jueves, 15 de noviembre de 2012

ANTES DE LA CENA

 Los indicios alarmantes se multiplicaban..., a medida que esto ocurría, se incrementaba la preocupación de Beatríz por la salud mental de su marido.
 Alfredo seguía con su trabajo en la tornería-a pesar de haber superado la edad jubilatoria-con su pasión por Vélez Sarsfield, con su trato cordial con los vecinos; con su dedicación los fines de semana a mejorar la casa, realizando labores de albañilería, plomería, pintura y arreglos varios, así como el cuidado de la pequeña huerta que tenían en el fondo. Estas actividades siempre le resultaron gratas y utilitarias.
 Como el único hijo del matrimonio-desde hacía un par de años graduado en sistemas-residía en el exterior, la mujer no quería preocuparlo confiándole su padecimiento, así como no lo hablaba con otras personas, ya sean amigas o familiares.
 Se guardaba para si misma la inquietud, motivada por razones de oscuro pudor vinculadas a preservar lo que consideraba, la integridad psíquica de Alfredo, la personalidad que conocía, comprendía y amaba desde que se pusieron de novios, en un lejano pasado rememorado con cariño.
 Pero la angustia la desbordaba al verificar-sin considerarse particularmente culta e informada-que el hombre sufría un delirio de persecución manifiesto, traducido en los comentarios que le refería y en las noches que transcurría sin dormir, por temor a una agresión.
 Dado el cariz que iban adquiriendo los acontecimientos, tenía pensado efectuar una consulta psiquiátrica sin que él se entere, a los fines de que le indiquen como lograr que Alfredo se someta a un tratamiento.
 Pero antes de la fecha fijada para concurrir al consultorio del facultativo-incluido en la cartilla de su obra social-Beatríz fue testigo esa noche, ya dispuestos a cenar, de la pelea de su marido contra el aire, contra alguien o algo invisible.
 Cuando Alfredo aferró un cuchillo Tramontina que se hallaba sobre la mesa, acuchillando a un contendiente que solo él veía, Beatríz comenzó a llorar.
 Agotado por el combate pero aparentemente victorioso, su esposo se sentó en una silla y se dirigió a ella.
 -Llamá al 911. No lo quise hacer, él me llevó a esto.
 Maté a un hombre joven, armado, que violó mi domicilio. Sabrán comprender.
 Beatríz buscó el teléfono inalámbrico y habló desde el dormitorio, en voz baja, para que su esposo no escuchara.
 Le dijo a la operadora que su marido tenía un ataque de locura violenta; que ella, al verlo con un cuchillo en la mano, temía por su vida.
 Le solicito, entre sollozos, que el auxilio llegue lo más rápidamente posible, que el hombre no estaba en sus cabales y no le era posible calmarlo.
 Con lágrimas en los ojos, se acercó a él para decirle que ya llamó, que todo iba a salir bien, como siempre, que la justicia estaría de su parte.
 Alfredo se agarraba la cabeza, parecía gimotear, superado por lo ocurrido.
 -De todos modos, me convertí en un homicida..., afirmaba con insistencia.
 Beatríz trató de serenarlo con caricias, con manifestaciones de ternura..., hasta quedar como petrificada, ante la visión del cuchillo tirado sobre el piso cerámico.
 Se hallaba en medio de un charco de sangre.
 Observó que su marido, no presentaba ninguna herida autoinfligida.

                                                                       FIN




No hay comentarios:

Publicar un comentario