lunes, 26 de septiembre de 2011

Estimo que el tema de los feriados municipales...

como el Día de Lomas de Zamora, por ejemplo, no ha estado presente en la literatura de nuestro país.
Al respecto, pueden leer la siguiente pieza de narrativa breve.

                                                                   EL TIMBRE DIURNO

 No esperaba a nadie.
 Supuso que se trataba de algún vendedor ambulante, de esos que insistían con lo suyo en el Gran Buenos Aires, aunque la inseguridad ya tornaba inviable ese modo de comercialización.
 No pensaba atender.
 Si se trataba del par de vecinos con el que tenía algún trato, no sería nada importante.
 Para los carteros, había un buzón de tamaño adecuado incluso para recibir diarios o revistas.
 Seguiría leyendo la novela policial del autor sueco, cómodamente instalado en la cama, dado que hoy era el día del municipio en el que trabajaba en planta permanente y podía disfrutar del feriado.
 Su mujer ya se había ido al sanatorio-era instrumentadora-y al nene, ya lo había pasado a buscar el micro que lo transportaba al preescolar.
 Dentro de un rato iba a desayunar; tenía la mañana en gloriosa soledad: que nadie lo jodiera.
 La insistencia con la que pulsaban el timbre lo molestó; parecía como si supieran que se hallaba en casa.
 Familiares no podían ser, siempre se anunciaban previamente y sabían que a él no le gustaban las visitas sorpresas. Esto también regia para los amigos.
 ¿Testigos de Jehová o similares?...
 Solían pasar los fines de semana, no las mañanas de los días hábiles, aunque esta no lo fuera para él.
 ¿Alguna emergencia?...
 Esta idea ya lo inquietó.
 Aunque también podría tratarse de una trampa delincuencial: motivarlo a abrir mediante algún pretexto, para ingresar con propósitos de robo; si bien la zona era relativamente segura, estaba enterado de que años atrás, el primer propietario de la vivienda fue asesinado ante la puerta de calle, sobre la vereda, en un confuso suceso aún no aclarado.
 El timbre seguía sonando, no en forma continua, pero con una intermitencia enervante, casi sistemática.
 Se acercó a la puerta con cierto sigilo, para observar por la mirilla gran angular. No vio a nadie, aunque su visión abarcaba los laterales.
 ¿Niños escondidos?...¿Una broma infantil?...
 Le parecía algo inverosímil para el barrio, además, debería visualizarlos.
 El timbre seguía sonando sin variar la cadencia.
 Si bien la calle era poco transitada, observó pasar peatones que no reparaban en nada extraño.
 Como el sonido era intermitente, consideró imposible que la tecla haya sido trabada con cinta adhesiva.
 ¿Desperfecto eléctrico?..., podría ser, pero era de suponer que en ese caso debería sonar de modo uniforme, no entrecortado, como implicando una intervención humana. Se le ocurrió que el término exacto a aplicar sería acción inteligente; esta consideración le provocó un indiscernible malestar.
 Decidió abrir inmediatamente, para sobreponerse a cualquier implicancia que fuera en desmedro de lo razonable, de lo que debería ser.
 Afuera no vio a nadie, aunque le pareció percibir una ligera corriente de aire, que contrastaba con la torridez del verano y la ausencia de una mínima brisa que moviera las hojas de los árboles. El timbre ya no sonaba.
 Lo pulsó: funcionaba sin anomalías.
 Ingresó a la casa. Como solo llevaba el viejo short con el que dormía, se vestiría para ir a buscar un electricista e investigar el hecho.
 Bastó que cerrara la puerta, para percibir otra vez ese difuso frescor.
 Un recuerdo casi sepultado en su memoria, le apareció mentalmente como si estuviera impreso:
 Tres toques cortos, tres largos, tres cortos...
 La señal de S.O.S. en Morse, que le enseñó su abuelo telegrafista quizás veinticinco años atrás.
 S.O.S.: SAVE OUR SOULS
 SALVEN NUESTRAS ALMAS...
 Comprendió que no estaba solo en su casa.
 Alguien o algo que pedía auxilio había ingresado, quizás perseguido.
 Él sabía que no podía satisfacer ese pedido y su primer impulso fue huir, pero la puerta parecía trabada.
 Pensó, afectado por un miedo de índole inefable, que su pedido de ayuda tampoco sería escuchado, porque intentaba gritar pero su garganta solo emitía un débil gorgoteo. Sentía un potente dolor en el brazo izquierdo y una opresión que se acrecentaba en el tórax; aunque sabía lo que esto significaba, no entendía porqué le ocurría a él, un individuo joven y sano. Se fue derrumbando sobre el piso, mientras la  corriente de aire se convertía en un remolino interior que torcía cuadros en las paredes, movía las páginas del libro que estaba leyendo y se desplazaba hacia el cuarto de su hijo, derribando los juguetes que se encontraban sobre los estantes.


                                                                   FIN




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