jueves, 6 de diciembre de 2012

EL ARMISTICIO EN LA TRINCHERA

 Durante la última ofensiva alemana, la Kaiserschlacht, Francois pensó que su destino iba a ser el mismo que el de los millones de cosidos a bayonetazos, destruidos con gas mostaza, muertos por gangrena o disentería entre el lodo hediondo de las trincheras. Era la multitud de cadáveres de soldados, que iban jalonando el derrotero de esa guerra atroz, en la que la matanza era industrial y sistemática.
 Pero también sobrevivió a la Kaiserschlacht, sin más lesiones físicas que las escoriaciones producidas por esquirlas, que no se le llegaron a infectar.
 Cuando el armisticio fue comunicado a los combatientes de la primera línea de fuego, el júbilo resultó ensordecedor, aún en las trincheras de enfrente, las de los derrotados-los de las potencias centrales-que consideraban que al menos, su integridad física resultaría conservada.
 En las posiciones de los franceses, los abrazos y los vítores se confundían con las estrofas de La Marseillaise, entonada a capella.
 Las voces ya gastadas de muchachos de diez y ocho años, le hacían coro a las de veteranos tres décadas mayores, en la algarabía desatada ante la tensión que ahora parecía aflojarse.
 -¡Nos desmovilizaran!...
 Le dijo André, su dilecto camarada de armas.
 -¡Nuevamente civiles!...
 Profirió entre exclamaciones de alegría.
 -¡Nos salvamos!...¡Somos privilegiados!...¡Tocados por la suerte!..., prosiguió, ante la mirada como abúlica de Francois.
 -Francois, debes sufrir de fatiga de combate; fueron largos años expuestos a las miserias de la guerra, pero ya acabó. Ahora, borrar el horror de nuestras mentes y disfrutar de la paz.
 Le dijo su amigo, preocupado por la actitud del compañero con quién compartió padecimientos y privaciones, logrando el nivel de fraternidad viril, que engarza a los hombres sometidos a una permanente situación límite.
 Consideró que su afección podría ser fatiga de combate, ya que concluida la guerra, no daba lugar a que sea confundida con cobardía, como tantas veces ocurrió en otros casos durante la contienda.
 Francois lo dejó solo. Fue a mear a la inmunda letrina, mientras trataba de interpretar lo que podría significar la paz para él.
 ¿Como reemplazar la práctica letal del frente, con su simple y atroz postulado de matar y evitar ser matado, ya incorporado a mi psiquismo como el comportamiento natural?...
 Consideró que podría buscar otras guerras y ser un soldado profesional, pero no era ese su deseo ni la cuestión que lo atormentaba.
 Él vivía todos sus días, con la noción de que esta guerra lo iba a fagocitar como a los demás, más tarde o más temprano. Como ocurrió con Jacques, quien murió en sus brazos sosteniendose el paquete de intestinos que pugnaban por abandonar su vientre; o Raoul, el de Lyon, al que una bala de francotirador enemigo le voló la cabeza justo cuando se estaba afeitando; él estaba a su lado y la masa encefálica dio contra su rostro.
 Ellos y tantos otros, que eran sus amigos.
 Ahora la guerra llegó a su fin...¿Se suponía que debía estar feliz porque no se cumplió el final aciago que presumía?...
 No podía.
 Le parecía que su destino quedó trunco; como si lo llamaran los dueños de tantos miembros esparcidos, de tantas vísceras abandonadas en la tierra de nadie entre las trincheras, de tantos cuerpos mutilados, para decirle: no te felicitamos. Nos abandonaste.
 Todos tenían afectos, recuerdos, deseos..., que se confundían en los enterramientos comunes como si fueran una masa amorfa de jóvenes varones.
 Ciertamente, pensó, quedaba la gloria de los vencedores...., pero quizás fuera dificultoso engalanar una guerra como esa, de armas nunca vistas, de monumental nivel de exterminio.
 Dicen que por este horror extremo, luego de esta no habrá mas guerras, adosó a sus reflexiones, pero le resultaba difícil creerlo; por el contrario, suponía que vendrían otras de mayor intensidad.
 Ya conocía demasiado la naturaleza humana, como para creer en redenciones bélicas.
 Terminó de orinar y con displicencia, ingresó el cañón de una pistola Mauser de cargador externo-trofeo de guerra-en su boca, dispuesto a unirse a los millones que lo habían precedido en la monumental confrontación.
 Pero lo vio venir a André trayendo una botella de champagne en sus manos, conseguida vaya a saber como.
 Su amigo le extendió la bebida burbujeante. Guardó el arma en la pistolera y se echó un largo trago a la garganta.
 Sintió una sensación placentera..., como de implicancias sensuales, de referencia a una Francia que ya no significaba refregarse por el lodo e intentar sobrevivir dedicándose a matar.
 Se abrazó con André y ambos gritaron como con deseperación: ¡Vive la vie!...
 -¡Oh la lá!..., agregó Francois, antes de beber lo que quedaba del magno liquido en celebración del futuro, más allá de todo el dolor que pudiera definir su incierto contorno.

                                                                FIN





   



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