martes, 27 de noviembre de 2012

LA DANZA DE LA FORTUNA CON LA MÁS FEA

Ya no le quedaba nada.
 Perdió todo.
 Una mala suerte pertinaz, como persecutoria, pareció emponzoñar toda chance de revertir la situación, cualquier mínimo atisbo de azar favorable.
 Desde ya, no era la primera vez que este era el resultado de una jornada de juego.
 Era consciente de que no ganaba desde hacía meses, como si un control oculto del movimiento de los dados, hubiera dictaminado perjudicarlo permanentemente.
 Demostrarle el despropósito de seguir asistiendo a las malditas sesiones; pero él persistía en el error, como escribía San Agustín en sus Confesiones.
 Justamente, era este despliegue de impiedad lúdica para con su persona, lo que lo impelía a empeñarse en el intento de fracturar, de abrir una brecha, en ese infortunio sin tregua que no cesaba de azotarlo.
 Todo en vano. Un círculo vicioso de perder y volver para nuevamente perder, que ya lo había destruido moral, física y pecuniariamente, arrastrando a su familia en las consecuencias de su desventura.
 Gómez, quizás debido a un lejano pasado de seminarista que abandonó la vocación-así como otras sacras certidumbres- no se consideraba un ludópata sino un vicioso; un infame vicioso que se odiaba a si mismo, por sucumbir a la tentación maldita.
 Debido al ánimo que lo imbuía en esa noche infausta, Gómez decidió matarse.
 Estimó que debido a que había perdido todo y solo le quedaba su vida, debía perderla también para que el círculo vicioso resultara, si se quiere, perfecto. La única perfección a la que podía aspirar.
 Que el azar que lo condenaba a ese destino aciago, si emanaba de una entidad superior, cumpliera la sentencia y se llevara el botín deplorable que era su vida.
 En voz alta, sintetizó el estado de la misma, emitiendo lo que debían ser sus últimas palabras:
 -Mi carne agobiada y mi alma repodrida.
 Las escuchó como un estruendo de alcances íntimos, antes de arrojarse desde el puente a las vías del ferrocarril.

 Lamentablemente para Gómez, su final no fue tal.
 Como si una fuerza misteriosa hubiera querido impedir el acto fatal, quedó enganchado de un tirante de hierro de donde lo rescataron los bomberos, con serias lesiones en la médula.


 Cuadripléjico por las secuelas del hecho, mantenido con vida en una institución estatal donde no recibe visitas, Gomez transcurre sus días y sus noches-cuando no está sedado-repitiendo lo que creyó eran sus últimas palabras, cual letanía dirigida a un creador aborrecible.
 A veces, piensa que lo ocurrido, fue porque apostó su vida contra el azar en contra, como siempre, sin estimar que podría perder nuevamente.

                                                                   FIN



  

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