viernes, 17 de agosto de 2012

80 y PICO

 Tenía tres perros, con quienes compartía su apacible soledad suburbana.
 La jubilación que percibía, le alcanzaba para subvenir a sus escuetas necesidades, sin tener que recibir ayuda de su hijo. También para obsequiar decorosamente a su nuera y su nieto en los cumpleaños, tomar un café en el barrio con otros veteranos a los que conocía desde hacía décadas, leer el diario todas las mañanas en soporte gráfico-como lo hizo siempre-así como otras moderadas expansiones suntuarias, que lo gratificaban y lo alejaban del aburrimiento.
 Pero lo que él consideraba su lujo, era el lcd de 32",que se había comprado recientemente y en el que veía fútbol en abundancia, no solo cuando jugaba River-equipo que alentó toda su vida-sino cuando jugaban todos los demás, incluso los del exterior.
 Si no podía dormirse, se levantaba,se preparaba unos mates y se sentaba en el living para ver los canales deportivos que transmitían las 24 hs. Como no tenía obligaciones laborales, dejaba la cama a la hora que quería, lo que para él era una recompensa por medio siglo de escuchar el despertador a las cinco de la mañana.
 Su salud era buena para su edad; aún caminaba erguido y sin dificultades y si alguna vez tuvo un problema cardiológico, se suponía que se hallaba convenientemente controlado por la medicación de ingesta diaria.
 Registraba una sola intervención quirúrgica, ya lejana y sin secuelas, una simple hernia de la que se repuso al poco tiempo, ayudado por los amorosos cuidados de su esposa, fallecida hacía más de una década.
 En relación a estos antecedentes, se sintió sorprendido al notar que parecía tener dificultades para respirar y que se descompensaba rápidamente. Vio a sus tres perros gimotear asustados, como ante un presencia amedrentadora, pero no había nadie visible a su alcance.
 Cuando el televisor se apagó sin que pulsara el control remoto, a pesar de su creciente malestar tuvo una cierta idea de lo que ocurría: ya no estaba solo con sus perros, en su casa.
 Lo venían a buscar.
 Estableció que era inútil resistirse y esperaba que todo resultara plácido.
 No tuvo miedo; consideró resignado que antes que él, miles de millones de almas recibieron esta visita que siempre sería considerada prematura, pero resultaba inevitable.
 Miró con cariño a sus asustados animales, recordó fugazmente afectos y aspectos de su vida; se halló dispuesto.
 Incluso, como individuo civilizado hasta su último momento, disculpó a quién venía por no haber tocado previamente el timbre.

                                                                            FIN

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