jueves, 24 de noviembre de 2016

EL ECO DEL ÉXTASIS

 La oscuridad se establece súbitamente en el interior del vehículo. El mismo, se halla afectado al servicio semirápido por autopista y circula por la traza del Metrobus de la 9 de Julio.
 Justamente, al descender por el túnel que descomprime el tráfico a la altura de Constitución, se produce el abrupto cese de la luminosidad solar, intensa en el mediodía primaveral porteño, para ingresar en un estado de tinieblas espesas, como si un manto de trama ajustada envolviera el interior del vehículo de transporte colectivo.
 El conductor, podría encender las luces internas para recorrer el trayecto que le insume apenas treinta segundos, pero no lo hace.Solo las pantallas de los celulares encendidos que manipulan los viajeros, proporciona alguna referencia visual.
 El escueto lapso penumbroso, le depara al pasaje ser testigo auditivo de un crescendo de gemidos femeninos de inconfundible índole sexual. Tal eclosión, finaliza en una consagración orgásmica con inflexiones verbales presumibles en una mujer madura -no en una jovencita- coincidente con la irrupción de la luz solar, al emerger el rodado de las profundidades a la superficie.
 Los pocos pasajeros transportados en horario no central rumbo al Sur -todos sentados- observan altamente sorprendidos, como la única mujer presente se incorpora del primer asiento con notoria dificultad. Parecería obvio que es consecuencia de la edad que representa: señora de las ocho décadas con problemas articulares motrices.
 La anciana dama, solicita al chofer que la deje descender en la próxima parada, la última antes de la autopista, que a su vez, corresponde a la Estación Constitución.
 Parece airada, pero por motivos ajenos al servicio de transporte.
 Esgrime su bastón de mango esculpido como una cabeza de cisne, en dirección a quién conduce, como si se tratara de un apéndice de si misma de carácter acusatorio.
 -Lo que me hizo es indecente..., le espeta con furor, como agraviada por una ofensa a su dignidad.
 El chofer, de mediana edad y actitud circunspecta, parece más preocupado por cumplir con los horarios estipulados para su vuelta que por la recriminación que recibe.
 -¿ De que habla, Sra. ?..., es la respuesta que profiere.
 -Se muy bien de lo que hablo.
 Vd. disfraza su poder tras la imagen de un simple colectivero, pero me provocó un climax sexual de forma no consensuada sin siquiera tocarme. Hay referencias de que Gurdjieff lo lograba mediante la aplicación de su voluntad extrema, entrenada en lo abarcativo.
 ¿ Quién es Vd. ?...chofer...
 El resto del pasaje, consiste en un reducido coro de varones inmerso en el estupor ante lo que escucha.
 La mujer, de baja estatura y cabello aún abundante, teñido en un tono ceniza y peinado con esmero, se alisa el conjunto de pantalón y casaca de color rosa que viste, con la mano que le queda libre; con la otra, sostiene el bastón y una pequeña cartera de cuero blanco, que combina con sus zapatos.
 Evidencia una presencia pulcra y coqueta, pendiente de los detalles estéticos y de presumible nivel cultural calificado, no deteriorado por la edad.
 -Sra., descienda por favor, está impidiendo que suban pasajeros por la puerta delantera.
 La voz del conductor del vehículo suena imperativa, como si pretendiera concluir un asunto decididamente bizarro.
 -No hay nadie para subir. Vd. me debe una explicación porque me utilizó sin mi consentimiento en una práctica indigna.
 El chofer, parece iniciar un cambio de actitud en su trato con la señora de la tercera edad.
 -Podría ser, inapropiada..., pero parece que Vd. la disfrutó intensamente...
 -No sea guaso...
 Le dice ella, sonrojándose, como si repentinamente una pátina de rejuvenecimiento, desdibujara las arrugas de un rostro que lleva muchas décadas de presencia cutánea en el mundo.
 Incluso, una sonrisa no exenta de picardía distiende sus labios ajados, otorgándole a los mismos cierto fulgor de índole juvenil.
 La anciana, semeja adquirir una lozanía ajena a cuando se incorporó del asiento que ocupaba, lo que ocurrió con escasa anterioridad.
  -Estimo que el goce fue compartido...
  Le dice al chofer mientras eleva el busto, que parece exponer una turgencia extemporánea a los años acumulados en esos senos.
 Martín Nazareno Beltri, sentado en un asiento cercano a la puerta delantera del lado opuesto al de la señora, se halla próximo a recibirse de licenciado en periodismo por una prestigiosa universidad privada. Tan azorado como los demás ante el cariz que adopta el asunto, decide bajar a la par de la mujer con el objeto de entrevistarla, por lo que se coloca tras ella para descender por adelante.
 Observa que el chofer, responde la afirmación femenina con una sonrisa enigmática, que podría significar un reconocimiento así como un gesto referido a un poder inescrutable, dispensado con discreción.
 Pero lo que incrementa su asombro, de un modo que le genera íntima repugnancia, es el unto que detecta extendido sobre la bragueta del chofer, como si la textura de la tela no bastara para contener tamaño desborde seminal.
 Absorto ante el hecho, intenta descender luego de que lo hace la añosa señora.
 Pero el chofer cierra bruscamente las puertas, debiendo retroceder con premura para que no lo golpeen.
 -Se desciende por las puertas de atrás, caballero. Lo de la señora es una excepción debido a la edad, tal como establece el reglamento.
 Martín, desconcertado, ve alejarse a la aludida con paso rápido, sin que el bastón tome contacto con las baldosas de la vereda.
 Sin deseos de discutir se sienta nuevamente. Aunque su destino es Lanús, tiene una vaga idea de seguir viaje hasta la finalización del recorrido, en Escalada, para entrevistar al chofer en relación al prodigio de sexo casual ultravirtual -así lo define mentalmente- del que fue testigo aleatorio.
 Lamentablemente, no se siente seguro de poder hacerlo: el tipo le provoca un oscuro sentimiento de temor; como si el individuo se hallara en el rol laboral que ocupa, por motivos totalmente ajenos al universo del trabajo.
 A la vez, piensa que la cobardía, no es precisamente una virtud periodística y si ya comienza así..., pero, al cruzar nuevamente su mirada con la del chofer mediante el espejo retrovisor interno, se siente motivado a descender en la próxima parada, Estación Avellaneda, sin esperar llegar a Lanús y mucho menos al final del recorrido.

                                                                       FIN