jueves, 2 de julio de 2015

INCANDESCENCIAS

 La vela encendida quedó enhiesta, adherida al pequeño plato de vidrio por su propia cera derretida.
 Matías la observó con satisfacción, dado que creyó que se le había acabado la provisión de ese vital elemento, para afrontar los continuos cortes de suministro que afectaban el barrio donde vivía.
 El hallazgo de esa humilde vela, le pareció algo aproximado a un milagro. Acotado, de índole domestica, sin trascendencia pública y/o histórica..., pero milagro al fin, estimó mentalmente, su mirada fija en la luz titilante de la llama reflejada en la pared del único ambiente, definido como loft en el contrato de locación en vigencia.
 Como siempre ocurría en estos casos, el hombre, joven y de buen nivel sociocultural, emitió en voz alta una sarta de puteadas dirigida sucesivamente a la compañía eléctrica, a los directores nacionales que integraban la misma, a las autoridades del Ente Nacional Regulador de la Electricidad (ENRE) y al ministro de planificación.
 Al mirar por la ventana, cerrada al intenso frío invernal, pudo verificar en alguna medida la extensión del corte. La oscuridad era total, solo atravesada por los focos de los vehículos, que circulaban con sus conductores en profuso empleo de la bocina, debido a que los semáforos habían dejado de funcionar.
 Llamó a su novia por teléfono para decirle que la iría a visitar para que cenaran juntos. Su vivienda y el entorno circundante sumido en las penumbras, le generaban tristeza, como una imagen de guerra o de zona de catástrofe.
 Previo a salir, se dispuso a concurrir al baño, cuando la oscuridad nuevamente lo envolvió.
 La vela se había apagado..., como si la hubieran soplado, incluso, con el pabilo aún incandescente como ocurre en esos casos.
 Matías, comprobó que no existía corriente de aire alguna en el departamento, como para ocasionar lo ocurrido. Por supuesto, se encontraba solo.
 Como individuo pragmático que se consideraba, la encendió nuevamente, sin ahondar en el asunto y para cumplir con lo que tenía decidido con anterioridad.
 Apenas había ingresado al baño, cuando la vela se apagó.
 Esta vez, optó por abandonar el lugar lo mas rápido posible, sin dejar de percibir una oscura inquietud.
 Con la campera puesta, detectó que la llave colocada como siempre que llegaba, en la cerradura y con una sola vuelta, no estaba.
 Con dificultad, intentó ubicarse para encender otra vez la vela y buscar el llavero, pero no encontraba el encendedor.
 Buscó sin éxito el celular para decirle a Nati que viniera con el juego de llaves que tenía, pero a pesar de haberlo usado poco tiempo antes, se convirtió en inhallable.
 Ya con desesperación, en bruscos tanteos, sintió que lo encontraba, pero se trataba del inalámbrico, inutilizable por el corte de luz.
 Pensó que solo le quedaba pedir auxilio a los gritos..., cuando la vela se encendió a sus espaldas, lo que lo motivó a darse vuelta con los puños cerrados en una instintiva actitud de defensa.
 Vio la vela encendida solo unos segundos, porque de inmediato, se apagó como si alguien hubiera impulsado su aliento contra el pabilo.
 Otra vez a oscuras, gritó con toda la fuerza que pudo reunir en sus pulmones. Fue un grito estridente, de terror adulto y desesperación.
 Como respuesta, la luz volvió súbitamente, tanto en su casa como en la calle.
 Halló las llaves tiradas en el piso, así como el celular y el encendedor. Mas tranquilo, se encontraba próximo a llamar a Nati, cuando detectó que la vela había desaparecido.
 La buscó casi frenéticamente, pero solo pudo hallar el platito sobre el que se hallaba posada. El mismo estaba partido en siete pedazos de medidas perfectas y bordes pulidos, que parecían poder ensamblarse entre ellos sin necesidad de pegamento. Como las piedras de ciertas construcciones arcaicas, que no necesitaban argamasa para encajar entre ellas..., estimó Matías, mientras salía raudo de su domicilio.
 En el ascensor, le pareció que un individuo al que no conocía como vecino lo miraba subrepticiamente. Cuando él lo miró, dejó de hacerlo.
 No parece un tipo peligroso..., fue la conclusión de su veloz evaluación interior, pero de todos modos le pareció que su semblante era extraño, como de manifiesto desconcierto o extravío.
 Ya en la calle, se dio vuelta por prevención y observó que el sujeto, giraba por la esquina mientras algo se caía de su mano.
 Matías volvió sobre sus pasos y se encontró con lo que sin duda, era la vela que le faltaba. Se hallaba desprovista del pabilo, despojada de su condición de vela, convertida en lo que podría ser una cerbatana o una flauta..., o vaya a saber que, pensó Matías.
 Corrió hasta la esquina, pero el hombre ya había desaparecido en el tráfago de la calle, que con la irrupción de la luz recobró su nocturna habitualidad.



                                                              FIN