jueves, 5 de septiembre de 2013

NUESTRA SEÑORA DE LA HORCA

 Secreta manifestación..., la protectora de los ahorcados solo era conocida por aquellos que en el corto plazo, penderían de la soga, rota la tráquea...
 Consuelo de forajidos y de quienes hicieron acopio de vilezas, también lo era de los defraudados por la justicia humana: los inocentes condenados por error, las víctimas de la falibilidad de los tribunales.
 Debido a las circunstancias límites que impulsaban su adoración, no estaba oficialmente consagrada: la índole de la misma, enraizada en la penuria extrema y la mazmorra maloliente, era ajena a los que no le incumbía esa pena capital y celosamente resguardada de los extraños.
 Es que el carácter de las plegarias y el texto de sus oraciones, era musitado por los devotos cuya pena se hallaba diferida, a los presos que tenían fecha de ejecución y estaban anhelantes de un beneficio divino. Como siempre había ambas clases de prisioneros, en los calabozos de la España posterior al rey José Napoleón I, conocido como Pepe Botella, el culto se preservaba y transmitía oralmente.
 Entre la humedad y los vahos inmundos de las celdas, en algún momento apto para la discreción, la referencia a la madre celestial, en advocación dedicada al amparo de los que colgarían de un cadalso con horca, significaba para muchos una sacra contemplación específica para sus casos; les otorgaba cierta singularidad, que superaría la de sus cuerpos con una soga al cuello meciéndose por el viento, sin sepultura en el camposanto.
 Juan Becerra Rivero "Latiguillo", andaluz oriundo de Antequera, recibió la buena nueva de la gracia secreta de boca de "Tocino", cuya pena había sido prorrogada en dos ocasiones por merced de Fernando VII, reinstalado en el trono.
 "Tocino", salteador y bandolero al igual que "Latiguillo", lo inició en el culto velado entre frenéticas rascadas de piojos y ladillas, hambre de potajes sustanciosos y afiebrados ensueños de cautiverio.
 -Te pondrán un confesor que promete, contrición mediante, un perdón y una beatitud que desconoce...
 Dile que sí, que sí y que sí..., pero tú encomiendate a la que cobija a quienes penderán del travesaño por pena impuesta, mientras su semen póstumo hará crecer la mandrágora.
 Ella es la que corresponde a tu laya.
 "Latiguillo", bandido de Sierra Morena a las ordenes del generoso Hinojosa Cobacho, asintió gravemente.  Lo hizo como trascendiendo su analfabetismo de malhechor irredento, para incursionar en el ámbito de lo sacro esotérico, lo que definiría su eternidad, concepto entendible hasta por el más lelo de los mortales.
 Sabía que la fecha de su ejecución mediante la horca, se había fijado el 25 de abril de 1832, al amanecer.

 Poco tiempo antes del momento designado, le comunicaron que desde el día anterior, regía una pragmática del soberano Fernando VII por la que se abolía la horca como instrumento de ajusticiamiento, para ser reemplazada por el garrote vil, tornillo letal que se consideraba más piadoso para el condenado.
 "Latiguillo" sintió que la orfandad lo embargaba. Suplicó que le aplicaran la horca dado que no le importaba el mayor sufrimiento, pero nadie le prestó atención a lo que parecía el dislate de un desesperado.
 El bandolero capturado por los soldados migueletes, que dio prueba de bravura hiriendo en esa acción a dos de sus captores, lloraba como un cobarde intentando localizar a su camarada "Tocino", búsqueda que resultó infructuosa.
 Llevado a rastras por los militares, escuchando el batir de los tambores a caja destemplada, los parches flojos como se estilaba para esas ocasiones, el miembro de la banda del generoso "Tempranillo" Hinojosa Cobacho, fue ubicado en el siniestro sitial donde el ejecutado moría sentado. El verdugo, lo observaba con indiferencia, habida cuenta de que le daba lo mismo apretar el tornillo o patear el escabel de la horca.
 El fraile presente en el procedimiento, le suplicaba y lo conminaba a arrepentirse, más "Latiguillo", luego del llanto, había quedado como mudo protagonista del drama.
 Cuando la torción ejercida por el verdugo sobre la manivela, comenzó a partirle el cuello, pensó que su maldito destino le hurtó la protección de Nuestra Señora de la Horca, advocación específica para un modo de ser ejecutado que no era el que le aplicaban. Sus últimos pensamientos, fugaces pero nítidos, le hicieron considerar que la eternidad lo absorbía carente de la protección específica para los de su condición.
 Esta certidumbre atroz, superó el dolor inconmensurable que le provocaba la presión del tornillo bajo su nuca, accionado el garrote vil por un verdugo aún inexperto en su empleo, lo que adosaba a su oficio de ejecutor, el menester de dispensar tormento...


                                                                     FIN








 

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