miércoles, 5 de enero de 2011

Apreciados lectores y lectoras, decir que yo llevó el flamenco en la sangre...

suena a lugar común de presentadores televisivos, por eso, trataré de resultar elegante: Todos mis fluidos vitales se hallan impregnados de flamenco...
Los invito a leer la siguiente pieza de narrativa breve que pertenece al libro de marras.
No se distraigan..., como dice Anselmo Marini.

                                                   EL BAILAOR QUE NO FUE CAMARON

El fue el mejor en lo suyo.
Yo, quizás fui el mejor en lo mio.
La experiencia asentó el sustratum de cierta sabiduría, que fui incrementando con un agudo sentido de observación y mi desordenada avidez por la lectura.
De mi origen gitano, solo recuerdo palizas, beodez, una madre sufriente que cantaba y el sol de Triana azotando la orilla concerniente del Guadalquvir-la izquierda mirando hacia el distante Atlántico-en esos veranos de humedad inconcebible, de calor tan abigarrado como las palmas que establecen la taranta.
Merodeé por la Plaza del Duque, la Giralda y la Maestranza.
Correteé de niño por callejuelas como escenográficas y por atrios de iglesias tan abundantes, que alguna vez pensé que la religión era el estado natural de todas las cosas.
A los doce años, verme bailar deslumbraba en la zambra y los colmaos.
Ya en lo setenta, conocí a Camarón.
Yo era apenas un chicuelo, él un enjuto cantaor de estremecedora voz, que viajaba rumbo a París, donde lo esperaba un público proclive.
Me vio bailar.
Dijo:
-Chavalín, pareces la emanación de mi cante hecho baile.
La Chispa, su joven mujer, asintió jovial.
Le dije:
-Si tu cante es el estremecimiento que genera la emoción en su estado mas puro, mas prístino, mi baile debe ser el correlato dramático de tanta pasión.
Me contestó:
-¿De que hablas chaval alucinao?...ni te entiendo ni quiero entenderte, los calé prescindimos de los conceptos, nuestro lenguaje es visceral.
Interpreté su decepción.
Sabía que perdería su contacto.
Me convertí en un bailaor secreto, en la gloria oculta del arte.
Pocos individuos, riquísimos, avaros aficionados al flamenco, pagaban altas sumas para verme bailar en sus recamaras blindadas.
Mas de uno dijo:
-Es Camarón hecho danza...
en el goce estético, casi transgresor, que brinda observar la gala artística que solo permite el dinero en sus niveles más restrictivos.
Satisfacción de amantes plutocráticos del flamenco, celosos de la belleza que les proveen sus fortunas.
Pero siempre estuvo prohibido filmar.
Dos veces me retiré por ese motivo, llevándome el 50% de mi cachet, el que cobraba por adelantado antes de bailar.
Para esa época, Camarón cantaba acompañado por Paco de Lucia al toque.
Yo ganaba mucho más, interpretándolo en el baile sin que él interviniera.
El era heroinómano y fumador; yo practicaba abstinencias diversas.
El sabía, que su genio del cante era interferido entre las sombras por mi tremenda estatura de bailaor, pero no quería generar encuentros con otra versión de la Gracia que lo había tocado.Le daba miedo.
Camarón, el cantaor emblemático, un día enfermó por excesos viciosos y endeblez congénita.
Yo, el bailaor secreto y completo del flamenco, no pude seguir siendo el mismo.
Camarón de la Isla dijo un día en el hospital:
-¡Ay mamacita!...¿qué me pasa?
Expiró.
Un tío le cerro los ojos al gaditano ilustre, yerto.
Yo no pude volver a bailar. Me gano la vida en mi Sevilla natal, contándole esta historia a turistas anodinos que hablan castellano; me dan un euro por compasión, sin creer nada.

                                                                     FIN

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