domingo, 30 de diciembre de 2012

VIEJO CAFÉ

 -Vd. tiene malos hábitos, Bermudez...
 Le dijo el recién llegado a Ramón Bermudez a)"Kalisay", sorprendiendo al aludido, que abandonó la lectura de Crítica en la página dedicada al arribo del Plus Ultra.
 En el café no había otros parroquianos y el viejo mozo, Anselmo, miraba intencionadamente para otra parte.
 El gordo Kalisay-llamado así por la propaganda de un aperitivo cuyo protagonista era un simpático gordito-trató rápidamente de controlar la situación..., hasta donde fuera posible.
 Apeló al humor.
 -Yo conocí a un cura que tenía malos hábitos; al poco tiempo, fue a reclamar a la sastrería eclesiástica.
 El que se hallaba parado al lado de su mesa, el "Zurdo" Capoano, reconocido guapo de comité y almacén, no insinuó ni un esbozo de sonrisa.
 -Sus malos hábitos tienen que ver con la delación, Bermudez...
 Estas palabras, registraron una sonoridad trágica para Bermudez.
 Él suponía que Capoano estaba en gayola, como su "socio", el "Pampa".
 -Se lo que piensa, Bermudez, en su arreglo con la yuta se entendía que nos capturaban a ambos.
 No fue así; apresaron al "Pampa" que se dejó ver demasiado y lo trataron mal en la dependencia. Quedó sordo por los golpes.
 En cuanto a mí...
 Estoy de paso.
 Salí del aguantadero para matarlo a Vd., por batidor...y vuelvo a guardarme por el tiempo que sea necesario.
 "Kalisay" se puso pálido...y ese color marmóreo que tomó su faz, ya nunca desapareció.
 Capoano le abrió la garganta de extremo a extremo, sosteniendo el cuchillo con mano experta, la izquierda, tomando la debida distancia para no resultar salpicado.
 El cuello duro de la camisa del gordo, se tiñó de rojo.
 La sangre del confidente, encharcaba las muy pisadas baldosas del local, manando del cadáver que quedó de bruces sobre el piso.
 El "Zurdo", limpió su daga en un mantel moteado de manchas y se retiró sin apuro, con la tranquilidad que dispensan los propósitos cumplidos cabalmente.
 Apenas si miró a Anselmo, ocupado en restregar un vaso con una servilleta deshilachada.
 Afuera, encendió un cigarrillo Pour la Noblesse con un fósforo que frotó con displicencia, antes de orientar sus pasos hacia las profundidades del suburbio.
 El patrón del café, se desentumeció tras el mostrador y se dirigió al mozo.
 -Todavía no limpies. Andá a llamar al chanfle que está en la avenida.
 Cuando Anselmo se retiraba para cumplir el encargo, con el andar cansino que le generaban sus cayos plantales, agregó:
 -Antes..., decile al pasador que me juegue dos canarios al 18 a la cabeza con redoblona al 81.

                                                                FIN
  

domingo, 23 de diciembre de 2012

EL CODAZO DE LA BRUTA

 Lo recibió pleno en el estomago.
 Se dobló por el dolor cruzando sus manos sobre la zona afectada, habida cuenta, de la dificultad de movimientos que generaban los pasajeros que atestaban ese vagón.
 Le faltaba el aire; supuso que la mujer gorda sabía como golpear, cuando escuchó sus gritos:
 -¡Hijo de puta, andá a manosear a tu madre!...¡La reputa que te parió...¿Así que me querés tocar el culo, hijo de una gran puta?...
 La voz resultaba estentórea, de un tono que revelaba un nivel socio-cultural deprimido...o deprimente.
 Mientras la tipa proseguía con sus acusaciones públicas, él sentía como su cómplice le sustraía billetera y celular con hábiles manipulaciones, ocultas tras una bolsa de supermercado cargada con vaya a saber qué.
 Quería proferir que era víctima de un despojo actuado, pero las palabras se trababan en su boca debido al dolor espasmódico que sentía.
 Percibió que el tren ingresaba a la estación. La mujer se abrió paso rumbo a las puertas, como sumida en una crisis nerviosa, gritando que iba a denunciar al abusador ante los efectivos de seguridad ferroviaria.
 Tras ella, fingiendo no conocerla, bajó su secuaz.
 Cuando pudo decir en voz alta que lo robaron mediante artimañas e infundios, ya era tarde, de todos modos, a nadie pareció importarle demasiado.
 Salvo al pasajero que tenía a la derecha, maltrazado, de profusos tatuajes y olor a transpiración.
 Le dijo:
 -Estaba buena la gorda...¿Eh?...¿También te la apoyaste?...
 Yo se la refregué toda..., se ve que la gozaba la guacha.

                                                                    FIN

viernes, 21 de diciembre de 2012

LA EXPECTATIVA APOCALíPTICA

 No lo podía negar:
 Ni a su mujer, ni a sus hijos que ya no vivían con ellos, ni a sus compañeros de trabajo.
 La prédica del canal History-permanente, convirtiendo lo especulativo en certidumbre-sumada a las nociones recibidas de niño, desde una óptica de escolaridad católica, respecto al advenimiento del juicio universal, lograron efectos en su persona. Si a esto se agregaba el aporte-para él, atendible-de un amigo de toda la vida convertido a un culto pentecostal, la consecuencia era una predisposición a la expectativa apocalíptica, emanada de diferentes fuentes que parecían confluir en un resultado aproximado.
 Llegó el 21/12/2012...y no pudo dormir en toda la noche.
 Ese viernes, fue a la oficina como siempre, pero presente en sus pensamientos la inquietud, por algo terrible que se avecinaba.
 Durante el transcurso del día, esta percepción de desasosiego fue disminuyendo.
 Él esperaba el furor de los elementos, la combustión de la Tierra, la colisión del meteorito de la devastación total, la alineación planetaria que determinara la extinción humana, el planeta Nibiru...
 Nada de eso ocurrió.
 Los saqueos de supermercados y las turbas suburbanas desatadas, no eran suficiente para coronar el último día del calendario maya.
 Quizás sus expectativas apocalípticas eran erróneas..., pensó, considerando que en el Lejano Oriente ya había comenzado el día 22 y la catástrofe final no se produjo.
 Sin el sentimiento de aprensión, que había gravado su ánimo durante la ida al trabajo, volvió con una clara sensación de alivio.Admitió para si mismo que era una persona sugestionable, propensa a supercherías pseudocientíficas y a variadas influencias religiosas, algunas de índole ridícula.
 Lucubrando en torno a estos temas, bajó del colectivo ya de noche-el brindis navideño en la oficina extendió la jornada-comenzando a recorrer las tres cuadras que lo separaban de su domicilio.
 Cuando se volvió bruscamente, al escuchar el ruido de la moto que se detenía a su lado, ya no podía escapar ni pedir auxilio.
 -La billetera y el celular o te quemo...
 Le dijo el que descendió del rodado-arma en mano-mientras el otro lo mantenía en marcha.
 La sorpresa inicial le duró menos de un segundo, de inmediato, se dispuso a entregarle lo que pedía. Consideró al tipo como peligroso, probablemente, saturado de droga debido al modo en que hablaba, disimulado su rostro por el casco con la visera baja.
 Ya sea por hallarse el delincuente bajo los efectos de sustancias estimulantes, por deseos de matar presentes en su idiosincrasia, que subalternizan el latrocinio o por pura imbecilidad operativa, el hecho es que disparó dos veces-impactándolo en la zona ventral-cuando efectuó un movimiento para extraer el dinero que fue caracterizado como equívoco.
 Después de tomar lo que buscaba, el motochorro ascendió al enduro en marcha, mientras el conductor del mismo arrancaba raudo y le reprochaba el haber accionado la pistola.
 El hombre sugestionado por el fin del treceavo baktún del calendario maya, que tuvo la lóbrega certeza de que el suceso implicaba la desaparición del mundo como tal, comprendió que su impresión era cierta-antes de que concluyera el día-pero solo para él, de modo personalizado.
 A medida que su entendimiento, parecía desplazarse hacia una dimensión inefable, mientras se acercaban algunos vecinos que escucharon los estampidos, fue consciente de que era testigo del final de los tiempos y de la desaparición del mundo que conoció.
 Cuando su mujer, a la que le avisaron con rapidez lo sucedido, se arrodilló a su lado llorando desconsoladamente, él ya estaba muerto, al iniciarse el decimocuarto período de la cuenta larga, 144.000 días.
 No habrían pasado más de quince minutos, cuando se hicieron presentes los vehículos policiales y la unidad llamada "morguera". Luego de un escaso lapso, llegaron funcionarios judiciales y los móviles de televisión con su dotación de noteros.


                                                                            FIN








lunes, 10 de diciembre de 2012

FRANCOTIRADOR NOCTURNO

 Lo seguía con la mira telescópica de su fusil, perfectamente centrado, a pesar de ser un blanco móvil  que se desplazaba adoptando precauciones, como ser, buscar circunstanciales coberturas que oculten su tránsito, avanzar en forma sinuosa, agazaparse. Si bien desaparecía de su visor de rayos infrarrojos-que le permitía ver en la noche-durante breves momentos, inmediatamente reaparecía, para ser otra vez enfocado por la óptica de su arma.
 El francotirador experto, fantasmal terror del ejército contrario, solo debía accionar la cola del disparador y contabilizar una nueva baja en su haber.
 No disparó. Bajó el arma.
 Sabía que ese anónimo soldado enemigo, desafiaba los riesgos que generaba su presencia conocida y no ubicada, para ir a buscar agua al arroyo que se hallaba a doscientos metros; seguramente, enloquecido por la sed.
 El francotirador, distendió sus labios en una leve sonrisa.
 Que se sacie de agua..., pensó, que sienta la módica pero vital satisfacción de calmar su sed. Lo merece, dadas las privaciones que soporta con sus camaradas, bajo la presión del ejercito sitiador.
 Se propuso matarlo cuando volviera..., quizás, se hallara imbuido de un inicio de esperanza, sintiendo el pregusto fantasioso de un futuro pródigo en ventura; es mucho lo que puede motivar el agua en el sediento extremo.
 El francotirador, bebió un largo trago de la cerveza fría que nunca le faltaba-era considerado un militar de elite-y se dispuso a esperar el regreso de la víctima a la que le dispensó el beneficio, la gracia de morir súbitamente-sus disparos siempre eran de letal precisión-quizás, en un estado próximo a la felicidad.
 Consideró que esta presunción siempre le hacía más fácil la tarea, mientras se colocaba en posición de tiro, presto a abrir fuego.

                                                                  FIN

sábado, 8 de diciembre de 2012

BOCAS CERRADAS

 El silencio entre ambos, resultaba como envolvente.
 Si bien los sonidos ambientales: ladridos, músicas atenuadas, escapes, un tren pasando sobre el puente..., hacían que el pequeño departamento no se asemejase a una celda monástica, faltaban las palabras pronunciadas; aunque no sean amables..., aún las proferidas con desdén, con menoscabo, con intensión hiriente u ofensiva.
 Pero ninguno de los dos, ensamblado firmemente el mutuo odio, hablaba.
 Carentes de interés en toda comunicación verbalizada, desconfiaban de cualquier término en boca del otro soslayando la propia habla por prevención. Ante un encono incrementado por varios años de absurda convivencia, callaban en común de un modo exasperante.
 Pero dada la hora, era necesario que el mutismo se franqueara.
 O hablo o la mato..., pensó él.
  Si no puedo expresar mi sentimiento en voz alta, lo quemo vivo..., consideró ella, observando la olla con agua que se hallaba sobre la hornalla, burbujeando su hervor.
 Fue él, quién trasladó la paráfrasis bíblica de primero fue el verbo, al ámbito doméstico.
 De improviso, le preguntó a su esposa...
 -Querida...¿Que vas a cocinar para la cena?...
 Ella le respondió rápidamente...
 -Un guisito..., mi amor.
 -Que no sea guarango..., no ahorres en ingredientes como haces siempre.
 Agregó él, abandonando la cocina para irse a lavar las manos al baño.
 Maldito seas..., le contestó mentalmente ella, la vista fija en el agua en ebullición.

                                                       FIN






jueves, 6 de diciembre de 2012

EL ARMISTICIO EN LA TRINCHERA

 Durante la última ofensiva alemana, la Kaiserschlacht, Francois pensó que su destino iba a ser el mismo que el de los millones de cosidos a bayonetazos, destruidos con gas mostaza, muertos por gangrena o disentería entre el lodo hediondo de las trincheras. Era la multitud de cadáveres de soldados, que iban jalonando el derrotero de esa guerra atroz, en la que la matanza era industrial y sistemática.
 Pero también sobrevivió a la Kaiserschlacht, sin más lesiones físicas que las escoriaciones producidas por esquirlas, que no se le llegaron a infectar.
 Cuando el armisticio fue comunicado a los combatientes de la primera línea de fuego, el júbilo resultó ensordecedor, aún en las trincheras de enfrente, las de los derrotados-los de las potencias centrales-que consideraban que al menos, su integridad física resultaría conservada.
 En las posiciones de los franceses, los abrazos y los vítores se confundían con las estrofas de La Marseillaise, entonada a capella.
 Las voces ya gastadas de muchachos de diez y ocho años, le hacían coro a las de veteranos tres décadas mayores, en la algarabía desatada ante la tensión que ahora parecía aflojarse.
 -¡Nos desmovilizaran!...
 Le dijo André, su dilecto camarada de armas.
 -¡Nuevamente civiles!...
 Profirió entre exclamaciones de alegría.
 -¡Nos salvamos!...¡Somos privilegiados!...¡Tocados por la suerte!..., prosiguió, ante la mirada como abúlica de Francois.
 -Francois, debes sufrir de fatiga de combate; fueron largos años expuestos a las miserias de la guerra, pero ya acabó. Ahora, borrar el horror de nuestras mentes y disfrutar de la paz.
 Le dijo su amigo, preocupado por la actitud del compañero con quién compartió padecimientos y privaciones, logrando el nivel de fraternidad viril, que engarza a los hombres sometidos a una permanente situación límite.
 Consideró que su afección podría ser fatiga de combate, ya que concluida la guerra, no daba lugar a que sea confundida con cobardía, como tantas veces ocurrió en otros casos durante la contienda.
 Francois lo dejó solo. Fue a mear a la inmunda letrina, mientras trataba de interpretar lo que podría significar la paz para él.
 ¿Como reemplazar la práctica letal del frente, con su simple y atroz postulado de matar y evitar ser matado, ya incorporado a mi psiquismo como el comportamiento natural?...
 Consideró que podría buscar otras guerras y ser un soldado profesional, pero no era ese su deseo ni la cuestión que lo atormentaba.
 Él vivía todos sus días, con la noción de que esta guerra lo iba a fagocitar como a los demás, más tarde o más temprano. Como ocurrió con Jacques, quien murió en sus brazos sosteniendose el paquete de intestinos que pugnaban por abandonar su vientre; o Raoul, el de Lyon, al que una bala de francotirador enemigo le voló la cabeza justo cuando se estaba afeitando; él estaba a su lado y la masa encefálica dio contra su rostro.
 Ellos y tantos otros, que eran sus amigos.
 Ahora la guerra llegó a su fin...¿Se suponía que debía estar feliz porque no se cumplió el final aciago que presumía?...
 No podía.
 Le parecía que su destino quedó trunco; como si lo llamaran los dueños de tantos miembros esparcidos, de tantas vísceras abandonadas en la tierra de nadie entre las trincheras, de tantos cuerpos mutilados, para decirle: no te felicitamos. Nos abandonaste.
 Todos tenían afectos, recuerdos, deseos..., que se confundían en los enterramientos comunes como si fueran una masa amorfa de jóvenes varones.
 Ciertamente, pensó, quedaba la gloria de los vencedores...., pero quizás fuera dificultoso engalanar una guerra como esa, de armas nunca vistas, de monumental nivel de exterminio.
 Dicen que por este horror extremo, luego de esta no habrá mas guerras, adosó a sus reflexiones, pero le resultaba difícil creerlo; por el contrario, suponía que vendrían otras de mayor intensidad.
 Ya conocía demasiado la naturaleza humana, como para creer en redenciones bélicas.
 Terminó de orinar y con displicencia, ingresó el cañón de una pistola Mauser de cargador externo-trofeo de guerra-en su boca, dispuesto a unirse a los millones que lo habían precedido en la monumental confrontación.
 Pero lo vio venir a André trayendo una botella de champagne en sus manos, conseguida vaya a saber como.
 Su amigo le extendió la bebida burbujeante. Guardó el arma en la pistolera y se echó un largo trago a la garganta.
 Sintió una sensación placentera..., como de implicancias sensuales, de referencia a una Francia que ya no significaba refregarse por el lodo e intentar sobrevivir dedicándose a matar.
 Se abrazó con André y ambos gritaron como con deseperación: ¡Vive la vie!...
 -¡Oh la lá!..., agregó Francois, antes de beber lo que quedaba del magno liquido en celebración del futuro, más allá de todo el dolor que pudiera definir su incierto contorno.

                                                                FIN





   



ASUNTOS DE MOIRAS(EN ROMA CONOCIDAS COMO PARCAS)

 Átropos, apretó su tijera con mayor fuerza que la habitual, pero solo consiguió deshilachar levemente el vellón.
 No podemos siquiera suponer su sentimiento, de existir el mismo, cuando Cloto esbozó una sonrisa, al percibir que su labor de trenzado resistía el designio. A veces ocurría.
 Láquesis, la que tira la suerte, también sonrió.
 Permeable a ese inusual júbilo, Átropos abandonó su tarea. No insistió.
 Ella también sonrió...
 En ese momento, Pedro César Rolfo, 67 años, argentino nativo, comerciante, casado en segundas nupcias con hijos de ambos matrimonios, era trasladado de la UTI a terapia intermedia, en la clínica de su obra social. Había sufrido un  infarto de miocardio.
 -Su padre se recuperará. Es un hombre de corazón fuerte, de buena fibra..., le dijo el médico al hijo mayor del paciente, en los pasillos del establecimiento sanatorial.
 El facultativo se refería a aspectos cardiológicos del enfermo, aunque el primogénito del mismo, no pudo evitar equiparar la frase a una metáfora equívoca:
 Siempre pensó a su padre como un pusilánime, que abandonó a su madre para irse con otra, cuando el era un niño que necesitaba su cercanía afectiva.Su prolongado alejamiento, le deparó lesiones emotivas que no creía que se hayan curado.

                                                                 FIN