jueves, 4 de agosto de 2011

El titulo de la siguiente pieza de narrativa nos remite al de un tango, pero...

no tiene nada que ver.

                                                        EL ÚLTIMO CAFÉ

Rico cafecito. El tercero del día...,piensa, dos en la oficina y este en el bar: el más cargado, el mejor de los tres. Será el último; por hoy, basta de café
Repara en que es el único parroquiano a las cuatro de la tarde.
Si bien hace poco que trabaja en la zona, ya estuvo tres o cuatro veces en el lugar aproximadamente a la misma hora, resultándole difícil hallar una mesa libre.
Lo de hoy parece excepcional.
El bar se halla en una calle paralela a Corrientes, de ubicación céntrica y mucho tránsito de peatones.
Raro.
El mozo que se le acerca no es el que le sirvió el café.
Alto, robusto, de unos treinta y cinco años y facciones duras, con músculos bien marcados bajo la camisa negra.
Parece más un custodio de disco que un mozo; nada que ver con el anterior, bajito y afable.
Cuando se halla a su lado, exhibe parcialmente un arma de grueso calibre, entre la servilleta y la bandeja.
-Quedate sentado. No hagas ningún gesto, ningún movimiento extraño. No grites ni murmures. Dame el celular disimuladamente.
Cualquier desobediencia, te dejo paralítico por el resto de tu reputa vida. Se hacerlo.
Azorado, le extendió el teléfono. El terror comenzó a impregnar su organismo.
En un intento de controlarlo, le dijo que también le daba la billetera pero que lo dejara irse.
Su voz resultó un balbuceo temeroso, supuso que el sujeto le perdería todo respeto. Sabía que el miedo de la víctima exacerba al victimario, pero no lo podía evitar.
-No necesito tu plata, hijo de una gran puta, vos sabes que se trata de otra cosa.
-No, yo no se nada.
Le contestó con voz vacilante.
El otro amartilló la pistola. Creyó que se desmayaba.
-Hablás otra vez y te perforo la médula..., le dijo el mozo.
Asintió en silencio.
Con precaución, miró en derredor.
El local era largo y estrecho, la caja, situada a su izquierda, se hallaba desatendida.
El mozo bajito y afable había desaparecido.
¿Podría ser que este tipo haya reducido al patrón y al otro, quedando el bar bajo su control?...,pensó, hasta con miedo de pensar. Desgraciadamente, eligió una mesa del fondo; desde la calle era poco visible.
Pasados quince minutos casi inmóvil, comenzó a percibir una tibia esperanza..
Suponía que alguien debería entrar y dar la voz de alarma sobre lo que estaba ocurriendo en el interior del local; por otra parte, el individuo armado no aparecía.
Se incorporó lentamente y pudo ver que dos hombres intentaban ingresar al bar pero desistieron; lo mismo ocurrió con una joven pareja. Con horror, comprendió que la puerta se hallaba cerrada con llave.
Tuvo la idea de arremeter contra el blindex ahumado, cuando apareció el mozo ostentando el arma en su diestra.
Lo aferró de los cabellos y lo hizo sentar nuevamente.
De no abrir bien la boca, la pistola le hubiera destrozado un par de dientes. Despavorido, con el cañón del arma dentro de su cavidad bucal, escuchó la voz ronca del tipo:
-Seguí así, sin moverte ni hablar hasta nuevo aviso. Aunque no me veas te estaré observando.
Retiró el arma de su boca cuando ya se estaba ahogando, antes de que le preguntara el porqué de esta situación absurda..., de haberse atrevido a hacerlo.
Al poco tiempo, el patrón salio de la cocina con la mayor parsimonia. Era un hombre gordo y calvo, vestido con una especie de guayabera color marfil y pantalones al tono, al que el agregado de un profuso bigote renegrido le daba un aspecto centroamericano o del extremo Norte de Sudamérica; no lo recordaba de las veces que visitó el local con anterioridad.
Lo vio dirigirse hacia la puerta y extrayendo un manojo de llaves abrirla de par en par. Luego se instaló tras la caja sin siquiera mirarlo.
Tampoco reparó en él, cuando el amenazante mozo apareció nuevamente y le habló:
-Andáte.La cosa no era con vos.
Te devuelvo el celular. Sobre lo que pasó aquí te conviene mantener total reserva.
Se resolvió el equívoco..., pensó, pero todo resultaba oscuro y había sido humillado por un matón.
Cuando se levantaba, entró un hombre maduro, trajeado, de cuidada elegancia, que se sentó en una de las mesas de adelante.Al pasar a su lado, sintió la emanación del excelente perfume masculino que usaba.
Tuvo la fugaz intensión de advertirlo para que se retirara del lugar, pero no quiso correr riesgos.
Con dos zancadas se halló en la vereda, todavía con la sensación de que un tiro por la espalda lo podría dejar cuadripléjico de por vida.
A unos veinte metros del bar, detuvo a un patrullero agitando los brazos.
Le expuso la situación vivida a la dotación del vehículo, luego de lo cual, esperó afuera el resultado del procedimiento que se inició.
Dos efectivos ingresaron al sitio dando voces de alto, con sus 9mmts. reglamentarias desenfundadas.
No transcurrieron más de diez minutos, cuando los policías salieron presurosos, encarándolo con dureza.
Un grupo de transeúntes curiosos, comenzó a ampliarse en derredor.
-Nos acompaña, por favor.
Le dijo el que detentaba mayor grado. Se percató que el tono de voz, no resultaba  lo contenedor que requeriría una víctima intimidada.
Parecía que el acusado fuera él.
Observó que dentro del local se hallaba el patrón y el mozo bajito.
-Aquí nadie sabe quien es Vd. Estos señores dicen que Vd. no estuvo en el lugar y que tampoco trabaja otro mozo.
Dijo uno de los uniformados, tratando de escrutar las intensiones que lo motivaron a idear lo que creían era una farsa.
Comprendió que la situación lo superaba. Los del bar mentían.
Buscó infructuosamente al señor elegante que se había sentado cuando él se retiraba.
Al no poder sostener su versión, pudo zafar de que lo llevaran a la comisaría con una acusación de falsa denuncia, aduciendo que era diabético y que se estaba descompensando por el estado nervioso que lo afectaba.
Dado que no hubo ulterioridades, los policías lo dejaron seguir su camino recomendándole que vaya a atenderse urgente. Supuso que pensaron que era poco más que un pobre idiota.
Lo tenía sin cuidado. Los hechos fueron los que refirió.
Volvió a su trabajo y no le comentó a nadie lo ocurrido.
Pensó que posiblemente sus compañeros tampoco le creyeran, lo que le generaría un malestar mayor al que ya sentía.


De noche, ingresa a su casa, en Floresta.
Se trata de un ph de dos unidades, la del fondo desocupada, donde vive solo desde que falleció su madre viuda en años recientes.
La calle posee una arboleda que quita iluminación. Considera, como siempre que llega de noche, que debería colocar un farol en la entrada y otro en el pasillo descubierto, pero su naturaleza algo desidiosa hace que al otro día se olvide del asunto.
Quizás sea obra de la soledad, lo que lo inclina  a cierta indolente dejadez...
El bulto informe con el que se tropieza al abrir la puerta de su vivienda, resulta, al encender la luz, el cadáver del mozo que lo amenazó.
Las facciones siguen siendo recias, a pesar del tajo de oreja a oreja que evidencia en el cuello.
La camisa negra, se está tiñendo con la sangre fresca que se escurre hacia el piso, formado por baldozones de vetusto plexiglás verde, encharcandose en rojo.
Retrocede aterrado profiriendo alaridos, pero calla al distinguir a un señor maduro, elegante y trajeado, que asciende a un auto de alta gama con la patente borroneada. Percibe un vaho de fragancia masculina de calidad.
Sabe de quien se trata, aunque lo vio con anterioridad solo unos pocos segundos.


                                                                      FIN












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