viernes, 30 de noviembre de 2012

152

 Soñó con ese número: rutilaba en un letrero luminoso, confeccionado con tubos de neón.
 Por la mañana, su trabajo en la oficina le impidió jugarlo a la quiniela.
 Como motivado por una idea fija, se dirigió durante el horario del almuerzo a la agencia más cercana, habida cuenta de que había viajado en un colectivo linea 152, interno 152; además, de reparar de improviso en  una patente 152 y de que le tocó procesar un expediente que terminaba en 152.
 Si bien no era un apostador habitual, consideró al sueño y las circunstancias posteriores al mismo, como  premonitorias.
 Jugó fuerte, para sus parámetros, en la vespertina, la nocturna y Montevideo, convencido de que el número era un mandato del destino.
 Pero recorrió muy pocos metros al salir de la agencia de Lotería Nacional, cuando dos motochorros-uno de ellos al comando de una Yamaha de alta cilindrada-lo interceptaron, bajándose el que iba de acompañante, con el propósito de quitarle billetera y celular mientras lo encañonaba con un arma de respetable calibre.
 Un policía de civil-que cumplía tareas de seguridad  en la inmobiliaria de enfrente-impidió el despojo: se identificó e intentó detener a los delincuentes.
 Se generó un tiroteo cuyo resultado fue un asaltante muerto-el acompañante-y otro capturado por la dotación de un patrullero, algunas cuadras más adelante. El efectivo policial resultó ileso, no así, el apostador del 152, que aunque no se resistió al atraco, recibió un impacto-del arma del ladrón muerto-que lo dejó con secuelas que comprometieron seriamente su motricidad.


 Durante el juicio oral sustanciado años después de producido el hecho, contra el conductor de la moto que se hallaba detenido, el apostador del 152-en silla de ruedas-recordó que aquel día acertó con ese número dos cabezas de tres cifras, ganando una interesante suma en relación al monto invertido.
 Con una amarga sonrisa en sus labios, escuchó el número de DNI del ladrón abatido, 17.152.315, así como el del que se fugó y fue capturado, 18.324.152.
 Abrumado por sus circunstancias, estimó que las alertas del destino distan de ser literales, aunque la tendencia humana a la expectativa esperanzada generalmente las interpreta en tono venturoso.
 De todos modos...¿Que se podría hacer?...¿No salir a la calle?...
 El apostador del 152 se encogió de hombros, uno de los pocos movimientos que podía realizar con su cuerpo; pensó que si uno no se movía de su casa, quizás perecía calcinado en un  accidente doméstico.
 Le dijo a su mujer que no se sentía bien, que quería abandonar la sala del tribunal. Ella le hizo caso y empujo la silla de ruedas, mientras el apostador del 152, recordaba que aquel día fue la única vez que ganó a la quiniela. Sintió un fuerte deseo de matarse, pero le pareció improbable que lo llegara a hacer, dado que no podía mover ni sus brazos ni sus piernas.

                                                                    FIN

martes, 27 de noviembre de 2012

EL PASAJERO PERPLEJO

 Era usual que se durmiera en un colectivo, dado que en general, trataba de viajar sentado.
 A los pocos minutos, comenzaba a sentir cierta somnolencia, que se iba acrecentando hasta provocarle un sueño profundo y reparador, incluso, soñaba imagenes inocuas, no perturbadoras..., pero esta vez no fue así.
 Como sus recorridos eran extensos-su tarea de vendedor en el Gran Buenos Aires lo determinaba-el tiempo de sueño se prolongaba gratamente hasta el momento de descender, que por una curiosa especie de programación mental, siempre resultaba el adecuado: nunca se pasaba de la parada debida.
 Esta ocasión resultaba diferente.
 Al despertar, no solo no reconocía el paisaje circundante, sino que era el único pasajero de un vehículo que se desplazaba raudo por calles vacías.
 El chofer, escuchaba una radio que transmitía en un idioma inentendible, que le parecía muy extraño.
 Se incorporó terciandose el portafolios, mientras detectaba que había oscurecido abruptamente.
 La mañana parecía haberse convertido en la hora crepuscular.
 Se adelantó hasta el sitio del conductor y le preguntó donde se hallaban, aturdido por el vocinglerío ininteligible proveniente de la radio.
 El interpelado, no le respondió y aceleró bruscamente, haciéndole perder la estabilidad.
 La velocidad que llevaba el colectivo, era desproporcionada para un medio público de transporte; si no colisionaba, era por la ausencia de personas y rodados en las calles por las que transitaba.
 Conmigo no se jode..., pensó, aferrando al hombre que iba al volante por el cuello.
 -¡Frená, hijo de puta, sino te parto el cogote!..., le gritó con desesperación.
 El individuo le hizo caso, estacionando en una esquina vacía.
 El rostro del chofer le pareció tan indeterminado, que era como si todas las fisonomías humanas se hubieran fundido en una sola. Todas las edades y latitudes parecían haber aportado, para configurar la faz de quién lo miraba con una expresión enigmática, más allá del odio, la discordia o la simpatía.
 Le dijo:
 -Debemos seguir viaje..., en un español desfigurado por inflexiones y  modismos imprecisos.
 -¿Hacia donde?...
 Le preguntó el pasajero, en tono ansioso.
 -Hacia ninguna parte y hacia todas.
 No esperó respuesta. De inmediato, puso en movimiento al vehículo, que nuevamente tomó inusitada velocidad.
 El pasajero, perplejo, recreó una imagen mental como esfumada en su definición, en la cual el colectivo en el que viajaba profundamente dormido, pareció estallar en un choque terrible, aunque no recordaba si llegó a despertar.
 Desconcertado, se sentó cerca del conductor, mientras el rodado atravesaba velozmente esa ciudad desierta.
 Pasados unos minutos, decidió tratar de relajarse y esperar los próximos acontecimientos, mientras pudo leer fugazmente un cartel que parecía identificar una localidad:
                                                            VILLA ZAMUDIO
 Ese nombre, pareció activar algo en su psiquis que le generó un incipiente estado de comprensión, aunque le era por entero desconocido.
 Ahora, el exterior parecía inmerso en una noche cerrada, que iba cubriendo esa metrópolis iluminada pero desierta, con una capa de oscuridad envolvente que parecía querer disolver la luz artificial.
 Pensó que hacer:
 ¿Recordar a sus seres queridos?...
 ¿Sentir nostalgia por su vida anterior?...
  Se encogió de hombros: sabía que su sueño se había fundido en la eternidad.
  Sereno, sintió una incipiente curiosidad por saber como proseguiría todo, teniendo en cuenta que el tiempo ya carecía de sentido y el porvenir era ilimitado

                                                                  FIN









LA DANZA DE LA FORTUNA CON LA MÁS FEA

Ya no le quedaba nada.
 Perdió todo.
 Una mala suerte pertinaz, como persecutoria, pareció emponzoñar toda chance de revertir la situación, cualquier mínimo atisbo de azar favorable.
 Desde ya, no era la primera vez que este era el resultado de una jornada de juego.
 Era consciente de que no ganaba desde hacía meses, como si un control oculto del movimiento de los dados, hubiera dictaminado perjudicarlo permanentemente.
 Demostrarle el despropósito de seguir asistiendo a las malditas sesiones; pero él persistía en el error, como escribía San Agustín en sus Confesiones.
 Justamente, era este despliegue de impiedad lúdica para con su persona, lo que lo impelía a empeñarse en el intento de fracturar, de abrir una brecha, en ese infortunio sin tregua que no cesaba de azotarlo.
 Todo en vano. Un círculo vicioso de perder y volver para nuevamente perder, que ya lo había destruido moral, física y pecuniariamente, arrastrando a su familia en las consecuencias de su desventura.
 Gómez, quizás debido a un lejano pasado de seminarista que abandonó la vocación-así como otras sacras certidumbres- no se consideraba un ludópata sino un vicioso; un infame vicioso que se odiaba a si mismo, por sucumbir a la tentación maldita.
 Debido al ánimo que lo imbuía en esa noche infausta, Gómez decidió matarse.
 Estimó que debido a que había perdido todo y solo le quedaba su vida, debía perderla también para que el círculo vicioso resultara, si se quiere, perfecto. La única perfección a la que podía aspirar.
 Que el azar que lo condenaba a ese destino aciago, si emanaba de una entidad superior, cumpliera la sentencia y se llevara el botín deplorable que era su vida.
 En voz alta, sintetizó el estado de la misma, emitiendo lo que debían ser sus últimas palabras:
 -Mi carne agobiada y mi alma repodrida.
 Las escuchó como un estruendo de alcances íntimos, antes de arrojarse desde el puente a las vías del ferrocarril.

 Lamentablemente para Gómez, su final no fue tal.
 Como si una fuerza misteriosa hubiera querido impedir el acto fatal, quedó enganchado de un tirante de hierro de donde lo rescataron los bomberos, con serias lesiones en la médula.


 Cuadripléjico por las secuelas del hecho, mantenido con vida en una institución estatal donde no recibe visitas, Gomez transcurre sus días y sus noches-cuando no está sedado-repitiendo lo que creyó eran sus últimas palabras, cual letanía dirigida a un creador aborrecible.
 A veces, piensa que lo ocurrido, fue porque apostó su vida contra el azar en contra, como siempre, sin estimar que podría perder nuevamente.

                                                                   FIN



  

AFTER SHAVE

 Adrián, detectó la desaparición en el acto:
 Terminó de afeitarse y su máquina descartable, no estaba a la vista, aunque hacía un segundo que la había tenido en su mano.
 No la posó sobre el lavabo; tampoco sobre el estante que se hallaba bajo el espejo.
 Le constaba que la aferraba con su diestra, cuando cesó la sensación táctil de sostener un objeto.
 Desconcertado, la buscó por todo el baño, aún en sitios donde le parecía imposible encontrarla.
 Le resultaba difícil creer lo ocurrido; no le hallaba una explicación lógica y eso parecía otorgarle al suceso, cierta índole, como malsana.
 Cuando la vio.
 La máquina descartable, estaba en el estuche donde solía guardarla luego de ser utilizada.
 Decidió subestimar el hecho, suponiendo-sin ninguna convicción-que la guardó luego de usarla.
 Consideró lo pasado como intrascendente, a pesar de que le generaba una viva inquietud, asumiendo que todo era producto de un olvido circunstancial.
 Empapó sus manos con loción after shave y se las pasó por las mejillas.
 Casi aterrorizado, percibió la aspereza de su barba dura de dos días, no rasurada.
 Absorto, se sentó sobre la tapa del inodoro, reconociendo con horror que le faltaban unos minutos a su vida, como si se hubieran fundido con la nada o fueran motivo de sustracción.
 Podría ocurrir nuevamente..., pensó.
 Le pareció desesperante, suponer que la próxima vez podrían ser horas, días, años o lo que le quedaba de vida...

                                                             FIN
   

martes, 20 de noviembre de 2012

EL FILO DE LOS CREYENTES

 Tiempos de esplendor para el Islam...
 Bagdad refulge como una joya luminosa:
 Esparce la luz del califato sobre el orbe, abre brechas en la oscuridad de la ignorancia, difunde la verdadera fe del dios único, señalando un camino que comienza con la shahada.
 Ahmed, su atuendo de guerra pegoteado por la sangre propia y enemiga, aplica mayor presión con la hoja de su cimitarra sobre el cuello del idólatra hecho prisionero, finalizada la batalla triunfal para Harún al Rashid, el califa al que sirve en su campaña contra Bizancio.
 El soldado capturado-sus manos atadas a la espalda-sabe que puede preservar su vida emitiendo la sacra frase salvadora, que remite a Allah el Misericordioso.
 Su muerte sumaria por degüello, mutaría en esclavitud e inevitable conversión a eunuco, mediante la ablación de su miembro viril.
 Balbucea..., no puede pronunciarla, aterradoramente absorto, ante estas opciones tan extremas de la misericordia divina.
 Ahmed, procede a cercenar la garganta del vencido, con un sabio desplazamiento del filo del arma, sin duda, aprendido en la práctica repetitiva del tratamiento dispensado a algunos cautivos.
 El caído, inmerso en el charco generado por su propia sangre, le recuerda a Ahmed la ceguera de los adoradores de imágenes, sus vacilaciones, en cuanto a elegir la gloria de unirse a la comunidad de  creyentes.

                                                                           FIN    

lunes, 19 de noviembre de 2012

EL PAVOR DEL GUERRERO

 Combatir en estado de embriaguez, es el modo más indicado para desarrollar tal menester.
 Regla de oro.
 Por otra parte:
 Inmemorial.
 Desde que el mundo es mundo...
 O sea:
 Desde que la guerra es guerra..., dado que en buena medida, la historia del mundo es la historia de la guerra, por más repulsivo que nos pueda parecer.
 Lo anteriormente mencionado, es la fórmula idónea para el desempeño del beligerante.
 ¿Como lograr la embriaguez?...
 Si no se dispone de dosis moderadas de alcohol o/y drogas-digo moderadas, porque sino se incurriría en una disminución grosera de las facultades cognitivas, lo que produciría la derrota de la propia fuerza-se debe acceder mediante el fragor del combate.
 Pero...¿Como lograr el ánimo entusiasta antes del inicio de las acciones?...
 Bien..., supongamos que no hay banda que haga retumbar toques marciales, que no hay arengas(casi siempre vacuas)del generalato, que no hay de que mierda agarrarse para dominar la sensación de vómito provocada por el pánico previo a la batalla..., en ese caso, la embriaguez bélica se consigue por el puro comportamiento.
 O sea:
 Acondicionar mentalmente el deseo de matar.
 Así es:
 El deseo de matar al enemigo y a su vez, el de no morir o quedar baldado en la lucha.
 No les digo que sea fácil..., pero, creánme que es lo más conveniente y se justifica el esfuerzo.
 Posteriormente a esta alocución, el Jefe de Tropa de boy scouts, Francisco Linares, dio la orden de iniciar la marcha para limpiar la plaza principal del pequeño pueblo, iniciando la acción solidaria del día.
 Los niños de diez y once años-sus oyentes-pensaron que más que ir a limpiar la plaza, iban rumbo a una secreta carnicería, sin poder avisarles a sus padres lo que estaba por acontecer.
 Agustín Ordiales, activo integrante del contingente infantil, decidió que de algún modo debía escapar de ese escenario, aunque el Jefe de Tropa no haya mencionado el recurso de la fuga, posibilidad que percibía como embriagante.

                                                                       FIN


jueves, 15 de noviembre de 2012

ANTES DE LA CENA

 Los indicios alarmantes se multiplicaban..., a medida que esto ocurría, se incrementaba la preocupación de Beatríz por la salud mental de su marido.
 Alfredo seguía con su trabajo en la tornería-a pesar de haber superado la edad jubilatoria-con su pasión por Vélez Sarsfield, con su trato cordial con los vecinos; con su dedicación los fines de semana a mejorar la casa, realizando labores de albañilería, plomería, pintura y arreglos varios, así como el cuidado de la pequeña huerta que tenían en el fondo. Estas actividades siempre le resultaron gratas y utilitarias.
 Como el único hijo del matrimonio-desde hacía un par de años graduado en sistemas-residía en el exterior, la mujer no quería preocuparlo confiándole su padecimiento, así como no lo hablaba con otras personas, ya sean amigas o familiares.
 Se guardaba para si misma la inquietud, motivada por razones de oscuro pudor vinculadas a preservar lo que consideraba, la integridad psíquica de Alfredo, la personalidad que conocía, comprendía y amaba desde que se pusieron de novios, en un lejano pasado rememorado con cariño.
 Pero la angustia la desbordaba al verificar-sin considerarse particularmente culta e informada-que el hombre sufría un delirio de persecución manifiesto, traducido en los comentarios que le refería y en las noches que transcurría sin dormir, por temor a una agresión.
 Dado el cariz que iban adquiriendo los acontecimientos, tenía pensado efectuar una consulta psiquiátrica sin que él se entere, a los fines de que le indiquen como lograr que Alfredo se someta a un tratamiento.
 Pero antes de la fecha fijada para concurrir al consultorio del facultativo-incluido en la cartilla de su obra social-Beatríz fue testigo esa noche, ya dispuestos a cenar, de la pelea de su marido contra el aire, contra alguien o algo invisible.
 Cuando Alfredo aferró un cuchillo Tramontina que se hallaba sobre la mesa, acuchillando a un contendiente que solo él veía, Beatríz comenzó a llorar.
 Agotado por el combate pero aparentemente victorioso, su esposo se sentó en una silla y se dirigió a ella.
 -Llamá al 911. No lo quise hacer, él me llevó a esto.
 Maté a un hombre joven, armado, que violó mi domicilio. Sabrán comprender.
 Beatríz buscó el teléfono inalámbrico y habló desde el dormitorio, en voz baja, para que su esposo no escuchara.
 Le dijo a la operadora que su marido tenía un ataque de locura violenta; que ella, al verlo con un cuchillo en la mano, temía por su vida.
 Le solicito, entre sollozos, que el auxilio llegue lo más rápidamente posible, que el hombre no estaba en sus cabales y no le era posible calmarlo.
 Con lágrimas en los ojos, se acercó a él para decirle que ya llamó, que todo iba a salir bien, como siempre, que la justicia estaría de su parte.
 Alfredo se agarraba la cabeza, parecía gimotear, superado por lo ocurrido.
 -De todos modos, me convertí en un homicida..., afirmaba con insistencia.
 Beatríz trató de serenarlo con caricias, con manifestaciones de ternura..., hasta quedar como petrificada, ante la visión del cuchillo tirado sobre el piso cerámico.
 Se hallaba en medio de un charco de sangre.
 Observó que su marido, no presentaba ninguna herida autoinfligida.

                                                                       FIN




viernes, 9 de noviembre de 2012

EN LA NOCHE AFGANA

 Hamid despertó horrorizado.
 Se trataba de un sueño perturbador:
 Soñó con el Profeta..., lo cual no era reprochable sino benemérito, dado que indicaba que ni aún durante el reposo nocturno se desvinculaba de la fe.
 Pero...
 En su sueño, el Profeta tenía rostro...
 Una cara humana..., lo que establecía una abominación.
 En su sueño, el Profeta se hallaba representado.
 Con angustia, antes de efectuar el rezo matinal prescrito-que ya anunciaba el almuecín por los altoparlantes de la mezquita-pensó que si bien él no era responsable de producir un sueño...¿Lo era por recordarlo como con avidez, como si necesitara de esa imagen, como si la tuviera adherida a su mente?...
 No se puede ofender a la divinidad con un pensamiento, consideró, porque la inasible sustancia del mismo puede escaparse al control del creyente, por mayor que sea el esfuerzo que realiza para no permitirlo.
 Si bien esta reflexión pareció aquietar su espíritu, en un corto lapso lo invadió la duda sobre si era similar, aplicarla a un pensamiento furtivo o al recuerdo persistente de un sueño transgresor, blasfemo.
 Confiarle su preocupación al mullah, fue lo primero que se le ocurrió al respecto; pero en una segunda evaluación tuvo temor de que el tema tuviera una interpretación equívoca, de que adquiriera alcances insospechados por una deformación del relato.
 Ese sueño blasfemo..., dijo en voz alta en pashtun en la soledad de su cuarto-lindante con el de las mujeres-cuyos ventanales se abrían al albor de un nuevo día en Kandahar.
 Tan blasfemo que le impidió rezar..., aunque se lo propuso denodadamente, con la misma desesperación que proyectaba en disolver la imagen mental que era su tormento, en ambos casos, sin éxito, padeciendo la atroz sensación de que el sueño podría convertirse en recurrente.

                                                                       FIN
   


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sábado, 3 de noviembre de 2012

UN TROPEZÓN ES CAÍDA

 Todo salió mal y lo perseguían.
 Eran tipos jóvenes y fornidos, que podían seguir su ritmo de carrera.
 Por supuesto, ya se había desprendido en pleno escape, de la cartera de la dama, quedándose solo con celular y billetera; esta última, también fue descartada en la huida luego de extraer su contenido.
 Pensó que su error consistió en no tener una mirada más abarcativa.
 No consideró que la gente que rodeaba a su víctima, podía ser solidaria con la misma e iniciar su persecución.
 Como lo suyo no era andar armado, carecía de capacidad intimidante.
 Su único recurso para evitar que lo atraparan, dependía de la velocidad que le imprimía a sus piernas, que parecían pistones humanos generadores de largas zancadas.
 Pero a pesar de su calidad de velocista, reconocida en la casa tomada de Constitución, donde convivía con muchos connacionales dedicados a su menester, tuvo la percepción de que quienes lo corrían se le acercaban peligrosamente.
 Lo comprobó al darse vuelta y observar que más personas se sumaban al grupo de captura, a los gritos de ¡Chorro! y ¡Agarren al rocho!...
 El terraplén..., esa era la única posibilidad que le quedaba para evitar el éxito de sus acosadores.
 Si se deslizaba por el terraplén no creía que lo fueran a seguir.
 Nuevamente miró hacia atrás, sintiendo como una ráfaga de angustia.
 Eran muchos..., por otra parte, le pareció que sus miradas-demaciado cercanas-proyectaban un inquietante sentimiento de odio.
 Si bien era consciente de que todo salió mal, al enganchar su zapatilla Nike trucha en el reborde de una baldosa e irse de bruces contra el suelo, supo que lo que comenzó mal siempre podría llegar a ser peor.
 No tuvo oportunidad de ensayar un perdón, una súplica u otra clase de bardo.
 Las patadas eran violentas y a repetición, quizás excesivas, para punir el delito de hurto agravado que cometió.
 Venían de todos lados y no las podía parar.
 Sus dientes volaron como piedritas blancas, mientras le parecía sentir que sus costillas que se iban quebrando, emitían como un crujido siniestro.
 Lo peor era la cabeza: tenía sus manos inutilizadas para cubrirla.
 Interpretó con pavor, que el castigo que se hallaba recibiendo, era también en representación de los delincuentes mayores no hallados, protagonistas mas conspicuos que él de la inseguridad vigente, que a su vez, él integraba en su escalafón menor.
 Sabía que solo la fuerza pública, incapaz de detener el delito en todas sus variantes, podría al menos impedir su linchamiento.
 Pero así como no apareció para frustrar su latrocinio, tampoco se hizo presente cuando lo estaban matando.
 Al final, el dolor desaparecía y una música andina, puede que un huayno ancashino de su Chimbote natal, impregnaba su percepción mientras lamentaba morir atrozmente, lejos de su tierra, por un tropezón que fue caída y que parecía querer fundirlo entre una mezcla de sangre, moco, caca y orina, en ese suelo extraño.

                                                                            FIN



  
    
  

jueves, 1 de noviembre de 2012

EL MINUTO PREVIO A SU MUERTE

 Arturo Machmer supo lo que le estaba por ocurrir.
 No se consideró por ello un privilegiado con el don de la precognición, interpretó que viendo a ese tipo que lo apuntaba con un arma sostenida con mano temblorosa-podría ser un adicto que necesitaba urgente su dosis de paco-no era muy difícil anticipar el final que le esperaba.
 Ya le había entregado la billetera y el celular, pero el sujeto joven y desaliñado, seguía encañonándolo mientras balbuceaba un fraseo inconexo.
 Pensó en distraerlo con un movimiento ambiguo, para aprovechándose de su confusión arrojarse encima suyo y desarmarlo, pero supo que eso-justamente-significaría su muerte ya percibida.
 No entendía las palabras del energúmeno, que hablaba de modo gutural un léxico que le resultaba incomprensible; incluso, suponía que también lo era para el propio delincuente.
 Escuchó como el cómplice, quién lo esperaba al comando de una motocicleta con el motor en marcha, le indicaba  apremiantemente que ascendiera al rodado.
 El que lo amenazaba, parecía no darse por aludido y proseguía vociferando incoherencias.
 Quizás considerando el error de salir a delinquir acompañado por semejante idiota, el conductor de la moto partió raudo, mediante una fuerte acelerada.
 El otro quedó solo como un imbécil en un erial.
 Arturo Machmer detectó el momento exacto, en el que el delincuente ya solitario, dejó de farfullar y observó el sitio vacío donde estuvo su secuaz.
 En una fracción infinitesimal de tiempo, evaluó que podía desviar lo que había considerado como su destino inevitable.
 Él nunca en su vida había acertado con lo que iba a suceder, supuso que esta vez sería más de lo mismo..., pero a su favor.
 Se lanzó sobre el asaltante para intentar quitarle el arma.
 Durante el forcejeo que se produjo, recibió varios disparos que concurrieron a provocar su deceso, tal como lo había previsto un minuto antes.
 Al sentir el primer impacto, remembró que esta vez pudo anticipar el curso de los acontecimientos..., lamentablemente, con un minuto de antelación y con la plena seguridad de que no volvería a repetirse.
 Cuando el dolor físico y la final pérdida del conocimiento, comenzaron a fusionarse, reparó en que su asesino se descerrajó un tiro en la boca.
 Arturo Machmer murió pensando en los misterios del destino y su connubio con el absurdo...¿O destino y vida eran asimilables?...

                                                             FIN