martes, 18 de enero de 2011

Como decía en la entrada anterior, todo puede ser lo consabido u otra cosa.

Respecto a esto último, me refiero a la perturbación de lo que se espera. En lo que concierne a la siguiente pieza de narrativa breve, tal alteración ocurre en el maravilloso ámbito del carnaval montevideano,del que soy un entusiasta seguidor. Adelante con la lectura.

                                                      COMPARSA DE NEGROS Y LUBOLOS

Montevideo, comienzos de febrero.
La Noche de las Llamadas.
Proliferan las fogatas en el barrio de Palermo, templando los tambores.
Chico, repique y piano.
Las cuerdas de tambores configuran la rítmica expresión de la morenada.
Los lubolos son pocos:
Blancos que se tiñen el rostro y las manos de negro al estilo Al Jolson.
Gozan de la confianza de los comparsistas de color y concursan oficialmente en la categoría.
Dan un regio espectáculo en un estilo vibrante y sobrio a la vez.
No es el carnaval revisteril de Río ni el hierático de Venecia.
Son los morenos uruguayos en lo cardinal de su esencia y los aceptados hermanos lubolos.
Finaliza la jornada.
La calificación oficial fue buena para la comparsa.
Los lubolos se quitan el maquillaje en el vetusto colectivo alquilado y el blanco de sus rostros va reapareciendo.
El viejo moreno Washington, que desempeña el rol de abuelo en el candombe,detecta que un lubolo diluye su pintura negra y aparece un rostro más negro aún.
Discretamente, le pregunta al moreno director artístico:
-¿Lo sabías?...
-No. Siempre vino maquillado a los ensayos y pagó en dólares la inclusión.
Descubierto, el falso lubolo sonríe, los dientes muy blancos y la cara muy negra.
A los escasos auténticos lubolos se les ordena retirarse del micro, que cierra sus puertas y se pone en marcha rumbo a la Rambla.
El falso lubolo se inquieta.
Se corren las cortinas de las ventanillas y dos docenas de comparsistas negros como él, lo van rodeando mientras entonan una letanía quizás en dialecto mandingo; algo muy antiguo de los negros bozales, los esclavos recién llegados del Golfo de Guinea, que sobrevivieron a la maldita travesía y eran evangelizados someramente. Como un fragor soterrado, que remite a la profundidad ancestral del origen africano y su índole más secreta.


Recibió un golpe en la cabeza con un objeto romo, que lo dejó aturdido.
De todos modos, se percata que ha sido maniatado con un tiento y con otro lo amordazaron.
Comprende que violó una ley atávica que desconocía.
Siguió escuchando la monótona letanía mientras el viejo colectivo dejaba atrás el Parque Rodó, al que pudo avizorar tras una cortina algo entreabierta.
Comprobó que se hallaba fuertemente atado y que sus gritos no se escuchaban.
Pero percibió los latidos descompasados de su corazón, cuando el abuelo se le acercó y un dolor lacerante se instaló en su cuerpo.
Supo que no tendría oportunidad de decirles que quiso resultar gracioso.
Entre convulsiones espasmódicas, recordó en un pantallazo a su padre en el lejano Cerro Largo, advirtiéndole que hay cosas con las que no se jode.
Nunca le especificó cuales eran.

                                                                        FIN

martes, 11 de enero de 2011

En la antigüedad, actividades que hoy podrían ser consideradas anodinas...

conllevaban riesgos fatales. Por que se elegían a pesar de ello, es un misterio, pero recordemos que los antiguos tenían pocas posibilidades de elegir. Quizás se optaba por ser mensajero ante la alternativa del hambre; o porque de niño alguien cercano al poder lo consideró veloz para correr. Podría ser la combinación de prestigio y adrenalina: evoquemos al soldado que generó con su carrera la denominación maratón.
Pero el mayor peligro, no estaba en ser mensajero, sino en transmitir malas noticias...
Tratemos de situarnos en esa mentalidad, para abordar la lectura de la siguiente pieza de narrativa breve, que integra el libro que titula este blog. Adelante.

                                                                  SER MENSAJERO

El cansancio, se evidencia en sus músculos tensos.
Sabe que está corriendo más de lo que debería, de lo que le conviene a su integridad física.
Pero el comandante fue preciso:
"El Rey debe saber lo antes posible que estamos siendo derrotados, para que establezca el plan de defensa de la ciudad con la mayor prontitud.
Nosotros trataremos de prolongar la batalla, aunque esto signifique nuestro fin. Tu carrera debe ser la más veloz para que se salve nuestra ciudad..."
El sabía que los soldados que estaban combatiendo, morirían en su mayor parte o quedarían con heridas atroces, mientras que los pocos sobrevivientes remarían en las naves enemigas hasta reventar.
La ciudad se salvaría si llegara a tiempo..., pero él ya estaba condenado.
El Rey, al recibir la noticia aciaga, lo haría ejecutar.
Matar al mensajero, era en estos casos, una potestad del soberano que difícilmente dejara de ejercer.
De tener suerte moriría mediante una decapitación esmerada, pero sería supliciado, si al Rey lo embargaba el terror ante lo que podría sucederle si la ciudad era invadida.
Dependía del humor del monarca.

Tomó una senda lateral: desertaría.
Más vale fugitivo vivo que mensajero muerto.
Trataría de esconderse de día, robar de noche y así alimentarse, aunque necesite matar para sobrevivir.
De este modo, se alejaría del teatro de operaciones el soldado más veloz del ejército del Rey, el elegido como mensajero.
Mediante sus fechorías podría obtener armas, dado que iba desarmado para aumentar su velocidad en la carrera, llegar a algún puerto y embarcarse como marinero.
Confiaba en que con su rapidez y su astucia, torcería el destino fatal que parecían haberle asignado los dioses.

Aparecieron entre la espesura que bordeaba la senda.
Eran seis hombres armados con arcos y espadas cortas, que exhibían las usuales insignias del enemigo.
Dio vuelta y echó a correr por donde había venido, pero cayó acribillado por media docena de flechas disparadas con precisión.
Quizás llegó a pensar con alivio, que la muerte iba a ser rápida, como sus piernas.
El jefe del pelotón enemigo, cercenó la cabeza del cadáver y la guardó en un saco de tela.
Se dirigió a su lugarteniente.
-Que extraño que lo encontramos aquí.
La idea era salirle al paso en el camino que conduce a la ciudad, no en el desvío.
Regresaremos con la cabeza del mensajero, nuestro comandante nos recompensará y podrá tomar la ciudad por sorpresa.
Su rey, confiado en que llegará la noticia de la victoria cuando sus tropas culminen las acciones de limpieza luego del triunfo, no adoptará las medidas de protección adecuadas.

Encadenados, sucios y malolientes, los que abatieron al mensajero aciago nunca entendieron como los otros pudieron dar vuelta la batalla.
Tuvieron un estremecimiento de horror al divisar las grandes calderas, donde les dijeron que serían hervidos por haber matado al soldado más veloz del rey, quien avisado del triunfo de sus fuerzas luego del giro favorable que tomó la batalla, ordenó que la cabeza recuperada del primer mensajero, sea convertida en reliquia heroica.
Aunque si hubiera cumplido con la misión ordenada, ese mismo rey la hubiera enviado de un puntapié al mar.
Todos los sentenciados, sabían que los designios de los dioses y las comunicaciones entre los hombres, se engarzaban en un entramado siniestro. Ellos mismos, de haberse enterado que la batalla estaba cambiando su resultado, podrían haber desertado y embarcarse como marineros en vez de convertirse en salchichas humanas.
Pero solo los dioses acceden a las informaciones a tiempo, sin depender de los músculos que las trasladan; por eso, hacen lo que quieren con nosotros, pobres mortales.

                                                                 FIN

viernes, 7 de enero de 2011



                                                       SLOTS IN THE FIRE

Como siempre, piensa Herrera.
El olor a miles de cigarrillos encendidos, mezclado con el de las fragancias individuales y el efluvio que emana de la crispada decepción de los presentes.
La publicidad del sitio dice que esto es diversión...debe serlo para el 1% que gana genuinamente.
¿O es menos aún?...
Herrera pasó el medio siglo de vida, viste de saco y corbata, ni demodeé ni fashion; su impronta es la corrección.
Las máquinas de azar rutilan, mientras los jugadores de ambos sexos se afanan en inmiscuirse en sus mecanismos-en su especie de alma plástica-para orientarlos a su favor.
Tarea imposible...
Susurra Herrera, vocalizando sus pensamientos.
En mil visitas, me sobran los dedos de las manos para contar las veces que vi ganar cifras de cinco dígitos...
Tentación de que la próxima vez será diferente, pero es igual. Sin recompensa.
O sea, un sitio apto para el Inmundo...
Expresa su soliloquio en bajísima voz.
Porque el 99% de los jugadores se envenena por la propia mecánica del engendro llamado slot, asquerosamente contrario al apostador.
Multitud de premios insignificantes, justifican la presunta equidad de este juego.
Prosigue hablando en voz bajísima mientras acciona los controles de una máquina denominada A y B, con figuras de ángeles y demonios.
Herrera juega la apuesta máxima.
Cinco veces inserta billetes de $100 que pierde en jugadas veloces como ráfagas.
Pero cuando ya se quedaba sin crédito, los rodillos digitales dieron un
                                                                        666
en números destellantes, mientras el cuarto rodillo mostró la figura roja con cuernos y el quinto el símbolo del tridente...
Ganó el progresivo...
                                                                     
Le resulta difícil creerlo.
Como son las 11:15 de la mañana, es razonable que haya poca gente en la sala de máquinas de alta denominación.
No hay apostadores vecinos, testigos de su logro.
Se haya absorto.
Los leds de la máquina indican que ganó la cifra mencionada, pero...
No entiendo, dice para sí mismo, debieron salir tres 7 rojos y no tres 6...
No le dan tiempo a profundizar el tema.
Lo rodean media docena de personas conectadas mediante intercomunicadores.
Dos son mujeres y le sonríen.
Tres hombres, vestidos con saco verde y corbata negra, le hablan a la vez:
-Tremenda suerte, Señor.
-Felicitaciones.
-Por favor, acompáñenos a la administración para que le extendamos el cheque. Se lo libraremos a su nombre.
Herrera repara en el cuarto hombre.
Su saco rojo, la barba en punta y sus ojos saltones, le resultan inquietantes.
Es el supervisor y le habla con parsimonia...
-Ganó una buena suma, seguramente era su anhelo...¡Hombre afortunado!...
Lo llevan a la administración sujetándolo de los brazos, casi compulsivamente.
Siente miedo.
Quiere hablar pero no puede, tampoco pedir auxilio.
Repara en que los escasos jugadores presentes no se fijan en él.
Entiende que la situación se orienta hacia un orden ajeno a lo consabido, pero siendo un vendedor profesional, articula con esfuerzo un inicio de negociación monetaria de algo que ya sabe que no lo es, pero no posee otro encuadre referencial.
-Creí que mi alma valía una cifra de siete dígitos. Es única.
El de saco rojo contesta:
-Necio. Su alma no vale un carajo, está repodrida, pero hoy es el aniversario de nuestro establecimiento y somos generosos; conténtese con lo que ganó.
Que olor a azufre..., piensa Herrera, mientras intenta descifrar la enigmática sonrisa del Administrador.

                                                        FIN                       

miércoles, 5 de enero de 2011

Apreciados lectores y lectoras, decir que yo llevó el flamenco en la sangre...

suena a lugar común de presentadores televisivos, por eso, trataré de resultar elegante: Todos mis fluidos vitales se hallan impregnados de flamenco...
Los invito a leer la siguiente pieza de narrativa breve que pertenece al libro de marras.
No se distraigan..., como dice Anselmo Marini.

                                                   EL BAILAOR QUE NO FUE CAMARON

El fue el mejor en lo suyo.
Yo, quizás fui el mejor en lo mio.
La experiencia asentó el sustratum de cierta sabiduría, que fui incrementando con un agudo sentido de observación y mi desordenada avidez por la lectura.
De mi origen gitano, solo recuerdo palizas, beodez, una madre sufriente que cantaba y el sol de Triana azotando la orilla concerniente del Guadalquvir-la izquierda mirando hacia el distante Atlántico-en esos veranos de humedad inconcebible, de calor tan abigarrado como las palmas que establecen la taranta.
Merodeé por la Plaza del Duque, la Giralda y la Maestranza.
Correteé de niño por callejuelas como escenográficas y por atrios de iglesias tan abundantes, que alguna vez pensé que la religión era el estado natural de todas las cosas.
A los doce años, verme bailar deslumbraba en la zambra y los colmaos.
Ya en lo setenta, conocí a Camarón.
Yo era apenas un chicuelo, él un enjuto cantaor de estremecedora voz, que viajaba rumbo a París, donde lo esperaba un público proclive.
Me vio bailar.
Dijo:
-Chavalín, pareces la emanación de mi cante hecho baile.
La Chispa, su joven mujer, asintió jovial.
Le dije:
-Si tu cante es el estremecimiento que genera la emoción en su estado mas puro, mas prístino, mi baile debe ser el correlato dramático de tanta pasión.
Me contestó:
-¿De que hablas chaval alucinao?...ni te entiendo ni quiero entenderte, los calé prescindimos de los conceptos, nuestro lenguaje es visceral.
Interpreté su decepción.
Sabía que perdería su contacto.
Me convertí en un bailaor secreto, en la gloria oculta del arte.
Pocos individuos, riquísimos, avaros aficionados al flamenco, pagaban altas sumas para verme bailar en sus recamaras blindadas.
Mas de uno dijo:
-Es Camarón hecho danza...
en el goce estético, casi transgresor, que brinda observar la gala artística que solo permite el dinero en sus niveles más restrictivos.
Satisfacción de amantes plutocráticos del flamenco, celosos de la belleza que les proveen sus fortunas.
Pero siempre estuvo prohibido filmar.
Dos veces me retiré por ese motivo, llevándome el 50% de mi cachet, el que cobraba por adelantado antes de bailar.
Para esa época, Camarón cantaba acompañado por Paco de Lucia al toque.
Yo ganaba mucho más, interpretándolo en el baile sin que él interviniera.
El era heroinómano y fumador; yo practicaba abstinencias diversas.
El sabía, que su genio del cante era interferido entre las sombras por mi tremenda estatura de bailaor, pero no quería generar encuentros con otra versión de la Gracia que lo había tocado.Le daba miedo.
Camarón, el cantaor emblemático, un día enfermó por excesos viciosos y endeblez congénita.
Yo, el bailaor secreto y completo del flamenco, no pude seguir siendo el mismo.
Camarón de la Isla dijo un día en el hospital:
-¡Ay mamacita!...¿qué me pasa?
Expiró.
Un tío le cerro los ojos al gaditano ilustre, yerto.
Yo no pude volver a bailar. Me gano la vida en mi Sevilla natal, contándole esta historia a turistas anodinos que hablan castellano; me dan un euro por compasión, sin creer nada.

                                                                     FIN

martes, 4 de enero de 2011

Estimados/as, hoy publico dos piezas de narrativa breve. La siguiente tambien

integra el libro que ya conocen.

                                                        LA VOZ DE DIOS

"La Voz de Dios absorbe tu voz, la desplaza y la potencia proyectando tu grito al infinito..."
Este era el mensaje que se escuchaba hasta el hartazgo en Buenos Aires y alrededores en una frecuencia FM y una AM.
Parecía más de lo mismo, o sea, emisoras pentecostales o evangélicas incrementando su presencia en el éter.
En determinado momento, el COMFER detecta que son clandestinas.
No sería el primer caso ni mucho menos.
Se las intenta localizar mediante los usuales procedimientos técnicos, sin resultados.
En un crescendo inconcebible, el mensaje repetitivo-siempre expresado mediante el mismo locutor en un español neutro-cubre las frecuencias de las más destacadas emisoras de la ciudad. En cuarenta y ocho horas, tapa todas las del país impidiendo la transmisión en cadena de mensajes presidenciales.
En setenta y dos horas el tema se convierte en mundial, al ser interferida toda la radio y televisión del planeta, en este caso, anulando las imágenes y solo exponiendo un circulo negro, así como las emisiones radiofónicas y televisivas por Internet.
La frase nunca varía, lo mismo que el idioma y la voz de quien la emite, ya sea en Lomas del Mirador o en Addis Abeba.
Como el fenómeno comenzó en Buenos Aires, la revista satírica Barcelona tituló su nota de tapa:
                                                 DIOS ES ARGENTINO
Fuera del sarcasmo, el miedo alteraba el comportamiento de los pueblos y sus gobiernos, ante la certidumbre de que algo monumental estaba por ocurrir.
Había acusaciones cruzadas entre todas las religiones oficiales, así como entre naciones, ideologías y parcialidades diversas.
Se sospechaba tanto del Presidente de los Estados Unidos como del Papa, por no hablar de miles de personalidades públicas intermedias, así como de fundamentalismos diversos.
La interferencia y el circulo negro aparecían al unísono en todo el mundo, sin importar latitudes ni husos horarios.
Lo peor: los gobiernos no tenían respuesta, así como la ONU y los organismos supranacionales.
Todas las fuerzas armadas y de seguridad del orbe se hallaban en alerta roja.
Hubo un reverdecer del periodismo en soporte gráfico.
Crecieron monumentalmente todo tipo de anomalías personales y sociales.
Comportamientos excéntricos o/y violentos de individuos, grupos y grandes sectores poblacionales.
El caos se hallaba cercano.
El hallazgo más significativo lo aportó un radiotelescopio avanzado:
Captó señales del espacio exterior no escuchadas con anterioridad, que podrían corresponder a un código inteligente indescifrado.
Mientras en las calles, la profusión de místicos espontáneos se había convertido en un fenómeno que abarcaba todos los cultos conocidos, mas los que se creaban diariamente.
Pero el suceso no cumplió ocho días de existencia, cuando el mensaje se interrumpió por la mitad.
 Claramente, se escuchó una joven voz femenina que dijo en español neutro:
-Está rayado...
La locución no volvió a repetirse, pero el mundo dejó de ser el mismo.
                                                                                                            Bs.As.,30 de diciembre de 2012


                                                                     FIN

Lo que van a leer remite a una temática fea...

realmente, creo que el humano necesita respuestas, cuando más precisas mejor, incluso, en algunos casos, hasta acepta mentiras disfrazadas; lo difícil es cuando no hay respuestas convincentes, por eso, el común denominador de los mortales detesta la muerte, al menos la propia.
Esta pieza de narrativa breve pertenece...

                                        YUYALES Y VIVIENDAS ESCONDIDAS

Los golpes se suceden con continuidad homicida, mediante el empleo de manoplas.
La víctima sabe que lo están matando.
Le estalla el bazo.
Todo comenzó cuando terminó de comer un par de empanadas frías, acompañadas de un vaso de tinto, en un bar de estación ferroviaria del último cordón del GBA, zona semirural.
Al retirarse con las primeras sombras de la noche otoñal, los tipos lo siguieron a prudente distancia.
En un sector oscuro y descampado, comenzaron a golpearlo sin miramientos.
Su resistencia inicial claudicó ante la eficiencia profesional de los dos agresores.
Como en un chispazo, recordó a un par de sujetos robustos que bebían cerveza en el otro extremo del mostrador.
El individuo, próximo al desvanecimiento, logra sacar un arrugado billete de veinte pesos de un bolsillo
Una trompada metálica le destroza la dentadura.
Intenta decir "No puedo más", pero no puede.
Por otra parte, un pensamiento fugaz le anuncia: no es por guita...
Sabe que no tiene enemigos, ni recuerda haber prodigado ofensas. No es deudor moroso, es viudo sin hijos y no se entrevera con mujeres casadas. No se piensa capaz de despertar envidias y tiene mas males que bienes.
Antes de morir a golpes-hígado destruido-puede enunciar entre estertores y escupiendo dientes:
-¿Por qué?...
No le contestan.
Muere pensando que su puta vida encima termina por error.
El golpe final, dado por el más alto, lo deja desmañado como muñeco de trapo en situación de abandono.
El otro victimario, con curiosa frialdad, le pregunta a su compañero:
-¿Por qué?...
El aludido, se encoje de hombros y le contesta.
-Este es un mundo tan extraño donde hasta la Santísima Trinidad es posible.
La frase es de Borges.
Los tipos se pierden en la noche semirural de yuyales y viviendas escondidas.

                                              FIN

lunes, 3 de enero de 2011

.Estimados lectores/as, buenas tardes. A veces, en las horas pico, resulta difícil...

abandonar el vagón del tren suburbano que se abordó. La masa humana que lo obtura parece decir... ¿Te arrepentiste?...¡Jodete!...y se cierran las puertas.En segundos, la formación inicia su marcha.
Les recomiendo leer la siguiente pieza de narrativa breve que pertenece..., ya conocen como sigue.
Mis mejores deseos para el año que comienza. Saludos.

                                          ALGO ANDA MAL

El individuo sube al tren en horario pico, como todos los días.
Los sonidos de la estación terminal estallan, como siempre, en una variada cacofonía.
Se coloca-casi asfixiado-al lado de una puerta, aunque la masa compacta lo empuja hacia adentro.
El tren es del servicio electrificado.
Siguen subiendo pasajeros hasta lo inconcebible.
El individuo soporta la presión de la multitud con estoicismo, pero no puede evitar la crispación en su rostro.
Carga un portafolios en bandolera.
Los demás pasajeros revelan semblantes torvos, otros mas afables, jóvenes, maduros, viejos...un 30% de mujeres.
Parecería que ellas sonríen veladamente y los hombres no.
El individuo recorre el entorno fisonómico.
Nota diferencias con las caras de todos los días:
Los apósitos tipo Curitas, que cruzan horizontalmente el pómulo derecho de los hombres-solo el de los hombres-se convierten en un signo masivo.
Ante esto siente sorpresa, luego manifiesto estupor y finalmente, un grado de inquietud que deviene en angustia.
Los pasajeros no hablan entre ellos, incluso, quienes aparentemente viajan juntos.
Todas las voces y sonidos que oye provienen del andén. En el vagón, silencio ominoso.
Cuando el individuo intenta dificultosamente salir, se cierran las puertas, obligandolo a viajar en el coche atestado.
El tren comienza su marcha y él se haya desesperado, intentando demostrar que no entró en pánico.
Manotea como puede su celular y por agenda llama a Vanesa.
-¡Hola mi amor!...
-Vane, algo anda mal...
No puede seguir hablando, porque ve una mano callosa que sostiene una antigua hoja de afeitar por el dorso, cerca de su mejilla.
El celular se desliza hacia el piso del vagón, mientras un alarido supera el estrépito que provoca la marcha del tren.
Gotas de sangre caen sobre el piso.
El rostro de una mujer de mediana edad, de aspecto rústico, evidencia una enigmática sonrisa.
Al individuo cortajeado, le recuerda la de la Gioconda, antes de perder el conocimiento pero sin caer, dado que un robusto par de brazos lo impide sujetándolo desde atrás, mientras que un tipo flaco, vestido con ropa de trabajo, aproxima un apósito tipo Curitas a su rostro.
Vistos con detenimiento, estos apósitos evidencian algunas diferencias con los usuales, incluyendo un pequeño rotulo en color negro estampado en un extremo del producto, que expresa: SOS MIO, acompañado por un diseño similar a los de las marcas que se estampan a fuego en la grupa del ganado, para legitimar su propiedad.

                                                             FIN

domingo, 2 de enero de 2011

Dicen que si van dos personas en un bote, una debería ser capitán...

Puede que en ciertas condiciones, no haya consenso para tal designación.
Hummm..., esto puede ser malo, muy malo...
Los invito a leer la siguiente pieza de narrativa breve, perteneciente al libro que titula el blog.
¡Feliz ano nuevo!...como decía un proctólogo.


                                           ¡TIERRA!...

El bote sumamente deteriorado y los dos individuos masculinos que lo guían como pueden-un par de remos rotos y el timón sin duda averiado-dan la idea de la supervivencia de un naufragio.
Sin costa a la vista.
Quizás, además de náufragos, son inmigrantes clandestinos que sobrellevan una travesía azarosa.
Sus ropas están hechas jirones y la piel de ambos mal quemada por el sol.
Todo es monotonía: mar planchado, calma chicha.
No cruzan palabra alguna.
El que lleva reloj, señala latas de conserva y sachets con agua.
Comen y beben con avidez controlada, observándose con atención vigilante.
Los sachets poseen tapón a rosca y ellos solo beben una cuarta parte del contenido.
Se miran de soslayo.
La comida que excede la ración establecida, es guardada en recipientes herméticos que tapan con una lona.No poseen otro medio para preservar los alimentos de las altas temperaturas diurnas.
Reiteran el mutuo escrutinio: una vigilancia exhaustiva del uno hacia el otro.
Llevan rumbo Este, hacia Levante, con la precariedad del timón es estado deficiente.
 Defecan fuera de la borda mirándose con atención.
Lo mismo durante las micciones a sotavento.
Llega la noche; se turnan para remar y para dormir en un acuerdo tácito.
 No se hablan.
Se comunican con gestos, con ademanes.
Duermen sobresaltadamente, mirándose, siempre mirándose.
Es posible que en esas aguas haya tiburones...
La mañana vuelve a repetir las características de los últimos días.
Por la tarde, se levanta un viento sostenido que acelera el avance mediante una vela improvisada.
En cierto momento, uno de los individuos remueve de un baúl vestimentas y enseres, que pertenecieron a mujeres, niños y otros hombres, que ya abandonaron la travesía.
La mirada del otro es amenazante:
No debe manipularse lo que posee un carácter votivo, como sagrado.
Pero quien desordenó los elementos sorpresivamente grita:
-¡Tierra!...
Una linea difusa se divisa en el horizonte.
-¡Tierra!...
Repite con voz gutural.
El otro lo confirma con un asentimiento gestual, mientras aferra un bichero oculto bajo una tabla del piso de la pequeña embarcación.
Lo blande ofensivamente, el gancho de la punta presto a desgarrar.
Su compañero puede desprender un remo partido y se establece a bordo una lucha a muerte.
Ambos caen al mar, uno con heridas sangrantes y el otro aturdido por un golpe en la cabeza.
Se ven aletas dorsales acercándose.
Los dos emiten gritos salvajes.
El odio de los hombres se convierte en el festín de los escualos.
Una mano izquierda queda flotando brevemente;en su muñeca cercenada, un reloj marca una hora ya sin expectativas para su propietario, antes de perderse el conjunto en las fauces de la bestia.


                                                  FIN