martes, 18 de enero de 2011

Como decía en la entrada anterior, todo puede ser lo consabido u otra cosa.

Respecto a esto último, me refiero a la perturbación de lo que se espera. En lo que concierne a la siguiente pieza de narrativa breve, tal alteración ocurre en el maravilloso ámbito del carnaval montevideano,del que soy un entusiasta seguidor. Adelante con la lectura.

                                                      COMPARSA DE NEGROS Y LUBOLOS

Montevideo, comienzos de febrero.
La Noche de las Llamadas.
Proliferan las fogatas en el barrio de Palermo, templando los tambores.
Chico, repique y piano.
Las cuerdas de tambores configuran la rítmica expresión de la morenada.
Los lubolos son pocos:
Blancos que se tiñen el rostro y las manos de negro al estilo Al Jolson.
Gozan de la confianza de los comparsistas de color y concursan oficialmente en la categoría.
Dan un regio espectáculo en un estilo vibrante y sobrio a la vez.
No es el carnaval revisteril de Río ni el hierático de Venecia.
Son los morenos uruguayos en lo cardinal de su esencia y los aceptados hermanos lubolos.
Finaliza la jornada.
La calificación oficial fue buena para la comparsa.
Los lubolos se quitan el maquillaje en el vetusto colectivo alquilado y el blanco de sus rostros va reapareciendo.
El viejo moreno Washington, que desempeña el rol de abuelo en el candombe,detecta que un lubolo diluye su pintura negra y aparece un rostro más negro aún.
Discretamente, le pregunta al moreno director artístico:
-¿Lo sabías?...
-No. Siempre vino maquillado a los ensayos y pagó en dólares la inclusión.
Descubierto, el falso lubolo sonríe, los dientes muy blancos y la cara muy negra.
A los escasos auténticos lubolos se les ordena retirarse del micro, que cierra sus puertas y se pone en marcha rumbo a la Rambla.
El falso lubolo se inquieta.
Se corren las cortinas de las ventanillas y dos docenas de comparsistas negros como él, lo van rodeando mientras entonan una letanía quizás en dialecto mandingo; algo muy antiguo de los negros bozales, los esclavos recién llegados del Golfo de Guinea, que sobrevivieron a la maldita travesía y eran evangelizados someramente. Como un fragor soterrado, que remite a la profundidad ancestral del origen africano y su índole más secreta.


Recibió un golpe en la cabeza con un objeto romo, que lo dejó aturdido.
De todos modos, se percata que ha sido maniatado con un tiento y con otro lo amordazaron.
Comprende que violó una ley atávica que desconocía.
Siguió escuchando la monótona letanía mientras el viejo colectivo dejaba atrás el Parque Rodó, al que pudo avizorar tras una cortina algo entreabierta.
Comprobó que se hallaba fuertemente atado y que sus gritos no se escuchaban.
Pero percibió los latidos descompasados de su corazón, cuando el abuelo se le acercó y un dolor lacerante se instaló en su cuerpo.
Supo que no tendría oportunidad de decirles que quiso resultar gracioso.
Entre convulsiones espasmódicas, recordó en un pantallazo a su padre en el lejano Cerro Largo, advirtiéndole que hay cosas con las que no se jode.
Nunca le especificó cuales eran.

                                                                        FIN

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