sábado, 3 de diciembre de 2011

Recuerdo que Ernesto Sábato...

manifestó haber sido testigo de sucesos incomprensibles, vinculados a pintores y pinturas al óleo.
Los invito a asumir la lectura de...

                                                     OPUS MAGNUM

 Nadie pudo explicarse en ese prestigioso museo de arte contemporáneo, como llegó ese cuadro a exhibirse en el baño de caballeros, sobre la pared de los mingitorios.
 La firma, claramente visible en el extremo izquierdo del óleo de tamaño medio, indicaba en letras de imprenta que su autor se llamaba Martín Rodríguez Zamudio, siendo el año en curso, el de ejecución de la obra.
 El pintor resultaba desconocido no solo para la gente del museo, sino también para los galeristas consultados, así como los expertos en arte actual.
 Por otra parte, pocos artistas pintaban al óleo en esta época.
 Pero lo que más llamaba la atención era la índole temática del cuadro.
 Una pequeña plaqueta metálica-inserta en el centro inferior del marco de estilo barroco-titulaba la obra:
                                                              MI MICCIÓN EN ESTE MUNDO
 Efectivamente, se hallaba plasmada la figura de un individuo trajeado, de aspecto correcto, visto de costado en un ámbito que parecía un claustro académico-quizás un aula magna-que orinaba con potente chorro un globo terráqueo de aspecto desimonónico o anterior aún.
 Hasta aquí podía resultar gracioso, como una boutade, pero el rostro del individuo no lo era.
 Había algo de malignidad en estado puro en esa faz, algo que hacía difícil seguir mirándolo.
 La técnica pictórica era impecable y esos ojos, esos ojos claros, parecían iluminar lo peor de cada uno-de cada espectador de la obra-y lograr que se sintiera mal animicamente, aunque no lo refiriera a los demás.
 En términos genéricos, se la denominó la pintura del malestar.
 Durante poco tiempo, pasó a integrar la colección permanente del museo, a pesar de la oposición de las autoridades del mismo, curadores y hasta guardias de seguridad, que luego del trabajo nocturno aparecían con jaquecas que le imposibilitaban dormir en el horario cambiado.
 El autor de la obra, jamás fue localizado; se entendió que su nombre era un seudónimo y luego de un derrotero burocrático interno, la pintura fue relegada a un depósito de mantenimiento, donde compartió espacio con escaleras plegadas y latas de removedor.
 Era obvio que su visión incomodaba:
 La figura protagónica, con sus malditos ojos claros, parecía perforar la coraza social del espectador, refregandole íntimamente sus pulsiones más autoasqueantes-de la índole que fueran-que en rápida sucesión invadían su mente.
 Para no generalizar, es factible suponer que en algunos no generaba estos efectos; aparentemente, en muy pocos. Por último, pudo lograrse el confinamiento mencionado debido a la ausencia de un certificado de origen, decisión que no fue objetada por ninguna autoridad del museo.
 El tema no llegó a acceder a la trascendencia mediática-a pesar de la avidez periodística por todo lo que parece paranormal-por lo que cuando estalló un acotado incendio en el área de servicio, calcinandose la obra que ya no figuraba en inventario junto con diversos elementos de maestranza del edificio, solo el director de la importante institución artística reparó en la inscripción grabada en el reverso de la placa que nominaba la obra.
 Había quedado al lado de la pintura convertida en cenizas. El director supuso que debía estar confeccionada en titanio o en otro material incombustible.
 La levantó con precaución, pero a pesar de haber estado sometida al fuego se hallaba curiosamente fría.
 Decía textualmente:
                                                           Martín Rodriguez Zamudio
                                                           Pintor que derrite las mascaras
                                                           sociales de los espectadores de
                                                           su obra y supera los incendios
                                                           intencionales, seguirá exponiendo
                                                           otras versiones de su Opus Magnum
                                                           donde Vd. menos lo espera, et in secula
                                                           seculorum, hasta la última generación de
                                                           su estirpe.
 El director empalideció.
 Le pareció que la inscripción estaba dirigida a él y a toda su progenie, aún la no nacida.
  

                                                            FIN

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