jueves, 29 de septiembre de 2011

Estimados lectores...

 ¿Nunca vieron algo o alguien que no parecería corresponder al presente que nos concierne?...
 Los animo a leer lo siguiente...

                                                 SOMBRAS NADA MÁS

 Reparó en la sensación de alarma e inquietud que sentía.
 Era natural: caminar a la medianoche por el conurbano bonaerense, por zonas de escaso movimiento, podría ser una invitación al delito.
 El hecho de que no le pudieran robar nada, porque no tenía nada, podría ser peor, consideró apurando el paso.
 Este sentimiento de lógico temor, había opacado en su ánimo la impronta de derrota, la pulsión  de odio hacia si mismo y sus circunstancias, provocada por haber perdido hasta el último peso en las máquinas del bingo. No le quedaba ni para un remis; peor aún, ni para el improbable colectivo.
 Apretó el echarpe contra su cuello; el intenso frío, parecía vulnerar la protección de su  atuendo, adecuado a la inclemencia de un invierno que acrecentaba la soledad de las calles, desprovistas de transeúntes y vehículos.
 Se sucedían las cuadras, más o menos iluminadas, mientras él circulaba por la calzada desierta.
 Dos veces, le pareció escuchar los cascos de un caballo golpeteando el pavimento.
 Se dio vuelta prevenido, suponiendo que se trataba de un carro de cartonero. No era cuestión de descuidarse: las actividades marginales, aunque las desarrollaran individuos decentes, siempre le provocaron desconfianza.
 Pero no vio a nadie.
 La tercera vez que escuchó el retumbar de los cascos, al volverse de improviso, divisó un caballo oscuro tirando de un mateo pintado de negro, como los que paran alrededor del zoológico, pero menos alegre y turístico. Este era sobrio como los de muchas décadas atrás, con un farol encendido de luz mortecina-sin duda, con kerosene como combustible-ubicado en el lateral derecho, mientras un hombre robusto se hallaba sentado en el pescante, aferrando un látigo con la diestra.
 Vestía una chaqueta de cuero gastada por el uso, suéter color gris de cuello muy alto y hechura rústica, mitones deshilachados y gorra muy calada, que le cubría buena parte de la frente.
 El carruaje transportaba un pasajero de edad algo indefinida, de profusos bigotes con las puntas hacia arriba y una destacada cicatriz en la mejilla izquierda; el chambergo ladeado que llevaba, de haber sol, sombrearía su mirada.
 Una camisa blanca de cuello duro rematado por un moño de lazo, negro como su traje, definian su vestimenta, a su vez, realzada por una cadena, posiblemente de plata, que le cruzaba el chaleco.
 Un maletín de cuero negro, se hallaba al alcance de su mano depositado sobre el asiento, mientras sus piernas se hallaban cubiertas por un abrigo con esclavina, empleado a modo de manta.
 Del lado izquierdo de su boca, colgaba con displicencia un fino cigarro encendido.
 Aún no se había repuesto del estupor ante lo que tenía frente a sus ojos, cuando el vehículo y sus ocupantes desaparecieron al doblar la esquina. Como si se hubieran volatilizado o fueran producto de su imaginación.
 Si bien podía jugar esporádicamente de un modo insensato, se consideraba un hombre juicioso, de vida relativamente ordenada.
 Apenas si bebía alcohol, no se drogaba y nunca había padecido alucinaciones u otros estados alterados.
 La primera explicación que se le ocurrió, fue que estaban filmando una cámara oculta para la tv, pero esto no podría justificar la desaparición: él llegó al cruce de calles de inmediato y no vio más al  coche de plaza con su tiro y las personas transportadas.
 Una visión..., pensó, quizás se trataba de eso, motivada por la angustia que le provocó la pérdida en el juego, que a su vez, lo llevó a vender el celular de su propiedad a un conocido circunstancial en el bingo por el 20% de su valor.
 Para seguir perdiendo..., agregó en voz baja a sus pensamientos.
 Pero no tuvo tiempo de seguir recriminandose por la paliza de las tragamonedas...
 El coche apareció nuevamente; el caballo, llevando un trote corto, pareció materializarse a su lado.
 El pasajero lo miró como si quisiera decirle algo, pero se mantuvo en silencio.
 Corrió tras el coche de alquiler, recordando que también se los conocía como "victorias" en tiempos pretéritos, pero este se confundió entre la oscuridad de la calle arbolada, dejando entrever sombras nada más..., como dice un conocido tango.
 Siguió corriendo hasta llegar a su casa, muy cerca de la última aparición.
 Trató de serenarse: él no creía en fantasmas, pero no podía dominar cierta impresión de que algo terrible estaba por suceder, fuera de la estructura natural de lo consabido; la mirada torva del pasajero, era propia de la de alguien involucrado en la violencia de su tiempo.
 Que no es el mio..., pensó.
 Abrió la puerta de su casa y su mujer lo recibió en camisón, pero antes de cerrarla y reaccionar al ruido del mateo nuevamente desplazándose, ya tenía encima al pasajero de negro, ayudado por el cochero, quien le sujetaba los brazos por atrás mientras el otro aplicaba un pañuelo sobre su boca y nariz.
 Antes de perder el conocimiento, le pareció sentir olor a cloroformo; también pudo llegar a ver-desde el coche que comenzaba a moverse-cierta mueca en los labios de su mujer, que antes de desaparecer de su vista,se convirtió en una sonrisa...
 ¿Creería que se trataba de una broma?..., pensó, sintiendo que ingresaba en un oscuro sueño que acompasaba el traqueteo del carruaje, mientras el hombre de la cicatriz en el rostro, subía la capota porque comenzaba a caer una llovizna gélida, de gotas punzantes como púas.

                                                                  FIN

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