martes, 24 de septiembre de 2013

BREVEDADES 1(6)

                                                                Mántica

 -Te leo el destino..., le dijo la gitana.
 Él, campesino analfabeto, se sorprendió ante los alcances insospechados que deparaba el saber leer.

                                                                 FIN

                                                                 Policía Científica

 El jefe, le preguntó a ese integrante de Policía Científica, si algo le llamó la atención en el escenario del crimen.
 Su subordinado, le respondió que la ausencia de público, pero no le resultó demasiado extraño, debido a lo transitado que resultaba el tema del homicidio cuyo autor se dio a la fuga.

                                                                  FIN

                                                                  Correspondencia postal

 La quema de buzones, para evitar que una carta que se ha enviado llegara a destino, no resultaba sorprendente en el Buenos Aires de 1922. Pero sí el homicidio de un cartero, asesinado para robarle la alforja con correspondencia e impedir que entregara una misiva, que alguien pretendía recuperar.
 Posiblemente, el autor del hecho, llegó al buzón cuando ya había sido vaciado de su contenido y decidió adoptar una determinación de consecuencias trágicas. El empleado del servicio postal, devino en víctima inocente de un caso en el que la velocidad del arrepentimiento ajeno, tuvo una resolución letal que afectó a su persona.
 De todos modos, la prensa de la época recordó un arcaico paradigma: matar al mensajero que dispensa malas noticias..., aunque en el suceso que se refiere, ni siquiera llegó a darlas; por otra parte, para quién debía recibirlas, quizás eran buenas.

                                                                     FIN

                                                                     Granada

 Dicen que si un soldado belga arroja una granada, el enemigo debe quitarle la espoleta y devolvérsela..., pero...¿Que pasa si quién la lanza es un soldado del ejército de la República de Níger?...
 No pasa nada. Probablemente la pólvora este vencida y solo hay que proteger la cabeza de un piedrazo no pétreo.

                                                                        FIN

                                                                        Etruria

 Se presume que los etruscos, vivían pendientes de la muerte y displicentemente comprometidos con la vida, a tal punto, que cuando un niño nacía ya se componía el epitafio que se aplicaría sobre su tumba; el mismo, debería signar su existencia en aras de cumplir con lo que en esa inscripción final se hallaba enunciado.
 Pero la práctica debió abandonarse. Es que el exceso de grandeza sugerido en los epitafios de natalicio, hacía que los individuos se fueran decepcionando en el transcurso de su existir, incluso, hasta hacer descender peligrosamente los índices de natalidad.

                                                                           FIN

                                                                            Tabaco

 En el África subsahariana, existe un país donde las campañas antitabaquistas colisionan contra una dura realidad: el cigarrillo está netamente vinculado a la identidad nacional. Abolir su existencia implica atentar contra la integridad de la patria.
 Me refiero a la República de Burkina Faso.

                                                                              FIN

                                                                              Contienda

 El resultado de esa contienda primigenia, llevada a cabo por alborales homo sapiens armados con palos y piedras, pudo verificarse en Hiroshima y Nagasaki.

                                                                                FIN


                                                                       



                                                                     




                                                                                                                     


sábado, 21 de septiembre de 2013

LLEGARON...

 Ingresó al ascensor descendente, con el automatismo que conllevan los actos en apariencia irrelevantes.
 Saludó con cortesía al único ocupante, mientras las puertas se cerraban. No obtuvo respuesta.
 Al mirarlo con mayor atención, su entendimiento pareció trastornarse.
 Percibió lo inconcebible con total certidumbre: su acompañante era un alienigena.
 La terraza..., fue el pensamiento que logró centrar, en esa sucesión de ráfagas flamígeras que cruzaban su mente como tendiendo a la combustión.
 Entró por la terraza..., pero tal idea comenzó a desdibujarse para Natalio Felipe Dieguez, a medida que se sucedían los pisos en orden decreciente y su conciencia parecía ser succionada por una aspiradora invisible, resultado del ataque telepático al que lo sometía su vecino en el transporte vertical.

 Natalio Felipe Dieguez, fue hallado por el portero del edificio pocos minutos después de haber abandonado su departamento, rumbo a la oficina donde trabajaba desde hacía años.
 Se hallaba completamente desnudo, la mirada perdida y carente de habla, como en estado de shock.
 No se halló ningún rastro de su ropa.

 Las pericias psiquiátricas y neurológicas, que le realizaron a los fines de develar lo ocurrido, concordaron en que el individuo parecía haber perdido todo rastro de si mismo. Como si por protagonizar o ser testigo de un acontecimiento tremendo, se hubiera vaciado de su condición humana para convertirse en un mero cuerpo desvitalizado, sin respuesta a los estímulos y carente de capacidad para controlar las funciones inherentes a su organismo.
 Perdida toda noción previamente adquirida, Natalio Felipe Dieguez tampoco sabía caminar, aunque a nivel somático se hallara sano. Ante este cuadro y habiendo presunción de delito, su esposa realizó la denuncia correspondiente.

 El portero testimonió que poco antes de su descubrimiento, vio salir del edificio a un sujeto vestido de traje y corbata que sujetaba un portafolios con su mano derecha, el cual no respondió a su saludo.
 Le pareció llamativamente ridícula su forma de vestir: el pantalón le quedaba corto, el saco parecía grande para su contextura y la corbata estaba anudada a mitad del pecho.
 De todos modos, no recordaba señas particulares del individuo, tampoco su fisonomía.
 Supuso en ese momento, que la persona había ingresado durante el turno anterior de portería que estaba a cargo de un suplente.
 Agregó que cuando el que tildó de "mamarracho" salió del edificio, él se dirigió hacia el ascensor, porque recordó haber dejado la puerta de acceso a la terraza sin llave.
 Al encontrarse con Dieguez, tal como consta en su declaración, el mismo tenía el índice de su diestra levantado, como señalando arriba.
 Aparentemente, esta fue la última expresión inteligible de Natalio Felipe Dieguez, antes de convertirse en esa vacuidad desconcertante.


                                                                FIN

                                                 







  

lunes, 16 de septiembre de 2013

LA EXIGENCIA NOCTURNA

 -¿Quiere un café?..., ya se lo sirvo...
 El tono con el que se dirigía a ese individuo, en un ámbito que le parecía en alguna medida conocido, también poseía algo de reconocible en relación al sujeto.
 Aunque la actitud del mismo, parecía extremar los alcances usuales del trato: el tipo se mostraba arrogante, su gestualidad podría considerarse imperativa, afín a la exigencia.
 No llegó a dispensarle la infusión solicitada, porque despertó de ese sueño tan vívido.
 Dado que él no se caracterizaba por recordar los sueños, le pareció curioso que este pudiera evocarlo con tal nitidez.
 De todos modos, su rutina de los días hábiles al levantarse, borró el recuerdo del sueño al finalizar la afeitada y vestirse con premura para partir rumbo a su trabajo.
 Tenía una jornada laboral intensa, pródiga en atención al público, dado que esa era su función en la mesa de entradas ministerial.
 Pasadas un par de horas, se sentía hastiado ante la repetición de situaciones vinculadas a expedientes inertes, intrincados derroteros burocráticos, malestar de peticionarios ansiosos que elevaban la voz al ofuscarse.
 Si bien era empleado público desde hacía muchos años, discontinuó dicha actividad laboral para dedicarse al comercio por cuenta propia durante un tiempo. Los resultados insatisfactorios como autónomo, lo motivaron a reincorporarse, pero ya diferida su posibilidad de acceder a una jefatura.
 Próximo a las cinco décadas, viudo reciente de una mujer mayor que él, sin hijos, Felipe Beltrán llevaba, a sabiendas, una vida magra en intensidad emotiva. Se consideraba una persona retraída, que disfrutaba menguadamente la alternancia con los demás, mientras que por otra parte era consciente que la soledad lo abrumaba.
 En ese sentido, la fallecida Carmen significó para él una compensación a sus limitaciones en el comportamiento social: ambos se sostenían y complementaban mutuamente.
 Pero ella ya no estaba..., pensó mientras sellaba un formulario, dejándolo propenso a la apatía y al miedo a encontrarse solo.

 El sueño se reiteraba durante varias noches consecutivas, tornándose más amenazante.
 Parecía que si no le servía un café a ese tipo, las consecuencias podrían ser muy desfavorables para su persona, lo que lastraba su día con angustia a medida que se acercaba la noche.
 Tampoco efectuó una consulta psiquiátrica, a pesar de su interés en realizarla, debido a una advertencia verbal del individuo soñado: ni psiquiatra ni confesor, caso contrario, sueño y despertar confluirían en un trastorno de características nefastas.
 Algo que le parecía particularmente inquietante, es que no llegaba a servirle el café a quién podría interpretarse que se lo ordenaba: el sueño siempre se interrumpía en el preciso momento en el que decidía preparar la infusión que le pedía. Parecía como si lo onírico, necesitara una prosecución en la vigilia a fin de completar su sentido.
 En relación a esta percepción, como detectando similitudes en el tono de voz del individuo presente en sus sueños, con el Sr. Juarez, su superior inmediato, Beltrán decidió tratar de insertar su noche en su día, a los fines de atenuar su vigente desasosiego.
 Batiéndolo con esmero, le preparó un café a su jefe que respondía plenamente a la predilección del mismo, tal como se la conocía en la oficina.
 Esa tarde, le sirvió cuatro cafés al Sr. Juarez, quién se los solicitaba solo con mirarlo, ante la burla de sus compañeros de trabajo que lo tildaban de cadete y de olfa; también de "che, pibe".
 El jefe no le agradecía el servicio; solo lo miraba luego del último sorbo, para que retirara de inmediato la taza y el edulcorante del escritorio.
 Finalizó su día acostándose temprano. Durmió profundamente, sin recordar ningún sueño al despertarse.
 Al llegar a su trabajo, lo primero que hizo fue dirigirse a preparar el café para el Sr. Juarez, dado que interpretó el requerimiento en su mirada.
 Si bien para los demás empleados su actitud resultaba indigna, incluso contraria a la reglamentación establecida, Beltrán sabía que se trataba de un acto de servicio que le permitiría dormir tranquilo, sin sueños perturbadores.
 Más su rutina se quebró al día siguiente, cuando el jefe lo llamó a su despacho.
 Frente al Sr. Juarez, mirando hacia abajo como en épocas anteriores al derecho laboral, Felipe Beltrán escuchó la asombrosa pregunta.
 -¿Vd. que hace los sábados y domingos?...
 -Nada..., contestó, sin plantear objeciones a esa intromisión en su vida privada.
 El Sr. Juarez le habló con tono impersonal: Bueno, me lo imaginaba. Lo espero este fin de semana en mi casa, necesito pintar el frente y los interiores.
 -Yo no se pintar.
 Respondió Beltrán, sin levantar la vista.
 -Ya va a aprender. Por la pintura no se preocupe, la voy a comprar yo porque si lo mando a Vd. capaz que hace alguna cagada.
 Luego de esta frase, el jefe dio por finalizada la comparecencia de Beltrán, quién asintió en silencio y se retiró cerrando la puerta del despacho.
 Mientras se alejaba, Beltrán advirtió que sentía el influjo de una vidriosa satisfacción: la de cumplir con las exigencias de quién se había manifestado, detentando el poder de controlar su vida; de otorgarle significación a través del servicio personal, como ha ocurrido con el proceder de tantos dioses en el transcurrir de la historia, en su relación con los insignificantes individuos humanos.

                                                                     FIN










  
  

TANTA LLUVIA

 Inicialmente, fue la alegría de detectar que al fin, los procedimientos chamánicos para producir lluvia dieron resultado.
 Quién la propició, se sentía satisfecho al observar el alborozo de su pueblo, las danzas de agradecimiento ejecutadas por hombres y mujeres empapados con regocijo, ante la plenitud dispensada por el agua vital caída del cielo.También, el sacro respeto a su persona: el reconocimiento de su poder.


 Cuando la lluvia se convirtió en indetenible, cuando la aldea se anegó y torrentes de agua se llevaron ganado, provisiones, enseres y gente, con la fuerza de una inundación extrema que cubría con líquido todo lo que tuviera perfil, el chamán supo que algo había fallado.


 Frente a los cuatro hombres armados con cuchillos de obsidiana, que lo responsabilizaban por lo ocurrido, conjeturó en silencio previendo su próximo fin.
 Interpretó que el centro del problema teologal, no era que el dios escuchara las rogativas del intermediario entre él y los demás humanos, sino que pudiera dosificar sus fuerzas cuando por principio, el dios era toda desmesura. De todos modos, el chamán fue acuchillado hasta la muerte, por provocar un daño aún mayor que la sequía previa.

                                                                        FIN 

jueves, 5 de septiembre de 2013

NUESTRA SEÑORA DE LA HORCA

 Secreta manifestación..., la protectora de los ahorcados solo era conocida por aquellos que en el corto plazo, penderían de la soga, rota la tráquea...
 Consuelo de forajidos y de quienes hicieron acopio de vilezas, también lo era de los defraudados por la justicia humana: los inocentes condenados por error, las víctimas de la falibilidad de los tribunales.
 Debido a las circunstancias límites que impulsaban su adoración, no estaba oficialmente consagrada: la índole de la misma, enraizada en la penuria extrema y la mazmorra maloliente, era ajena a los que no le incumbía esa pena capital y celosamente resguardada de los extraños.
 Es que el carácter de las plegarias y el texto de sus oraciones, era musitado por los devotos cuya pena se hallaba diferida, a los presos que tenían fecha de ejecución y estaban anhelantes de un beneficio divino. Como siempre había ambas clases de prisioneros, en los calabozos de la España posterior al rey José Napoleón I, conocido como Pepe Botella, el culto se preservaba y transmitía oralmente.
 Entre la humedad y los vahos inmundos de las celdas, en algún momento apto para la discreción, la referencia a la madre celestial, en advocación dedicada al amparo de los que colgarían de un cadalso con horca, significaba para muchos una sacra contemplación específica para sus casos; les otorgaba cierta singularidad, que superaría la de sus cuerpos con una soga al cuello meciéndose por el viento, sin sepultura en el camposanto.
 Juan Becerra Rivero "Latiguillo", andaluz oriundo de Antequera, recibió la buena nueva de la gracia secreta de boca de "Tocino", cuya pena había sido prorrogada en dos ocasiones por merced de Fernando VII, reinstalado en el trono.
 "Tocino", salteador y bandolero al igual que "Latiguillo", lo inició en el culto velado entre frenéticas rascadas de piojos y ladillas, hambre de potajes sustanciosos y afiebrados ensueños de cautiverio.
 -Te pondrán un confesor que promete, contrición mediante, un perdón y una beatitud que desconoce...
 Dile que sí, que sí y que sí..., pero tú encomiendate a la que cobija a quienes penderán del travesaño por pena impuesta, mientras su semen póstumo hará crecer la mandrágora.
 Ella es la que corresponde a tu laya.
 "Latiguillo", bandido de Sierra Morena a las ordenes del generoso Hinojosa Cobacho, asintió gravemente.  Lo hizo como trascendiendo su analfabetismo de malhechor irredento, para incursionar en el ámbito de lo sacro esotérico, lo que definiría su eternidad, concepto entendible hasta por el más lelo de los mortales.
 Sabía que la fecha de su ejecución mediante la horca, se había fijado el 25 de abril de 1832, al amanecer.

 Poco tiempo antes del momento designado, le comunicaron que desde el día anterior, regía una pragmática del soberano Fernando VII por la que se abolía la horca como instrumento de ajusticiamiento, para ser reemplazada por el garrote vil, tornillo letal que se consideraba más piadoso para el condenado.
 "Latiguillo" sintió que la orfandad lo embargaba. Suplicó que le aplicaran la horca dado que no le importaba el mayor sufrimiento, pero nadie le prestó atención a lo que parecía el dislate de un desesperado.
 El bandolero capturado por los soldados migueletes, que dio prueba de bravura hiriendo en esa acción a dos de sus captores, lloraba como un cobarde intentando localizar a su camarada "Tocino", búsqueda que resultó infructuosa.
 Llevado a rastras por los militares, escuchando el batir de los tambores a caja destemplada, los parches flojos como se estilaba para esas ocasiones, el miembro de la banda del generoso "Tempranillo" Hinojosa Cobacho, fue ubicado en el siniestro sitial donde el ejecutado moría sentado. El verdugo, lo observaba con indiferencia, habida cuenta de que le daba lo mismo apretar el tornillo o patear el escabel de la horca.
 El fraile presente en el procedimiento, le suplicaba y lo conminaba a arrepentirse, más "Latiguillo", luego del llanto, había quedado como mudo protagonista del drama.
 Cuando la torción ejercida por el verdugo sobre la manivela, comenzó a partirle el cuello, pensó que su maldito destino le hurtó la protección de Nuestra Señora de la Horca, advocación específica para un modo de ser ejecutado que no era el que le aplicaban. Sus últimos pensamientos, fugaces pero nítidos, le hicieron considerar que la eternidad lo absorbía carente de la protección específica para los de su condición.
 Esta certidumbre atroz, superó el dolor inconmensurable que le provocaba la presión del tornillo bajo su nuca, accionado el garrote vil por un verdugo aún inexperto en su empleo, lo que adosaba a su oficio de ejecutor, el menester de dispensar tormento...


                                                                     FIN