad para motivar sexualmente a su cónyuge, cuando a esa edad otras solo se acuestan en el ataúd.
 Sonríe ante su pensamiento: ella ya no está dispuesta a excitar a su marido con quién no tiene hijos.  Su idea es instalarse lejos de ese hijo de puta, para disfrutar del dinero que le hurtó cuando regresó borracho a la casa que es de él por herencia, con el efectivo correspondiente a la venta de la numerosa piara de cerdos.
 Los que la obligaba a atender y dispensarles la bazofia, para después decir que los criaba a bellotas.
 Abandona el local de Zara y el sol parece iluminarla como en un acto de reconocimiento, de complicidad. Camina deleitándose con su liberación recién conseguida, con las bolsas que refieren sus consumos; se dirige a la estación de RENFE, donde abordará el tren a Madrid.
 Piensa que el patán de las uñas sucias, como si hollara el terreno junto a sus puercos, ya no podrá pegarle, amenazarla y echarle en cara su infertilidad. Lo peor para él, va a ser descubrir que junto con la hembra que creía de su propiedad, también desapareció el peculio que acumuló con prolija avaricia.
 Estas reflexiones tornan aún más radiante su ánimo: posee la plena certeza de que no la denunciará. Lo conoce..., no se someterá a lo que entiende como escarnio, de hacer pública la situación.
 Tampoco cree que intente una venganza violenta: el mundo le da miedo más allá de su pueblo. Considera que lo que hará, es difundir la noticia de que la botó por estéril y la inútil regresó a su Rumanía natal.
 En lo que respecta a ella, no volverá a Giurgiu, frente a la búlgara Ruse, la ciudad donde nació. Nada la ata a una familia que solo esperó de su parte envíos de dinero, que nunca llegaron, debido a que su marido solo le daba lo indispensable para algunas compras domésticas.
 Madrid es diferente: allí se abrirá camino a partir de su nueva imagen, la que le devuelven los escaparates comerciales enfundada en las calzas que la modelan magníficamente.
 Sonríe.
 Mira la hora en su reloj de plástico. Decide que en Madrid lo cambiará por uno de marca.
 Agita su mano buscando la detención de un taxi.
 Desde el vehículo que la lleva a ZARAGOZA-DELICIAS, estación de partida del tren AVE, desplaza su mirada de satisfacción sobre la ciudad que la vio renacer, que le proporcionó el primer cobijo a su libertad.

                 
                                                                   FIN








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