martes, 4 de septiembre de 2012

A LA VERA DEL SUEÑO

 Soñaba que lo estaban matando: lo sofocaban con una almohada buscando su asfixia.
 Intentó aferrar las manos de su agresor, para deshacer la compresión que le impedía respirar, pero el individuo se hallaba sentado sobre él en posición ventajosa, además, poseía una fuerza notoriamente superior a la suya, siendo su edad, sin duda, significativamente inferior a sus 71 años.
 Con denuedo, trató de despertar, de interrumpir ese sueño atroz que ocurría cuando el alba se insinuaba.
 Reconoció a su atacante: esos ojos claros lo delataban; correspondían a uno de sus deudores, el que se hallaba particularmente comprometido.
 En el sueño, conjeturaba que luego de matarlo, revisaría la casa en busca de los cheques que no podría pagar. Pero, se cuestionaba...¿Como pudo ingresar a su domicilio?..
 Como un fogonazo, una sospecha madurada con anterioridad se instaló en su entendimiento, que comenzaba a nublarse por el ahogo al que era sometido.
 Sentía que le faltaba el aire y la angustia se hizo vívida en extremo.
 Ya no suponía que se trataba de un sueño: lo onírico, se fundía en su vigilia de prestamista, próximo a ser asesinado.
 Interpretó con desesperanza, que los sueños de la usura tendían a lo trágico.

 El novel homicida, miró con cierto asco sus manos enfundadas en guantes de látex, antes de proceder a una revisación exhaustiva de la casa de su víctima, a la que accedió con una copia de las llaves.
 Se las había entregado la flamante y joven viuda del occiso-que se hallaba en Córdoba visitando a su hermana-con la condición de que no lo hiciera sufrir (ella y su amante eran personas piadosas) y de que en lo posible, prosiguiera con su sueño potenciado por el somnífero de empleo habitual.
 El asesino bisoño, aún no recuperado emocionalmente de su primera muerte, consideró que había cumplido con lo pactado, pero la desesperación comenzó a instalarse en su ánimo, cuando no halló los cheques que buscaba en los sitios que luego de la cesión de las llaves, la legítima heredera le había señalado como probables.
 Como respondiendo a un impulso, se dio vuelta para observar al cadáver.
 A pesar de los ojos desorbitados por el pavor final, le pareció detectar en el rostro sin vida una cierta sonrisa, quizás, no exenta de un postrer esbozo de sabiduría.
 Lo recorrió un escalofrío..., al comprender que nunca los hallaría aunque pusiera la casa dada vuelta.

                                                                                  FIN
  







                                                                              

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