viernes, 7 de enero de 2011



                                                       SLOTS IN THE FIRE

Como siempre, piensa Herrera.
El olor a miles de cigarrillos encendidos, mezclado con el de las fragancias individuales y el efluvio que emana de la crispada decepción de los presentes.
La publicidad del sitio dice que esto es diversión...debe serlo para el 1% que gana genuinamente.
¿O es menos aún?...
Herrera pasó el medio siglo de vida, viste de saco y corbata, ni demodeé ni fashion; su impronta es la corrección.
Las máquinas de azar rutilan, mientras los jugadores de ambos sexos se afanan en inmiscuirse en sus mecanismos-en su especie de alma plástica-para orientarlos a su favor.
Tarea imposible...
Susurra Herrera, vocalizando sus pensamientos.
En mil visitas, me sobran los dedos de las manos para contar las veces que vi ganar cifras de cinco dígitos...
Tentación de que la próxima vez será diferente, pero es igual. Sin recompensa.
O sea, un sitio apto para el Inmundo...
Expresa su soliloquio en bajísima voz.
Porque el 99% de los jugadores se envenena por la propia mecánica del engendro llamado slot, asquerosamente contrario al apostador.
Multitud de premios insignificantes, justifican la presunta equidad de este juego.
Prosigue hablando en voz bajísima mientras acciona los controles de una máquina denominada A y B, con figuras de ángeles y demonios.
Herrera juega la apuesta máxima.
Cinco veces inserta billetes de $100 que pierde en jugadas veloces como ráfagas.
Pero cuando ya se quedaba sin crédito, los rodillos digitales dieron un
                                                                        666
en números destellantes, mientras el cuarto rodillo mostró la figura roja con cuernos y el quinto el símbolo del tridente...
Ganó el progresivo...
                                                                     
Le resulta difícil creerlo.
Como son las 11:15 de la mañana, es razonable que haya poca gente en la sala de máquinas de alta denominación.
No hay apostadores vecinos, testigos de su logro.
Se haya absorto.
Los leds de la máquina indican que ganó la cifra mencionada, pero...
No entiendo, dice para sí mismo, debieron salir tres 7 rojos y no tres 6...
No le dan tiempo a profundizar el tema.
Lo rodean media docena de personas conectadas mediante intercomunicadores.
Dos son mujeres y le sonríen.
Tres hombres, vestidos con saco verde y corbata negra, le hablan a la vez:
-Tremenda suerte, Señor.
-Felicitaciones.
-Por favor, acompáñenos a la administración para que le extendamos el cheque. Se lo libraremos a su nombre.
Herrera repara en el cuarto hombre.
Su saco rojo, la barba en punta y sus ojos saltones, le resultan inquietantes.
Es el supervisor y le habla con parsimonia...
-Ganó una buena suma, seguramente era su anhelo...¡Hombre afortunado!...
Lo llevan a la administración sujetándolo de los brazos, casi compulsivamente.
Siente miedo.
Quiere hablar pero no puede, tampoco pedir auxilio.
Repara en que los escasos jugadores presentes no se fijan en él.
Entiende que la situación se orienta hacia un orden ajeno a lo consabido, pero siendo un vendedor profesional, articula con esfuerzo un inicio de negociación monetaria de algo que ya sabe que no lo es, pero no posee otro encuadre referencial.
-Creí que mi alma valía una cifra de siete dígitos. Es única.
El de saco rojo contesta:
-Necio. Su alma no vale un carajo, está repodrida, pero hoy es el aniversario de nuestro establecimiento y somos generosos; conténtese con lo que ganó.
Que olor a azufre..., piensa Herrera, mientras intenta descifrar la enigmática sonrisa del Administrador.

                                                        FIN                       

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