viernes, 9 de noviembre de 2012

EN LA NOCHE AFGANA

 Hamid despertó horrorizado.
 Se trataba de un sueño perturbador:
 Soñó con el Profeta..., lo cual no era reprochable sino benemérito, dado que indicaba que ni aún durante el reposo nocturno se desvinculaba de la fe.
 Pero...
 En su sueño, el Profeta tenía rostro...
 Una cara humana..., lo que establecía una abominación.
 En su sueño, el Profeta se hallaba representado.
 Con angustia, antes de efectuar el rezo matinal prescrito-que ya anunciaba el almuecín por los altoparlantes de la mezquita-pensó que si bien él no era responsable de producir un sueño...¿Lo era por recordarlo como con avidez, como si necesitara de esa imagen, como si la tuviera adherida a su mente?...
 No se puede ofender a la divinidad con un pensamiento, consideró, porque la inasible sustancia del mismo puede escaparse al control del creyente, por mayor que sea el esfuerzo que realiza para no permitirlo.
 Si bien esta reflexión pareció aquietar su espíritu, en un corto lapso lo invadió la duda sobre si era similar, aplicarla a un pensamiento furtivo o al recuerdo persistente de un sueño transgresor, blasfemo.
 Confiarle su preocupación al mullah, fue lo primero que se le ocurrió al respecto; pero en una segunda evaluación tuvo temor de que el tema tuviera una interpretación equívoca, de que adquiriera alcances insospechados por una deformación del relato.
 Ese sueño blasfemo..., dijo en voz alta en pashtun en la soledad de su cuarto-lindante con el de las mujeres-cuyos ventanales se abrían al albor de un nuevo día en Kandahar.
 Tan blasfemo que le impidió rezar..., aunque se lo propuso denodadamente, con la misma desesperación que proyectaba en disolver la imagen mental que era su tormento, en ambos casos, sin éxito, padeciendo la atroz sensación de que el sueño podría convertirse en recurrente.

                                                                       FIN
   


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